La voz del taxista se escucha por encima de los bocinazos que resuenan en la avenida 9 de Julio de Argentina. Está furioso abriéndose camino en medio del piquete que comienza a formarse en torno al obelsco. "Yo voté a Milei porque el tipo odia a los mismos que yo odio".
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"Voté a Milei porque estoy harto de los peronistas y de los mismos políticos de siempre. Hay que terminar con la casta que viene prendida a la teta del Estado desde hace años", grita el hombre y sus palabras salen sin pausa como los mensajes grabados a fuego en la mente a fuerza de escucharlos una y otra vez.
El voto del odio fue cocinándose a fuego lento, alentado minuto a minuto por las mismas voces que vendían la imagen de un personaje extravagante, exótico, absurdo, insólito y ridículo como "el salvador", el antisistema que promete acabar con todo de una sola vez.
"Milei va a terminar con todo esto, los va a sacar a patadas del gobierno, va a dolarizar la economía para que volvamos a ser un país confiable", seguía gritando el taxista en un monólogo incoherente, lleno de contradicciones y debilidades conceptuales.
El hombre no estaba interesado en razonar nada, no le importaba analizar propuestas ni medir riesgos, sólo quería expresar su odio y repetía una y otra vez: "Yo voté a Milei porque hay que terminar con este país de mierda para volver a ser lo que alguna vez fuimos".
Ese pensamiento fue corriendo como reguero de pólvora en estos últimos años, multiplicado miles de veces por los medios interesados en agudizar la grieta que gota a gota fueron alimentando un mensaje de odio y terror hasta lograr su objetivo.
Así consiguieron llenar de un sentimiento apocalíptico y antisistema a millones de argentinos, agrabado por los errores de una debilitada clase política. Todo eso contribuyó a dejar el gobierno en manos de un ultraliberal sociópata, dogmático y emocionalmente deshecho que promete acabar con la predominancia del Estado, la educación pública y la ayuda social. El odio llegó al gobierno.