Por Germán Ávila
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La hegemonía norteamericana está cada vez más en declive, la construcción del mundo multipolar se va materializando con una pandemia como catalizador, situación que no estaba en los cálculos de nadie, pero que está determinando el curso de la geopolítica global. El punto crítico de la reorganización estratégica en occidente está en el Caribe, millas adentro de la costa de Venezuela.


El factor que determina la crisis por la que pasa Venezuela es el bloqueo económico, financiero y diplomático, los altos costos que debe pagar el país por la entrada de cualquier producto generan unas consecuencias muy profundas en la sociedad venezolana. Igual que en la mayoría de los países del mundo, el abastecimiento local depende de una gran cantidad de importaciones, hace años que la fase neoliberal del capitalismo se impuso, debilitando la producción local de productos y reemplazándola por las importaciones de productos manufacturados en países con legislaciones laborales flexibilizadas.
Venezuela no fue la excepción a esta dinámica, el grueso de su aparato productivo quedó volcado a la producción petrolera desde la perspectiva de la extracción, la refinación y el transporte, siendo uno de los países fuertes en materia de combustibles fósiles cuando los precios del petróleo superaron la barrera de los 100 dólares por barril.
Esta bonanza generó el suficiente flujo de capital para acceder con facilidad a los demás bienes de consumo que la industria nacional no producía. Es por eso que el bloqueo por razones ideológicas que imponen Estados Unidos y Europa sobre Venezuela se basa en tratar de congelar su principal fuente de recursos, que es la producción petrolera. Hoy el precio del petróleo en general es muy bajo debido a la crisis, pero el petróleo que está más devaluado es el de referencia WTI: petróleo extraliviano que ha marcado precios incluso por debajo de 0 dólares, es decir que los costos de extracción, transporte y almacenamiento son superiores a sus posibilidades comerciales.
Sin embargo, es importante señalar que los bajos precios del petróleo en la actualidad no marcan el fin de los combustibles fósiles como factor determinante de la modernidad, son una etapa que permitirá un posible reacomodamiento de algunas fichas y la aparición de algunos nuevos jugadores en el tablero geopolítico. Poseer las reservas de petróleo hoy, aún con los precios en negativo, sigue siendo un factor de poder geoestratégico para un futuro no lejano.
Por estas razones, la postura que tome el país que tiene las mayores reservas probadas de petróleo a nivel global es muy importante. Doblegar a Venezuela es fundamental para la política económica exterior de Estados Unidos, mientras que mantenerla a flote y establecer una alianza sólida con ella puede convertirse en factor determinante para constituir un polo alternativo.
Dada la situación de Venezuela, paradójicamente es la falta de combustible la que ha arreciado la crisis local producto de la pandemia. Por esa razón, en el marco del fortalecimiento de las relaciones entre países que se han declarado en contraposición a Estados Unidos, Irán ha enviado 5 grandes buques con 1,5 millones de barriles de nafta hacia Venezuela.
Este combustible no está destinado solo a alimentar la demanda interna de nafta, lo que permitirá el movimiento interno; principalmente servirá para reactivar las refinerías de Venezuela. Si este movimiento de acercamiento diplomático y comercial entre Irán y Venezuela funciona, el país caribeño volverá a entrar en el mercado del combustible con fuerza, y aunque el precio del crudo esté bajo, el mercado no controlado por Estados Unidos es cada vez más grande y más sólido, sobre todo ahora, que Trump ha impuesto una especie de coraza diplomática sobre su país, agudizando enfrentamientos ya existentes, justamente como los que tiene con Irán, o abriendo unos nuevos, como los episodios de sanciones comerciales y financieras a funcionarios chinos y rusos.
No hay que olvidar que el Comando Sur tiene una flota completa en el Caribe, esperando la oportunidad para entrar en suelo venezolano, los intentos de incursión de pequeñas unidades realizados desde Colombia por el Caribe y el río Orinoco muestran que el tiempo avanza y la presión se hace más fuerte para que la situación se resuelva con un resultado favorable a los intereses norteamericanos antes de las elecciones de noviembre en Estados Unidos.
En esa vía, las primeras y naturales reacciones desde la Casa Blanca ante la aproximación de la flota, fueron amenazar con interceptar los barcos, en el Caribe, ante los que el ministro de Relaciones Exteriores iraní, Mohamed Javad Zarif, elevó una carta ante el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en que advertía que cualquier acto en contra de la operación comercial legal que se desarrolla entre Venezuela e Irán deberá ser considerado un acto de piratería.
En la misma vía se ha pronunciado Dimitry Polyansky, embajador adjunto de Rusia en la ONU, quien en la sesión del Consejo de Seguridad increpó a Estados Unidos para que se diera cuenta del “riesgo de incidentes” que estaba asumiendo con una conducta hostil hacia cualquiera de los cinco barcos de la flota.
Por otro lado, la gran prensa ha mostrado el envío de los barcos como un acto de apoyo al terrorismo por parte de la nación islámica, incluso llegando a afirmar que son los buques iraníes los que “se acercan peligrosamente a la flota militar norteamericana en un acto de provocación”.
Lo cierto es que, al cierre de esta edición, los barcos Fortune y Forest ya habían alcanzado mar territorial venezolano y fueron acompañados a partir de ahí por la Armada Nacional Bolivariana en su recorrido hasta la refinería El Palito, en el estado Carabobo, al norte del país, donde ya se encuentra atracado el Fortune.
El tiempo corre y varios analistas internacionales afirman que Estados Unidos no atacará a los otros tres barcos que están en camino a Venezuela, y no por prudencia política o conciencia democrática, sino porque el costo de una acción de este tipo sería muy alto. No hay que olvidar que en enero Trump dio la orden de asesinar con un dron en Irak por medio de una emboscada al general iraní Qasem Soleimani.
Esta acción, distinto a lo que se ha reflejado (o callado) en la gran prensa occidental, no quedó sin respuesta, y varias acciones militares fueron desarrolladas por Irán en territorio irakí, lo que incluyó la destrucción de las bases militares en Irbil y Al Asad por medio de un ataque con 22 misiles. Y aunque los medios norteamericanos hablan solo de algunos heridos, la información difundida desde Teherán da cuenta de casi 80 soldados norteamericanos muertos. A esto hay que sumarle el apresamiento de un buque británico y el derribo de un dron estadounidense en el Estrecho de Ormuz, es decir, Irán está en franca y abierta defensa armada.
Entonces, desatar una acción armada en pleno Caribe sería generar confrontaciones armadas ahí y en Medio Oriente, con los correspondientes costos humanos y políticos, y todo esto mientras tiene lugar a nivel local una profunda crisis de salud pública dentro de las propias fronteras de Estados Unidos, aunque, como dice David Smilde, analista del centro Washington Office of Latin América, “las críticas por la pandemia, las elecciones antes de que acabe el año, son demasiados frentes, aunque con Trump, nunca se sabe”.
Por lo pronto, los otros tres buques, Petunia, Flaxon y Clavel, continúan su periplo hacia Venezuela. Esos buques pueden cambiar el curso de los acontecimientos en la geopolítica global, lo que hay en juego no es poco y el éxito de esta operación no es solo una esperanza para el gobierno venezolano o la consolidación de un bloque alternativo de poder global, sino para los millones de habitantes que tiene ese país, y que sufren a diario las consecuencias del bloqueo en plena pandemia.