El senador frenteamplista Marcos Otheguy dijo que la campaña “Vivir sin miedo”, apadrinada por el precandidato blanco Jorge Larrañaga, habría sido una contribución a la barbarie que terminó con el disparo que mató a un grafitero en Punta Gorda. La exageración de la afirmación, o de su versión hecha pública, resultó patente y fue exageradamente subrayada -de vestiduras rasgadas, como siempre- por la mayor parte del espectro político ideológico.
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El camino del miedo
Si bien es desmesurado remarcar un vínculo causal entre acciones civiles como la comandada por Larrañaga y hechos privados como el homicidio del grafitero, también sería exagerado inocentar totalmente acciones civiles como la de Larrañaga de resultados tales como ese homicidio en particular o cualquier otro producto del estado psicosocial de miedo parcialmente inducido que desde hace al menos 30 años sufre la población uruguaya. Ese desmesurado sentimiento de inseguridad aqueja a un país consensuadamente considerado como ‘seguro’ por las instituciones internacionales que investigan sobre seguridad, crimen y violencia, y visitado turísticamente en parte también por su fama de seguro respecto de otros destinos.
Las respuestas psicosociales científicamente estudiadas al miedo sentido son básicamente dos: la retracción temerosa en el ámbito privado y/o la respuesta colectiva vociferante que exorciza ese miedo vistiéndolo patoteramente de valentía. La retracción temerosa puede ser hasta más peligrosa que la del asustado patotero vestido de valiente porque, por ejemplo, puede intentar drenar su miedo mediante la tenencia de armas de fuego y, peor aún, usándolas.
No nos cansaremos de repetir que, consistente y empecinadamente, la investigación científica internacional ha mostrado que la tenencia privada de armas casi nunca protege a su despistado posesor, sino que termina produciendo consecuencias pésimas para su tenente y usuario. Que lo diga la historia reciente de tragedias armadas en Estados Unidos. O bien accede al arma alguien que no debería -menor u otro- o la usa de modo paranoico quien la compró -como aquel padre carrasquense que mató a su hija de madrugada con un calibre enorme pensando que era un ladrón-, o es tentado de usarla innecesariamente desvirtuando así una posición legal de ‘legítima defensa’, o provoca a más hábiles también armados -como la almacenera que desenfundó para proteger a su hija asaltada, se llevó siete tiros, su muerte y la continuación del asalto-.
El juego electoral
La inducción o contribución al miedo hace inadecuada la postulación de inocencia de quien lo alimenta. Una campaña para ‘vivir sin miedo’, no sólo lo realza, sino que magnifica su importancia de entre otros objetivos políticos posibles; contribuye, entonces, lo quiera o no, a la sensación psicosocial de inseguridad que su propuesta dice enfrentar y que, eso sí, más probablemente contribuya al caudal electoral de su proponente. La campaña contribuye al miedo y a sus letales consecuencias, sin proponer técnicamente soluciones para las causas, ni de la inseguridad criminal material, ni mucho menos de la sensación psicosocial de inseguridad que es, en todo tiempo y lugar, desmesurada respecto de la probabilidad real de ser víctima delictiva.
Ok, lector, no se nos lea con exageración: la campaña de Larrañaga no debería listarse entre las principales causas de la desmesurada sensación psicosocial de inseguridad que aqueja a Uruguay; pero tampoco es totalmente inocente respecto de su generación. Aporta su granito de arena al negativo y desmesurado miedo instalado.
Tampoco está solo Larrañaga en esa modesta pero efectiva contribución. Todas las iniciativas convergentes y consistentes con ella también suman perversamente: las intervenciones del fiscal Zubía; la magnificación, dramatización y reiteración periodística de delitos sensacionales rentables; las opiniones y recetas de las instituciones encargadas de la seguridad pública interior y exterior; la santificación de los asuntos por los sondeos científicos de opinión; el morbo del rumor cotidiano que amplifica todo lo anterior en todos los ámbitos de producción de opinión pública (mesas familiares y de bares, playa, paradas de ómnibus, ámbitos de intervalo laboral, interacciones en redes sociales, etc.).
Entre estos factores de nutrición de la desmesura, los proyectos políticos ocupan un lugar destacado porque sacrosantan la existencia y gravedad del tema, y porque transforman una preocupación difusa en algo con diagnóstico y terapia aparentemente suficientes (lo que no es cierto, como se sabe desde los análisis de decisiones políticas concretas que Herbert Spencer ya hizo en el siglo XIX).
Inseguridad y política
A la construcción social de la desmesura se suman los proyectos políticos, los proyectos de ley y las manifestaciones públicas entre sus más conspicuos contribuyentes. La iniciativa plebiscitaria de Larrañaga es, sin dudas, según las ciencias de la comunicación política, un factor contribuyente a cualquier manifestación del miedo inducido que se exprese en la desmesurada sensación de inseguridad que los uruguayos sienten sobre su cotidiano. Todo esto no excluye que efectivamente haya criminalidad ni que esa sensación se compadezca o no con la criminalidad registrada policialmente o consagrada judicialmente.
A esto se agrega que la sensación térmica de inseguridad es simplemente un plus delirante inducido por un conjunto de actores y acciones respecto de la criminalidad materialmente registrable; puede haber menos, igual o más criminalidad ocurrente en el cotidiano, que siempre habrá sensación de que hay más y de que habrá más, disminuya, sea igual o aumente. Siempre se creerá que hay más de la que hay, y este es el problema específico para el manejo de la especificidad de este problema, de la más grave incidencia política y cultural: no se arregla simplemente con atacar la criminalidad, porque se siente que aumentó, aumenta y aumentará haya aumentado o no y más que lo que sucedió.
Podríamos hasta decir que la sensación de inseguridad es, cultural y políticamente, un problema más grave que el de la misma criminalidad; porque no se ataca efectivamente atacando la criminalidad. No se entiende entonces lo que es la sensación ‘térmica’ de inseguridad cuando se dice que no es una sensación ilusoria porque es una realidad documentada por cifras policiales o judiciales.
En los últimos años, en Uruguay ha aumentado la criminalidad y también la sensación de inseguridad, pero esta última siempre más locamente de lo que autorizaría esa criminalidad material. Ha habido años en que, pese a disminuir, -por ejemplo la infraccionalidad a mediados de los 90-, la gente creía que había aumentado y apoyaba por ello propuestas de baja de la edad de imputabilidad penal para los menores con base en una creencia de aumento contraria a la realidad registrada. Todo esto porque tampoco termina de entenderse que la sensación de inseguridad tiene muchas otras causas más importantes para su producción que la criminalidad material.
Se equivocan entonces los que creen que atacando esta se actuará automática y eficazmente contra aquella, lo que no es suficientemente cierto. Y eso no obsta a que se ataque la criminalidad, aunque no se mejore mucho con ello la sensación de inseguridad. Porque tampoco termina de entenderse que la sensación de inseguridad, aunque no se corresponda con la realidad criminal, termina convirtiéndose en realidad subjetiva y colectiva, y guiando el pensamiento y la acción de los desmesurados y delirantes temerosos, que se creen objetivos y fustigados dolientes, injusticiados por insensibles académicos que no viven en la realidad.
Los políticos que deciden transitar este camino, como Larrañaga, son remunerados con votos por ello; pero contribuyen y alimentan esta locura, en lugar de combatirla como deberían por ser líderes políticos y sociales. Más bien son cobardes populistas electoreros, vestidos de valientes, como los quejosos manifestantes indignados, también miedosos exorcistas con caretas carnavaleras de drásticos.
Que Larrañaga y todos sus equivocados firmantes se pongan el sayo que les corresponda. Otheguy exageró, convengamos; pero el exagerado acusado tampoco es totalmente inocente, sino sutilmente culpable por complicidad agregada en la construcción social de una sensación de inseguridad que es muy mala consejera en diagnósticos y soluciones técnicas; que se retroalimenta y no resuelve nada, ni criminalidad material ni mucho menos sensación de inseguridad, que es la más nociva cultural y políticamente.