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30 años del fallecimiento de Wilson

Una película con final abierto

Por Alberto Grille.

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Hay actos o conmemoraciones que hablan mucho más de la historia y de los programas de un partido político que varios seminarios dedicados a su trayectoria o un estudio de sus programas. Si un politólogo finlandés o ucraniano, sin conocimientos previos de nuestra historia reciente -territorio en disputa nada menos que con Julio María Sanguinetti, que debemos rescatar por homenaje a la verdad histórica y a nuestros muertos y desaparecidos-, hubiera recalado en marzo en Uruguay, se hubiera marchado de esta tierra con la clara convicción de que Wilson Ferreira Aldunate es (como termina siendo en la realidad) una de las principales figuras del Frente Amplio. Hasta diciembre de 1976 yo no conocía a Wilson. Yo me había fugado de la prisión en los primeros días de junio y había permanecido asilado en la Embajada de Venezuela en Montevideo, en donde unas semanas después fuera secuestrada la maestra Susana Pintos. En setiembre, quienes estábamos en esa condición de asilados, recibimos un salvoconducto que nos permitió volar a Caracas, donde un grupo de exiliados uruguayos frenteamplistas empezaban a organizarse en torno al ingeniero Óscar Maggiolo, quien había sido destituido como rector de nuestra Universidad de la República. Con Maggiolo acordamos buscar a Wilson por el mundo, sin tener mucha idea de donde se había radicado, con el propósito de organizar en el teatro Las Palmas de la capital de Venezuela un acto del Frente Amplio y el Partido Nacional que diera continuidad al acuerdo que se había firmado entre Wilson y Seregni en las vísperas de la dictadura. Al final lo ubicamos en Londres y hablé con Wilson, invitándolo a que fuese orador en ese acto. Creo -no me acuerdo bien de la fecha- que el mitin se hizo en los últimos días de noviembre y el teatro estaba colmado de uruguayos. Wilson y Maggiolo hablaron en el acto y ambos transmitieron en sus palabras un mensaje de unidad, patriotismo y esperanza. Esos días conversamos mucho con Wilson,  Maggiolo, Jorge Irisity, Isaura y Susana, las esposas de Maggiolo y de Wilson, y algunos de los uruguayos que formaban el Comité del Frente Amplio, en especial Elina Pilchik y Nelly Barrios. Después me encontré con Wilson muchas veces: en México, con Diego Achard y Luis Echave; en Quito, jugando al truco con Manuel Capella, Zitarrosa y Renzo Pi en la casa del famoso pintor Oswaldo Guayasamín; en Washington, con Juan Raúl, cuando hizo una presentación en una comisión del Congreso de Estados Unidos; en La Paz, en la asunción del presidente Siles Suazo; en Río de Janeiro, en la casa del gobernador Leonel Brizola, donde compartimos una noche con don José Pedro Cardoso y Manuel Flores Silva; y en Buenos Aires, donde organicé unos encuentros clandestinos entre Wilson y Rodney Arismendi. Digo esto porque creo que conocí bastante a Wilson Ferreira, al menos en una parte muy importante de su vida: el exilio. En esos encuentros hablamos de Uruguay, de los blancos, de la estancia, del capataz de la misma que había recibido con un rebenque en la mano al coronel Silva Ledesma cuando fue a embargarla, de Juan Raúl y de su vida en Washington, de la belleza, la simpatía y la inteligencia de Montserrat, la secretaria de Juan, de Carlos Julio y el triunvirato, de su cariño por Fernando Oliú, Alembret Vaz y Pivel Devoto, de la vida en el campo, del herrerismo y los blancos baratos, de los votos que se habían escapado del Cilindro igual que yo y de cómo le habían estafado las elecciones del 71. También me hablaba de la necesidad de instaurar un balotaje para unir a los blancos con el Frente Amplio, del programa “Nuestro compromiso con usted”, de Cuba, de Edward Kennedy, de los colorados y su participación en todos los golpes de Estado, de la reforma agraria, del Banco República, de su inmensa tristeza por los asesinatos de Zelmar y el Toba en Buenos Aires, del miedo que sentía por la vida de Juan Raúl y Susana, de su amado Nacional, de su aprecio por Enrique Rodríguez, el senador del Partido Comunista. Con todos estos recuerdos, fui a los dos  homenajes que se tributaron en el 30º aniversario de su fallecimiento. Curiosamente, el Partido Nacional, al que perteneció, no le brindó el homenaje de la tradicional liturgia en el cementerio a las 11 de la mañana, con presencia del Directorio y los candidatos, el cual se otorga hasta a la increíble “Comisión Permanente de Homenaje al General Mario Óscar Aguerrondo” y a otros oscuros personajes que deberían avergonzar a dicha colectividad. Tampoco se realizó la más que anunciada misa en la Catedral Metropolitana, que iba a presidir el correligionario cardenal Daniel Sturla. Todo indica que la maldición de los Lacalle Herrera y Lacalle Pou es implacable: como bien dice el Cuqui en la película de Mateo Gutiérrez, en la que reconoce, con dolor, que “Wilson era el centro de todo”. Además,  el Cuqui se lamenta de que Wilson quería cambios como la reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, defendía a las empresas públicas y al BROU, y eso el clan de Mones Roses y La Tahona no puede perdonarlo. Lo que sí hubo fue sesión solemne de la Asamblea General convocada por su presidenta, la senadora Lucía Topolansky, y el presidente de la Cámara de Diputados, Jorge Gandini, en la que la principal presencia, la más comentada, fue la del presidente de la República, Tabaré Vázquez, que estuvo acompañado por dos expresidentes: José Pepe Mujica y Julio María Sanguinetti. Sanguinetti se ligó con dignidad el primer sopapo, ya que un legislador recordó en su discurso que “Wilson dijo que él nunca hubiera aceptado una victoria electoral conseguida metiendo preso a un adversario”, lo que motivó el primer gran aplauso que abarcó todas las barras, pero, fiel a sus códigos, lo soportó con una enorme sonrisa. Sólo le faltó saludar. Huelga decir que Lacalle viejo no fue al homenaje (el único expresidente que no asistió) y que Lacalle chico -esto le queda todavía mejor que Pompita– no habló y se pasó toda la sesión malhumorado, peinándose los escasos pelos teñidos que le quedan. Eso sí, cometió la ordinariez de esperar que se retirara el presidente Vázquez para ir a saludar a Sanguinetti -el que clavó a su papá publicando todas las denuncias contra él sobre los bancos gestionados y otras yerbas en sus revistas Tres y Posdata– y colgarse de él un buen rato. Así son los Lacalle y no van a cambiar. En la Asamblea General, los discursos más destacados fueron el del senador emepepista Ruben Martínez Huelmo (que proviene del wilsonismo, como tantos dirigentes y militantes del Frente Amplio), que se refirió al sentido y contenidos profundos de la legendaria Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), en la que Wilson concibió y elaboró su proyecto de reforma agraria, y al programa wilsonista de 1971, “Nuestro compromiso con usted”, cuya total vigencia defendió. Javier García, que habló por el herrero-aguerrondo-lacallismo, no defendió el programa de Wilson, pero la gran nota la dio el “wilsonista” Jorge Gandini, cuyo movimiento se llama “Por la Patria” que dijo nada menos que esto: “’Nuestro compromiso con usted’ es un libro de historia, es la respuesta política de ideas para aquel tiempo. Buena parte de lo que propuso se quedó en otro país, en otro mundo […]”. A confesión de partes, relevo de pruebas. Como dice Juan Raúl Ferreira, no hay wilsonismo en el Partido Nacional ni lugar para él: lo confirma nada menos que Jorge Gandini. Cosa Juzgada.   El otro homenaje Pero, sin duda, el homenaje más impresionante fue el que se le tributó en el Centro Cultural Museo de la Memoria (MUME), museo dedicado a la recuperación de la memoria sobre el terrorismo de Estado y la lucha contra la dictadura uruguaya del período comprendido entre 1973 y 1985. Allí, en medio de una multitud de personalidades frenteamplistas, se presentó a las 17.30 un libro llamado Memorias de una vida por la democracia, en el que un equipo de trabajo supervisado e integrado por Juan Raúl Ferreira, hijo del caudillo blanco, recogió cartas y diversos textos de Wilson. Hubo también una mesa redonda en la que disertaron Juan Raúl y el historiador Jaime Yaffé. Seguramente, como ocurre con todos los líderes, muchas posiciones de Wilson pueden ser objeto de debate. Lo que absolutamente nadie puede discutir es que, como lo prometió en la última sesión del Senado minutos antes de la disolución de las cámaras aquel nefasto 27 de junio de 1973, fue un enemigo irreconciliable de la dictadura. El periodista Samuel Blixen, que tuvo acceso al libro, recordó en Brecha un tramo de una carta fechada en Londres, dirigida a Carlos Julio Pereyra, en la que Ferreira hace una especie de rendición de cuentas de las actividades desplegadas en Estados Unidos en los últimos meses de 1977: “Como verás, por los papeles adjuntos, me he andado moviendo por ahí haciendo a la dictadura todo el daño que a mi alcance está”. Fue Wilson quién logró que el Senado de EEUU aprobara el embargo en la venta de armas a Uruguay a partir de un planteo del senador demócrata Edward Koch, luego tres veces alcalde del estado de Nueva York. Entonces, los luchadores contra la dictadura no le preguntaban a nadie el color de su bandera. Y el caudillo blanco fue uno los defensores de esa idea. “No hay adversarios entre los compatriotas que luchan contra un único y común enemigo como lo es la dictadura”, decía en uno de aquellos casetes que llegaban a Uruguay y eran un hálito de esperanza y ánimo para continuar peleando contra la dictadura. Sin duda, es muy fuerte que se homenajee a Wilson, impulsor de la Ley de Caducidad, que creyó equivocadamente que solucionaría la gravísima crisis institucional que atravesaba la República en diciembre de 1986, cuando el teniente general Medina, comandante en jefe de Sanguinetti, dijo que tenía las citaciones judiciales a los violadores de derechos humanos en su caja fuerte y que no las entregaría sin ser sancionado por el gobierno. Cierto que convirtió la propuesta sanguinettista de “amnistía total” (amnesis, extinción de todos los delitos) en una ley que dejaba en su artículo 4º la potestad presidencial de enviar las acusaciones a la Justicia, posibilidad que sólo utilizó Tabaré Vázquez, quien a su amparo pudo proceder de tal modo que terminaron presos el exdictador Juan María Bordaberry, el excanciller Juan Carlos Blanco y varios militares genocidas. Se hizo por ese artículo. Juan Raúl, quien se arrepiente públicamente de haber votado como senador esa ley, afirma que se votó creyendo que Wilson sería el presidente que la administraría, y que, al amparo del artículo 4°, se procedería a procesar a los criminales como hizo la fiscal Mirtha Guianze cuando procesó, en plena vigencia de la ley, a civiles y militares. “Se votó ante un riesgo institucional que nos vendió el presidente Sanguinetti. Grave error, tremendo error, del que me hago cargo”, dijo Juan Raúl esa noche. Wilson hoy tiene una fenomenal película hecha por Mateo Gutiérrez, (hay que pensar que si se hicieran películas sobre algunos capitostes que nombramos, seguramente serían filmes de ladrones, policías y mafiosos al estilo El Padrino). Pero el más sentido homenaje se lo rindieron sin duda esa noche los militantes de la fuerza política que más sufrió la dictadura, el Frente Amplio, el mismo partido que durante su gobierno le puso el nombre de Wilson Ferreira Aldunate al tramo de la ruta 102 que llamamos perimetral y al edificio de la Corporación Nacional para el Desarrollo. Acaso no debe haber habido mayor satisfacción en el viejo caudillo cuyo partido ya no lo reconoce. Es más, me temo que si quien preside el Senado no hubiera sido una vicepresidenta frenteamplista, nunca la Asamblea General hubiera sido convocada para homenajear a Wilson.  

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