Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Editorial

Volver millones

Por Leandro Grille.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

El 11 de abril de 2002, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se encontraba rodeado en el Palacio de Miraflores junto a un grupo de sus más inmediatos colaboradores. Un golpe de Estado lo había desplazado del poder ese día y el cerco de los golpistas se cerraba sobre el presidente, decidido a resistir contando apenas con un puñado de hombres de la guardia presidencial. Todas las comunicaciones del Palacio habían caído o estaban intervenidas y nada permitía abrigar esperanzas ya no de mantener la presidencia, sino de conservar la vida. En esas circunstancias que a Chávez le harían recordar el martirio de Salvador Allende, el presidente venezolano recibió una llamada a un teléfono celular que mantenía la señal activa: era Fidel. En sus “Cuentos del Arañero”, Chávez recordó el diálogo que mantuvo con el comandante en jefe de la Revolución cubana:  “Recuerdo las palabras de Fidel. Él no nombró a Allende en sus palabras, pero yo sabía que me estaba hablando de Allende porque Fidel vivió el drama de Chile y el golpe, y el dolor de saber y de ver muerto a Allende, y perseguido y dominado el pueblo chileno, la Revolución chilena […] Entonces esa noche del 11 de abril, cuando el golpe, me dijo: ‘No hay mucho tiempo de hablar, Chávez’. Me preguntó varias cosas: ‘¿Cuántas tropas tienes? ¿Cuántas armas tienes?’. Dónde esto, dónde está aquello, bueno, y él pensando allá con su experiencia. Y me dijo: ‘Una última cosa te voy a decir, no te inmoles, que esto no termina hoy’”.

El año pasado, cuando Evo Morales fue destituido por un golpe de Estado patrocinado directamente por la OEA, que fraguó el informe de observación electoral para inventar un fraude donde no lo había y, de ese modo, dar una cobertura de justificación al accionar conjunto de las fuerzas golpistas, la policía y las fuerzas armadas, lo primero que pensó el presidente fue: “Aquí es patria o muerte”. Cuando llegó a refugiarse al Trópico de Cochabamba, las bases de las seis federaciones del trópico estaban dispuestas a resistir, pero Evo había tenido tiempo de reflexionar junto a sus compañeros y compañeras y ya tenía presente aquel diálogo de Fidel con Chávez durante el golpe en Venezuela, en 2002, antes de que Chávez fuera trasladado a Fuerte Tiuna y luego confinado en la isla de La Orchila. Evo consideraba que no había condiciones para resistir militarmente: solo su renuncia podía evitar que siguieran “quemando casas de mis asambleístas, de los ministros, de dirigentes del MAS, de los familiares”, impedir una masacre y que corrieran ríos de sangre originaria. Las organizaciones sociales que sostenían el proceso político boliviano habían alcanzado una conclusión más: “Si queremos salvar el proceso de nuestra revolución democrática cultural, hay que salvar la vida de Evo”. Debían confiar en la memoria del pueblo.

Evo, junto a su vicepresidente, Álvaro García Linera, fue trasladado a México, que envió un avión para salvar su vida. La dictadura se exhibía triunfante y desataba una represión todavía más feroz. En México, recibió la visita del canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa y, unos días después, del expresidente Pepe Mujica. Mientras tanto, en Uruguay la derecha, con la excepción de Ernesto Talvi, justificaba y celebraba el golpe, al que consideraban una insurrección legítima ante un fraude flagrante. Evo cuenta así lo que le dijo Pepe Mujica en esa visita: “Él, con mucha madurez, me dijo que estas luchas, mientras exista el capitalismo, se van a repetir, que es importante salvar la vida, los pueblos no necesitan mártires, los pueblos necesitan que vivan; esa fue su recomendación”. En México, Evo ya tenía decidido trasladarse a Argentina ni bien asumiera Alberto Fernández. En Argentina habita la comunidad más grande de bolivianos en el extranjero y es una comunidad fuertemente identificada con su liderazgo. Desde allí pensaba conducir la resistencia y la campaña electoral para el momento en que la dictadura convocara a comicios. Evo sabía que la dictadura de Áñez no podía postergar demasiado esa convocatoria porque la derecha boliviana está fuertemente dividida y el candidato de Estados Unidos no era Áñez ni Camacho, sino Carlos Mesa. Seguía convencido del apoyo popular al Movimiento al Socialismo y estaba seguro de que en la primera oportunidad que se presentara, el pueblo iba a ratificar su adhesión. Por eso, durante todo el año, lejos de llamar a encender la pradera, llamó a la resistencia movilizada, pero insistió en no caer en las provocaciones ni dar pie a un baño de sangre. La dictadura iba a caer en las urnas.

Fue en Argentina donde una extensa reunión de la cúpula del Movimiento al Socialismo se decantó por la candidatura de Luis Arce Catacora, el ministro del milagro económico boliviano. La candidatura de Arce fue pensada para atraer sectores de capas medias y urbanas, además de la base social indígena y campesina. Las elecciones del pasado domingo dieron una contundente demostración de que toda la estrategia fue perfecta y el MAS no solo ganó, como ya había ganado el año pasado, sino que ganó con un candidato alternativo y todavía por mayor diferencia de votos.

El pueblo boliviano le acaba de dar una inmensa lección a América Latina y a Estados Unidos: la hipótesis sesentista de que se puede desplazar a los gobiernos populares por un golpe de Estado o una de las tan mentadas “revoluciones de color”, que luego se consolidan a sangre y fuego, o mediante las urnas, ya no tiene garantías de éxito. Los procesos profundos sobreviven en la conciencia popular y en el mismo momento que la oportunidad se presenta, vuelven.

Para Estados Unidos y para sus súbditos de la OEA, encabezada por el repugnante personaje de Luis Almagro, la victoria de Arce Catacora es una noticia dramática que anticipa un viraje que parece inevitable. Los gobiernos populares vuelven en América Latina. Pasó en Argentina, pese al enorme blindaje del Fondo Monetario Internacional y la práctica generalizada de lawfare; pasó en Bolivia, pese al golpe del Estado y la persecución de los dirigentes revolucionarios y sus bases sociales; pasará en pocos meses en Ecuador y, en las próximas elecciones, seguramente en Brasil. La restauración neoliberal y reaccionaria ha provocado un dolor inmenso, pero es de vuelo corto porque no tiene bases políticas sólidas y se ha construido con mentiras, violencia, fuego judicial y mediático.

Evo ha recorrido la sentencia de Túpak Kátari, el caudillo aimara que anunció que volvería convertido en millones de hombres y mujeres. La cruzada fascista, racista, de los ricos bolivianos, que avanzaron con la espada y la cruz, quemando whipalas, agrediendo a las mujeres de pollera e insultando a la cultura de la Pachamama, ha sido derrotada por la conciencia firma de los pueblos ancentrales, verdaderos dueños del altiplano, para siempre.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO