Nos encontramos con Braulio en una esquina cercana a su casa en Ciudad de la Costa, apenas una cuadra del Costa Urbana Shopping. Cuando venía acercándose para saludarme, tomé conciencia de que estaba frente a ese tipo de rasgos aindiados y ojos claros, al que no le han pasado los años y que estoy por conversar por primera vez con una leyenda de la música popular uruguaya. Pero tengo la impresión de que lo conozco de toda la vida.
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Nos recibe en su cabaña, chiquita, pintada de verde y rodeada de flores y árboles.
Nos cuenta que cuando se mudó, cuando se fue para ahí hace más de diez años, no había nada. Pero poco a poco se fue poblando e igual se la banca. Nos recibe en un pequeño ambiente que oficia de cocina y living comedor que está plagado de placas y recuerdos de una vida de trotamundos. Tres cuadros de su amigo el pintor ecuatoriano Osvaldo Guayasamín, su diploma de ciudadano ilustre de Quito, una pintura de Juan de Andrés y un retrato de Manuel Sosa, el pintor Olimareño, son testigos de nuestro mano a mano.
Braulio López nació el 26 de marzo de 1942 en la ciudad de Treinta y Tres, a causa de que venía complicado y su mamá lo tuvo en el hospital olimareño. El resto de sus hermanos, son doce, siete mujeres y cinco varones, nacieron en la novena sección, en Pirarajá. Tiene cuatro hijos: “Camilo, el mayor, después vienen Mariana, Mario y Felipe”. Tiene cuatro nietos y se ríe cuando agrega “y cuatro matrimonios”.
En estos 80 años, más de 60 se las ha pasado cantando y de ese tiempo tres décadas siendo parte de Los Olimareños, junto a José Luis Guerra, el Pepe. Una carrera de medio centenar de discos grabados y miles de kilómetros recorridos. Una vida con la guitarra en una mano y la maleta en la otra.
¿Qué recordás de Pirarajá?
Tengo buenos recuerdos, la infancia, la pasé allí, los primeros años de escuela y hasta tomé la primera comunión. Después con la familia, en especial por la salud de mi padre, nos instalamos en Treinta y Tres y ahí termine la escuela y cursé el liceo. Hay una anécdota muy graciosa que es una verdadera foto de Pirarajá. Cuando fui a sacar la credencial (terminando el secundario), el empleado me preguntó el lugar de nacimiento, yo dije correctamente 1ª sección Treinta y Tres. Y el funcionario se apresuró a decirme “no gurí, vos naciste en la 9ª, como todos los Lopez”. Conclusión, me anotaron mal y en esa primera elección no pude votar”.
¿Cuándo empezaste a cantar?
Siempre estaba en los coros de la escuela porque me gustaba cantar. En 6º año, terminando la escuela primaria, integraba el corito escolar, con una profesora que estaba empeñada en que aprendiéramos “Mi Bandera” para una fiesta patria. Llegó el día del ensayo y vimos que el piano no estaba, entró un señor con una camisita Lavilisto de manga corta: era Víctor Lima, que nos dijo con voz ronca “yo soy el nuevo profesor de coro, les voy a pedir que se sienten en el suelo y dejen un lugar para mi.” Ahí ya nomás, rompió todos los esquemas, creímos que estaba loco, empezó a sacar unas hojitas y nos dio a todos. Fue la primera vez que leí “A orillas del Olimar”. Fue todo un éxito ese año. Nos bajó el canto de Marte a la Tierra. Después lo conocí mucho cuando formamos el dúo con Pepe. Pero ni se acordaba de que yo había estado ahí [se ríe con ganas].
¿Antes de Los Olimareños ya cantabas?
Si, con unos amigos, Rubito Aldave y Moiso Lampez, armamos el trío Libertad. Pero la verdad, yo arranqué a cantar solo. Tendría doce años y trabajaba en una panadería, me la rebuscaba vendiendo bizcochos y un hermano mayor, trabajaba en la cuadra, donde hacía el pan de madrugada. Y a mí me encantaba ir. Como siempre andaba cantando, a veces ellos descansaban y me decían: “Che, gurí, ¿por qué no te cantas una canción?”. Y les cantaba a capela canciones que sentía en la radio. Una vuelta, cayó el dueño, me escuchó cantar y le dijo a mi hermano: “Ese gurí canta lindo, ¿eh?”. Se dirigió a mí, yo me pegué un susto bárbaro, porque además era el patrón. Me miró y me dijo: “¿No te animás a cantar en la radio y yo te patrocino con la panadería?”. Para mí eso fue como si me dieran un contrato en Hollywood.
¿Y así empezaste en la radio?
Claro, iba a CW 45 Difusora Treinta y Tres y cantaba todos los miércoles. La panadería se llamaba La Sanducera, porque era gente de Paysandú, entonces el locutor decía: “La Sanducera presenta a Braulio López”.
Era una época en la que estaba muy de moda tener un programa musical en la radio. La gente escuchaba todo lo que trasmitía difusora Treinta y Tres.
Después el Pepe sacó un programa con la tienda La Victoria. Era una época muy fermental en Treinta y Tres, era una ciudad que tenía cuatro grupos de teatro independiente. Fue siempre una ciudad muy viva, muy artística. Recuerdo siempre que se generó un movimiento cultural dirigido por el Nene Hernández. Había tantos programas que un día el Nene nos dice: “Che, ¿no hay algunos que quieran cantar entre dos para hacer más chico el horario?”. Y ahí empezamos con Pepe.
¿Se conocían desde antes?
Sí. Yo vivía en el barrio Tanco y él en La Floresta. Éramos gurises de por ahí. Andábamos siempre en los concursos de carnaval cantando en los tablados. Y así, sencillito, sin mucha vuelta, fue el nacimiento del dúo. Empezamos a cantar y a la gente le gustaba cómo salía. Eso sí, nos costó mucho dar con el nombre. Teníamos que ponerle algo para no caer en Guerra-López o López-Guerra. Un día que nos reunimos con el Laucha Pietro, nos dice: “Che muchachos, por qué no se dejan de joder y se ponen Los Olimareños”. Y ahí quedó. Ese es el nacimiento del dúo.
En un principio vos tocabas el bombo legüero.
Sí, hasta el primer disco de Los Olimareños estoy con bombo. Porque en verdad en ese tiempo todo lo que se llamaba folklore era tipo argentino. Pero nosotros queríamos hacer otra cosa, otra música, más de acá. Como la milonga, el estilo, la cifra. Con el tiempo nos animamos al candombe.
Y al poco tiempo te colgaste la guitarra.
Sí, claro, me costó mucho porque el dúo ya estaba formado. Yo no sabía tocar la guitarra y tenía que aprender a cantar y tocar. Fue brevísimo, con el tiempo, dejé el bombo y seguí con la guitarra.
Recién lo mencionaste, contame quién era el Laucha Pietro.
Al Laucha lo conocía de toda la vida. El vivía en el barrio Yerbal y yo, en la entrada de Treinta y Tres. Y él pasaba porque trabajaba en la OSE y conversaba con él. Cuando yo estaba en la radio y trabajaba en ese programa producido por La Sanducera, él me decía por qué no cantas esto o lo otro. Después, cuando comenzamos con el dúo y cuando comencé con la guitarra, fue con él que hice las primeras prácticas. Me unieron al Laucha muchas cosas. Ideas interpretativas, fue él quien nos dijo un día: “¿Por qué no incorporan ‘La Uñera’ de Ruben Lena?”, que fue la primera canción que se conoce en Treinta y Tres que hablaba de ahí, de las cosas comunes. Al tiempo Rubito se vinculó a nosotros comenzamos una amistad interminable. Fijate, a mi siempre me llamaba la atención por qué le puso La Uñera y un día Lena me dijo: “La uñera porque es la única propiedad que tiene el trabajador, es la tierra que está abajo de las uñas”. ¡Tremendo!
Entonces yo me pregunto: ¿cómo no voy yo a salir derecho con esos tipos ahí? Nosotros nuevitos, la firmeza que uno agarra. De la parte ideológica, estoy hablando, no solamente de la parte artística, literaria o musical. Teníamos semejantes monstruos ahí. No les podríamos fallar. Vos ves al repertorio del dúo y no quiero ponerme ningún laurel, pero los hechos cantan.
Contame de los comienzos en Montevideo.
Ya cuando nos vinimos a Montevideo grabamos un disquito de cuatro canciones con el sello Carumbé de Sarandí Cabrera. Además, comenzamos una serie de recitales en el auditorio de radio El Espectador. El primer contrato fue por 15 días y al inicio la fonoplatea se llenaba de olimareños. Fue tal el éxito que cuando terminamos el contrato la gente de la radio nos ofrece seguir 15 días. Ahí yo creo que fue el verdadero lanzamiento del dúo, en las noches de El Espectador. Porque, la verdad, en esa época lo escuchaba todo el mundo.
Enseguida grabamos con el sello Antar-Telefunken. Era un disquito de cuatro canciones que explotó: “Orejano”, “A don José” y “De cojinillo”. Prendías todas las radios y a cada rato cualquiera de los tres temas. Y “A don José” se transformó en un verdadero himno. Con Ruben Lena siempre hablábamos y él decía: “A Artigas yo lo quiero bajar del bronce”. Yo al principio no entendía bien lo que quería decir el loco este, pero cuando escuché la canción y le puso don José, ahí entendí todo. Nunca me olvido que cuando la estábamos ensayando en la casa del Pepe, vino su padre, que era un viejo obrero ferroviario, y dijo: “Me gusta que le digan don José, qué bueno”.
Yo siempre digo que con “A don José”, Rubito Lena plantó un árbol. Nosotros le pusimos las ramas y la gente le puso las flores. Y chau.
¿Se imaginaban que esas canciones tan locales como “De cojinillo”, “Isla Patrulla” o “Ay, paisito”, que conocimos en el exilio, podían funcionar?
Lo que pasa es que creo que era lo que faltaba. Osiris fue un poco el que empezó a trabajar con esas cosas. Lima también, pero Lena era un tipo que no tenía ningún problema en hablar de lo de ahí, de lo que importa, de lo de adentro. Fue un trabajo tremendo, hasta lo que, para mí, es la obra mayor de Rubito, “Todos detrás de Momo”. Fijate que cuando la hicimos la canción murguera no existía. Es un antes y un después de esa canción. No lo digo yo, los estudiosos de todas esas cosas lo dicen.
Ustedes de alguna manera, son una bisagra, un punto de inflexión en lo que se llamó el movimiento del canto popular.
Sin duda hicimos lo nuestro, pero no estuvimos solos, el Sabalero, Viglietti, fuimos todos tirando el carro. Empezamos a imponer algunas ideas que andaban en la vuelta, que comenzó a sentirse fuerte en el Festival de la Canción de Protesta en La Habana en 1967.
Después de eso vino el inicio de las giras del dúo y yo caigo preso en Córdoba y me tuvieron guardado casi un año. Al salir me fui directo a España.
¿En dónde te instalaste al llegar a Europa?
Al inicio estuve en Madrid, pero en verdad me instalé en Barcelona, me gustó más. Porque allí estaba Galeano y una linda colonia de uruguayos. Ahí empecé a comunicarme con Pepe y le dije: “Mirá que acá podemos cantar y todo”. El andaba por Australia. Y yo me fui desde España porque el Paco Bilbao, nuestro representante arregló unas actuaciones por allá. Bien lejos por las dudas [se ríe mucho]. Después nos tomamos un avión juntos y empezó el periplo por Europa. Fimos a varios países, por todos lados anduvimos.
Recuerdo que un día nos contrataron para una actuación en el teatro Covent Garden en Londres. La sala estaba repleta y nunca olvidaré que en un momento de nuestra actuación, sentimos desde la platea que alguien nos decía a viva voz: “P’hallar los viejos lugares, algún camino ha de haber”. Me acuerdo que Pepe me dijo bajito: “Che, Braulio, pero ese debe ser uruguayo, vamos a cantarla y después vemos”. Cuando la terminamos vemos que un matrimonio se pone de pie y aplaude fuerte. Las luces hacían dificultosa la visión, pero no dudé. “Pepe, es Wilson, esa es la señora”. Terminamos el espectáculo y el abrazo fue interminable. Después vinieron las empanadas y el vino hasta la madrugada en su departamento de Londres. Fue una inyección de energía tremenda.
Después de España, nos fuimos a México. Y desde allí empezamos a volver primero por Argentina.
Ustedes volvieron con una gira armada primero por Argentina para ir tanteando y, después, Uruguay.
Sí, cuando se trató de volver nos armaron una gira por toda Argentina. Por eso fue que nosotros vinimos, cantamos en el estadio Centenario en mayo de 1984 y al otro día nos tuvimos que ir porque teníamos compromisos en varias provincias. La gente siempre pregunta eso, por qué nos fuimos enseguida.
¿Se imaginaban ese recibimiento?
No, para nada. Nos habían dicho que iba a haber gente, pero qué me iba a imaginar eso. ¡El estadio fue el mejor regalo de mi vida!
Hay millones de mitos sobre la separación de los Olimareños.
La verdad, nunca nos peleamos. No hubo un querer hacer un trillo solitario de cosas. Se dio así. No hubo ni un problema político. Si hubiéramos tenido problemas, nunca hubiéramos podido cantar. Guarda, porque el canto de Los Olimareños es un canto político. Eso no lo puede negar nadie. Y para nosotros negar eso es como negarnos a nosotros mismos. Hemos hecho varias juntadas. Nos hemos reencontrado en más de una oportunidad. Y quién te dice que, por ahí, salga alguna más.
Textos: Rosana Cheirasco