por Leonardo Borges
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Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Uruguay se encuentra en el puesto diez en América en consumo de alcohol “puro”. Este número -obviamente tiene relación con el alcohol denominado “puro”- intenta unificar el cálculo del consumo de alcohol por fuera de las bebidas. Ese sitio de Uruguay en el ranking cambia estrepitosamente cuando de una de las bebidas hablamos: el vino. Allí, los uruguayos logramos el primer lugar en Latinoamérica. La relación de los uruguayos y el vino es antigua y relacionada con el suelo y con el clima. El sitio en el que nos encontramos -nuestra latitud y longitud en el globo- que define nuestro clima, también define nuestros vinos. Esos vinos -relacionados indefectiblemente con la inmigración- se han desarrollado de forma vertiginosa en los últimos 30 años, pero descienden de antiguas familias. La historia del vino está relacionada indefectiblemente con dos apellidos indispensables: Vidiella y Harriague. Un sorbo de historia El 25 de febrero de 1883 se llevó adelante la primera vendimia de la granja Vidiella, la fiesta era completa, las cepas por las que tanto había trabajado estaban dando frutos. Por aquellos años tenía aradas más de 30 cuadras, con más de 120.000 viñas. Francisco Vidiella había nacido en 1820 en Montroig, provincia de Tarragona, en Cataluña. Arribó a Uruguay en 1837 con sus padres y hermanos. Se estableció en Salto, donde levantaron una pulpería. A la edad de 37 años llegó a Montevideo y fundó la empresa Vidiella y Cía., con la que amasó una considerable fortuna vendiendo boletos de lotería. En 1873 viajó a Europa, desde donde trajo cepas de vid que intentó aclimatar a nuestro suelo. Experimentó un largo tiempo en su granja en Villa Colón, no cejó un segundo durante siete años y llegó a plantar 8.000 cepas. Finalmente, tras un arduo trabajo, comenzó la fabricación de vino de la uva bautizada como “uva Vidiella”. Este emprendedor fue premiado por el gobierno de Máximo Santos y además recibió una condecoración del rey de España. Estos eran tiempos de grandes emprendimientos, todo estaba por hacerse en aquel joven Uruguay. Otro de los considerados fundadores de la vitivinicultura en Uruguay fue Pascual Harriague. Nacido en el País Vasco, en Hasparren, en 1819, llegó al país en 1836, un año antes que Vidiella. Sus inicios fueron muy humildes, siendo peón rural en un principio, pasando luego al trabajo de curtiembre, y más tarde trabajó en la extracción de piedras preciosas. Amasó una considerable suma, con la que inició su negocio, un establecimiento agropecuario bautizado como La Caballada, en Salto. Investigó también con la aclimatación de las uvas, siendo el que introdujo la cepa Tannat, hoy clave para el desarrollo vitivinícola de Uruguay. Más tarde adquirió una chacra en San Antonio Chico, donde plantó 35 hectáreas de uva y, ya para 1887, poseía varias bodegas, convirtiéndose en uno de los más importantes en ese rubro. Al igual que Vidiella, Harriague fue premiado por el gobierno de Máximo Tajes, sucesor de Santos. Durante su viaje a Francia, falleció en París de manera inesperada en 1894. Estos dos personajes forman parte de la historia del Uruguay pujante, de inmigrantes y orientales. Vidiella, por su parte, falleció en febrero de 1884. Para la posteridad quedó una estatua levantada en Colón por los hijos de Juan Manuel Blanes, Juan Luis y Nicanor. Por lo demás, el vino y los uruguayos hemos transitado un camino común desde aquellos tiempos en que estos emprendedores trajeron las cepas a nuestra tierra hasta convertirnos en los mayores consumidores de vino per cápita de América. Aunque eso no habilita por esta razón flexibilizar el 0 alcohol. Las cosas como deben ser.