La participación de Xi Jinping en el Foro Económico Mundial de Davos –la primera de un jefe de Estado chino– comenzó a prepararse a mediados del año pasado. Durante seis meses los organizadores de la reunión anual por excelencia del capitalismo global y representantes de Beijing discutieron todos los detalles. Desde el teleprompter donde el presidente leería su discurso hasta la fecha, que por exigencia de China debía coincidir con la misma semana de la inauguración de la nueva presidencia estadounidense; todo fue rigurosamente negociado y programado.
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Finalmente, llegó el día tan esperado y nadie quería perderse el discurso del líder asiático. El martes 17 de enero, centenares de ejecutivos, políticos, economistas y periodistas que abarrotaron la sala principal del centro de congresos de la pequeña ciudad enclavada en los Alpes suizos, así como los cientos de millones que lo siguieron por las principales cadenas de televisión de todo el mundo, fueron testigos de la más aguerrida defensa de la globalización y el libre comercio jamás antes pronunciada por un jefe de Estado de un país emergente, y mucho menos por el máximo dirigente del Partido Comunista más grande e influyente de la historia.
Un año atrás, en ese mismo lugar, los grandes inversores, los organismos internacionales y la academia se interrogaban sobre las consecuencias de un colapso financiero o un aterrizaje forzoso de la economía china. En cambio, hoy el mundo asiste inerme y con estupor a los resultados del brexit y de las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Durante casi una hora, Xi Jinping se dedicó a presentar una plataforma conceptual y práctica sobre los beneficios de la globalización y los daños del proteccionismo de suscitar la envidia del Tony Blair de hace diez años o el Bill Clinton de dos décadas atrás. “Cualquier intento de interrumpir los flujos de intercambio comercial y encerrarlos en lagos y arroyos está destinado al fracaso. Nadie sale vencedor de una guerra comercial. Sirve el coraje para nadar en el océano, y los miedosos se ahogan. Nosotros, los chinos, hemos aprendido a nadar, y aceptamos y nos confrontamos con los mercados mundiales”, sentenció Xi, ovacionado por el cónclave de multimillonarios de las finanzas y de la industria.
La China acusada de violar los derechos humanos, de restringir los movimientos de capitales, de manipular su propia moneda y de censurar a internet se presenta hoy al mundo como el antídoto más eficaz y confiable del virus aislacionista, xenófobo y mercantilista trumpiano. Esa misma China, también vilipendiada por autocrática y autoritaria, asume la obligación de defender las conquistas de la globalización y la libertad de comercio ante los ataques populistas y toma para sí la responsabilidad de construir un nuevo modelo de crecimiento inclusivo, con la innovación como principal motor y mediante un enfoque coordinado entre todos los países.
En momentos de incertidumbre y falta de certezas, el ex imperio celeste quería mandar un mensaje claro e inequívoco: el mundo precisa de China, y China precisa del resto del mundo. A pocos días de la toma de posesión de Donald Trump al grito de “Estados Unidos primero”, en el mismo momento en que la primera ministra de Reino Unido, Theresa May, iniciaba los trámites oficiales de divorcio de la Unión Europea, Xi Jinping, el dirigente chino que acumuló más poder desde los tiempos de Mao, se autoproclamó paladín de un mundo abierto y solidario.
“Muchos de los problemas que ahora tiene la economía global no proceden de la globalización”, enfatizó en su discurso. Aun reconociendo que la globalización es un “arma de doble filo” que agudizó la brecha entre ricos y pobres, y entre el norte y el sur, para el presidente de China y secretario general del Partido Comunista de ese país, “la crisis financiera no fue resultado de la globalización, sino de la falta de regulación adecuada y de la búsqueda de beneficios a toda costa”.
“Hemos de promover la liberalización del comercio y la inversión diciendo no al proteccionismo”, advirtió Xi, en alusión a los exabruptos proteccionistas de Trump, aunque sin mencionarlo a él ni al inminente cambio de gobierno en Estados Unidos. Según el mandatario, el proteccionismo “es como encerrarse en un cuarto oscuro. El viento y la lluvia no entran, pero tampoco el aire y la luz”. “China mantendrá las puertas abiertas a la inversion; no las cerraremos. Esperemos que también lo hagan los demás”, agregó. Y poniendo los hechos detrás de sus dichos, se comprometió ante los presentes a que China, “en los próximos ocho años, importará productos y servicios por ocho billones de dólares, aprobará proyectos de inversión extranjera por 650.000 millones e invertirá 750.000 millones en el exterior”.
La intervención de Xi Jinping es la respuesta teórico-práctica al nuevo orden (desorden) internacional, que está amenazado, como pocas veces antes, por los problemas de la seguridad y el terrorismo, el cambio climático, la crisis migratoria que sacude Europa, la recesión en buena parte del mundo, las crecientes desigualdades económicas y sociales, y un alarmante debilitamiento de las instituciones nacionales, regionales e internacionales que gobernaron nuestras sociedades desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Estamos ante un cambio de roles y paradigmas de dimensiones planetarias, cuyo impacto político y económico, pero también cultural y social, da inicio a una nueva historia, cuyo prólogo comenzó a escribirse en la reunión de Davos.
Según el calendario tradicional chino, el 28 de enero de 2017 comienza el año 4715. Para el gigante asiático será un año particularmente significativo: el primero de la era Trump –con quien el riesgo de un enfrentamiento directo es real y creciente– y, sobre todo, el año del XIX Congreso del Partido Comunista, en el que sus casi 90 millones de afiliados elegirán a las autoridades que conducirán los destinos de China para que en 2021 –primer centenario de la fundación del partido– se alcance la meta de duplicar su economía y el nivel de ingresos que sus ciudadanos tenían en 2010. También será el año del gallo, que según la astrología china es el más heroico e inteligente de los signos. Confiemos en que ambos atributos asistan el canto del gallo Xi al momento de construir un nuevo orden para el gallinero global.