¿Cuántas formas de diferenciar a las personas hay? ¿Cuántas formas de discriminar han existido a lo largo de la historia de la humanidad? Muchas preguntas se nos presentan cuando hablamos de estratificación social, muchas teorías, grandes relatos, fines de la historia; pero muchas veces se olvida lo pequeño, lo cotidiano, lo que día a día va generando esa diferencia. En un lugar tan virgen como lo era Montevideo, la pregunta que se presenta sería: ¿cómo se da la estratificación? ¿Por clases, estamentos, o una discriminación por nacionalidades, guetizándose a los diferentes? Montevideo presenta una particularidad importante y es que no hubo una discriminación de los españoles peninsulares y los criollos (hijos de españoles nacidos en Montevideo). En otros lugares de la América hispana se da una férrea distinción entre estos dos grupos. Pero sí se dio entre los blancos (criollos o peninsulares) hacia los indios, zambos, mulatos, mestizos y negros (esclavos y libertos). De alguna manera la sangre fue un factor determinante en esta sociedad; los primeros pobladores gozaron de privilegios gracias a su sangre, que en general no era de abolengo, pero en estas tierras del sur el color era un factor de peso. La autoridad o el poder político también fueron realmente importantes en esta época. Por esta razón, la Corona no dejaba a los criollos llegar a cargos muy altos dentro del sistema, pero el Cabildo era en la pequeña Montevideo el ambiente de los primeros pobladores, que de esta manera ganaban privilegios en la sociedad colonial. Y, por último, la riqueza, aquel factor básico en las sociedades modernas. Si hablamos de estratificación, uno de los puntos más importantes es la riqueza (léase poder económico o posesión de tierras). Si bien en esta sociedad la sangre es muy importante, la riqueza puede llegar a teñir la sangre algunas veces. Es importante consignar que gran parte de los “ricos” del Montevideo antiguo fueron aquellos primeros valientes pobladores canarios, o extranjeros o peninsulares, más algún otro canario llegado particularmente. Uno de ellos fue Francisco Aguilar, canario nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1776, llegado en 1809 a Montevideo. Se radicó en la ciudad y amasó una considerable fortuna, siendo en esos momentos uno de los hombres más acaudalados de la zona este, ya que se estableció definitivamente en Maldonado. Se dedicó a la ganadería, la agricultura y a la explotación del lobo marino. Intentó, poco antes de morir, abrir una fábrica de cerámicas en Maldonado. Dicho canario contaba con los tres factores para ser parte de una “clase” alta. Más que eso, debió sentirse como en su casa en Montevideo, compartiendo con hijos y nietos de canarios que eran ya de la misma “clase” que él. Pérez Castellano, Artigas, Herrera, son apellidos familiarizados con los primeros canarios y que forman parte de esta especie de “clase-estamento” montevideano. Esta “clase” privilegiada o “superior”, según Félix de Azara, la componían los españoles o descendientes de estos, más que nada los descendientes de los primeros pobladores. Uno de los rasgos afirmantes de esta condición era la participación en la tríada del poder: la Iglesia, el Ejército o la administración, más claramente, el Cabildo. Con gran acierto Azara explica el auge comercial de Montevideo del último tercio del siglo XVIII; se generó un “Alto comercio”, lo que trajo consigo la aparición de un nuevo grupo poseedor de riqueza. Mas Montevideo no tuvo inconveniente en acogerlo en el seno de la “clase” dirigente y no importó si eran alemanes o ingleses o porteños. La particularidad de este Montevideo es que los pobladores fundadores llegaron ya con privilegios. Títulos, solares, chacras, estancias; entre tierras, animales, apellidos y años, lograron que la ciudad se convirtiera en un caso extraño, donde estos primeros valientes se encaramaron como “clase-estamento” alta y no fueron menoscabados por los peninsulares que llegaban desde la metrópoli. ¿Quién podría menospreciar a esos primeros valientes que crearon una ciudad de la nada? ¿Qué peninsular en 1760 podría decirle algo a un canario que había llegado en 1726? Y cuando tuvieron algún problema con el poder militar de Montevideo, ejercieron una fuerte presión desde su aparato de poder por excelencia, el Cabildo. Aunque sus palabras no fueran escuchadas desde Buenos Aires, el Cabildo seguía intentando hablar hasta con el rey si era posible. Las hostilidades y la prepotencia de los militares de Montevideo eran cotidianas: cabildantes presos, amenazas e incluso en una ocasión el coronel Domingo Santos de Uriarte pretendió que el Cabildo sesionase en el fuerte. Volviendo al tema, esta “clase-estamento” alta es de por sí conservadora del orden establecido, orden que los favorece. Son sumamente “patriotas”, tomado desde dos vertientes que parecen, pero no son encontradas. Patriotas con respecto a Montevideo y patriotas con respecto a España y fieles a su rey. Montevideo como comunidad, corporativamente; ante la Revolución de Mayo de 1810, respondió en defensa de los derechos de Fernando VII, rey legítimo de España y las Indias. Por lo que cabe consignar, algunos de los valientes formaron una segunda “clase”, que algunos historiadores llamaron “media”. También está compuesta por españoles peninsulares y descendientes de estos, además de extranjeros. Es muy complicado explicar por qué no forman parte de la primera categoría si su piel lo permite. Más que nada tiene que ver con su riqueza y su acceso a la tríada del poder, especialmente al Cabildo. Esta segunda “clase”, en general, se compone de comerciantes minoristas, empleados de la industria o de la administración; los extranjeros en general eran trabajadores de oficios. Al extraño caso montevideano se le agrega la entrada de extranjeros a pesar de que las Leyes de Indias son muy estrictas en la penetración de no españoles en América. En Montevideo de alguna manera se dio lo contrario, creando una especie de cosmopolitismo que caracterizó a la ciudad en la segunda mitad del siglo XVIII. Esta clase, aunque inferior a la primera, no encuentra tampoco un desprecio de la misma. Son harina de un mismo costal, que cayó para otro lado y su riqueza no es suficiente para entrar en la primera. Lo que une a estas dos “clases” es un sentimiento de unidad con respecto a la ciudad canaria; es tan suya como de la clase superior y pelean por ella. Por último encontramos a la “clase” inferior, la que es llamada por algunos cronistas e historiadores “castas inferiores”, complicando y entreverando cada vez más el análisis. ¿Castas en Montevideo? Si bien no se toma “casta” desde el punto de vista sociológico y más puro, la metáfora viene a explicar que esa clase es sólo integrada por negros, indios y todos los “cruces” posibles. Entonces, ahora sí, la piel se convierte en lo más importante. Los negros esclavos llegaban a Montevideo muchas veces de paso hacia otros destinos y eran alojados en un caserío sobre la playa de la Aguada. En general y hasta 1787 eran pocos los que convivían con las familias y no representaban grandes cantidades. Cuenta Millau y Mirabal en 1772 que “es cortísimo el número de esclavos y mulatos, de los que sólo se encuentran en algunas familias, en muy pocas casas, y en las demás, como en las habitaciones de la campaña, se halla tal cual persona de esta casta”. El panorama cambia en 1787, dado que por Real Cédula se autorizó a la compañía de Filipinas, por vía de ensayo, a introducir negros africanos por el puerto. Algunos números: en 1778 el número de negros esclavos en Montevideo era de 700 y libres alrededor de 383. Todo esto sobre un total de 4.270 habitantes. Alrededor de 25% de la población. Otra historia eran los indígenas: nómades y bravíos, no lograron ser domados por los jesuitas y no se acoplaron a la “civilización” ni pudieron ser obligados. Vivieron vida salvaje durante mucho tiempo, no volcándose a Montevideo en masa. No por esto diremos que la paz reinó en territorio montevideano, ya que se dieron algunas escaramuzas con los españoles. Dolorosas escaramuzas, que trajeron cientos de muertos. Pero en la historia de la ciudad de Montevideo no representan más que a un pequeñísimo grupo. Algunos números más: siguiendo con el censo de 1778 diremos que había en Montevideo 73 indígenas que representaban 1,7% del total. Otro censo de 1781, citado por José Espinosa y Tello, consigna que había 350 indios en un total de 6.516 habitantes, lo que sería 5,3% de indígenas. Si bien no se dio un gran mestizaje como en otras partes de América y los mestizos y mulatos no abundaron en la sociedad colonial, las etnias africanas lograron formar parte de la idiosincrasia y del imaginario colectivo montevideano hasta arraigarse en él. La sociedad colonial dejaba el cuidado de sus hijos a las negras, las que sin lugar a duda marcaban el espíritu de estos pequeños patricios montevideanos. Y la influencia de esta etnia fue vital en la creación de una cultura uruguaya propiamente dicha, siglos después, mucho más, quizás, que la indígena. En síntesis, si bien algunos de los primeros pobladores de la ciudad (de los que hablamos en anteriores columnas) formaron la clase media alta de la época, no podemos olvidar que hubo muchos de ellos, un gran número, que no sólo formó parte, sino que creó esa clase dirigente de los primeros años. Y muchos de ellos siguieron siendo familias de estirpe y linaje dirigente hasta nuestros días. Gran parte de esos canarios que llegaron en 1726 y 1729 formaron parte de la “clase-estamento” alta de esos tiempos. Lo que sí es verdad es que siempre se tiende a hablar de los canarios que forjaron Montevideo desde abajo, desde el trabajo y el tesón; eso es una verdad que nosotros abonamos. Pero no deja de ser cierto que una parte de esos canarios forjó Montevideo con tesón y trabajo, pero desde otro lugar en la pirámide social, lugar que pocas veces se le da a estos primeros pobladores.
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