“Es necesaria una cierta dosis de ternura para comenzar a andar con tanto en contra,
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Subcomandante Marcos
I
Quisiera no tener que repetir algunos temas, regresar al vientre de mi madre, besarla por dentro, tener el coraje de abrir los ojos en una matriz cálida, amarme tan furiosamente que nadie pudiera rasgar mi piel con el cuchillo grave de una palabra falsamente luminosa, caminar sola, nacer, renacer, reinventarme, ser poderosa.
Soy una mujer que no se limita a contemplar el mundo, me pongo de pie, lo miro, me miro, están mis compañeras, mis compañeros, mi historia con su almanaque de ríos en los que un hombre que conozco apenas logra nadar intentando medir sus fuerzas mientras late con una víscera de otro. Estoy con los pies hundidos en el barro, escucho una discusión. Unas personas han montado una precaria carpa cerca del lugar arbolado, lavan ropa y pescan, hay niños incoloros, los bañan, todas las imágenes son difusas. Un hombre y una mujer discuten furiosamente, ella llora, luego se hunde en el agua y tiembla, no me muevo, nos recorre un frío similar. La discusión no tiene nada especial, un hombre violentándola con palabras, ella intenta defenderse, el hombre dice que nadie la podría querer del modo que “él” la quiere, ya que ella tiene hijos de otros, pero “él” es diferente; que se mire bien, que nadie la aceptaría con “esos gurises sucios y maleducados”. “Vos tenés razón, pero no me grites”, dice ella. Todo se resolverá entrecomilladamente de una forma horizontal/transversal previsible, sea en la posición del misionero o en la de Andrómaca, disparatada y grávida, y cada paso que la mujer del río siga dando estará salpicado de humillaciones varias. ¿Le pasaría esto si fuera hombre? Posiblemente no, pero no sólo los hombres cuestionan a las mujeres “con pasado”, al mejor estilo mala comedia; nuestros pares también lo hacen y a veces suelen ser muy duras.
Hay mujeres indignadas hasta el borde de sentirse tan agredidas que quisieran exterminar al género masculino –ese tropel de enemigos violentos y malditos–, pregonan el arte de la liberación y la soledad opcional como una forma de mantenerse enteras, quieren tener hijos sin intervención alguna de “ese macho infeliz” que todo destruirá inevitablemente, los vuelven siluetas de cartón y las incendian, grafitean paredes con insultos, van camino al desierto donde no esperan más que a otras mujeres, se sienten verdaderamente mal y no quieren en sus luchas reivindicativas que un solo hombre las acompañe.
Comprendo que están sangrando mucho, pero considero que equivocan el camino hasta el punto de volverse sus peores enemigas. Sé que mi postura es discutible, me he enfrentado a muchas compañeras que me consideran una traidora, algunas han dejado de hablarme o me envían audios que escucho en el celular considerándome una irresponsable por todo lo que afirmo, aunque lo haga cuestionándome si no estaré cayendo en una equivocación feroz, lo que es perfectamente posible.
II
Hace pocos días me trasladé a Rocha capital a conocer un poco sobre el funcionamiento del departamento de asistencia social enfocado a la violencia de género y la absorción de la población femenina más vulnerable, así como de sus pequeños hijos que se encuentran atravesando situaciones altamente conflictivas. En diálogo con la directora de la división me cuenta que tienen un lugar solamente destinado a mujeres en situación de riesgo, que es la primera casa en el interior del país donde se las contiene cuando vienen a pedir ayuda por este tema, les brindan determinados servicios, escuchan, orientan y ayudan, inclusive en una posterior reinserción laboral. Hablan de 130 mujeres como promedio. La mayoría se han acercado solas y a otras las han ido a buscar después de alguna advertencia judicial sobre posibles daños. No todo el mundo conoce de la existencia de estos lugares, específicamente ideados para suplir carencias de carácter delicado. Aparte del local de Montevideo, está este y hay otro en el departamento de Salto, que tiene pocos meses de existencia.
Escucho a la asistente social, hablamos de que no es sólo un golpe mortal, ya no respiramos lo que nos mata. Hay muchas maneras de estar muertas y caminar solitarias por un mundo que nos ha herido enormemente llegando a la conclusión que las protestas han perdido fuerza y que cada mecanismo de acción, aunque pequeño, es infinitamente más válido que estas. Las alternativas existen y hay quien apunta a hacer cosas realmente efectivas, el apoyo es poco, los fondos para llevar adelante cada proyecto son escasos por lo que se dilata la concreción de ellos. Este es el modo de acción, el abrigo, la educación, el abrazo, y mostrar los caminos.
III
Hace algunos años trabajé con mujeres en un proyecto del Mides en la ciudad de Melo. Se acercaban con sus hijos; no eran muchas, algunas venían por un tiempo y luego desaparecían inexplicablemente. Estaban tristes. Llegaba el momento en que el marido les impedía seguir concurriendo al lugar. Abrir los ojos de alguien es oficio delicado, se enseña a ver, y, lo más complicado del caso, hay quien se atreve a pensar. Esa mujer se vuelve peligrosa, se defiende, es una amenaza que late.
Si se ha relegado por mucho tiempo, puede que ya no lo admita más, y el hombre comienza a temer perder un lugar de poder que ha mantenido por muchos años. Esos hombres no son monstruos ni asesinos en potencia. Conocí a muchos, trabajando, con miradas hoscas cuando uno llegaba a la puerta, llenos de desconfianza, cumpliendo un aparente rol de protección, y no entendiendo prácticamente nada. Es por esa razón que considero que toda batalla es esencialmente cultural y que es necesario básicamente educar a todos. Creo que los femicidios pueden crecer y no es una postura pesimista sin bases ni considero que el mensaje consista en haberme resignado ante la más feroz de las desventuras, sólo creo que todavía se camina en tierra árida con gran enojo y un grado importante de confusión. Se trata de aplicar medidas eficaces, las personas involucradas y comprometidas saben que hay que tener paciencia, nos aguarda un camino muy largo.
El camino más fácil parece ser exterminar hombres, ridiculizarlos, mostrarnos fuertes, empoderadas, enseñar nuestra manera de pisar duro por un terreno en el cual antes no podíamos ni siquiera hacer un garabato tímido en la arena. Lo creo bastante inconducente.
IV
En este lunes de finales de febrero de 2017 aún sigo escuchando discursos de hombres que consideran a las mujeres cosas y se vanaglorian de sus conquistas, mientras la compañera es un ser dispuesto a fagocitarse en nombre de quien sabe qué planeta. A pesar del bombardeo de situación y las múltiples condenas, los discursos son iguales. Seguramente alguno dirá que no generalice y no lo estoy haciendo, simplemente vivo, escucho, trato de dialogar –lo que no siempre es viable– y considero que los hombres sufren un gran desconcierto que los ha llevado a caminar por la cornisa, lo que es, de muchos modos, la puerta abierta a la desesperación. No saber que ya no se puede habitar el mismo sitio obliga a una mudanza que es muchas veces forzosa y traumática. Ese cambio es necesario, pero no me parece que gritando “fuera machos y muerte a los usurpadores del destino” se pueda llegar a otro lugar que un terreno de enfrentamientos con graves consecuencias.