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Cultura y espectáculos

Walter Indio Olivera: “Mi mujer es la mejor compañera de zaga que me dio la vida”

El exfutbolista uruguayo, campeón del mundo con Peñarol, repasa sus años dorados dentro y fuera de la cancha. Dice que jugar un mundial fue su gran asignatura pendiente y agradece no haberse desviado del buen camino a pesar del éxito en tiempos de gloria: “Ese partido era el más difícil y lo gané”.

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Por Daniel Alejandro

En un lugar de la costa atlántica -de cuyo nombre no quiero acordarme- un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor contempla el tiempo pasar mientras rememora algunos viejos aprendizajes. Parafraseando al emblemático Don Quijote de la Mancha, la historia de nuestro Indio Olivera bien podría inspirar alguna novela épica repleta de coraje, garra y pasión. Aquel capitán que dio la vuelta al mundo con Peñarol en el año 1982 supo inspirar generaciones enteras, que han visto en él la constancia de un joven de campo que a base de esfuerzo y dedicación logró lo imposible.

Pasan los años y él sigue con la misma prestancia. La pelota sigue siendo su gran amiga, aunque de esas un tanto lejanas que cuando se necesitan saben que están ahí. Pocas cosas lo emocionan tras haber vivido con tanta intensidad: el amor por sus padres, la compañía de su esposa y la devoción por sus hijas. Hay una frase muy conocida que dice que quien es afortunado en el juego, no lo es en el amor. Y probablemente el Indio sea la excepción. Este tipo fue campeón en todas las canchas y su ejemplo trasciende fronteras.

Supongamos que ante usted tiene un niño de 10 años que le pregunta quién fue el Indio Olivera. ¿Qué le respondería?

Le diría que el Indio Olivera nació en una chacra cerca de Salinas y creció con el único juguete que siempre tuvo en casa, una pelota. Del estilo que sea: trapo, goma, cuero más adelante. Porque quizás no había dinero para comprarme una pelota de verdad, pero me las ingeniaba, lo mío era el fútbol. Fui creciendo y jugando cada vez más en el equipo de la zona que ya no existe más, en la ruta 8 y 11, en el paraje La Palmita. Comencé a jugar con 14 o 15 años hasta que a los 17 que me vinieron a buscar de Peñarol. En aquel momento, año 1966, como todos los muchachos jóvenes tenía el pelo largo y una vincha para sujetarlo. Fui a practicar así y apareció un referente de aquella época, Luis Varela, que cuando me vio jugar dijo: “¿Y ese indio quién es?”. A partir de ahí nació el Indio Olivera, quedó y sigue.

¿Por qué jugador de fútbol y no carnicero o arquitecto?

Por la época, el lugar donde crecí, una chacra… Mi padre solo sabía de campo y no le gustaba que yo anduviese lejos, ni siquiera para ir a estudiar. Sin embargo, me dejó empezar las prácticas en Montevideo. A mi no me gustaba trabajar en la chacra, aunque lo hice hasta los 17 años. Creo que por mi padre con su forma de ser casi que me obligó a que yo eligiera el fútbol.

¿Cuál fue la mejor herencia que le dejó su viejo?

La mejor herencia fue enseñarme a respetar. Trabajó muchísimo para que yo respetara a todo el mundo en demasía. Después, haberme dejado ir a practicar y sacar el poquito dinero que él tenía en la chacra para pagarme los pasajes de ómnibus. Todos los días tenía que ir, salía cruzando campos y mi padre me dio el dinero, la comida y la posibilidad de no seguir trabajando en la chacra para dedicarme a lo que yo realmente quería.

¿Lloró su muerte?

Claro, lo extraño mucho. A los dos, a mi padre y a mi madre, porque soy único hijo y me trataron muy bien. De repente mi padre no me permitió algunas cosas, pero hoy estoy conforme.

Si él estuviera ahora en esta mesa con nosotros, ¿qué le diría el Indio de ahora, el campeón del mundo?

Hoy le comentaría algunas de las cosas que viví gracias a que él me haya dejado jugar al fútbol. Recorrí el mundo, algo impensado para mí. En mis planes solo estaba ir a Montevideo para practicar. Así que le daría las gracias por haberme mostrado el camino para ser buena gente.

¿Pudo verlo campeón del mundo?

Sí, él murió en 2003.

¿Y qué le dijo cuando se consagró campeón con Peñarol?

No era muy expresivo y en cierta forma lo tomó como algo natural, porque sabía que yo tenía que ganar. Él siempre me decía: si vos entrás a una cancha de fútbol, tenés que entrar a ganar. No demostró mucho porque así tenía que ser.

Vayamos ahora a su madre. ¿Qué herencia le dejó ella?

Mi madre me dejó un cariño enorme. Demasiado tal vez para un varón. Era su único hijo y muy apegada a lo que yo hacía. Me dejó cariño, de eso no me puedo olvidar más.

¿Cómo es usted con sus hijas?

Tengo tres nenas y tampoco soy muy expresivo. En ese sentido soy como mi padre.

¿No se arrepiente de eso?

No me arrepiento porque soy un papá más moderno que el mío. Ellas estudiaron, que creo es lo más importante que uno puede dejarle a un hijo: el estudio como una herramienta para trabajar. Si bien a mí no me pasó, mi padre sin darse cuenta me dejó ir tras de la pelota.

Con el diario del lunes y la mano en el corazón. ¿Le hubiese gustado ser un profesional o se queda con el campeón del mundo?
Me hubiese gustado estudiar una carrera, pero jamás hubiera elegido otro camino que el fútbol. Me quedo con lo que soy ahora, con la universidad de la vida. Lo que me dejó el fútbol no lo cambio por nada.

¿Quién era su espejo en Peñarol?

Lo tuve como compañero, Elías Figueroa, un zaguero chileno muy bueno. Fue algo monstruoso lo que jugaba y la vida me dio la oportunidad de conocerlo y compartir con él. Después tuve otros, pero ese era un espejo para lo que yo jugaba.

Hábleme de aquel equipo campeón de América y del mundo. ¿Qué amigos de esos verdaderos le regaló el fútbol?
Amigo, amigo, me quedó Lorenzo Unanue que no era de ese plantel porque lo vendieron antes. Con él éramos muy compinches. De la barra del 82 puedo nombrar a Fernando Morena, que somos amigos, pero me llevé bien con todos.

¿Cómo definiría a Morena en unas pocas palabras? No como jugador, sino como persona.

Excelente amigo. Conmigo fue un excepcional amigo a pesar de que tuvimos nuestras discusiones.

¿De qué discutían?

De cosas del equipo o el plantel. Éramos los dos de la misma edad. No había choque de egos, pienso que eran situaciones de momento y discutíamos para solucionarlas.

¿El Indio Olivera es nostálgico? ¿Le gusta mirar sus fotos, sus recuerdos?

A veces cuando me vienen a la cabeza todas esas cosas de la vida que ya pasaron y sé que no van a volver, me pongo un poco nostálgico.

¿Cuál fue su peor momento en el fútbol? Ese que le hizo decir: “¿Para qué elegí esta profesión?”.

Nunca sentí eso. Amé la profesión de futbolista desde siempre porque fue lo que quise toda la vida. Pero el momento más difícil fue en el año 1973, unos cuantos años para atrás. Recuerdo que estaba en una de mis mejores épocas: titular en Peñarol, me citaron a la selección uruguaya con 20 años, clasificamos para el Mundial de Alemania y me eligieron titular. Y cuando estábamos por ir, me fracturaron la pierna en un partido amistoso en Australia y no pude viajar. Ir a un mundial fue un pendiente que me quedó por el resto de mi vida. Jugué partidos de todas las clases, pero el mundial es el máximo anhelo a nivel futbolístico.

¿El fútbol le dio más a usted o usted le dio más al fútbol?

Definitivamente, el fútbol a mí. Todo lo que mencioné al principio, los reconocimientos, las amistades, los viajes, me lo regaló el fútbol. Probablemente si hubiese sido chacarero, no hubiera conocido nada fuera de Uruguay.

Pero a veces el éxito es peligroso. ¿Cómo logró mantenerse no perderse entre la fama, el dinero, las mujeres? De alguna manera siguió el camino que le enseñó ese hombre autoritario que fue su padre.

No es fácil mantenerse alejado, en especial cuando todo aparece servido. También es algo que le debo a mi padre. Aparecieron un montón de las cosas que mencionás, pero jamás me desvié. Ese partido era el más difícil y lo gané. Es fácil desviarte por creértela, por suerte no me pasó aunque en mis casi 70 años tuve muchos errores.

¿Es creyente?

No mucho.

¿Cuál fue el gran pecado del Indio Olivera?

Creo que en los últimos tiempos tendría que haber estado más cerca de mi padre y no lo hice. Quizás por ser frío, no sé.

¿Qué se le pasó por la cabeza la noche que lo perdió?

¡Qué difícil! Mi madre falleció tres años antes y él quedó solo en su casa. Tenía muchos años y yo estaba en otros trabajos entonces no podía o no supe traerlo acá. Estaba en una casa de salud y cuando me llamaron esa noche fue lo más difícil que pasé.

Hace poco hizo fecha del Mundialito y usted fue campeón de esa copa. Sin embargo, es como si ese campeonato fuera algo oculto para el fútbol uruguayo. ¿Qué piensa sobre esto?

Ese Mundialito fue reconciliador con la gente. Algo así como un grito de esperanza contra la dictadura. En ese momento, podíamos salir, pero no andar libremente haciendo lo que quisiéramos. Y en aquel campeonato la gente salió a la calle, no solamente al estadio. Nosotros viajábamos desde San José y nos seguía una caravana de autos interminables. Durante todo el camino nos acompañaban, la gente nos aplaudía y gritaba en la vereda. Se volvían locos. Yo se que a los uruguayos les gusta mucho el fútbol, fíjate cuando la selección gana algo, pero eso fue especial. Nosotros queríamos ganar porque pensábamos que el Mundialito iba a ser más recordado de lo que es ahora.

¿Cuánto pesa el dinero en su vida?

Pesa bastante. La vida lamentablemente se vive con plata porque la precisás.

¿Hizo plata en el fútbol?

Sinceramente, no mucha. De aquella época, no creo que nadie haya hecho mucha plata. Eran otros tiempos. Hice un dinero, tengo mi casa, una camioneta, sigo viviendo.

¿Le pasó estar en algún pozo económico?

No, soy bastante conservador y ordenado con el dinero. Por suerte en ese sentido no tuve muchas pérdidas en mi vida. Ponele que la carnicería no funcionó, pero luego vendí muebles, hice otras cosas y no perdí dinero. Siempre fui precavido por el miedo a quedar liviano de plata. Jamás invertí a lo grande por ese miedo, porque estudios no tengo y jugar al fútbol ya no puedo.

¿Está casado?

Sí, con la mamá de mis hijas. Hace ya mucho tiempo.

Imagino que con ella tampoco es muy expresivo. Si fuera hoy el último día de su vida, ¿qué le diría?

Le he dicho algunas cosas lógicamente. Pero cuando van pasando los años uno necesita del otro y nunca se lo he dicho pero cada día la necesito más. Y está acá, está cerca.

Yo no sé mucho de fútbol, ¿pero ella fue su número 3 en la vida?

Sí, mi mujer es la mejor compañera de zaga que me dio la vida. El mejor 3 que he tenido, no la cambiaría por nada.

Deme tres razones por las que la volvería a elegir en esta y otras vidas.

Porque nos llevamos muy bien, peleamos y nos amigamos. Nos comprendemos. Y porque yo la he ayudado mucho y ella me ha ayudado a mí. Es la mejor compañía. Como todo matrimonio, hemos tenido un montón de discusiones y esas cosas, pero dicen que siempre se vuelve al primer amor.

Para cerrar, volvamos a la imaginación: la vida le da la oportunidad de volver a ser campeón del mundo, revivir los aplausos, las fotos, los reportajes; o de volver a aquella chacra con 14 años y su viejo diciéndole “vaya m’ijo, tómese el ómnibus para ir al estadio”. ¿Qué momento elige?

Esa sí que es brava porque lo de mi padre lo extraño terriblemente. El fútbol fue mi mejor amigo, me dio un montón de cosas, pero me quedo con mi padre. Con 14 años volvería a intentar ser campeón del mundo, pero los quisiera a mis viejos acá tomando mate. Así que entre el fútbol y volver a tenerlos, me quedo con ellos dos.

Biografía

Nació en Montevideo, un 16 de agosto de 1952. A los 17 años comenzó su carrera futbolística profesional en el Club Atlético Peñarol con el que cosechó varios títulos y se consagró como uno de los mejores defensas. Con la camiseta aurinegra fue capitán del plantel campeón de América y del mundo y junto a la selección uruguaya ganó el Mundialito en la final contra Brasil.

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