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Viaje al centro del problema electoral

Por Rafael Bayce.

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Las elecciones intrapartidarias no son ni deben ser tomadas como un indicador próximo de lo que será la votación de las generales de octubre, ni tampoco esta será un índice seguro del balotaje interbloques partidarios de noviembre. Tampoco estas tres instancias electorales a realizarse en 2019 pueden ser tomadas como pronósticos de las departamentales de mayo del 2020, que dependerán de historias político-electorales locales, y de la influencia que marquen las elecciones generales y los macrobloques a nivel nacional. Pero, ojo, tampoco son tan autónomas ni mucho menos independientes de los resultados de las anteriores ni de los agrupamientos añejos y novedosos que se articulen. Arrastran, en todo caso, influencias de instancias e historias grupales, aunque no se puedan reducir simplemente a ellas.

 

Después de las internas

El voto voluntario en las elecciones internas intrapartidarias, clave para interpretar los resultados electorales de junio, es gruesamente de cuatro tipos: el decisorio (de quien se ve tentado a ‘hacer diferencia’ en un final incierto, como algunos votos blancos), el militante (marca adhesión a un macroperfil ideológico, como es el caso de Cabildo Abierto), el testimonial (no le importa tanto decidir sino expresar valores mediante concurrencia y sufragio, como se da en la adhesión a precandidatos en el Frente Amplio), y por último el cómodo (el que se siente bien influyendo con su preferencia o su aporte al ‘mal menor’).

La atracción del voto como parte de la decisión entre candidaturas intensamente disputadas, identificable como a mayor proximidad de pronósticos y a mayor rivalidad entre candidatos intrapartidarios, mayor probabilidad de presencia en las urnas, sirve para interpretar que la interna blanca debe haber atraído más que la interna frentista, que jugó a ‘paz y amor’ entre los precandidatos, sin recalcar tanto las diferencias como lo hicieron -y hasta excesivamente, como es tradición- los nacionalistas. Aunque con intensidad menor, la disputa Talvi-Sanguinetti siguió en orden de atractivo a la de los blancos, motivando también a muchos electores a concurrir a una instancia de sufragio no obligatorio, que a priori solo llamaría a militantes, testimoniales y partícipes en una decisión supuestamente reñida.

La táctica electoral frentista, en cambio, intentó desteñir distancias y remarcar macrounidad por sobre la instancia que llevaba a pluralizar la oferta, en una tentativa por evitar fugas electorales posteriores que pudieran ser cicatrices de heridas originadas en el marcaje de perfiles de las internas. El Frente Amplio ya está, y en cierto sentido estratégico, acertadamente, subrayando la búsqueda de la mantención del caudal electoral anterior, y los regresos del voto ‘golondrina’ y del voto propio desilusionado.

Los partidos menores, como era de esperar, no atrajeron particularmente el voto. Todos ellos votarán algo mejor en octubre, excepto Cabildo Abierto, de la derecha más conservadora rabiosa y posiblemente golpista, que puede haberse manifestado ya en toda su magnitud, o puede aún atraer a otros radicales o encandilados por el impacto de la aparición pública del grupo.

 

El blues del Frente Amplio

El Frente Amplio, si busca mejorar su desempeño, deberá anclarse en su voto militante, distribuido entre fracciones y bloques, y ya presente en las internas, y en una fuerte concentración en el recuerdo de lo que le ha aportado a la ciudadanía durante la bonanza externa e interna. También deberá insistir en el contraste entre lo efectivamente hecho por el Frente Amplio, pero no hecho en su momento por parte de quienes lo critican, en especial blancos y colorados, exgobernantes. Y,  no menor, deberá conformar una fórmula que pueda mejorar en noviembre lo que pueda conseguir en octubre.

En este sentido, Daniel Martínez, previendo su éxito electoral interno y el balotaje de noviembre, ha priorizado desde hace mucho la no radicalidad de sus mensajes y propuestas, así como sus posicionamientos sobre política internacional y otros temas. Es un ejemplo claro de la dudosa estrategia de ‘centrificación’ de la izquierda, que ha tenido su éxito electoral, pero que tiene ‘techos’ cada vez más bajos en tanto que no solo pierde cada vez más por izquierda, sino que convence cada vez menos, disfrazado de centro, que los más naturalmente centristas, que, a la larga, son preferidos como más auténticos en ese lugar del espectro y de los discursos.

El peligro de esta estrategia es que para votar centro o centro-derecha, es probable que se vote a los ‘naturalmente tales’ y no a los disfrazados de ello. Por lo tanto, en la medida que la búsqueda de dominación política por la vía electoral en la sociedad política no se ha visto acompañada de intentos de construir una hegemonía ideológica de izquierda en la sociedad civil, la persecución progresiva del centro está pagando el precio de la sospecha de su inautenticidad, el precio de la aprobación de políticas centristas que hagan creíble el disfraz de centro intentado, y el precio de la separación de las izquierdas tradicionales, clásicas y ortodoxas.

El Frente Amplio corre el peligro de aparecer como una izquierda arrinconada por las centro-derechas, que puede llegar a implementar contenidos deseados por sus rivales en el intento, condenándose así a la profecía autocumplida de su corrimiento retórico al centro, acompañado del corrimiento en las políticas, por ejemplo, en el terreno de la seguridad pública.

Jean Baudrillard tenía muchas y preclaras razones, ya en 1974, para pronosticar este accionar de harakiri en el largo plazo de las izquierdas, y su implementación de los objetivos de sus enemigos en el intento de derrotarlos electoralmente, carrera por sillones vacíos de contenido y condenados a perder con los auténticos centro-derechistas, votados por una sociedad civil colonizada crecientemente por un imaginario consumista y cholulo implacable, que hace cada vez más difícil la construcción de un imaginario contracultural que pueda sustentar políticas sustantivas y posiciones retóricas diversas a las globalmente hegemónicas.

Si agregamos el costo adicional de todos los desilusionados por esa evolución, y el costo de todos los que esperaban más redistribución y más castigos impositivos a la riqueza y a los sectores financieros e inversores transnacionales, a los estratos altos de las élites y oligarquías nacionales e internacionales, tendremos un panorama amplio de los problemas electorales que el Frente Amplio enfrenta en una elección en que el centro-derecha ha apostado más fuerte por su regreso, apoyado en el fin de las bonanzas nacionales e internacionales, que les permiten atribuir enlentecimientos redistribucionistas y detenciones productivas a productos de ineficacia y corrupción gubernamentales de las izquierdas.

 

La fórmula frenteamplista

La gran pregunta a hacerse sobre posibles escenarios electorales es hasta qué punto las competencias internas y sus resultados intrapartidarios deben constituir o no una guía para la confección de fórmulas interpartidarias para octubre y de alternativas transpartidarias para el balotaje de noviembre.

Difícil asunto para los tres principales partidos y en especial para el Frente Amplio, porque las internas no solo preexisten, y a veces largamente, a las elecciones nacionales, sino que colocan límites a la maniobrabilidad político-electoral en el ínterin internas-nacionales. Y, por lo tanto, imponen condiciones prácticas para la conformación de una fórmula político-electoral ideal para el futuro inmediato.

Algo que sucede en la interna del Frente Amplio es que lo que debe secundarizar hoy es justamente esa influencia del arrastre histórico de la interna en instancias ulteriores. La aparente incompatibilidad Martínez-Cosse presentaba el problema de una demasiado obvia fórmula frenteamplista. Se buscaron fórmulas alternativas que demuestran una vez más que el Frente Amplio puede lidiar hábilmente, como lo ha hecho históricamente, con su carácter de coalición plural y variada. Pero ahora la coyuntura exige, por los pequeños márgenes electorales previsibles para noviembre, una predominancia mayor que nunca de los objetivos a perseguir frente a las inercias ideológicas e institucionales a subordinar.

Pero esto recién empieza: si no hacen aceleradamente todas las cosas que hemos ido enumerando, el Frente Amplio está frente a su más profundo abismo electoral, que puede consolidar a una derecha regionalizada y anclada en una hegemonía ideológica del imaginario que será mucho más dura de combatir que nunca, con alguna contrahegemonía que aliente alternativas a futuro. El cierre ontológico neohegeliano que Fukuyama y tantos otros postularon, como máxima probabilidad para el mundo, reforzará su probabilidad si no se intentan todas esas cosas.

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