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Columna destacada | LUC |

Bizarra paseata gauchesca por el ‘NO’

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Lector, en medio de tantas pálidas, sobre las que he escrito y siempre escribo, me tomo un descanso para contarle algo que me pasó y que da para varias reflexiones. El domingo de mañana, a eso de las 10.30, estaba leyendo, el plasma con la guerra, escribiendo en la compu, cuando un persistente ruido de cascos de caballo me invade por la ventana abierta. Me levanto, me asomo a la ventana, pienso: ¿Qué hacen tantos caballos en Colonia y Libertador, en el centro del centro de Montevideo, un domingo de mañana? ¿Habrá un golpe de Estado? ¿Será alguna fiesta patria de la que me olvidé? ¿Será el día de la Patria Gaucha? ¿Manini y Cabildo Abierto, nostálgicos, habrán resucitado el Día de la Orientalidad, de la época del régimen cívico-militar?

Alcancé a ver a los últimos caballos yéndose por Colonia, lujosamente ataviados a la gaucha, lanzas y pendones abundantes, creo. Unos poquitos transeúntes agitaban banderitas uruguayas baratas. Resonó algún grito de ¡Viva la patria! Volví a sentarme de espaldas a la paseata. El crepitar de los cascos va siendo sustituido por bocinas de auto que llegan ahora de avenida Libertador, como siguiendo a la caballería. Volví a la ventana. Autos, camionetas y algún camión lucían banderas uruguayas y del Partido Nacional. En los frentes y techos había banderas del No para el referéndum. Algunas trabajosas banderas mezclaban la de Ucrania con la uruguaya. Una camioneta rural lucía, en la antena, una de los Treinta y Tres, una uruguaya y una de Aparicio Saravia.

¿Era una manifestación del Partido Nacional por el No? ¿O una de la coalición gobernante para lo mismo? Porque abundaban banderas de la lista 40, algunas de la 71, alguna de la 504… pero faltaban algunas listas electoral y gubernamentalmente importantes. Vienen algunos pocos autos del Partido Independiente. Algunos otros con una bandera roja que no alcanzo a distinguir si son del Partido Colorado o del Partido de la Gente. Renuncio a sacarme la duda porque, o bien tendría que bajar y arriesgar a quedar escrachado en alguna foto que podría incriminarme a futuro, o bien tendría que esperar el pasaje de más banderas rojas para fijarme mejor; esto último me obligaría a quedarme mucho rato en la ventana porque la probabilidad de que aparecieran personas de alguna de las dos enseñas era muy baja.

Volví a mis quehaceres. Pero no pude dejar de pensar en la paseata, para reflexionar mejor sobre la fuerte primera impresión de que era un instrumento de marketing político, y electoralmente inocuo o inconducente.

 

Idea bizarra para una campaña política

Uno. ¿Qué extraña y difícilmente infundada creencia alimentó la idea de que una paseata claramente incitada por el Partido Nacional, a favor del No, mejoraría la votación del 27 de marzo mediante la estratagema de identificar al No con la ‘uruguayidad’? ¿Convencerían, con ese argumento, a alguien que estuviera dudoso o que estuviera inclinado a votar al Sí? ¿Se convencerían ahora esos hipotéticos votantes potenciales que es de ‘uruguayos’ votar al No y de no-uruguayos votar al Sí? ¿Son los uruguayos mejores que todos los demás para definirse sobre el referéndum? ¿Pueden votar no-uruguayos en él? ¿Por qué adherir al Sí es propio de un no-uruguayo y hacerlo por el No es propio de un uruguayo, definido como tal por su supuesta mayor coherencia con las tradiciones gauchas rurales? Difícil para Sagitario todo eso.

Dos. En todo caso, una caballería gaucha, seguida de vehículos a motor, un domingo de mañana, en el centro del centro de Montevideo, ¿parece una actividad gaucha tan típica y folclórica?; y que convencería a los poquísimos montevideanos que estarían en ese tiempo y lugar el domingo de Carnaval de que el No es más ‘uruguayo’ que el Sí y que ser uruguayo es ser adherente y actor de tradiciones rurales? Porque la paseata eligió hacerlo en la parte menos habitada del Centro de Montevideo, quizás en el día y hora menos habitados de uno de los días menos habitados del año.

No creo que haya sido ni un gaucho ni un montevideano del Centro quien eligió ese trayecto, esa comitiva, en ese día y hora. ¿Quién fue? Concedo que puede haber sido solo un escenario para que los videos se difundieran luego por la prensa y las redes, y no solo ni fundamentalmente por el éxito proselitista directo de la paseata.

Pero parece naif, ingenua, esa identificación neo-romántica de la identidad nacional con la ruralidad salvaje; es del siglo XIX esa ‘tradición inventada’, como dijo Hobsbawm; muchas identidades independizadas surgieron como tales en el siglo XIX, especialmente en América, Europa y Asia, no en África, donde ocurren en el XX.

 

¿Tradiciones rurales=uruguayidad=p. nacional/coalición=voto al no=paseata equino-vehicular por el centro urbano capitalino?

No me queda nada clara la verdad de todas esas equivalencias aparentemente creídas y exhibidas de esos modos, ni siquiera como intento -algo traído de los pelos- de persuasión político-electoral.

En otras épocas el mundo era predominantemente rural y no urbano; los mitos, leyendas y épicas identitarias cuentan con personajes, situaciones y valores del folclorismo rural, tan neo-romántico, de las identidades independizadas en ese entonces; por eso, los himnos nacionales son tan marciales; porque son celebratorios de las independencias militarmente conquistadas en buena parte (aviso: no me gustan nada y deberían ser cambiados o interpretados alternativamente).

Uruguay no es excepción y la literatura gauchesca es uno de sus síntomas. Pero esos personajes, situaciones y valores rurales decimonónicos no creo que sean muy atractivos en el urbano siglo XXI, que, en todo caso, erigió, ya en el siglo XX, héroes, mitos y leyendas urbanas, de compadritos y malevos, no de gauchos rurales; y que quizás sean ya obsoletos como modelos también: no creo que haya pósters de gauchos ni de malevos en los dormitorios de los adolescentes ni en los livings, en todo Uruguay.

Ni estoy tan seguro de que los uruguayos se sientan más uruguayos porque van a la Rural del Prado un día al año a comer chorizos (algún asado con cuero también) y a ver alguna jineteada como quien ve payasos de circo; porque está cada vez más lleno de ‘gringos’ sacando fotos; los domadores y jinetes descansan de sus duras botas con championes Nike y prendidos a celulares, y no precisamente para presenciar payadas de Aramís Arellano.

La ruralidad tradicional y pretérita no es ya fundacional ni modélica; a esta altura del partido, ya el nacionalismo de campo afuera no debe rendir muchos frutos político-electorales; si quieren mantener esa identidad partidaria legendaria, ok; pero como estrategia de campaña, huele a naftalina, fragancia que no puede inhalarse por mucho rato y con la que nadie se perfumaría. Y ya que estamos hablando de fragancias, veamos otra faceta de este temita.

 

El curioso simbolismo de la bosta sobreviviente a paseatas

Les dije antes que cuando me sorprendió el ruido inicial de la paseata mis furtivas hipótesis, simultáneas a mi aproximación a la ventana eran: golpe de Estado, fecha patria olvidada por mí, reedición nostálgica cabildista del Día de la Orientalidad cívico-militar, alguna otra ruralidad extemporánea. Era esto último, que le describí someramente, por si usted no estaba allí.

Todas esas paseatas posibles, cuando han ocurrido, han mostrado algunos rasgos comunes, algunos obvios, otros no tanto: uno de estos últimos es el caso de la bosta de caballo que queda en las calles luego del pasaje de las paseatas en días feriados, cuando no hay servicio de limpieza comunal hasta el día siguiente (en el mejor de los casos); que es adherida a los neumáticos de los numerosos vehículos que transitan luego de la paseata y hasta que sean limpiados, y que los transportan por toda la ciudad, con restos en el calzado de los ciudadanos.

Ni hablemos del olor que inunda la ciudad (¿sería así Montevideo a fines del siglo XIX?; ya no hay testigos para preguntarles); los habitantes del sector más afectado por las paseatas rezamos para que esa fragancia no se combine con la proveniente del embarque de ganado en pie desde el puerto, potenciación muy infrecuente, por suerte.

Los excrementos animales -los humanos también- son la materialización de la necesidad del organismo de expulsar los productos excedentes, indeseables y disfuncionales para la salud de ese organismo, que resultan del metabolismo necesario para la reproducción de la vida de ese organismo.  El olor que los caracteriza simboliza su dispensabilidad y su incompatibilidad con una cotidianidad sana y agradable; si usted piensa, lector -y para no ser desagradable e innecesariamente detallista-, todos los desechos expulsables del metabolismo despiden desagradables olores que simbolizan su carácter. La humanidad ha ido inventando una interminable lista de modos de eliminarlos y de terminar o alejar su olor. No olvidemos que los reyes del Renacimiento defecaban desde lo alto de sus torres palaciegas ante la atenta mirada del privilegiado cortesano que presenciaba la operación.

Pues bien, el metabolismo económico y sociocultural ha ido cambiando la vida rural por la vida urbana, y el tránsito sobre equinos por la circulación vehicular, actualmente movida por diversos combustibles. La vida rural -y esto no implica un juicio laudatorio por esta faceta de la piqueta fatal del progreso- y sus modos distintivos de traslado constituyen, de hecho, desechos de ese nuevo metabolismo productivo y circulatorio, aunque obviamente son también poderosos insumos para ese mismo macro-funcionamiento urbano; pero como insumo, no ya como modus vivendi ni operandi central ni deseable.

En cierto sentido metafórico y figurado, las ruralidades se han transformado en un desecho del metabolismo urbano triunfante -se opine lo que se opine sobre él-; desecho que es lírica y melodramáticamente sentido, a veces, como virtuosa arcadia primordial nostálgicamente reproducible a través de algunos de sus rasgos elegidos como representativos, inventados en parte como ‘tradición inventada’ en el decir de Hobsbawm.

Aunque pueda sonar como pedante afirmación sin espacio para explicarse, digamos que esta visión del desecho como paradójica verdad eterna, implica una visión de la identidad como una ‘mismidad esencial estática’ frente a una conceptualización alternativa de la identidad como una ‘ipseidad constructiva dinámica’ (adherimos a esta última concepción al interior de la brillante dicotomía ofrecida por Paul Ricoeur); esta dicotomía describe bien políticas y creencias, por ejemplo, sobre la evolución del tango y del fútbol ‘nuestro’, también.

Bueno, me parece que ya es bastante como reflexión sobre una sorpresa recibida por una paseata parcialmente cabalgante durante una plácida mañana dominguera del centro capitalino.

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