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Más pesadillas cotidianas: los santos comerciantes

Por Rafael Bayce.

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En la columna de la semana pasada reflexionamos sobre una de las pesadillas más comunes para los usuarios: la de los services de reparación a domicilio. Hoy toca el turno de otra pesadilla: la compra de alimentos, frutas y verduras, sea en sus lugares de venta o mediante delivery a domicilio. Pesadillas distintas, pero dolorosas ambas.

Es justo reconocer que los comercios no deben perder, que tienen costos fijos y variables, que deben resguardarse con algún margen para gastos de renovación o reparación de capital fijo y variable, que deben tener un margen de lucro necesario para poder vivir de ello con parte de gastos familiares, que pueden tener más o menos legítimas esperanzas de progresar mínimamente desde su actividad. Agreguemos que la racionalidad capitalista requiere -sistémicamente- cierta tasa de ganancia que permita un ahorro que, mediante acumulación que lleve a inversión, conduzca a una reproducción ampliada del sistema. Real pero no necesario. Sin embargo, hay modos y modos de hacerlo; y márgenes y márgenes de lucro ética y legalmente admisibles en lo que nos fijaremos más abajo.

 

Asuntos criminógenos paradójicos

Cuando se producen hurtos y rapiñas, la prensa en su casi totalidad vocifera el sacrificio vital que implica la actividad comercial, la santa legalidad de dueños y empleados y un largo y lacrimógeno etcétera que angeliza a comercios, comerciantes y empleados, demonizando a los victimarios puntuales. Como si los victimarios puntuales no tuvieran el menor atenuante socioeconómico ni político-cultural, como si las víctimas puntuales no tuvieran la menor responsabilidad estructural en la generación de las situaciones que llevan a esas instancias concretas de conflicto.

El nuevo ministro del Interior justifica cualquier arbitrariedad o abuso de autoridad policial como modos de defender a los buenos y trabajadores frente a los malos y vagos. Grueso error de brutal ideología, de derecha, conservadora y reaccionaria, autoritaria e hipócritamente enmascarada con cháchara legal y moral. Ni siquiera la izquierda -que tiene convicciones tan frágiles como poco lúcidas sobre la aplicación real de sus jaculatorias ideológicas- se acuerda de quiénes son los que explotan, producen trabajo impago, financian publicidades que hacen desear compulsivamente, sin considerar que esos deseos no podrán ser satisfechos con los niveles laborales y de remuneraciones vigentes, y que, entonces, resultarán criminógenos, porque producirán desilusión, desencanto, frustración, y por acumulación, problemas de autoestima y prestigio, que desembocarán en problemas psíquicos y de relacionamiento cotidiano y/o en tentaciones de recurrir a medios ilegales de obtención de esos bienes y servicios. Porque la mayoría de los bienes y servicios mercadeados está más allá de los recursos de la mayoría; pero le son introyectados como necesarios e imprescindibles para vivir en sociedad con mínima satisfacción, autoestima y prestigio de estatus.

En definitiva, la narración de la criminalidad que afecta a comercios y a comerciantes/empleados nunca recuerda el nivel de necesidades materiales ni simbólicas de los puntualmente victimarios ni de las injustas desigualdades que han sufrido a veces por generaciones. Nada se acuerdan de la responsabilidad de las víctimas puntuales como victimarios estructurales, multiprovocadores en buena medida de la generación de instancias y actores de criminalidad concreta. Tampoco la supuesta izquierda, sus órganos de prensa, sus voceros cotidianos y mucho menos sus legisladores argumentan estas cosas en cámaras, comisiones y declaraciones públicas; la legislación votada muestra su servilismo a la ideología hegemónica y/o su falta de conciencia sobre cómo se producen, cotidianamente, la explotación, las ganancias, la acumulación y la reproducción ampliada de los sistemas capitalistas como los que habitamos; ni sobre construcción progresiva y acumulada de frustración, indignación, rispidez cotidiana, resentimiento y agresividad.

Todo un proceso criminogénico sin que nadie lo castigue, como sí se hace con una criminalidad tanto menos frecuente puntualmente que la criminogenia e injusticia estructurales y ubicuamente cotidianos que sufren. La izquierda ha sido casi totalmente colonizada por los valores, discursos y narraciones de la derecha. La mayor parte de la izquierda, notablemente su jerarquía gobernante, ha sido y es reproductora de la ideología hegemónica y de la dominación de clase a través de las normas vigentes. Mientras se ubica económicamente mejor, vive en barrios privilegiados, manda a sus hijos a educación privada, usa y luce vehículos y ropa caros, veranea, viaja y accede a suculentas jubilaciones.

 

La ‘mala leche’ de los comercios

Además de esta ubicación estructural de los comercios y de su racionalidad reflejada en las narraciones, discursos y propuestas de sus voceros sociopolíticos y comunicacionales, con la colonizada izquierda actuando como perritos falderos, hay modos y modos de cumplir en la práctica con esa sobredeterminación estructural. Y también de multiplicarla. Y esos modos son tan variados como repugnantes. Veámoslo con algunos ejemplos diarios y conocidos, que usted, lector, seguramente ha sufrido.

Imaginemos que usted tiene cierto apetito o necesidad furtiva de gratificación dulce y se detiene frente a un vendedor callejero de garrapiñada. Verá que están en exhibición varios paquetitos de diferente tamaño y diferentes precios. Usted calcula el costo-beneficio de la compra de cada uno y de su dinero. Decide comprar uno que no es el más caro ni el más barato, pero que parece mostrar un adecuado equilibrio calidad-cantidad-precio. “Deme uno de estos de 100, por favor”. El angelical y sacrificado luchador diario jamás le dará el que usted vio y eligió de entre los que le puso a la vista. Meterá la mano dentro del cajón y sacará uno mucho más chico y peor embalado que el brillante y suculento mostrado encima. El que está a la vista es el anzuelo para venderle otros mucho peores, pero cobrándole lo mismo. Técnicamente es una estafa; pero, usted, carnero, no dirá nada para no parecer un pesado y ridículo detallista y ‘judío’.

El problema que no es solo el garrapiñero el que opera de esa manera: tal es el modus operandi de la mayoría de los comercios y comerciantes, que actúan cotidianamente realizando microestafas. Lo mismo pasa, por ejemplo, si usted va a comprar uvas. En medio de la totalidad de los racimos del cajón hay un reluciente racimo de uvas grandes, redonditas, lustrosas y de color parejo. Como con la garrapiñada: “Deme un kilo de esas, por favor”. Como con la garrapiñada, no le darán lo que le mostraron, sino otras, mucho peores que las que le mostraron. Y usted preguntará “¿cuánto es?”, pero por falta de atención, o vista, no había notado que el precio, escrito en grandes números en tiza, no era ‘x’, sino ‘x,99’; tampoco vimos que era por medio kilo, expresado en un ‘1/2’, chiquitito, tan chiquito como los 99 centésimos que usted pagaría.

Entonces, usted no compra lo que quiere y le mostraron, sino lo que le dan, muy diferente y peor; ni al precio que creía, si no se fija bien en los diminutos centésimos o en que era por medio kilo. Sin hablar de que todas las frutas y verduras machucadas están prolijamente puestos para adentro, cosa de que usted tome al voleo las unidades. Porque usted casi nunca, por respeto social, pereza o miedo al conflicto, dice lo que debiera: “Pará, hermano, no te pido que me des todas las más lindas solo a mí, pero dame alguna que no sea chiquita, machucada o seca; no seas malo”.

Todo esto empeora notoriamente si usted hace un pedido a domicilio, por delivery graciosamente ofrecido como ‘sin cargo’. Ahí demorarán mucho, habrá ‘errores’ en lo que viene -bien puede ser lo que le quieren encajar, “no había de frutilla, le traje de arándanos”-, más machucados, chicos y peores aún que los que usted obtiene en vivo. Porque las particulares balanzas de los comercios diferirán más aún respecto de cualquier balanza con la que usted pueda chequear el peso de lo que le traen. Las balanzas de los comercios no pesan como las que usted puede tener en su casa o puede comprar en un comercio de venta de balanzas; son tan sacrificadas y trabajadoras como algunos de sus propietarios, ángeles a veces insultados o robados por demonios incomprensivos o antisociales.

Es cierto, lector, no siempre es así. Usted y yo lo sabemos, pero no es viveza criolla que pueda provocar una comprensiva sonrisita; son delitos de estafa; es mala leche micro que construye, poco a poco, ganancia, acumulación y lujos macro a costa de usted. Es el modus operandi de la sobreexplotación, que suma a la explotación estructural. No son todos angelicales y honestos trabajadores. Y no hablemos de las contrataciones en negro, de los que hacen tareas y ganan de modo diverso y horas diferentes a las declaradas al BPS, y otro largo etcétera. ¿Cuántos de estos criminales explotadores y criminógenos hay? No podemos decirle. Seguramente hay honestos y trabajadores que no suman a la explotación comercial estructural con la microestafa cotidiana. Hay de los dos tipos, y en diferente grado, seguramente. No sabemos cuántos hay de cada tipo, pero preocúpese de impedir microestafas y no se trague el verso de la derecha.

 

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