Ahora sí Danilo Astori lanzó su precandidatura a la presidencia de la República. Lo hizo en un jugoso reportaje en el semanario Búsqueda en el que trazó las líneas rectoras de su propuesta. El ministro de economía y referente del Frente Liber Seregni dejó claro que en el seno del Frente Amplio conviven cada vez con más dificultad dos corrientes políticas que difieren en el análisis de la actualidad nacional, internacional y en los proyectos de futuro. De hecho, sobre una de esas corrientes, afirmó que ni siquiera piensa en el futuro, porque le cuesta mucho. Por si esto fuera poco, le completó el diagnóstico de anacronismo con una formulación lapidaria: “No se puede seguir haciendo política con conceptos muy ancianos”. De sus dichos, para Astori hay una parte de la izquierda que está anclada a conceptos del pasado y, además, no puede pensar en el futuro. En cambio él viene a representar la izquierda que ha actualizado sus ideas y que puede proyectarse en el tiempo. Aunque parece un manifiesto a tono con la demanda extendida de modernidad, en mi opinión es un verdadero laberinto temporal de la descalificación. Con este puntapié inicial, está claro que Astori pretende que la próxima interna de la izquierda dirima algo que no se corresponde con las discrepancias ideológicas, sino con una tensión entre lo ido y lo por venir, entre el futuro y el pasado del pensamiento. Una disputa escolástica de filosofía contra conjetura que tendrá que concretarse en el cenagoso terreno de lo presente y lo real que todos, los cavernícolas y los proyectados, reivindican como una obra propia. A mí me sorprende que un hombre de la inteligencia de Astori arranque la campaña con semejante denostación. De repente fue una forma de responderle a Pepe cuando advirtió que no se podía hacer una campaña hablando de macroeconomía e investment grade. Pero si la cosa tiene otras implicancias, ¿cómo espera el presidenciable convencer a sus compañeros de que él representa una alternativa de gobierno incluyente y unitaria si, de pique, invalida las ideas de los que no piensan como él por antiguos? ¿Es que todos tenemos derecho a preguntarnos si el antiguo no será él? ¿O acaso piensa Danilo que está inventando algo? La alegada actualización que pretende Astori ya la ensayaron en Europa. Laboristas ingleses, socialistas españoles y franceses, entre otros tantos, hace décadas que reformaron sus estatutos y principios sacando cualquier referencia a los pilares ideológicos “antiguos” y así les fue. Se transformaron en fuerzas social liberales, económicamente indistinguibles de la derecha neoliberal, copados por burócratas, sin apoyo de los jóvenes y, a esta altura, sin votos, porque en los últimos años lo perdieron todo. Es que cuando tacharon esas palabritas que tenían escritas en sus estatutos desde principios del siglo veinte, esas consignas que sonaban tan mal según el pensamiento dominante, esas categorías que supuestamente olían a viejo, perdieron el ancla que los sujetaba a esta trinchera de las humanidad y transmutaron en su enemigo. Baste un ejemplo. Casi 40 años atrás, en mayo de 1979, el joven Felipe González le propuso al XXVIII Congreso del PSOE renunciar al marxismo como ideología oficial y acercarse a la socialdemocracia. El congreso lo rechazó y Felipe renunció a asumir la secretaría general, provocando un cisma. En setiembre de 1979 se convocó a un congreso extraordinario, el PSOE abandonó el marxismo y Felipe fue elegido secretario general. Su deriva la conocemos todos. Y no es a la que la mayoría de los frenteamplistas aspiran. No quiero hacer una apología del ideologismo ni “agitar el pañuelo a la tropa solar del manifiesto marxista y la historia del hambre”, como cantaba Silvio, pero ante las reflexiones de Danilo es fundamental advertir que el mayor peligro de la actualización es la renuncia. Primero parece que es un canto a la modernidad, un llamamiento a la “evolución hacia conceptos que están más cerca de lo que está reclamando hoy el mundo actual”, como explica Astori al periodista de Búsqueda, pero luego, cuando se extingue ese prolegómeno de tecnomodernismo primaveral, lo que se viene es el abandono de los fundamentos últimos de la izquierda. Y lo que prosigue es el fracaso. Pero un fracaso mucho más grave que el que puede resultar de perder una elección, porque es el fracaso asociado a la frustración de un proyecto histórico por walkover, dejando a millares o millones de personas sin representación, sin organización, sin proyecto, huérfanos de un relato histórico y anémicos de esperanza. El Frente Amplio, como toda formación política que se precie de no ser apenas un testimonio, debe constantemente actualizar sus propuestas a los tiempos que corren, pero de ningún modo debe sepultar sus presupuestos ideológicos con argumentos ridículos de temporalidad, como si la izquierda y, en particular, la izquierda de raigambre marxista no haya sido fundada en el propósito histórico de construir una sociedad sin explotados ni explotadores, sin el flagelo de la desigualdad, que está tan lejos de haber sido concretada como de ser una quimera irrealizable y, menos aun, inadmisible. La bandera estratégica de una sociedad nueva y la conducta táctica de dar pasitos que nos acerquen a ese territorio de la utopía son justamente los pilares fundamentales de la magnífica herramienta casi cincuentenaria que es el Frente Amplio. Ningún proyecto actualizador debe perder de vista ese pasado, esa ancianidad sin la cual el futuro ni es posible ni tiene sentido. Me agarro de Silvio una vez más: “El sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes”.
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