Por Franco Vielma
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Dando por entendidos los detalles de esta medida, es evidente que el chavismo nuevamente apunta a crear zonas de distensión con los opositores, bajo una consigna de “reconciliación”, pero que viene con el objetivo de movilizar el mayor número de voluntades antichavistas posibles a las próximas elecciones del parlamento.
La réplica de la estrategia de diálogo con los opositores tal como la que fuera ejecutada en 2017, esta vez tiene nuevas particularidades. Ha ocurrido tras bastidores, hay factores externos al país involucrados, concurre en medio de un férreo bloqueo económico y amenazas bélicas frontales y la crisis de partidos es transversal y profunda, por una fragmentación casi total de la oposición, lo cual hace más cuesta arriba la consolidación de acuerdos con una parte de ellos.
El chavismo, por otro lado, ha dividido su opinión. Por un lado hay respaldo y, por el otro, estupor e indignación.
Para Maduro la apuesta es superior y se inspira en los resultados que dicha estrategia generó en años anteriores, lo cual le da viabilidad política. Expliquemos el asunto panorámicamente.
El saldo de las distensiones anteriores
En 2017 Venezuela estaba al borde de una guerra civil y la oposición, en plenitud de su ímpetu, prometía alcanzar Miraflores amenazando la estabilidad nacional e intentando quebrar la institucionalidad.
El chavismo eligió a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) para preservar la institucionalidad, pero hubo diálogos abiertos y cerrados con la oposición. Sus dirigentes, al verse sumidos en una estrategia de golpe fallido, tuvieron que maniobrar su regreso a la política. Exigieron que se desmantelara la ANC, Maduro no cedió, aunque sí lo hizo en otros ítems, como la liberación de criminales detenidos.
Esos diálogos pacificaron al país, se acordaron elecciones consecutivas, y el escenario prebélico y de alta inestabilidad se diluyó en elecciones regionales y municipales que el chavismo capitalizó de manera indiscutida, brindándole al socialismo una gobernanza que era impensable durante los primeros meses de ese año.
La oposición que formidablemente había ganado las elecciones parlamentarias de 2015, y que se veía unida en la violencia de 2017, se desarticuló. La catástrofe fue primeramente narrativa, pues prometieron un golpe y se domesticaron en diálogos al ver que su golpe fracasó. Sus seguidores, decepcionados, los abandonaron. Seguidamente, el naufragio se tradujo en votos y los resultados ya los sabemos.
Aquella estrategia, de diálogos, liberaciones y elecciones tuvo otros desencadenantes al mediano y largo plazo. El peor saldo que cosecharon fue su división, que ha perdurado, pese a la coronación imaginaria de Guaidó en 2019.
El resto de la historia ya la sabemos, con los estadounidenses timoneando abiertamente lo que Mike Pompeo declaró que era muy difícil de unir: la oposición venezolana.
Es sabido que el chavismo ha tenido que calibrar en la política profunda sus costos, articulando estrategias y aplicando, contra muchas probabilidades, concesiones en el tablero de lo político, eso sí, siempre ejerciendo su posición de dominio y afianzándose en su centro de gravedad política. Para el chavismo, el diálogo funciona como mecanismo político y, hoy, de manera indiscutida, seguimos siendo beneficiarios de los resultados de esa estrategia de 2017.
Los elementos de hoy en el tablero
Los movimientos que hoy vemos tienen en el lado antichavista a Henrique Capriles, quien ha resultado ahora ser un articulador de los partidos y, además, de las liberaciones e indultos que han tenido lugar. Esto no proviene de la nada. Capriles asumió el borrador de lo que Guaidó dejó enfriar por órdenes estadounidenses, que es la hoja de ruta de Oslo a Barbados.
En días recientes, Josep Borrell, a cargo de la diplomacia europea, afirmó estar dialogando con el chavismo y la oposición la posibilidad de crear “nuevas garantías electorales”, precisamente para que parte de la oposición hoy, sumada a la estrategia de la abstención, vaya a elecciones.
Las posibilidades de que el G3 (el G4 sin Voluntad Popular) acuda a elecciones se han incrementado, precisamente desde que la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) llamara a los antichavistas a asumir una estrategia distinta a la abstención y la resignación, estrategia demostradamente fallida en 2005. Esto no ocurrió de manera fortuita, los deslindes tácticos del antichavismo tienen tal nivel de profundidad que el clero reapareció en su rol de actor político precisamente para alejarse de Guaidó. Tanto las gestiones de Borrell, como la postura de la CEV, no son para nada inconexas.
Todas estas movidas en el tablero guardan consigo una puja de intenciones e intereses más allá de lo aparente y las frases huecas. Ocurre en el antichavismo una profundización de sus antagonismos y tiene lugar justo ahora, la toma como carroña de los restos de Juan Guaidó.
Estos eventos toman lugar mediante Capriles intentando afianzarse como líder de una oposición cautiva y paralizada y, por otro lado, con María Corina Machado tirando la puerta en la cara a Guaidó para intentar consolidarse como la favorita de los estadounidenses, o al menos así lo intentó antes que Elliott Abrams se refiera a su ¨¨realismo mágico¨ en un brevísimo plazo.
En la disputa interna del antichavismo, es Capriles quien tiene más probabilidades de afianzarse. Sabemos desde mayo que viene trabajando en eso. Es quien lidia la furia de los opositores furibundos, está asumiendo los costos, persiguiendo un objetivo mayor.
Pero Capriles no es ingenuo ni actúa solo. Cuenta tras bastidores con el apoyo de otros antichavistas que no quieren colocarse como dialogantes en la escena abierta, pues son factores que entienden el costo político de ello, pero que entienden también el impredecible resultado de mantenerse fuera del ruedo electoral.
Cuando los estadounidenses decidieron declarar anticipadamente nulas las próximas elecciones en Venezuela, declararon que la “presidencia” de Guaidó en la AN y, en consecuencia, del país, sería por “tiempo indefinido”. Es evidente que muchas fuerzas del antichavismo no quieren perpetuar la presidencia imaginaria de Guaidó, ni mucho menos quieren estar siendo mandoneados por Leopoldo López, quien desde la embajada española pretende mantener a Guaidó como control remoto para capitanearlos.
Los deslindes tácticos del antichavismo también se decantan en intereses económicos, al punto de que sólo un grupo de diputados del séquito de Guaidó son los beneficiarios de la continuidad de la actual situación, el de una oposición que se proyecta al exilio y que capta recursos en el extranjero, mientras una oposición interna queda relegada.
Al antichavismo conviene responder histéricamente en contra de los indultos. Lo hemos visto por las reacciones de varios de los beneficiados y sus rasgadoras de vestiduras. Es lógico que lo hagan, especialmente quienes dicen que desconocer los indultos pasa por continuar desconociendo a Maduro.
No quieren exponerse en público como domesticados, ni quieren aflojar en la agenda de darle más vida a Guaidó y a su flujo de dólares estadounidenses. Así que ese otro factor en el tablero tiene pleno sentido.
Son factores que temen ser avasallados por los antichavistas que irán a las elecciones, así que hay que entender esas narrativas no como ataques unidireccionales a Maduro: son también ataques a quienes dialogan y van al ruedo electoral.
Táctica y estrategia
Uno de los principios fundamentales en toda guerra es el reconocimiento del adversario. Veamos esa aseveración en profundidad. El reconocimiento del adversario no parte del reconocimiento sólo de su existencia y de sus fortalezas y debilidades, sino de las gravitaciones y condiciones que él y el contexto imponen. El ejercicio de la política sería muy fácil si pudiera hacerse solo desde los golpes en la mesa y las vísceras, pero no. Hacer política Real (con R mayúscula) demanda sopesar costos, a veces muy altos, para recalibrar el tablero.
Los indultos que han tenido lugar han sido bien recibidos por los europeos, quienes están en un claro deslinde de la agenda estadounidense para Venezuela. Ello implica la ruptura de los consensos entre ellos y EEUU y abre posibilidades superiores para un reconocimiento de las próximas elecciones.
Se rompen abiertamente los consensos opositores, creados artificialmente alrededor de Guaidó. La realidad y el cese del actual periodo parlamentario alcanza al antichavismo, tal como inevitable es el lapso de hoy hasta enero. Frente a Guaidó, sus estrategias fallidas y una invasión estadounidense que no termina de llegar, es evidente que tal descalabro irremediablemente empuja a varios partidos a la política. Ello hace indispensable las distensiones que hoy tienen asidero en el caldeado cuadro político.
El chavismo tiene como objeto, en lo táctico, que más sectores del antichavismo concurran a las elecciones para darles legitimidad, para así maniobrar su denuncia para el desmantelamiento del bloqueo integral contra el país, para así reconstituir la institucionalidad y fortalecer el espacio parlamentario como componente de la gobernanza, que serían sus objetivos estratégicos.
Al dar casa por cárcel a Juan Requesens, quien participó en el intento de magnicidio de 2018, es evidente que el propio Maduro es quien más cede para alcanzar un objetivo superior. Es quien más sacrifica en sus posturas, en detrimento a su propio derecho a la justicia, para ir en favor de una regularización del cuadro político nacional, para ir a nuevos consensos y para continuar sedimentando el bloqueo y a los factores adversos que intentan desmantelar la nación desde el extranjero.
Como pocas veces, estos eventos demandan un nivel superior de entendimiento, sin arrebatos y sin vísceras al aire, asumiendo que la política venezolana por su complejidad nos ha enseñado que no hay eventos fortuitos y, menos aún, gratuitos. Que en política todo es una apuesta y que para apostar hay que colocar cartas en la mesa.
Si hacemos memoria, desde 2017 nos consta que las distensiones han servido para ganar terreno, en ocasiones cediendo “mucho”, pero ganando mucho más. Esto nos hace suponer que pueden venir más anuncios, algunos difíciles de tragar y hasta más difíciles de digerir. Pero todo ello es también parte del cuadro de excepcionalidad política que lidiamos. Los cálculos, los eventos, la táctica y la estrategia son lo que definen los saldos políticos, y estos están por verse.