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Soledad Platero: “Vivimos tiempos un tanto tilingos”

Columnista, editora, crítica literaria, Soledad Platero plantea en esta charla con Caras y Caretas una breve y a la vez filosa reflexión sobre el estado del periodismo cultural a nivel local, así como sus proyecciones en tiempos de crisis en los medios tradicionales y la sobreabundancia de ofertas a través de la red de redes.

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Por R.T.

El periodismo cultural, anota Soledad Platero, quizás no tenga problemas específicos muy diferentes de los que tiene el periodismo en general: “Por lo pronto, es posible que haya quienes añoren un nivel crítico muy riguroso que se supone que tenían los medios de prensa diarios (ya ni hablemos de revistas y semanarios especializados) antes de la dictadura”.

¿Se ha perdido efectivamente el rigor?

La verdad es que no estoy segura de que se haya perdido rigor; lo que sí es seguro es que se perdieron páginas: cada vez hay menos medios de prensa escrita y, al mismo tiempo, en los medios que quedan hay cada vez menos espacio para el periodismo cultural. Por otro lado, la enorme cantidad de medios digitales, blogs y otras plataformas por las que circulan la expresión y la opinión hace que no pocas veces haya más ruido que nueces. Navegar entre esa enorme oferta y distinguir lo que es un análisis o una crítica de lo que es una reseña amateur o una opinión sin fundamentar no siempre es sencillo.

En ese contexto, ¿los medios y formatos de publicación en Internet pueden considerarse una vía de salida para otro tipo de escritura y reflexión en torno a temáticas culturales?

Evidentemente, las plataformas digitales pueden servir de soporte y vehículo para cualquier producción, y los periodistas vinculados a la actividad cultural pueden tener recursos para presentar esa producción de manera atractiva. Sin embargo, el ámbito de internet es demasiado vasto, demasiado sobreabundante, y todavía quedan muchos lectores que se sienten más cómodos con el papel. No sé qué futuro nos espera, pero es probable que los medios tradicionales se vean reducidos a su mínima expresión y las noticias irrumpan como la publicidad en las redes sociales gratuitas. O que los diarios se transformen en objetos de lujo, como algunos libros que las editoriales publican con ilustraciones y tapa dura, como para compensar la pobreza de las meras palabras que, a fin de cuentas, siempre se pueden bajar gratis de la red.

¿Sería posible imaginar una relación fructífera entre el periodismo cultual y lo que suele llamarse periodismo narrativo?

Supongo que la asociación entre los dos registros surge por el lado de la belleza literaria, por la preocupación extra que el texto de eso que llamás «periodismo narrativo» tiene por la seducción que puede ejercer la palabra. En ese sentido, parecería más natural que textos que se juegan una parte importante de su peso en el goce que produce leerlos tengan un parentesco, una familiaridad con los textos que hablan sobre literatura o sobre arte en general. Sin embargo, no necesariamente el tema de la crónica o del periodismo narrativo se vincula con lo «cultural»: hay crónicas de enorme calidad literaria que hablan de deportes o de política o de cualquier otro asunto, y si no tienen un lugar en las páginas de deportes o de política de los diarios se debe a que el espacio es tirano y las políticas editoriales se inclinan por los datos presentados de la forma más concreta posible. Claro que esto no siempre se cumple, tampoco: los periodistas adoran los neologismos y las frases hechas, y eso conspira contra la voluntad de transparencia.

“Cultura” y “espectáculos” son etiquetas de secciones que han estado en tensión casi constante. ¿Esta tensión se concentra en la oposición entre “profundidad de análisis” y mera reseña de agenda o cartelera?

Creo que por definición hay algo de eso, pero también es cierto que «espectáculos» es una etiqueta más abarcativa. Digamos que en la sección «cultura» difícilmente se reseñaría una obra de revistas de la calle Corrientes, mientras que «espectáculos» no sólo la reseñaría sino que trataría de conversar con la vedette y con el capocómico. Así y todo, hay que admitir que se puede hacer una lectura superficial e intrascendente de una obra maestra tanto como un análisis agudo, profundo y pertinente de un espectáculo menor.

La práctica del periodismo cultural, ¿entraña un compromiso político?

Bueno, la vida entraña un compromiso político, creo yo. Y por acción o por omisión, siempre nos paramos frente a los hechos desde cierta perspectiva. «El encuadre es político», decía uno, y hablaba de fotografía, así que imaginate cómo será cuando hablamos de escritura o de relato. No se puede contar nada en forma aséptica, incontaminada: siempre hacemos una puesta en palabras que incluye (o no) aspectos políticamente significativos. Cómo los incluimos puede determinar qué sesgo le damos al asunto. Claro que eso no quiere decir que haya que hacer periodismo partidario, o periodismo militante. El periodismo cultural -una vez más- está tan afectado por lo político como cualquier otro.

Por último, ¿qué destacarías de las nuevas generaciones de periodistas culturales?

Tienen a su favor (además de la juventud) un uso muy competente de las posibilidades tecnológicas y un acceso casi ilimitado a lo que se produce en cualquier lugar del mundo. Tienen en contra la impaciencia propia de estos tiempos y la inexperiencia propia de la edad (lo que digo, lógicamente, no puede ser tomado como regla: conozco críticos jovencísimos que tienen un nivel teórico y una erudición que envidiarían muchos que ya están para jubilarse). Por lo demás, los periodistas no crecen de la nada, así que todo lo que se le puede achacar de bueno y de malo a los periodistas de las nuevas generaciones se corresponde con lo que esta época tiene de bueno y de malo. Vivimos tiempos un tanto tilingos, y no se le puede echar la culpa de eso a los más jóvenes.

 

En la mira
Las escasísimas veces que desde el periodismo cultural se ha puesto en la mira las “políticas” o líneas de acción institucionales -a nivel oficial, sobre todo-, funcionarios, gestores y algún que otro personaje de la clase política asume el análisis y/o la crítica como “un ataque”, como una amenaza. ¿Esto se debe a la ausencia total de discusión sobre asuntos de fondo en las prácticas culturales o, quizás al mismo tiempo, a la hegemonía de esa idea de “hiperactividad” -carteleras saturadas con programaciones muchas veces absurdas- que excita tanto a los gestores devenidos “funcionarios culturales”? “Ahí hay un asunto bien interesante porque, en efecto, ‘los gestores devenidos funcionarios culturales’, como vos decís, suelen confundir cantidad con calidad. Vivimos un tiempo que adora las cosas cuantificables: tantos millones de espectadores, tantos artistas en escena, tantas toneladas de equipos, etcétera, etcétera. Parece que si las cifras son abultadas significa que la cultura fue más generosa. Y también es cierto que los funcionarios suelen sentirse amenazados cuando se critican sus políticas. Personalmente, no tengo claro hasta dónde las «políticas culturales» son buenas. Creo que los incentivos son necesarios, pero también tengo la impresión de que las mejores cosas no son siempre las que crecen a la sombra de la protección estatal.

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