Las características históricas
En 1973, Carlos Real de Azúa describió un Uruguay que se estaba rompiendo. No explicó la polarización radical, sino el tono que caracterizaba a Uruguay hasta el desencuentro violento. Esa caracterización luego fue retomada con la restauración democrática de 1985. Real de Azúa decía: “Partiría de suponer que en un país geográficamente pequeño (Uruguay), habitado por una población reducida y más integrada espacial, racial y socialmente que cualquiera otra de Latinoamérica” se encuentra con un país de “antagonismos promediales”. O sea: “El país de Nix”, en “donde todos nos conocemos”. O sea: una penillanura suavemente ondulada, sin precipicios, terremotos ni cadenas montañosas que dividen, entorpecen y dificultan el camino.
La autopercepción
La consultora Equipos brindó un informe en el año 2023 acerca de cómo se autoperciben ideológicamente los uruguayos. Como se observa en el cuadro, el 39 % se autopercibe de “centro”. Lo interesante es que el “perfume de centro” se extiende a derecha e izquierda, y sólo un 27 % se autopercibe como nítidamente de izquierda o de derecha. (Es interesante este cuadro porque incorpora la dimensión “centro” a la izquierda y derecha, cuando antes la misma consultora solo ponía tres dimensiones: izquierda, centro y derecha).
Los valores de las personas que se autodefinen como "centristas" pueden variar ampliamente, ya que el centrismo no es una ideología única, sino más bien una posición que busca un equilibrio o un punto intermedio entre extremos políticos, sociales o económicos. Sin embargo, hay algunos valores y características comunes que suelen asociarse con quienes se identifican en el centro.
Con la ayuda de la Inteligencia Artificial (IA) se llega a algunas conclusiones interesantes. Los uruguayos que se autodefinen como "centristas" suelen reflejar valores que combinan las particularidades de la cultura y la historia política de Uruguay con las características generales del centrismo. Uruguay tiene una tradición de estabilidad democrática, secularismo, y un sistema político relativamente moderado, lo que influye en los valores de quienes se posicionan en el centro. Observemos algo más específico que los identifica:
Pragmatismo y consenso: los centristas valoran el diálogo y el consenso político, una característica arraigada en la historia del país. Los dos bloques —con sus particularidades hacia su interior— buscan acuerdos para mantener la estabilidad. Prefieren soluciones prácticas que beneficien a la mayoría sin caer en extremos ideológicos. Más bien: los extremos ideológicos se amparan en el gran paraguas del bloque, pero no dominan. Son casi testimoniales y saben que una forma de existir es no irse de debajo de ese paraguas. Rechazan las discusiones que encuentran como inconducentes. Valoran la síntesis y la claridad en la comunicación. “No me la compliques”, parecen decir.
Estado de bienestar y responsabilidad individual: los uruguayos centristas suelen apoyar un equilibrio entre un Estado fuerte que garantice servicios públicos (educación, salud, seguridad social), pero también valoran la iniciativa individual y el libre mercado, sin llegar a posturas libertarias o socialistas radicales. Este equilibrio refleja la herencia del reformismo social de figuras como José Batlle y Ordóñez. Ese tono —vertebrador del “país de la bisectriz”— no fue abandonado por el Partido Nacional ni por la izquierda institucionalizada, el Frente Amplio. Más bien: con un manejo prolijo de los tonos, todos beben de la misma fuente. En ese marco calzó el concepto de “libertad responsable” que impulsó el presidente Lacalle en la pandemia.
Laicismo y tolerancia: Uruguay es conocido por su secularismo y su enfoque inclusivo. Los centristas suelen valorar la separación entre Iglesia y Estado, así como el respeto por la diversidad cultural y social, evitando posturas religiosas o identitarias extremas. En un estudio de 2018, realizado por la OPP, estos valores aparecen con contundencia en la cultura uruguaya. Tanto que, sumando las expresiones de tolerancia e inclusión, los uruguayos llegan al 70 %, cifra similar a lo que arroja desde el “centro-izquierda”, pasando por el “centro” hasta la “centro-derecha”. El feminismo —como concepto general sin radicalismos— es asumido sin estridencias.
Rechazo a la polarización: “No me jodan con radicalismos”, parecen decir los de “centro”. En un contexto donde la política uruguaya ha sido históricamente menos polarizada que en otros países de la región, los centristas tienden a rechazar tanto el populismo de izquierda como el conservadurismo rígido o neoliberal extremo. Prefieren una postura de "sentido común" que evite conflictos innecesarios.
Desconfiados: no son convencidos rápidamente. Miran de reojo y parecen decir: “¿A ver? Convénceme”.
Estabilidad y progreso económico: suelen priorizar la estabilidad económica, el crecimiento sostenido y la reducción de la desigualdad, pero sin apoyar políticas que impliquen rupturas radicales con el sistema actual. Valoran la inversión extranjera, el comercio internacional y las políticas que mantengan a Uruguay como un país competitivo y predecible. El empleo se privilegia claramente, por encima de otras cuestiones. Y la “estabilidad” es leída como preocupación por la “inseguridad” en un sentido amplio.
Identidad nacional y apertura al mundo: valoran la identidad uruguaya (su cultura, la murga, el candombe, el fútbol, etc.). Los centristas suelen ser favorables a la integración regional (como el Mercosur) y a mantener relaciones internacionales equilibradas, sin alinearse excesivamente con potencias extranjeras o movimientos ideológicos globales extremos. Todos alineados en el “perfume de centro” en torno al asadito del fin de semana, las vacaciones y un buen mate.
En una aproximación a una conclusión, se podría decir que esa zona de “centro expandido” es propia de la “ideología de clase media”, pues en ella hay un registro de “cultura mainstream”, en tanto refiere a las ideas, valores, tendencias, productos y prácticas que son ampliamente aceptados y populares dentro de nuestra sociedad. Se trata de la cultura dominante o convencional que suele ser promovida por los medios de comunicación masivos, como la televisión, el cine, la música popular, las redes sociales y otras formas de entretenimiento y consumo. Las relaciones humanas hacen lo suyo en “el país de Nix”.
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AQUÍ SAIGÓN
El centro no existe
Todo lo escrito arriba puede irse al diablo. Hay algunos fenómenos interesantes sobre los cuales no he encontrado estudios. En la era progresista (2005-2020) es altamente probable que se hayan registrado movimientos de personas que se autopercibían de “centro” pero que asumieron conductas políticas, electorales o cotidianas de izquierda. Por lo tanto, ese territorio de “centro” pudo haber quedado algo disminuido: la izquierda sedujo, pero ¿ya eran de izquierda quienes se corrieron? ¿Se quedaron allí? Es altamente probable que no, y a las pruebas me remito: Luis Lacalle Pou ganó en las elecciones de 2019.
En las polarizaciones, el “centro” se diluye y políticamente no se expresa como identidad partidaria nítida. La lógica polarizante destruye el “centro”, los bloques polarizados dejan poco espacio para ese “centro”; entonces, por descarte, lo contemplan y dejan de ser de “centro”.