Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Una obra capital y revolucionaria

Por Rafael Bayce.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Se cumplen 150 años de la primera edición, en alemán, del primer volumen de El capital, el único totalmente redactado y corregido por Carlos Marx, porque los dos tomos siguientes fueron corregidos y editados por Engels en 1885 y 1890, ya fallecido el filósofo y economista prusiano. El primer volumen es una parte cuantitativamente menor del gran proyecto “Crítica de la economía política” que Marx le planteó a Engels en ocasión del envío de los siete cuadernos de notas que luego integrarían los textos llamados Grundrisse, bases de esa “Crítica”, escritos en 1857 y 1858, aunque recién publicados en alemán en 1953, y que cambiarían la perspectiva total de su obra. El proyecto contemplaba seis partes, de las cuales la primera, sobre el ‘capital’, se dividía en cuatro subpartes: la primera se refería al ‘capital en general’ (el total de los 3 volúmenes luego publicados) y el primer tercio fue este celebrado primer volumen.   Un siglo y medio después El capital es una obra maestra de erudición histórica y económica, con gran profundidad filosófica, mientras que los Grundrisse quizá sean el máximo exponente de la madurez del pensamiento de Marx. Es la realización de la dialéctica, en su análisis y exposición filosófico-histórico-político-económica; dialéctica cuya correcta comprensión y adecuada exposición son lo más profundo y duradero de su obra total, más allá de su variedad y evoluciones diacrónicas, tan debatidas. La vigencia de El capital es un punto a discutir, aunque lo más probable es que no sea posible sostenerla, ya que pasaron tantos años que el análisis puntual es por lo menos obsoleto. Tampoco una ‘economía política’ como la marxista podría sostenerse, ni aun dentro del mismo bloque ideológico y político, ya que los intercambios progresivamente globalizados dentro del capitalismo con sus estructuras políticas y socioculturales no hicieron posible el funcionamiento económico sobre la base de su marco conceptual, sino dentro de estructuras conceptuales e indicadores de actividad capitalista. Danilo Astori, en su época de izquierda, lo ha explicado muy bien. El propio Marx no hubiera aconsejado la ortodoxia hacia su obra, de acuerdo a su famoso dictum de que él no era marxista ni nadie debía serlo, ya que el movimiento de impulso dialéctico, contradictorio, debía seguir, siempre superando (aufhebung) en síntesis (negaciones de negaciones) lo ‘puesto’ (dasein). Se habría opuesto a todas las ortodoxias hermenéuticamente normativas a su respecto, y mucho más a las purgas. Tampoco consiguió Marx la accesibilidad de su obra a la comprensión de los trabajadores dialécticamente antitéticos en lo relativo a la formación para la praxis. La complejidad, profundidad y extensión de la obra los excede largamente. Su elogio a la edición francesa, publicada en fascículos, se debe a la esperanza respecto a una posible accesibilidad. Sin embargo, su obra en general, y este primer volumen en particular, siguen siendo, hoy, ejemplos de voracidad lectora, de metabolismo creativo de insumos y de fértil complementariedad de estudios institucionales (filosofía, historia, derecho) y autodidactas (economía, ciencia política, antropología embrionaria). También siguen siendo ejemplos de indoblegable compromiso político, de articulación de su búsqueda teórica con las necesidades de la práctica política, y de profundidad filosófica enorme enmascarada y difícilmente visible al interior de más comprensibles preocupaciones de praxis política. Y no faltan las interpretaciones ramplonas de varias afirmaciones, tales como la tesis undécima sobre Feuerbach: porque es cierto que no alcanza con comprender el mundo sin transformarlo, pero peor es intentar transformarlo sin comprenderlo, y peor aun hacerlo creyendo que se es más marxista haciéndolo, y con mayores probabilidades de éxito por ello. Nada más funesto que esta reflexión burra de algunas ventajas de la práctica política francesa sobre la reflexión abstracta de la ‘ideología alemana’ sin entender a fondo a Marx.   El nudo marxista más profundo Al interior de la polémica sobre la diversidad y variedad de la obra de Marx, merece destaque la discusión sobre la unidad profunda o la diferenciación en etapas evolutivas de su pensamiento. Una de las interpretaciones es que la unidad sería más importante que su variedad, y que el primer volumen de El capital viene a ser el leit motiv de su obra: el análisis y el cambio de la realidad histórica desde un materialismo que no sea el mecánico de los siglos XVIII y XIX, pero sí desde una dialéctica que exprese una evolución desde sujetos históricos y no desde idealismos espirituales. Viene a ser una dialéctica sintética entre materialismo e idealismo, que se esboza ya en su tesis de doctorado sobre Demócrito y Epicuro, pero que se plantea en la Crítica de la fenomenología del espíritu, en Tesis sobre Feuerbach y en La sagrada familia; se desarrolla de modo aplicado en los textos de Grundrisse; y tiene su versión más aterrizada en el primer volumen que estamos homenajeando. El aterrizaje del análisis es fundamental para Marx, porque la teoría es una construcción grandiosa en sí misma, pero que debe ser funcional a la práctica, su verdadero test. Por eso llama “elevarse hacia lo concreto” al proceso por el cual la teoría, las categorías del entendimiento kantianas, debe ser aplicada a la práctica. Ni las categorías ni la actividad de su establecimiento son más valiosas para él que la práctica. Muy hegelianamente, la reabsorción de la práctica ‘en-sí’, en un ‘en-sí-para-sí’ comprensivo de su lugar en la historia, es un momento superior al de la mera creación de las categorías y al de la práctica sin esos insumos teóricos. Ese tan difícil como apasionante trayecto proporciona la unidad profunda de su obra, desde 1840 hasta 1867, lo último que pudo hacer antes de su muerte.   El desarrollo del leit motiv La oposición entre el materialismo de Demócrito y el desprecio por la materialidad, asumiéndola, pero superándola, sin negarla como lo hacen el neoplatonismo o el plotinismo-agustiniano (también podría verse, en la historia filosófico religiosa, en la oposición hinduismo-budismo) es la primera etapa en esa búsqueda, en la que elige el imaginario teórico abstracto de la dialéctica como preferible interpretativamente frente a la cosmovisión cíclica del mundo (visión arcaica mítico mágica), a una visión de degeneración histórica ascéticamente reconquistable (Plotino-San Agustín), de progresividad simple (idea del progreso iluminista), y naturalista, como la del materialismo mecánico, que les quita protagonismo a los sujetos históricos (primera de las Tesis sobre Feuerbach). Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, La sagrada familia y Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política) abundan en esta preferencia por la dialéctica como modelo imaginativo del devenir, como descripción fenoménica alternativa a la hegeliana, y como modelo de enunciación de una alternativa como insumo de la práctica revolucionaria negadora, antitética. La postulación del proletariado como antítesis negadora, por primera vez universal, de la tesis capitalista explotadora, la elabora en Sobre la cuestión judía y en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, brillantemente vulgarizada en el célebre Manifiesto del Partido Comunista. En el último capítulo inconcluso de Grundrisse parece encontrar esa solución tan buscada para la obtención de una dialéctica sintética de materialismo  e idealismo. Pero sólo y recién en el primer capítulo del primer volumen de El capital, eligiendo el concepto de ‘mercancía’ como arranque conceptual y descriptivo del modo de producción capitalista, parece quedar mínimamente satisfecho con una tentativa que no sea cíclica, ni materialista mecánica, ni dialéctica idealista ni linealmente progresiva; y con una descripción y exposición adecuadas de ese modelo sintético de superación histórica. Sin pretender desarrollarlo por ser filosóficamente muy abstruso y requerir un espacio mayor que el de una columna, de todos modos dejamos constancia de estas tan cruciales cosas en los 150 años de la edición del primer volumen de El capital, la forma más acabada de su dialéctica aplicada, también analíticamente utilizada en los dos volúmenes posteriores, pero concretada en su hallazgo teórico central con la elección del concepto actualizado de ‘mercancía’ (aristotélico), del primer capítulo, sugerido ya en Grundrisse (capítulo final inconcluso).

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO