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El cómplice necesario del neoliberalismo

Por Enrique Ortega Salinas.

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Caras y Caretas Diario

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Si bien esta corriente de pensamiento (que no solo afecta al plano económico, sino también el político y social) surge en los años 30, luego de la gran crisis, tomó fuerza muy especialmente en las décadas de los 70, 80 y 90, con el impulso de Margaret Thatcher (la “Dama de hierro”), primera ministra británica desde 1979 a 1990, y Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos desde 1981 a 1989, quienes pusieron en marcha toda la maquinaria imperial política, económica, mediática, universitaria y militar para imponerla a como diera lugar. En el sur se destacaron dos súbditos: Carlos Saúl Menem –presidente de Argentina desde 1989 a 1999– y Luis Alberto Lacalle, presidente de Uruguay desde 1990 a 1995; mientras que los principales detractores de este modelo fueron Rafael Correa, presidente de Ecuador desde 2007 a 2017, y Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1999 a 2013.

Hay quienes consideran al neoliberalismo como sinónimo de fascismo y capitalismo, lo cual es un grave error conceptual. A grandes rasgos, el neoliberalismo se define por los siguientes objetivos:

Que el Estado se meta lo menos posible en la Economía. Los neoliberales presionan para que el Estado retire casi todas las reglas que regulan el mercado, lo que incluye las reglas ambientales, las reglas de protección de la salud de los trabajadores, las reglas contra la explotación laboral, el trabajo infantil, etcétera.

-Su máxima sagrada es que el Estado debe retirarse para que la mano invisible del mercado ponga todo en su lugar mediante el libre juego de la oferta y la demanda. Así, por ejemplo, si los trabajadores se niegan a trabajar por salarios de hambre o en condiciones insalubres, los empresarios deberán mejorar las condiciones para conseguir la mano de obra que necesitan. Muy lindo en las páginas de los libros, pero la realidad ha demostrado ser muy diferente, ya que la necesidad tiene cara de hereje.

-Absoluto desprecio por los sindicatos, ya que los empresarios prefieren negociar con cada trabajador en forma individual y no colectiva; porque el colectivo tiene más fuerza y poder en la negociación. Por tal motivo, el herrerismo (nuevamente en el poder en Uruguay desde marzo de 2020 con el hijo de Luis Alberto Lacalle como presidente) no quiere saber nada con los Consejos de Salarios. Durante las dictaduras cívico-militares que ensangrentaron Latinoamérica entre los 70 y los 80, los sindicalistas eran criminalizados, reprimidos, perseguidos, torturados, asesinados o desaparecidos. Aún hoy, en Colombia, un líder social o sindical es asesinado cada cuatro días.

-Absoluto desprecio por los voceros del sentir popular. En Chile, a poco de haber sido derrocado Salvador Allende (1973), el trovador Víctor Jara fue detenido por las fuerzas militares por haber pertenecido al Partido Comunista y debido a la popularidad de sus canciones de contenido social. Lo torturaron durante cuatro días; lo quemaron con cigarrillos, le cortaron la lengua y simularon su fusilamiento varias veces, hasta que lo asesinaron con 44 balazos en el antiguo Estadio Chile, que ahora lleva el nombre del cantautor. A Horacio Guaraní, en Argentina, le pusieron una bomba en su automóvil y debió exiliarse, al igual que muchos otros representantes del canto popular. Sin embargo, los regímenes dictatoriales no eran estrictamente neoliberales, sino que eran los encargados de preparar el terreno para la implantación de los modelos así definidos.

-Vender todas las empresas públicas. Antes de “enajenarlas”, como les gusta decir, los gobiernos neoliberales las desatienden, hacen que funcionen mal y hasta suben las tarifas de los servicios públicos para que los ciudadanos clamen por privatizarlas. Todos los servicios que hoy están a cargo del Estado deben estar en manos de privados: iluminación, carreteras, telecomunicaciones, salud, etcétera; incluso el servicio penitenciario, caso de Estados Unidos.

-Flexibilización laboral. Se trata de un eufemismo que implica dejar a los empresarios las manos libres para explotar a sus empleados. Su mundo ideal es aquel donde no existe el salario mínimo. Hace pocos años la ministra de Trabajo de Paraguay visitó Uruguay y se jactó de lo bajo que era el SMN en su país y de que la mayoría de los empleadores pagaban por debajo de la cifra fijada por el Estado. Repito: se jactó, no se lamentó.

-Austeridad fiscal para bajar los impuestos a los sectores más ricos. Como contrapartida, los keynesianos afirman que los que más tienen son los que más aprovechan la infraestructura creada por el Estado (aeropuertos, carreteras, iluminación, seguridad, etcétera), por lo que sería justo que paguen un porcentaje mayor de impuestos y se utilice este dinero en ayudar a las personas que no pueden pagarse la atención médica o educación en forma privada. Los neoliberales sostienen que si una persona no tiene para pagarse el seguro médico o alimentarse, será responsable del deterioro de su salud y no es problema de ellos si muere.

Como sus ideas son antipopulares y necesitan votos para llevar al poder a políticos que defiendan los intereses de la clase social más poderosa, muchas veces no las expresan en forma directa; pero el neoliberalismo es una fórmula que solo busca que los ricos sean cada vez más ricos, que quien no pueda competir de manera eficaz sucumba; no se oponen a la caridad (que la ejerce el que quiere), pero sí a un sistema solidario (ejercido por el Estado). Más que de Friedman, parecen seguidores de Darwin.

Para lograr imponer un sistema tan inmoral y egoísta, el neoliberalismo necesita un cómplice necesario: el periodismo. Los grandes medios de desinformación, y los periodistas que trabajan para ellos cual reclutas que obedecen órdenes sin pensamiento propio, tienen como primera misión la tarea de descalificar a aquellos presidentes que prioricen a los más humildes con la distribución de los recursos económicos. Les llamarán “populistas” (como si fuera un insulto) y los acusarán de dictadores. No importa cuántas veces convoquen a elecciones, no importa cuánta libertad de opinión tenga la oposición ni cuán violenta sea esta. La prensa cómplice siempre hallará la manera de mostrar a ese gobierno como represor e ilegítimo. Lo hará magnificando cada exceso del mismo, y minimizando u ocultando los de la oposición. Le darán a la población medias verdades, cuando no mentiras descaradas. Repetirán hasta el hartazgo las noticias que benefician a sus candidatos y pasarán fugazmente las que los perjudican.

A la prensa dependiente del poder económico se le suman organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que exigen imponer el modelo neoliberal a cambio de sus préstamos. También harán lo suyo varias (no todas) universidades privadas (como la Católica, de Uruguay, o la Universidad de Chicago), oficiando de centros de adoctrinamiento y criadero de Chicago boys. Es curioso que las universidades católicas promuevan el neoliberalismo, ya que se supone que son cristianas y el cristianismo es sinónimo de solidaridad, mientras que neoliberalismo es sinónimo de individualismo. Quizá sea porque los poderosos necesitan a la religión para mantener a raya a los pobres, y los religiosos necesitan el dinero de los ricos. Últimamente, las iglesias pentecostales vienen ganando la preferencia del suprapoder, ya que son más efectivas en el lavado de cerebro de las masas, mientras que no pocos sacerdotes cristianos han demostrado interesarse genuinamente por los más humildes.

Con todo, la prensa está en la primera línea de combate y los más ricos del planeta la sostienen. En Argentina, el Grupo Clarín moldea a su gusto la mente colectiva (pese a que no siempre ha logrado salirse con la suya), y personas influyentes como Mirtha Legrand afirman una y otra vez que los términos izquierda y derecha están perimidos, y que volvería a votar a Macri. Luis Majul criticó enardecido a quienes advertían lo que haría Macri si llegaba a presidente. Aún no lo he visto pedir disculpas de rodillas al pueblo argentino tras comprobar que Macri hizo todo lo que los peronistas vaticinaron.

El diario El País es el evangelio de los uruguayos neoliberales; pero los canales de televisión tienen más poder aún. No es de extrañar que Ignacio Álvarez haga todo lo posible por ensuciar a uno de los candidatos del Frente Amplio a la Intendencia, para empujar así a la economista, neoliberal ortodoxa, Laura Raffo.

Recuerdo cuando los uruguayos derogaron los principales artículos de la Ley de Empresas Públicas, y Alfredo Lara (periodista con el cual habíamos cubierto la jornada) me llevaba en su vehículo desde Punta del Este a Maldonado y, ya conociéndose el resultado, lagrimeó porque le impedíamos a Lacalle vender las empresas públicas. Lagrimeó. No dije nada; pero me di cuenta de que, si un periodista lloraba por algo así, era porque había algún premio en la vuelta si el resultado era diferente.

Los uruguayos deberían comprender que, así como neoliberalismo es antónimo de cristianismo, herrerismo es antónimo de batllismo. Los servicios públicos esenciales deben permanecer en manos del Estado, buscando el bienestar de la población por encima del afán de lucro. José Batlle y Ordóñez dijo: “Los ingleses nos están llevando la plata a lo bobo”, pensamiento que lo llevó a estatizar el Banco de la República Oriental del Uruguay, el Banco Hipotecario y los seguros, al crearse el Banco de Seguros del Estado en 1911.

La clase alta tiene clarísimo lo que implica la guerra informativa; razón por la cual cuando Mauricio Macri tomó el poder, prohibió la señal de Telesur y Rusia Today. Pocos meses después, unos 3000 trabajadores de la prensa quedaron sin trabajo, solo en Buenos Aires. Por otra parte, el Departamento de Estado (de Estados Unidos, of course) ordenó hace poco a DirecTV retirarse de Venezuela, con lo cual cayó la señal de Telesur en varios países de la región; pero parece que reabrirá con otro soporte. Telesur fue creada durante el gobierno de Hugo Chávez para contrarrestar la guerra mediática encabezada por CNN, desmontando día a día cada una de sus mentiras. Los que tenían la sana costumbre de oír las dos campanas pueden quedarse con una sola y convertirse en títeres ideológicos del poder mediático neoliberal.

40 millones de hogares no tienen acceso a Internet en América Latina, lo que significa que están a merced de los medios hegemónicos; por eso, no hay que extrañarse si vemos a los pobres votando a quienes los mantienen en la miseria. El suprapoder captará su voto usando diarios, canales y radios para favorecer a sus candidatos. Muchos pobres llevaron al poder a Menem y a Macri, en Argentina, a Mario Abdo Benítez, en Paraguay, a Donald Trump, en Estados Unidos y a los Lacalle, en Uruguay.

Esos medios cobrarán mucho más cara la tarifa publicitaria electoral a los candidatos de izquierda y destinarán más tiempo en sus programas a los candidatos de derecha. No siempre se valdrán de periodistas o conductores de tan bajo nivel como el del peruano Jaime Baily en Estados Unidos, Ignacio Álvarez en Uruguay o Jorge Lanata en Argentina. Muchas veces elegirán personajes políticamente correctos, de buen vestir y buen hablar, sumamente agradables, para hacer el trabajo más sutil, imperceptible, subliminal y efectivo.

Hay tres clases de periodistas: los que informan, los que forman y los que deforman. La derecha neoliberal tiene legiones de los últimos a disposición y todo el dinero para torcer principios y voluntades. “Jamás trabajaría para Clarín”, dijo Jorge Lanata… Y ya sabemos cómo terminó esa historia.

La manipulación mediática va desde la cuna hasta el ataúd y busca convertirnos en hormigas al servicio de un pequeño grupo de familias poderosas.

El neoliberalismo necesita a la prensa cómplice, y la prensa cómplice se alimenta de nuestra incapacidad para dejar de consumir su veneno cotidiano.

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