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Nuevos métodos, mismos fines

Venezuela y las revoluciones de colores

El proceso que se está viviendo en Venezuela desde el inicio del período chavista coincide con las conocidas como “revoluciones de colores”, método de injerencia empleado por Washington en Europa Oriental y Oriente Medio tras el fin de la Guerra Fría.

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Por Manuel González Ayestarán

  Países como Honduras, Guatemala, Perú o Paraguay llevan décadas presentando tasas de pobreza, desigualdad y conflictividad social alarmantes. Los dos primeros son famosos por la gran cantidad de activistas sociales, sindicalistas y defensores de los derechos humanos opositores al gobierno que son asesinados cada año. Sin embargo, en ellos no tienen lugar los movimientos de protesta organizada que se llevan viendo en Venezuela desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999. Sus gobiernos tampoco están en la mira de instituciones internacionales como la Organización de Estados Americanos (OEA), y la mayoría de ciudadanos europeos es incapaz de nombrar a ninguno de sus presidentes, ya que los grandes medios de comunicación no tienen interés en incluirlos en su relatos. Sin embargo, en Venezuela se ha formado un movimiento opositor reconocido y apoyado desde sus inicios por el establishment mediático internacional, que paradójicamente ha coincidido con la década de crecimiento económico experimentada por el país entre 2002 y 2012. Durante el período en el que se formó esta corriente contraria al chavismo, las medidas sociales llevadas a cabo por el gobierno progresista llevaron a un descenso de la pobreza extrema de 21,7 por ciento a 9,8 por ciento entre 1999 y 2013 y de la pobreza general de 49 por ciento a 32 por ciento en el mismo período. A su vez, derechos básicos como la educación, la sanidad o la vivienda eran expandidos mientras los medios de comunicación privados mostraban protestas en las calles protagonizadas esencialmente por individuos provenientes de estratos medios y altos de la población. Así, mientras los sindicatos y las organizaciones sociales de países como Honduras o Colombia llevan décadas tratando de organizar una oposición efectiva a sus gobiernos entre persecuciones, amenazas y crímenes, sin gozar apenas de espacio en los grandes medios de comunicación internacionales, los opositores venezolanos han pervivido durante más de una década amenazando la estabilidad del gobierno sin contar con apoyo significativo entre las clases populares hasta la actualidad. Si bien la situación desde el inicio de la crisis económica de 2013 los favorece debido a la pérdida por parte del gobierno de gran parte de sus bases sociales, resultan llamativos los recursos y el sustento internacional del que han gozado los antichavistas en el pasado. Ejemplo de esto es el amplio reconocimiento internacional que hoy tiene la líder de Voluntad Popular y esposa de Leopoldo López, Lilian Tintori, debido a sus giras internacionales y el favor de los grandes grupos de comunicación occidentales, en contraste con una activista desconocida como Olivia Zúñiga, hija de la fallecida Berta Cáceres (líder del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras), la cual lleva más de un año denunciando implicaciones gubernamentales en el asesinato de su madre, organizado presuntamente por una empresa energética favorecida por el Estado. Esta diferencia se explica por el carácter vertical que desde el principio rigió al movimiento opositor venezolano, el cual fue impulsado desde sus inicios por las oligarquías tradicionales del país, las cuales carecían del apoyo de la mayoría de la clase trabajadora. Por el contrario, eran promovidos por sectores de la patronal, de la iglesia, y por sectores políticos herederos del puntofijismo, favorables a Washington. A su vez, desarrollaron un movimiento estudiantil compuesto de universidades y colegios privados, así como de sectores de la universidad pública que siempre permanecieron pasivos durante los momentos más álgidos de la lucha estudiantil histórica contra el puntofijismo. En este sentido, el caso de Venezuela encaja en gran medida con los esquemas de las conocidas como “revoluciones de colores”.   Revolución de las elites Desde el fin de la Guerra Fría los métodos de intervención de Estados Unidos (EEUU) cambiaron. La financiación directa de golpes militares fue sustituida por métodos más sofisticados de injerencia y desestabilización a través del ámbito civil. Así nacieron las revoluciones de colores, procesos políticos de protesta en favor de la hegemonía neoliberal occidental que se empezaron a ver en países y territorios pos-URSS desde finales del siglo XX. Posteriormente se expandieron al mundo árabe, teniendo como denominador común el apoyo brindado a los manifestantes e insurrectos por las grandes potencias aliadas de EEUU. La mayoría de estos procesos adquirieron nombres relacionados con colores, como la Revolución de las Rosas (Georgia, 2003), Revolución Naranja (Ucrania, 2004) o Revolución de los Tulipanes (Kirguistán, 2005). Sin embargo, posteriormente se han multiplicado en diversas latitudes de Europa oriental y Oriente próximo, siendo identificados más de 20 procesos que siguen este tipo de dinámicas en las últimas décadas, aunque ya no compartan los colores como nomenclatura. En los casos en los que las revueltas resultaron triunfantes, las fuerzas políticas que apoyaban al gobernante derrocado fueron marginadas (cuando no perseguidas) por los nuevos gobiernos de cada territorio, los cuales coincidieron en implementar políticas neoliberales aperturistas a medida de las necesidades del capital monopolista occidental. Esto ha derivado en contextos de fragmentación sociopolítica y en estallidos de nuevos conflictos y de movimientos separatistas en estos territorios. Ucrania, Libia o Siria son los ejemplos más recientes. El modus operandi seguido por los impulsores de estos procesos está recogido en la obra De la dictadura a la democracia, escrita en 1993 por el filósofo y escritor estadounidense Gene Sharp y publicada por el Instituto Albert Einstein (IAE), del cual es fundador. Esta institución está alineada y respaldada por organizaciones ligadas a Washington, como la Freedom House o la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), mediante las cuales el gobierno estadounidense interviene en el tejido de los diferentes países en los que actúa, financiando, organizando y capacitando a sectores de la sociedad civil favorables a su hegemonía. Entre las acciones principales de esta organización está el diseño de campañas propagandísticas, la formación de activistas y la asesoría en métodos de insurrección y desestabilización mediante conferencias, cursos, etcétera. Figuras como Srda Popovic, quien fue líder del movimiento estudiantil serbio Otpor! contra con el gobierno de Slovodan Milosevic, obtuvo formación a cargo del IAE. Tras el éxito de la Revolución de los Bulldozers, Popovich se hizo famoso realizando charlas y formaciones de activistas prooccidentales en numerosos países. Entre sus alumnos han estado integrantes del movimiento estudiantil venezolano, según él mismo ha reconocido en entrevistas. El método de acción descrito en la obra de Sharp propone un proceso de desestabilización basado en diversas formas de lucha no violenta, desobediencia civil milimétricamente organizada y en el necesario apoyo de gobiernos e instituciones extranjeras. El objetivo de este tipo de estrategia, según Sharp, es que el gobierno a derrocar pierda “la capacidad de controlar los procesos económicos, sociales y políticos del gobierno y la sociedad. Las fuerzas militares del adversario pueden volverse tan poco confiables que ya simplemente no obedezcan las órdenes de reprimir a […] la resistencia”. Para el líder de la IAE, el sujeto revolucionario de su método de insurrección son “los demócratas”, término que engloba tanto a trabajadores como empresarios, estudiantes e incluso banqueros. Sus métodos de acción se dividen en cuatro formas de lucha no violenta: protesta, persuasión, no cooperación e intervención. Estas categorías engloban métodos como manifestaciones y marchas, huelgas (tanto de trabajadores como de empresarios), boicots de consumo y de suministros, obstrucciones no violentas, ocupación de lugares públicos y establecimiento de gobiernos paralelos, entre otras. No obstante, en su texto, Sharp señala que en determinados casos puede ser necesaria la violencia contra la dictadura, siempre buscando reducir cuanto posible el número de víctimas. Por otro lado, otra estrategia clave a desarrollar de forma paralela a las citadas es el llamamiento a la acción extranjera. “Las presiones internacionales pueden ser muy útiles cuando apoyan un poderoso movimiento de resistencia interna. Entonces, por ejemplo, el boicot económico internacional, los embargos, la ruptura de relaciones diplomáticas, la expulsión del gobierno de organizaciones internacionales, la condena del mismo por alguno de los cuerpos de las Naciones Unidas y otros pasos semejantes, pueden contribuir grandemente”, reza el texto. Por último, el autor se refiere al papel de las fuerzas armadas en el derrocamiento final de la autoridad represora. En este sentido, Sharp insta a buscar la división en el seno de los cuerpos militares con llamadas al amotinamiento y a un eventual golpe de Estado final que derroque al gobierno en caso de que “los demócratas” no lo hayan logrado antes.   Gene Sharp en Venezuela “Nuestra estrategia está basada en los postulados del Dr. Gene Sharp –y el Albert Einstein Institute de Boston – y, en especial, en su ensayo titulado De la dictadura a da democracia”, reconoce en su página web Robert Alonso, militante ultraderechista venezolano de origen cubano y principal ideólogo del método insurreccional de la guarimba en Venezuela. Alonso es el fundador del Movimiento de Recuperación Radical, y en su página web afirma haber luchado “contra el castro-estalinismo internacional, participando, activamente en diversos países del mundo, como Afganistán, Camboya, Vietnam, Angola, Granada, Chile, Nicaragua, entre otros”. En este sentido, analizando el proceso venezolano, cualquier observador puede relacionar la teoría de Sharp con la metodología seguida por la oposición de este país durante los últimos años. Desde la retórica empleada por sus líderes refiriéndose en todo momento al gobierno bolivariano como “dictadura”, hasta las estrategias de acción basadas en el boicot empresarial, la instrumentalización de la OEA o las llamadas a la “rebelión” del ejército coinciden paso por paso con el manual de lucha no violenta del pensador estadounidense. En este sentido, desde el inicio del período chavista, la acción de la burguesía venezolana, apoyada en el movimiento estudiantil y en las formaciones políticas derechistas, ha dirigido su actuación a dificultar el control del gobierno sobre los recursos económicos y a obstruir la gobernabilidad del país. En el extremo de estas prácticas, la derecha empleó el mencionado método violento de la guarimba, cuyas consecuencias llevaron al encarcelamiento del líder de Voluntad Popular, Leopoldo López. Por otro lado, desde 2007 se promovió el movimiento estudiantil como germen del movimiento de opositor en las calles. Muchos de sus líderes, como Juan Andrés Mejía, Yon Goicoechea o Stalin González, lideran hoy partidos como Voluntad Popular o Un nuevo Tiempo. En muchas de sus manifestaciones pudo verse el emblema del mencionado movimiento serbio Otpor!, consistente en un puño cerrado dentro de un círculo. Este símbolo fue reciclado por manifestantes de otras revoluciones de colores en países como Ucrania, Kirguistán, Georgia o Rusia. Esto se debe a la asesoría que brindó el Centro para las Estrategias de No Violencia Aplicada (Canvas), cofundado por Srdja Popovic durante la gestación y desarrollo del Movimiento Estudiantil Venezolano. Durante los últimos años, la llegada de la crisis económica para los gobiernos latinoamericanos y la pérdida de espacio de hegemonía progresista en gigantes como Brasil y Argentina han sido convenientemente aprovechadas por la oposición. En este sentido, les ha permitido aprovechar el nuevo equilibrio regional con la derecha en ascenso para solicitar medidas de sanción y aislamiento en organismos internacionales como la OEA, tal cual se indica en el manual de Sharp. En este sentido, la repentina militancia del secretario general de la OEA, Luis Almagro, en favor de la derecha venezolana conecta directamente con la estrategia de Instituto Albert Einstein de apoyo al movimiento interno desde el exterior. Por otro lado, durante los últimos meses han proliferado las llamadas a la rebelión y división del ejército por los principales líderes opositores. Tanto el dirigente de Primero Justicia, Henrique Capriles, como sus homólogos de Voluntad Popular, Leopoldo López y Lilian Tintori, han realizado llamamientos a la sublevación militar. Esto es recomendado por el propio Sharp en caso de que la “resistencia civil” no pueda apartar del poder por sí misma al “dictador”. Así, en un período en el que la memoria del Plan Cóndor y de las operaciones militares llevadas a cabo por EEUU durante la Guerra Fría continúan vivas, Washington se recicla adaptando a estos tiempos sus nuevos mecanismos de injerencia en favor de los intereses económicos de sus elites.

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