Hay muchos frentes que atender y que deberían causar desvelo a las autoridades, a saber: la provisión de agua para la gente que no puede pagar el agua embotellada; las tarifas de OSE; el precio del agua embotellada para la venta al público y la carga impositiva que recae sobre ella; el agua dulce que necesita la producción; la viabilidad de las empresas que no pueden funcionar plenamente sin agua corriente de buena calidad; las fuentes de trabajo que puedan verse afectadas; el agua en las escuelas, la que usan los niños, la que se usa en los centros de salud. Son muchos los problemas que hay, pero mucho más drásticos los que se avecinan si no se revierte la escasez y no hay un muy sólido plan de contingencia.
Queda la sensación de que no hay nada, de que aquello planificado es mínimo en relación a la gravedad de lo que está pasando. Cuesta creerlo, pero estén encomendados a las lluvias, al acostumbramiento y al olvido: al alivio poscatástrofe o a la habituación.
Siendo realistas, el agua dulce en Paso Severino no se va a recuperar en tiempo breve ni aunque tengamos suerte de que llueva mucho. Es pura matemática. Para que se recupere el nivel de consumo debe ser inferior al acopio y para que eso suceda, seguramente OSE se vea obligada a mezclar agua dulce con agua más próxima al Río de la Plata y, por lo tanto, más salada durante un período más prolongado que una temporada de buenas lluvias. Con esto, es posible que el agua de buena calidad no retorne a las canillas de las casas por un tiempo considerable y un nuevo gasto fijo se consolide en los hogares con su consecuente impacto en la economía de la gente y en la desigualdad. Para evitar que esa nueva “nueva normalidad” se traduzca en más pobreza y más desigualdad, el Estado tiene que actuar con firmeza y con recursos, porque no puede recaer todo en los flacos bolsillos de la gente común, a merced del ajuste perpetuo y la desidia absoluta del gobierno.
No se puede encarar esta crisis como se encaró la epidemia de covid, bajo la consigna de que no decidir es una decisión, no hacer es una acción, sálvese quien pueda y libertad responsable. Ya sabemos que esa estrategia ni salva vidas ni protege a la gente más humilde. Es la norma que impera en la selva, la que nos impone un darwinismo social en el que prosperan los más fuertes y, “naturalmente”, se joden los más débiles. Es insoportable esa actitud de prescindencia a prueba de razones, esa inmoralidad constitutiva de los neoliberales que quieren instalar como norma conducta y sentido común. Pero es así. Son así: todo ha quedado otra vez claro. Ahora, curiosamente, por el flujo esclarecedor del agua turbia.