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Cultura | Alfonsina Storni

Alfonsina Storni a través de sus versos

El 29 de mayo de 1892 nació en Argentina la poeta Alfonsina Storni, figura indispensable de las letras rioplatenses, representante del modernismo.

"Un día estaré muerta, blanca como la nieve/dulce como los sueños en la tarde que llueve" auguró Alfonsina Storni en su poema Silencio. La poeta argentina nació el 29 de mayo 1892 y en 1938 decidió ahogarse en el mar, una muerte que dejó huella en la cultura y la historia.

Parece existir un subgénero de poetas suicidas de larga data: Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Misuzu Kaneko, Marina Tvetáeva. La lista es muchísimo más larga. Las mujeres que sobresalieron por sus creaciones poéticas tenían habilitado el espacio de la angustia, de la oscuridad, del dolor. Storni forma parte de este grupo, aunque supo escribirle a la belleza, el amor y a la naturaleza en sus obras.

Silencio

«Un día estaré muerta, blanca como la nieve,

Dulce como los sueños en la tarde que llueve.

Un día estaré muerta, fría como la piedra,

Quieta como el olvido, triste como la hiedra.

Un día habré logrado el sueño vespertino,

El sueño bien amado donde acaba el camino.

Un día habré dormido con un sueño tan largo

que ni tus besos puedan avivar el letargo.

Un día estaré sola, como está la montaña

Entre el largo desierto y la mar que la baña.

Será una tarde llena de dulzuras celestes,

Con pájaros que callan, con tréboles agrestes.

La primavera, rosa, como un labio de infante,

Entrará por la puerta con su aliento fragante.

La primavera rosa me pondrá en las mejillas

—¡La primavera rosa!— dos rosas amarillas…

La primavera dulce, la que me puso rosas

Encarnadas y blancas en las manos sedosas.

La primavera dulce que me enseña a amarte,

La primavera misma que me ayudó a lograrte.

¡Oh la tarde como esos silencios de laguna

Amarillos y quietos bajo el rayo de la luna!

¡Oh la tarde embriagada de armonía perfecta:

Cuán amarga es la vida! ¡Y la muerte qué recta!

La muerte justiciera que nos lleva al olvido

Como el pájaro errante lo acogen en el nido…

Y caerá en mis pupilas una luz bienhechora,

La luz azul celeste de la última hora.

Una luz tamizada que bajando del cielo

Me pondrá en las pupilas la dulzura de un velo.

Una luz que en el alma musitará despacio:

La vida es una cueva, la muerte es el espacio.

Y que ha de deshacerme en calma lenta y suma

Como en la playa de oro se deshace la espuma.

Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde

en que la sangre mía ya no corre ni arde.

Oh, silencio, silencio... en torno de mi cama

tu boca bien amada dulcemente me llama.

Oh silencio, silencio que tus besos sin ecos

se pierden en mi alma temblorosos y secos.

Oh silencio, silencio que la tarde se alarga

y pone sus tristezas en tu lágrima amarga.

Oh silencio, silencio que se callan las aves,

se adormecen las flores, se detienen las naves.

Oh silencio, silencio que una estrella ha caído

dulcemente a la tierra, dulcemente y sin ruido.

Oh silencio, silencio que la noche se allega

y en mi lecho se esconde, susurra, gime y ruega.

Oh silencio, silencio... que el Silencio me toca

y me apaga los ojos, y me apaga la boca.

Oh silencio, silencio... que la calma destilan

mis manos cuyos dedos lentamente se afilan…»

(1961)

Dulce tortura

«Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía;

Sobre tus manos largas desparramé mi vida;

Mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas;

Ahora soy un ánfora de perfumes vacía.

Cuánta dulce tortura quietamente sufrida,

Cuando, picada el alma de tristeza sombría,

Sabedora de engaños, me pasada los días

¡Besando las dos manos que me ajaban la vida!»

Dolor

«Quisiera esta tarde

Pasear por la orilla lejana del mar;

Que la arena de oro, y las aguas verdes,

Y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,

Como una romana, para concordar

Con las grades olas, y las rocas muertas

Y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos

Y la boca muda, dejarme llevar;

Ver cómo las aves rapaces se comen

Los peces pequeños y no despertar;

Pensar que pudieran las frágiles barcas

Hundirse en las aguas y no suspirar;

Ver que se adelanta, la garganta al aire,

El hombre más bello; no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,

Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

Y, figura erguida, entre cielo y playa,

Sentirme el olvido perenne del mar»

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