Casi no hay políticos uruguayos que tengan más de 50 años de militancia institucionalizada, y más de 25 de parlamentario con varios cargos políticos importantes, pero que, además, puedan ostentar una producción -5-, o coproducción -también 5-, de 10 libros. Eso revela una muy laudable inclinación a retroalimentar la práctica y la teoría, operación clave para nutrir la praxis en la coyuntura; y para combatir, y ayudar a otros, a evitar un enemigo siempre al acecho: la obsolescencia, causa y efecto de la ineficacia política y del dogmatismo hiperortodoxo. Esta tan noble como necesaria preocupación privilegia la coyuntura, durante la producción en el siglo XX; para focalizar luego, crecientemente, el futuro y las novedades a tener en cuenta con su producción en el siglo XXI.
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La necesaria actualización para la práctica: realidad + teoría
Repensar el progresismo (Rubio, Banda Oriental, 2021) explicita centralmente: “Una izquierda que no se actualiza a partir del contraste con la realidad y del contraste con la investigación, corre serios riesgos de esterilizarse”; hace a la ‘actualización’ sinónima del contacto con los ciudadanos y la realidad mundial, y a la ‘investigación’ sinónima del contacto con la academia; dos contactos difíciles de equilibrar, pero, sin duda, para la eficacia política, tan imprescindibles como de difícil balance.
El intento se inscribe en la mejor tradición epistémica de las Grundrisse de Carlos Marx, de El método de la economía política; un texto tan breve como duro y rupturista, que, si hubiera sido conocido y traducido a tiempo, hubiera, quizás, ahorrado y evitado tanta investigación y docencia con fundamentos positivistas y popperianos, tan incompatibles con los postulados por Marx en esos textos tardíamente conocidos; y, también, hubiera frenado mucha ortodoxia dogmatizante ‘esterilizante’, como nos dice Rubio.
Marx nos dice allí que lo mejor es que cada momento histórico sea comprendido y enfrentado por medio de categorías provenientes del propio ‘aquí y ahora’ en cuestión; y no porque no le reconozca valor a las categorías provenientes de otros aquí y ahora anteriores – que pueden mantener aun cierto valor, hasta inspiracional – sino porque hay que aspirar a que cada momento concreto produzca, conciba, las categorías teóricas que guíen la actuación sobre él; como modo de asegurar, mejor que con las nociones anteriores, que se puede actuar con eficacia y eficiencia sobre la nueva realidad y sus contextos. La inspiración para la praxis deberá conjugar, arduamente, el esfuerzo por extraerle jugo a las categorías ya existentes, mientras se intenta producir nuevas que puedan rendir más aquí y ahora porque provienen de sus particularidades, no siempre abarcables por la aplicación de las anteriores. Este delicado equilibrismo es el practicado tanto tiempo por Enrique Rubio, extractor de jugo teórico desde categorías ya impuestas como político práctico, pero simultánea y progresivamente impulsor de la creación de nuevas categorías desde un aquí y ahora investigado para buscar una mejor comprensión y praxis que con la mera ortodoxia categorial disponible. Esta dilemática agonía se vive por medio de la simultánea exigencia de sacarle el mayor jugo posible a las categorías teóricas vigentes -hasta por identitarias e idiosincráticas- e investigar denodadamente para concebir y aplicar nuevas; y lo más difícil quizá, decidir cuánto de cuáles, de cada una, usar en la práctica política, arriesgando tanto los calificativos de traidor y reformista por la ortodoxia dogmática, como los de obsoleto y dogmático por los ultra-snobs parricidas. Es bien posible que el propio libro suscite tales motes desde su lectura por tirios y troyanos.
Pues bien, buena parte de la praxis política de las izquierdas históricas ha ignorado este tan tardíamente conocido como fermental texto marxiano. Marx también dijo que no deseaba marxistas sino ser superado como él lo había hecho con los anteriores, de la mano de la historia; sus antecesores no habían vivido la sociedad que los llevara a superar los conceptos, tan verdaderos como interpretación en el pasado como superables (aufhebung teórica) para hacerlo con el presente -Hegel tendría razón en focalizar el derecho sobre la posesión en un modo de producción feudal anclado en la posesión, pero obsoleto en un capitalismo anclado en la propiedad; tenía razón en su momento, razón que no pierde por su obsolescencia acarreada por la historia, salvo que quiera usarla para un aquí y ahora futuros-.
Las categorías teóricas, sin embargo, y mal que le pese a Marx, no han sido tratadas como textos de una ciencia, siempre inquiridora más allá de sus verdades provisorias, sino como textos revelados, cuasi-religiosos, de religiosidad profana, válidos para todo tiempo y espacio, dogmas dignos de conservarse como ortodoxia insuperable por castas sacerdotales, sectarias, encargadas de su celosa conservación e interpretación, casi como encíclicas papales, o como versículos de la Torá, o como numerales del Corán a aplicar de modo integrista por sharias , o como la ortodoxia covid, afirmada como científica, aunque de modo ejemplarmente anticientífico, religioso e inquisitorial.
Deseable cruce: autocríticas partidarias + reflexión teórica
Amargamente sugestivo es el hecho de que prácticamente ninguno de los ítemes focalizados por Rubio fue tomado como tema de debate ni como guía orientadora en la evaluación sobre pasado, presente y futuro político-electoral de la coalición que hizo la misma coalición en este octubre de 2021, más o menos traducible en los vaivenes electorales. Y eso que el libro ya había sido difundido en versión digital en la revista Vadenuevo antes del congreso y de la elaboración de sus documentos de base. Tampoco hay huella visible, en el congreso, del libro de Juan M. Rodríguez de 2018, sobre la revolución tecnológica, el fin del trabajo y las alternativas del Uruguay y países emergentes; Rubio lo menciona mucho. Y así podríamos seguir.
Generalizando la necesidad de libros como los de Rubio para el debate político, para la propulsión de una teoría mejor para la práctica, y para evitar una obsolescencia en la praxis que lleve a ortodoxias dogmáticas y sectarias, paralizantes, recordemos que grandes debates sobre encrucijadas teóricas importantes para la praxis política como dos de Habermas en 1976 y 1991, una de Bobbio, otra de Baudrillard, que no han sido materia de discusión ni parecen haber nutrido la praxis teórica institucional de modo al menos explícito y manifiesto. La bibliografía del libro de Rubio proporciona un buen menú de debates relevantes a futuro, guiados por el uso que el autor les da en el texto.
La teoría y la práctica no deben caminar tan desunidas, tan disjuntas, hasta porque en buena medida la teoría nace de necesidades de la práctica, aunque haya ido adquiriendo cierta autonomía relativa con la especialización y la hipertrofia académica. Una teoría que no desemboque en algún insumo práctico carece de unos de sus caracteres más importantes; tendría algo de coitus interruptus o de masturbatorio excesivo. A su vez, una práctica sin profundos y renovados insumos teóricos puede actuar ciegamente en la realidad, con alto riesgo de fatua inocuidad en su inmovilismo.
Recordemos que, ya para Aristóteles, el conocimiento se elaboraba a partir del registro sensorial de la realidad (intelecto pasivo en el tomismo neo-aristotélico) enriquecido con categorías conceptuales construidas (intelecto activo, agente, en el mismo tomismo neo-aristotélico); esta idea es fuertemente continuada por Kant en la Crítica de la razón pura con sus formas a priori de la sensibilidad nutridas por las formas a priori del entendimiento, prolongadas por Hegel con la autoconciencia que absorbe teóricamente en-sí-para-sí la materialidad enajenada del espíritu; el texto mencionado de Marx bebe en esta inmejorable tradición filosófica, todos filósofos metabolizados y explícitamente mencionados por Marx que, no olvidemos, era, más que nada, curricularmente, filósofo y jurista revulsivo y cultísimo, ante de derivar en economista y politólogo revulsivo. Y sin olvidar que Durkheim dinamizará la visión kantiana.
Está bien que el uso de múltiples textos teóricos, en un contexto de militancia institucional, pueda ser tildado de pedante si hacen con ellos gárgaras teóricas en instancias de práctica político-electoral; pero que esa modesta timidez no impida la renovación teórica y de énfasis coyuntural que enriquezcan la reflexión y la práctica. Quizá se ha olvidado que un exceso de práctica con carencia de teoría actualizada puede haber jugado su papel en la decadencia política y electoral a revertir; y eso no parece estar incluido en los variados mea culpa ocurridos. Que el libro de Enrique Rubio picanee en ese sentido, al menos. El debate y las autocríticas deben ser mucho más profundos, ilustrados, actualizados teóricamente y situados coyunturalmente que lo que han sido hasta ahora. Que el libro de Enrique Rubio induzca a integrar ese debate, porque las tiendas opositoras lo han dado, y están construyendo un atractivo ideológico y electoral con los más jóvenes que debe suscitar tiempo de lectura, pensamiento creativo y debate situado. Que las urgencias no se traguen completamente a las importancias, porque eso ya se ha pagado y se pagará aún más si no se corrige.