A pesar del estruendoso silencio que atraviesa las fronteras comunicacionales con la indiferencia de los medios de comunicación allende la Banda Oriental, este domingo, Uruguay se alza frente a una elección decisiva, una encrucijada en la resistencia contra el deterioro social que arrasa sin piedad.
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Lo que se juega en las urnas no es solo una contienda electoral, sino una pieza clave en una batalla que trasciende aduanas ideológicas; una lucha por forjar herramientas políticas que no solo mitiguen el embate implacable de la barbarie capitalista, sino que además construyan alternativas socializadoras, capaces de enfrentarse a los rostros más feroces de esta mal llamada "modernización".
La desidia mediática —con cuyo oxímoron abro estas líneas— me resulta incomprensible, no solo en el caso de Uruguay, sino también frente a aquellas experiencias que desafían las formas más despiadadas del sistema, como las que laten en los países escandinavos.
En este rincón del sur, el Frente Amplio ha sabido mantener viva, por más de medio siglo, una llama de transformación que encarna la resistencia, la gestión y la propuesta. No sin sus desgastes, pero siempre firme, esta herramienta política traza con convicción las rutas hacia un capitalismo menos cruel, sosteniendo en su seno una convergencia inédita a nivel global: desde la socialdemocracia hasta las radicalizaciones de cuño trotskista o anarquista, abarcando todas las variantes posibles entre ambos extremos. Es tanto un bastión de resistencia y movilización territorial como una opción política de gestión gubernamental probada, capaz de contener, participar y actuar. Sin embargo, no se puede ignorar que este reconocimiento no excluye los desencantos que, en sus extremos, han llevado a algunos a la autoexclusión.
La historia de las izquierdas no ha sido precisamente un camino de generosidad o voluntad acuerdista; más bien ha estado marcada por rupturas, desavenencias, dogmatismos y sectarismos. Junto a sus indudables fortalezas, emergen signos de fatiga e impotencia. Pero, pese a todo, no puede subestimarse la excepcionalidad histórica de esta unidad tan infrecuente, ni su capacidad para construir consensos, defenderlos y desarrollar programas que luego aplica con firmeza en la gestión. ¿Es suficiente? Indudablemente, no. La proliferación de sellos políticos menores crece con cada convocatoria electoral, algunos enarbolando banderas de la agenda frentista que creen insuficientemente defendidas, y otros, impulsados por el más burdo oportunismo personalista. No obstante, ninguna de estas fracturas corroe el ADN del Frente Amplio ni altera la esencia bipartidista del Uruguay en este siglo. Un país dividido entre una derecha que aglutina la totalidad de las expresiones más retrógradas al llegar al balotaje —institucionalmente creado al efecto— y el progresismo indomable del Frente Amplio.
Siempre he considerado que es un deber fijar posición ante las disyuntivas electorales, por pura honestidad intelectual. Cada vez que escribo o hablo de lo que está en juego, aunque no pueda intervenir directamente, siento la obligación de hacer visible mi compromiso. No voto en Uruguay, pero desde mi adolescencia mi corazón late al compás del Frente Amplio. Hoy, la ciudadanía tiene en sus manos tres decisiones trascendentales: los poderes Ejecutivo y Legislativo, y los plebiscitos constitucionales sobre la ley de allanamientos y la seguridad social. En mi artículo anterior, intenté ser claro y enfático al apoyar la iniciativa del Pit-Cnt —respaldada además por la FEUU, FUCVAM y otros movimientos sociales— de reformar la Constitución para consagrar la seguridad social como un derecho, fijar un piso remunerativo digno y acabar con el ominoso sistema privado que hace rehenes de quienes más necesitan. También advertí al Frente Amplio que su indiferente "libertad de acción" frente a esta propuesta es un error que no solo pone en riesgo la unidad, sino que le da la espalda al ejemplar movimiento obrero. En consecuencia, creo que debemos, sin titubear, colocar la papeleta blanca del Sí en el sobre.
En cuanto a la otra iniciativa, la papeleta amarilla que busca modificar el artículo 11 de la Constitución, permitiendo allanamientos nocturnos, considero que debe rechazarse sin vacilación. Esta propuesta no es más que una medida oportunista de su autor, que pretende capitalizar el miedo popular frente a la inseguridad y el narcotráfico con una solución tan simplista como ineficaz. La exjueza penal Mariana Mota, brillante defensora de los derechos humanos, ha dejado claro que los allanamientos nocturnos no solo son innecesarios, sino que representan un peligro para todos. La actual protección constitucional al hogar no ha sido un obstáculo para investigaciones efectivas; ya se cuenta con herramientas como la vigilancia, el uso de drones y las detenciones en momentos seguros, como durante el día. Ingresar a un hogar en la oscuridad de la noche no solo pone en riesgo a la Policía y a los moradores, sino que además no garantiza el éxito de la operación. Como bien señala Mota, debemos proteger el derecho a la privacidad y agotar todas las alternativas antes de siquiera considerar la limitación de derechos fundamentales. Finalmente, no podemos ignorar que el autor de esta propuesta, que hasta hace poco podría haber sido visto como un outsider, es hoy el rostro visible de la peor excrecencia del derechismo: un general que propaga la mano dura, la homofobia, el culto a la normatividad y el militarismo, mientras cierra los ojos ante los terroristas de Estado y no vacila en navegar en las aguas de la corrupción. Por si quedara alguna duda, insisto: no debe colocarse la papeleta amarilla en el sobre de votación.
En lo que respecta a los poderes políticos en juego, estoy convencido de que solo la boleta del Frente Amplio puede detener y revertir el derrumbe que ha dejado tras de sí el Gobierno de coalición derechista. Los indicadores socioeconómicos son un reflejo implacable del deterioro que han sufrido los sectores populares: desde el aumento visible de la pobreza, que golpea con particular crueldad a niños y jóvenes, hasta los sutiles cambios en el coeficiente de Gini, que retratan una desigualdad cada vez más marcada. Los recortes en políticas sociales y el despiadado ajuste fiscal han afectado profundamente los servicios públicos, la salud y la educación. Estos no son meros episodios aislados, sino el fruto amargo de un proyecto político devastador, diseñado para aprovechar cualquier resquicio y erosionar, o incluso desmantelar, las conquistas logradas en los 15 años de gobiernos progresistas. La utilización de maniobras políticas, como el recurso a mecanismos de excepción —la Ley de Urgente Consideración para tratar una Ley Ómnibus— o la incorporación, sin debate ni discusión, de una ley tan crucial como la Ley de Medios, son pruebas fehacientes del avasallamiento que impulsa este proyecto derechista. Un proyecto que no solo debemos confrontar, sino erradicar, pues su objetivo es claro: desmantelar lo que tanto ha costado construir. Y frente a esa amenaza, la única respuesta viable es el Frente Amplio.
La fórmula presidencial, en esta ocasión, ostenta el carácter inclusivo que solo el Frente Amplio había alcanzado con la fórmula Mujica-Astori, donde ambos se enfrentaron con altura en la interna. La elección del candidato a vicepresidente, decidida por convencionales, fue en su momento una prerrogativa ejercida por Tabaré Vázquez y Daniel Martínez, quienes se sintieron con el derecho de elegir más allá de las preferencias internas que los consagraron. Hoy, con Orsi y Cosse, el Frente Amplio abraza casi la totalidad de los votos frentistas en las primarias, dos trabajadores incansables, con una vasta experiencia de gestión, ambos habiendo comandado los dos departamentos más importantes del país: Montevideo y Canelones. Además, pertenecen a la generación "posfundadora", una nueva estirpe que encarna el tan ansiado recambio generacional que el Frente necesita. Es, sin duda, la mejor opción que el Frente Amplio puede ofrecer en el terreno del Poder Ejecutivo.
En el ámbito legislativo, las opciones se despliegan con una diversidad que responde a la hibridez del sistema electoral, el cual, aunque dejó atrás el viejo sistema de lemas puros, sigue permitiendo la existencia de sublemas que agrupan un intrincado conjunto de listas, donde los cálculos electorales especulativos tejen complejas alianzas en cada departamento. Y, como si eso no bastara, la afición uruguaya por identificar las listas mediante numeración exige una suerte de destreza casi pitagórica para descifrar este entramado electoral.
La posibilidad concreta de poner fin a la pesadilla de la coalición multireaccionaria y dar comienzo a la reconstrucción del tejido social no debe, bajo ninguna circunstancia, olvidar la existencia de aquellos frenteamplistas y exfrenteamplistas desencantados. A ellos no hay que temerles ni excluirlos; por el contrario, es fundamental reincorporarlos para fortalecer una construcción unitaria, más potente y plural. Quizás la revitalización del Frente Amplio no dependa tanto de destellos o de las delicadas artesanías intelectuales, sino de la capacidad de reconocer los malestares y los conflictos que laten en las agregaciones anónimas. Esos desgranamientos descorazonados no están sectorizados y, si lo estuvieran, tal vez me contaría entre sus filas, pero siempre desde una contención que evite que las fuerzas centrífugas nos desgajen. Siempre hacia adentro. Superado el proceso electoral, que espero con todo fervor resulte triunfante, habrá que encontrar el camino hacia un reencuentro militante. Un reencuentro entre aquellas bases heterogéneas —aún indeterminables en su magnitud— que hoy se sienten desencantadas de la política o se han exiliado en los movimientos sociales, para integrarlas nuevamente en la participación política. Solo así podremos dejar un sedimento organizativo, unitariamente plural, que sostenga la lucha y la transformación.
Sea por el espanto que algunos sienten o por la necesidad de honrar la intransigente posición de principios y la histórica unidad de la izquierda uruguaya, que desde el '71 ha resistido embates y transformaciones, el momento ha llegado. Esta es una cita con la historia, un instante que no se repetirá. ¡Sí al Frente Amplio! ¡Sí a la reforma de la seguridad (social, exclusivamente)!