Desde hace unos días ganó la atención de la opinión pública una propuesta procedente de un grupo de padres del departamento de Florida relacionada con el cambio de color de la túnica escolar. Seguramente, a los ojos de un extranjero, es incomprensible que este tema de apariencia menor gane la atención como titular de los medios de comunicación, pero en Uruguay, la túnica blanca y la moña azul son emblemas indudables de un pasado vinculado a la educación pública, laica y obligatoria que como uruguayos nos enorgullece. Son símbolos de identidad y valores, con la natural representación cromática del blanco vinculado a la pureza que se asocia con la infancia; de ahí el revuelo que causó la propuesta. “La túnica y la moña venden”, me dice un amigo, cuando hablamos de la presencia de los escolares en los actos públicos. Será por eso que los niños, a instancias de las autoridades de turno, protagonizan siempre estos espacios. Y no es que me moleste que ocurra, pero es claro que esa presencia recurrente y exclusiva de los escolares, invisibiliza la franja siguiente de desarrollo: los adolescentes y los jóvenes. Uruguay es hoy día uno de los países más envejecidos del contexto latinoamericano, en un proceso lento y constante que muestra que a medida que el envejecimiento se intensifica también se observa un aumento de los grupos de edad más avanzada dentro de los adultos mayores. Sin embargo, no es una sociedad que cuide a sus jóvenes. En este sentido, ocurren algunas cuestiones paradójicas. Vivimos en un mundo en el que envejecer no parece deseable; todos luchamos contra las señales del tiempo e intentamos, a veces con éxito y a veces no tanto, superar las consecuencias físicas del pasaje del mismo. Quizás haya allí un motivo no declarado por el que no se valora a los jóvenes: muchos autores refieren a una actitud de envidia de los adultos con respecto a los adolescentes, que representan la fuerza, la audacia y el vigor que nos han abandonado cuando “maduramos”. Tradicionalmente, la niñez es el tiempo de la vida asociada al candor, la pureza y las virtudes. Como contracara, la adolescencia se visualiza a través de representaciones de los jóvenes en contienda permanente con el mundo adulto, vinculados a problemas y conflictos. Quizás algo de esto explique porqué son tan escasamente visibles en la esfera pública y particularmente los actos oficiales son una prueba de ello. El del día nacional de fue una excepción. Estuvieron todas las autoridades: el presidente de la República, la presidenta de la Asamblea General, el presidente de la Cámara de Representantes, la presidenta de la Cámara de Educación y Cultura y el presidente del Codicen, además de muchas otras autoridades nacionales. Mandela bien vale el encuentro y el homenaje en el especial escenario del Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. El propio presidente de la República destacó en su oratoria la presencia de decenas de escolares -niños candorosos portadores de blancas túnicas y definidas moñas azules-, a los que les dijo: “Ustedes, niños y niñas, son la esperanza de todo el pueblo uruguayo y alimentan el sueño de un Uruguay cada vez mejor”. Sin embargo, nadie se acuerda de que ese candor presente en unos años se convertirá en adolescencia de hormonas desencadenadas que desarrollarán un modo de estar en el mundo incompatible a veces con las normas, rupturista y despeinado, pero sobre todo rechazado por los adultos, quienes, con una actitud aparentemente muy contradictoria, por un lado luchan para parecer menores y por otro rechazan y repelen a los adolescentes. En las proximidades del Palacio Legislativo hay, a simple vista, dos liceos que podrían haber accedido formalmente al acto sin mayor operativa. Uno de ellos, el liceo Nº 17 Francisco Acuña de Figueroa, queda exactamente enfrente y el otro, el liceo Nº 2 Héctor Miranda, a un par de calles de allí. No fueron convocados porque no fueron considerados como habitualmente sucede porque en Uruguay si no es como titulares de consumo de sustancias psicoactivas o delincuencia, los jóvenes están invisibilizados, son portadores de identidades desacreditadas. Hay una insistencia recurrente por olvidar a los adolescentes y los mensajes son muy claros, muy condenatorios, muy estigmatizantes. Desde el liceo Nº 12, y por motivación nacida del propio centro educativo, se presentó al acto una comitiva integrada por 11 estudiantes delegados, el director y dos docentes. Todos los jóvenes habían leído sobre Mandela y habían aceptado la responsabilidad de replicar la vivencia en sus grupos de clase. Nadie los nombró, ni un solo medio de prensa los identificó o recogió algún dato de aquellos estudiantes. Me pregunto si serían los únicos o habría también otros grupos que sufrieron los efectos de la exclusiva representatividad que se deposita en los escolares. Recogieron sólo la cortesía simpática de unos saludos de carácter coloquial antes del inicio del acto o al finalizar el mismo de algunas autoridades, pero ni una mención pública a un puñado de jóvenes que participaron con mucha preparación previa y la inmensa alegría que caracteriza a este tiempo de la vida. Nuestro presidente explicó en su oratoria que el mejor homenaje a Mandela es el de las acciones que podamos implementar para mejorar el mundo, recordando en este sentido que el mundo comienza en cada uno de nosotros, en nuestro entorno inmediato. Quizás sea ya hora de actuar como sociedad iniciando el camino de darles un sitio más visible, de reconocimiento, a los jóvenes, que los saque exclusivamente del lugar de la sospecha y de la imagen social, en general, condenatoria. Seguro que Madiba me hubiera apoyado.
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