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Editorial

Manini y el mito del caudillo

Coraje para escapar

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Cuando la hipocresía es de muy mala calidad, es la hora de comenzar a decir la verdad”

Bertolt Brecht

 

No hay nada nuevo bajo el sol

Parece que la derecha arrugó nuevamente ante el chantaje de la corporación militar conservadora que amenazó con no votar el Presupuesto, bombardear el “ajuste” y dinamitar la coalición si salía el desafuero de Manini.

 

Esta vez, ¿es al vil precio de la necesidad?

En los últimos sesenta años hubo muchos “ajustes”. Quizás el lector no lo recuerde porque hay muchos jóvenes que leen esto y solo recuerdan que en los 15 años de gobiernos del Frente Amplio, hubo crecimiento, no hubo ni una manifestación reprimida, ni una huelga universitaria, ni un solo año que no crecieran los salarios y jubilaciones ni una persona que quedara sin atención médica.

Pero la historia reciente tiene un ojo que mira más allá de éstos 15 años en que hubo menos pobres, menos indigentes, más paz, más dignidad para los viejos y más oportunidades para los más chicos.

En estos 15 años no tuvimos los “ajustes” que fueron siempre la respuesta que dio la oligarquía a las crisis, a sus fracasos, a sus errores y a las consecuencias de sus negociados.

Miremos bien. La rosca oligárquica siempre respondió con lo mismo, incremento de la pobreza, endeudamiento, baja de salarios, postergación presupuestal para la educación y la salud pública, reducción de la jubilaciones, inflación, caída de la inversión pública, del gasto del Estado y represión social.

 

Sanguinetti y los blancos, un solo corazón

Que la crisis la paguen los pobres, fue la respuesta de los distintos gobiernos blancos y colorados al menos desde los últimos años de la década del 50, cuando Sanguinetti era un muchacho joven, un estudiante de derecho, un talentoso periodista y a partir de 1960, el más joven de los diputados.

La historia de Sanguinetti lleva de la mano a la historia de los ajustes, el fracaso de los partidos tradicionales y la implantación de una ideología conservadora en la política, enfrentada a la izquierda, al progresismo y al nacional reformismo batllista.

Desde que recuerdo, Sanguinetti, el herrerismo y los que Wilson Ferreira llamaba los blancos baratos han sido impulsores del autoritarismo, a veces como cómplices y otras veces como autores intelectuales, antes durante y después de la dictadura.

Hace unas horas, Beatriz Argimón advertía “que había que tener cuidado para hablar de los blancos”, pero vale la pena recordarle que blancos fueron los dictadores, el Presidente del Consejo de Estado de la Dictadura, Martín Echegoyen, y el general Óscar Aguerrondo, fundador de los tenientes de Artigas. Blancos fueron los que introdujeron al FMI en Uruguay en la reforma monetaria y cambiaria en el año 1959, blancos los que trajeron a a los Rohm y los Peirano, blancos los que recalificaron las tierras para beneficiarse del negocio de la forestación, blancos los que tramaron con Gregorio Álvarez el negociado de la carne en conserva, blancos los ladrones que fueron presos por su tropelías en el gobierno de Lacalle Herrera, y los bandidos que no fueron presos, como García Pintos y Juan Carlos Raffo, el padre de la candidata a la Intendencia de Montevideo.

 

Tal vez los blancos herreristas y los militares golpistas fueron la peor cara de esta derecha conservadora.

Así que, con esto del desafuero del senador Guido Manini Ríos, no podía esperarse otra cosa porque no hubo otra cosa.

Es un hilo que siempre conduce a lo mismo, difícil buscar otra cosa donde siempre hubo lo mismo.

Esta historia ya la vivimos y el país entero la sufrió.

Es lo que hoy se llama una remake. La mayoría de los protagonistas de la primera película ya no están.

Los nuevos no homenajean al dictador Francisco Franco con el saludo nazi, de “cara al sol”, como el padre del actual Presidente.

Los de ahora son rubios, veranean en el este, surfean, viven en La Tahona, diseñan jardines, son CEO de transnacionales, graduados en Harvard y se consiguen para comer asados los fines de semana un cuchillo con mango de guampa, un caballito criollo, una boina ladeada de La Tranquera y un terreno de Colonización.

En ese mundo fashion, lidera en las sombras este Sanguinetti, que ha pasado por media docena de ajustes fiscales y ya no se cuece en el primer hervor.

Don Julio María, en la tribuna del Campeón del Siglo, parece más popular que los pitucos de la 404, pero, a no dudarlo, hace buena yunta con los blancos.

Hace 50 años, cuando en Uruguay se comenzaron a recortar las libertades y los gobiernos iniciaron un proceso regresivo de tenor neoliberal, cuando el capital financiero y los grandes empresarios de la ciudad y el campo ocuparon directamente los cargos de gobierno, cuando la CIA tenía una oficina en Jefatura de Policía y sus agentes enseñaban a torturar picaneando “bichicomes”, cuando la Embajada estadounidense y los servicios de inteligencia extranjeros incidían en la política cada vez más represiva de los gobiernos blancos, del de Pacheco Areco y Bordaberry, ahí estaban los ministros blancos almorzando en la Embajada de EEUU y los ministros, como Julio María Sanguinetti, acompañando pragmáticamente lo que a todas luces se venía.

50 años más tarde, Julio María, un anciano fatuo y cada vez más a la derecha, sigue conspirando, tratando que la coalición no se rompa para evitar el desgaste de la misma y la eventualidad potente de que el Frente Amplio vuelva a ser gobierno.

Si para eso hay que venderle el alma al diablo, no hay problemas. Igual, no será la primera vez. Ya el alma está empeñada. Para ser más preciso, prostituida.

Recordemos nuevamente otro aspecto para no olvidar de la historia reciente.

Sanguinetti lo ha insinuado; sabía los detalles de las torturas y dónde se torturaba y quiénes las ordenaban, las circunstancias de los asesinatos de la Seccional 20ª del Partido Comunista y las andanzas del Escuadrón de la Muerte durante los años democráticos previos a la dictadura, y se calló la boca. Siguió siendo ministro de Bordaberry hasta unos meses antes del golpe.

Fue ministro de Pacheco, fue autor de la Ley de Educación, que abrió la puerta a las sanciones represivas contra estudiantes, profesores y padres de la enseñanza, apoyó el Estado de Guerra Interno que desbocó la represión, hizo cementerios en los cuarteles y atropelló las garantías constitucionales.

No le hizo asco a nada; siendo presidente, su “cambio en paz” supuso mantener intocada la estructura de las Fuerzas Armadas y reconocerlas como un poder relativamente autónomo derrotado políticamente pero indemne desde el punto de vista psicológico y militar.

Sufrió el primer impacto cuando lo que Sanguinetti había pactado con los militares se hizo evidente; su hombre de confianza en el Ejército, el Gral. Hugo Medina, puso bajo llave en una caja fuerte las citaciones judiciales a quienes dos décadas después la Justicia condenaría por torturas homicidios, secuestros, robos de niños, violaciones y desapariciones.

Sanguinetti podía haber apelado a la gente que estaba presta a defender la democracia recién conquistada, pero le tiene más miedo al pueblo que a los militares.

En lugar de hacerle respetar a los militares golpistas la ley y la Constitución, cedió al chantaje, logró hacer aprobar la Ley de Caducidad que pretendió ser una amnistía para los militares y evitó las investigaciones sobre las violaciones de los derechos humanos.

Y lo consiguió hasta que Tabaré llegó a la presidencia de la República.

Sanguinetti no fue el único y seguramente no es el peor, no obstante es el más astuto y peligroso.

Los herreristas fueron un factor fundamental del apoyo al pachequismo y a la dictadura.

Bordaberry, Aparicio Méndez, Alberto Demicheli y Gregorio Álvarez: los cuatro dictadores que tuvimos en esos diez años eran blancos y colorados.

Blancos y colorados fueron los consejeros de Estado, los intendentes interventores, los ministros de la dictadura y tal vez los coroneles y policías torturadores presos por delitos de lesa humanidad.

Todo esto es indiscutible, horrible, deplorable, vergonzoso.

También es una verdad irreprochable si decimos que los presos, los torturados, los despedidos, los exiliados, los perseguidos, los requeridos y buscados, los muertos, los desaparecidos eran casi todos frenteamplistas.

Casi todos, hagamos constar que todos no. Había gente noble, solidaria, valiente y democrática en todos los partidos, con muchos blancos y colorados batllistas, conspiramos en la clandestinidad y con algunos blancos wilsonistas estuvimos en la huelga general, en el exilio y el 9 de julio en 18 de Julio.

 

¿Quién es quién en el reclamo y la búsqueda de verdad y justicia?

Desde que terminó la dictadura y se restableció la democracia, hasta que ganó las elecciones el Frente Amplio y asumió la presidencia de la República Tabaré Vázquez, no hubo un militar preso, no se habilitó por parte del gobierno la investigación de las violaciones de los derechos humanos, no se buscó a los desaparecidos ni se acusó a ningún asesino ni torturador. Es más, alguno de los más sanguinarios homicidas condenados a 30 años por la Justicia por crímenes cobardes, terribles e inhumanos contra los prisioneros ocuparon cargos muy relevantes en la Policía y en las Fuerzas Armadas en los gobiernos de Sanguinetti y Lacalle Herrera , ya restablecida la democracia. ¿O hay que recordárselo a Argimón con nombre cargo y apellido?

Y algunos civiles blancos y colorados que participaron abiertamente en la dictadura fueron legisladores protagónicos, funcionarios privilegiados, asesores e intendentes electos en democracia.

No hablemos de los medios de comunicación, los canales abiertos y particularmente el diario El País, el más abyecto, el que servía de aparato de propaganda a la dictadura, desde donde se difundían los requerimientos de captura de los luchadores sociales, de los militantes sindicales, de los dirigentes de los partidos frenteamplistas, de los jóvenes de la FEUU, y también de Wilson Ferreira Aldunate.

Nada puede sorprendernos de que hoy Sanguinetti y los blancos respalden a Manini y no voten el desafuero que piden el fiscal, la jueza y la mismísima Corte de Justicia.

Porque hay que saberlo, la Suprema Corte de Justicia es la que ha hallado mérito suficiente para enviar el pedido de desafuero al Senado porque el fiscal, después de haber recabado la información suficiente y haber interrogado a todos los involucrados en el ocultamiento de la actas del interrogatorio del Tribuna del Honor que juzgó la conducta de José Gavazzo, ha encontrado motivos para imputarlo por el delito, ha concluido que hay contradicciones muy flagrantes entre los que dice Manini y los otros generales intervinientes en el Tribunal de Honor y en el de Apelaciones, no hay pruebas ni testigos de que Manini diga la verdad y resulta fácil concluir de que Manini nunca comunicó al Ministro de Defensa ni al presidente de la República, sus superiores civiles, el contenido de las Actas que contenían las declaraciones de Gavazzo.

En verdad, ante la Justicia nadie está obligado a incriminarse, pero eso no quita que lo de Manini es un falso testimonio, y además serial, porque no solo dio en la Justicia versiones contradictorias, sino que después dijo en campaña electoral que no se ampararía en los fueros y ahora declara que se refugiará en su privilegios porque la barra se lo pide.

Si vemos las cosas desde otra perspectiva, el Frente Amplio siempre denunció a los torturadores, asesinos y secuestradores, impulsó el plebiscito contra la Ley de Caducidad, la anuló después, habilitó mediante la aplicación del artículo 4 la Ley de Caducidad, las investigaciones, proporcionó instrumentos para buscar a los desaparecidos, entró en los cuarteles, habilitó a remover la tierra hasta encontrar a nuestros muertos, recuperó los archivos y los abrió a los interesados, reparó los perjuicios a los presos políticos y exiliados, propuso la creación de la Institución Nacional de Derechos Humanos y le dio independencia y autoridad de defensores públicos.

Sostener que Manini Ríos representa la transparencia en materia de violaciones de los derechos humanos y Tabaré Vázquez y Azucena Berruti la oscuridad y la opacidad es de una hipocresía infame.

Me sorprende de Javier García, a quien conocía como una buena persona y un adversario político duro pero honesto.

Yo creo que no es deseable que el juego político, la intolerancia acumulada, el rencor contra el Frente Amplio y sus gobiernos hagan cegar a alguna gente inteligente que no debería comerse la pastilla.

Menos en estas cosas de la corporación militar en las que se juega con fuego.

Es obvio que al gobierno del Frente Amplio en el Tribunal de Honor que hoy se conoce de 2006 y en el que se conoció el año pasado (2019), el que juzgó a Gilberto Vázquez y el que juzgó a José Gavazzo, se le ocultaron las actas.

 

Padre Artigas, guíanos

Tal vez, los gobiernos del Frente Amplio debieron haber actuado de otra manera, ser mucho más enérgicos con los mandos de las Fuerzas Armadas, mucho más incisivos en su intervención en las escuelas militares procurando incrementar su formación cívica, humana, sociológica y cultural, más desconfiado y menos ingenuo .

Tal vez habría que haber cambiado la estructura de las cajas militares, cambiar la pirámide de sueldos, pasar a retiro unas cuantas decenas de coroneles y algunos generales, poner condiciones de reclusión más rigurosas a los violadores de los derechos humanos y reclamar las actas del Tribunal de Honor antes de homologar los fallos.

Es más, tal vez lo que no se hizo no se pueda hacer nunca más, pero habría que haber llamado a una Asamblea Nacional Constituyente en 2005 y poner a consideración de la ciudadanía un nuevo contrato constitucional, para un país justo, próspero, democrático, soberano y pacífico como es el que queríamos y queremos.

Pero no se hizo. Y hoy se pagan las consecuencias.

¿Falta de audacia política, ingenuidad, errores en la evaluación de la correlación de fuerzas, temor a la incertidumbre, omisión, ligereza, debilidad ideológica, falta de curiosidad? Tal vez algo de cada una de esas cosas hubo. Pero no hubo traición ni agachada.

Es más, los dos oficiales juzgados declararon en los tribunales sabiendo que sus revelaciones no iban a ser conocidas más que por los generales integrantes de ambos tribunales que, por otra parte, imaginamos que no todos son trigo limpio.

Al menos en el caso de Gilberto Vázquez, declaró diciendo que cumplió órdenes de los mandos de un ejército que también integraban quiénes los estaban juzgando y que mientras él estaba preso y condenado, los generales que estaban frente a él, la estaban pasando lindo.

Es evidente que lo que dijeron Álvarez y Gavazzo en el Tribunal de Honor era un mensaje para sus colegas oficiales y sabían que los civiles no compartirían el contenido de sus confesiones.

Ni los generales, ni los comandantes en jefe, pusieron en ninguno de los dos casos las mencionadas declaraciones en manos de la Justicia penal ni de sus superiores civiles.

Es más, ni siquiera consideraron las monstruosas confesiones como motivos suficientes para juzgar su honor militar porque todos sabían que los criminales cumplían órdenes de sus mandos.

No hay ningún motivo para creer que Tabaré Vázquez o Azucena Berruti tuvieron alguna razón para ocultar las declaraciones de estos dos delincuentes.

¿Por qué ocultar algo si los dos militares juzgados son personajes nefastos, diabólicos, perversos, rechazados hasta por sus propios compañeros de prisión?

Los dos están condenados por 28 homicidios y uno más, a 30 años de cárcel. No hay pena mayor para ellos que el deshonor de sus camaradas que fue resuelto por un Tribunal de Honor.

Los que sí tenían motivos para encapsular lo declarado por Vázquez o Gavazzo eran los oficiales generales que integraban los Tribunales de Honor y los comandantes en jefe que sintieron la necesidad de preservar los secretos mafiosos que anudaron en nombre de la obediencia y la disciplina militar.

Eso es lo que mantuvo la cohesión y el silencio de los que sabían, de los que aún saben y que pretenden llevarse los secretos a la tumba.

Lo de Manini es una caricatura de un caudillo.

El fiscal que entiende en el problema quiere acusarlo y el general tiene miedo de ser inculpado. Va como la “cucaracha”, tiene una pata que camina pa’lante y una que camina pa’trás. Planteado así, el final de la película es de comedia.

Si lo comparamos con Aparicio Saravia, galopando delante de sus hombres y arriesgando que la vida se le terminara con un balazo certero, dan ganas de llorar.

Pero eran otros hombres los nuestros.

Estuvo alardeando un año diciendo que es inocente y que iba a renunciar a sus privilegios y ahora tiene que procurar evitar las decisiones de la Justicia para seguir con su peligroso juego político.

Ahora invoca que los fueros no son suyos, sino del Senado y alega que no puede renunciar a lo que no es de su pertenencia. Además, grita ‘¡Al ladrón, al ladrón!’, creyendo que todos son de su misma condición.

Es muy obvio que esto es solo una triquiñuela para incautos. Manini no pude evitar ser su cuerpo y su conciencia. Y su conciencia debiera ser irrenunciable, lo mismo que su moral.

Ya que es tan bocón con el artiguismo, pienso que debería preguntarse qué haría Artigas en sus circunstancias, si se escondería detrás de los fueros o respondería al requerimiento de la Justicia.

Porque si Manini fuera sincero, debía saber que nadie es más que nadie. Tiene la oportunidad de mostrar a todos los uruguayos que no hay dobleces en sus actitudes, que no debe sospecharse que mientras decía que no se blindaría en los fueros, les daba órdenes a sus parlamentarias para que votaran en contra del desafuero y tejieran los pactos necesarios en la coalición de gobierno para evitarlo.

Nada en el derecho, ni en la Constitución ni en las leyes tiene el propósito de que un legislador no cumpla con el mandato de su conciencia. Y ni Manini ni el más encumbrado de los generales tiene derecho a cometer un delito ni a evitar denunciarlo si fue de su conocimiento.

Manini engañó a sus votantes. Mintió, dijo que no temía someterse a derecho y ahora se da vuelta como una media.

Los fueros son una garantía constitucional que pretende evitar que uno de los Poderes del Estado se imponga sobre otro.

Otorga funciones jurisdiccionales a sus pares, los otros senadores y supone que estos votarán con la escrupulosidad jurídica y la imparcialidad que requiere quien juzga.

Las decisiones políticas que se adoptan en las bancadas legislativas o en los directorios de los partidos políticos, las consideraciones de la vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón, insinuando que hay que tener mucho cuidado porque la votación del desafuero se mezcla con la consideración del Presupuesto, la intervención intempestiva e inoportuna del presidente de la República, Luis Lacalle Pou, quien no debería tener vela en este entierro, revelan que lo que se está discutiendo es pura política y nada tiene que ver con el asunto que motiva el pedido de desafuero del fiscal Morosoli, que es la responsabilidad jurídica de Manini en un delito, un problema lo suficientemente grave para que se considere de acuerdo a lo dispuesto por la Constitución y la ley. Pero, bueno, como dijimos al principio, para algunos siempre hay una buena excusa para arrodillarse ante el que tiene un poquito de poder.

Lo único cierto es que el caudillo tiene el coraje de escapar y los blancos y colorados harán lo mismo que otras veces.

Manini ya admitió que se refugia en el instituto privilegiado de los fueros.

Inventa cualquier cosa, que pidió la sustitución del fiscal de Corte, que la Justicia está politizada. Que si es declarado inocente, no podría reintegrarse al Parlamento. Todas son excusas para evitar el alcance del brazo de la ley.

Por suerte, uno siente que algún día el tiempo de la genuflexión va a pasar y, tal vez, algunos tengan tiempo de arrepentirse. Pero es difícil que la historia sea tan indulgente.

Vale la pena recordar en estas circunstancias tan deplorables otro pensamiento artiguista que invocan los buenos orientales: “Desde que hemos enarbolado el estandarte de la libertad, solo nos queda destrozar tiranos o ser infelices para siempre.”

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