Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Violencia y pudor

Por Marianella Morena.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Es verano y el calor incentivan a mostrar más. Uno ve a las mujeres livianas de ropas, escotes, polleras cortas, minishort. Uno se pone cosas donde la imagen y la sensualidad quedan expuestas, luego vienen los comentarios machistas sobre si las mujeres provocamos o no, si los contextos utilizados para la falda o el hombro o la pantorrilla son los adecuados. Eso es otro cantar, pero las altas temperaturas tienen esas connotaciones, y los lugares cercanos al mar habilitan esas posibilidades.

Es de mañana, el termómetro marca 30 grados, voy camino a una reunión de trabajo (con la columna para la revista casi pronta, casi para el “horno”) y me cruzo, en la Ciudad Vieja, a una mujer joven, bonita con todo cubierto, salvo el rostro, las manos y los pies. No pude dejar de pensar en lo violento de la imagen, no pude dejar de pensar en qué tipo de religión, cultura o mandato hace que tenga que cubrirse toda cuando hay 30 grados centígrados. No puedo dejar de sentir una sensación de abandono, de retroceso, de invasión. No puedo entender cómo es que se da el intercambio cultural en estos casos, ¿cómo? La distancia es grande, pero no solamente en cuestiones territoriales, de idioma, de comprensión religiosa o de la cultura que nos define, tampoco de la identidad o la lengua. Creo que la cosa es más profunda, es ideológica y tiene que ver con los avances que occidente ha logrado (no me refiero a los que faltan, sino a los alcanzados) en derechos de la mujer. Sí, en derechos de la mujer. Una mujer tiene derecho al igual que el hombre a elegir su imagen, a no sufrir calor, a ser un sujeto libre que elige libremente su lugar visual. Y es violento, tan violento como los ataques bélicos a los que los medios nos presionan y nos obligan a tomar partido, ¿de qué lado estás?, ¿Francia o musulmanes?

Parece que uno debe elegir, ¿de qué lado estás?

Estoy en Montevideo, es verano, trabajo en varias cosas a la vez, viajo diariamente a Canelones, escribo, preparo cosas, pienso, realizo tareas domésticas y rutinarias como cualquier ciudadana. Estoy de este lado del planeta donde todos los días cada uno intenta que los desfavorecidos tengan un lugar más favorable para vivir. Estoy del lado de que la libertad también tiene que ver con lo visual, con la imagen que elegimos para presentarnos al mundo, para dialogar.

Es claro que mi occidentalidad me condiciona, y agradezco que me condicione, agradezco no tener que desear ser vista solamente por mi marido a solas para sentirme aceptada, bella y reconocida, tanto en lo erótico como en lo intelectual. Sí, agradezco a occidente que me haya permitido ir un poco más allá de las herencias masculinas sobre el qué, el cómo, el cuándo, el por qué y con quién armo o desarmo mi vida y la construcción que pueda hacer de ella.

Pero, claro, de eso a convertirlo en una imagen violenta es desmedido, dirán algunos, una desmesura, un dislate.

Algunos le llaman pudor, y creo que ese pudor es una violencia matrizada. Es un escándalo que el pudor nos sobreviva con esa moral.

Pero sigo pensando: no logro identificar claramente el rechazo que me nace.

Ella porque acepta, los otros porque la obligan y así sucesivamente en la cadena de responsabilidades.

Uno es bombardeado por la prensa, las redes, entre hermosos traseros y refugiados sirios. Esa convivencia entre la mujer “bella” y su venta física (para mantener el concepto estético de que las mujeres siguen vendiendo su buena carne) y los hombres comprándola. Y avanzo un poco más: el cuerpo femenino sigue siendo un blanco entre la violencia y el pudor.

Veo el informativo que muestra un acto político de Donald Trump, el candidato norteamericano, y entre la tribuna se encuentra una mujer que tiene su cabeza cubierta. Ella es expulsada del acto, porque se manifiesta (civilizadamente) en contra del contenido del discurso del candidato. Luego ella es entrevistada y comenta que quiere hacerle ver lo violento de sus palabras.

Yo no podía dejar de pensar en lo violento que me resultaba a mí como mujer verla así, en esas condiciones; en que su imagen me trasmite opresión y no libertad; en que su imagen me transmite sumisión y no opción; en que su imagen me resulta tan violenta como lo que ella está condenando. Posiblemente sea una comparación insólita, casi imposible de poner en debate, pero cualquier comparación lo es. Todo empieza y termina en el ámbito de las subjetividades que luego, cuando se sintetiza y sistematiza, es llamado cultura. O sistema de construcción identitaria de una colectividad, ¿y dónde comenzó?, ¿cuáles fueron sus orígenes?

Alguien sintió, interpretó, procesó determinada información emocional e intelectual; luego sale del campo personal para ingresar en los colectivos, o sea, de todos, o sea, se convierte en cultura.

Sí.

Todavía me encuentro con gente que me dice: “Lo de cubrirse la cabeza es cultural, si no, ellas se sienten desnudas”. ¿Hay que responder a ese comentario? No, creo que no. La discusión debe elevarse, debe darse en un espacio de intercambio de opiniones diversas donde podamos disentir sin caer en agravios o subestimarnos la inteligencia.

Entonces vuelve a mí la imagen de esta chiquilina que cruza Juan Carlos Gómez, cubierta con varias capas de telas, y pienso en las mujeres del planeta; no me interesa si son uruguayas, africanas o francesas, pienso en la condición de serlo, en la arbitrariedad de la suerte de nacer en un lado o en otro, en la injusticia del azar geográfico.

Entonces acá me encuentro, destinando un nuevo texto para la columna, en el final de la jornada, sola, con el tiempo mordiéndome los talones, y con un ruidito que me apabulla: “No es políticamente correcto lo que escribís”.

En realidad no sé, y lo digo sinceramente, qué es lo políticamente correcto en este momento, como tampoco sé exactamente qué es lo político. Tampoco sé si mi columna trata sobre eso o no, si mi rol como columnista es ese, y, además, sin tener un pasado militante que me permita hacerlo. Nada de eso sé, pero sí sé que cada movimiento, gesto en el cual participan mis ideas, en el cual pongo el cuerpo, es lo más parecido a lo político, porque el cuerpo es el lugar primero, y es el lugar último donde se ejecutan las leyes, donde se nota la ausencia de las leyes, donde se reproducen comportamientos de poder, de debilidad, de clases. El cuerpo es la manifestación política más popular y tangible, y el territorio donde no existen fronteras entre ficción y realidad, representación y ser, entre personaje y persona, entre ilusión y política. Y como si alguien digitara o editara el cierre, escucho un samba funky que dice: mininas poderosas.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO