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La Trampa regresa a los escenarios

Liturgia rockera

En el mes de setiembre de 2016 se conoció la noticia del regreso de La Trampa. El cantante Alejandro Spuntone y el guitarrista Garo Arakelian decidieron volver a subir juntos a un escenario, junto con Irvin Carballo y Carlos Rafols. Serán cinco funciones en el Teatro de Verano con un show al que dieron en llamar Mar de fondo.

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Caras y Caretas Diario

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Por G.P.

La tentación del regreso siempre está presente en las grandes épicas musicales. Hay historias que terminan bien y otras –se sabe– no tanto. El paso del tiempo puede o no curar heridas, pero sí es un factor que remarca la ausencia, la falta de adrenalina y una sensación de extrañamiento, de vacío por lo que fue y podría volver a ser. Hay reuniones creíbles, otras poco creíbles. Están las que dejan la sensación de que mejor hubiera sido dejar todo como estaba, en la memoria de los que la vivieron. Están también esas otras, y es el caso de La Trampa –por lo menos es lo que se siente antes de que ocurra, antes de que suene el primer acorde en la primera noche del Teatro de Verano–, que podrían definirse como regresos sorpresivos, no esperados. Eso, de por sí, es un buen síntoma. ¿Cuál es la razón para que se vuelva a reunir La Trampa? Seguramente no sea sólo una, sino un nudo de explicaciones, entre sentimientos encontrados, deseos y necesidades. Como diría el Darno, entre el micrófono y la penumbra. Pero, y sobre todo, las razones son íntimas (para los integrantes de la banda, sobre todo para alguien como Garo Arakelian, fundador y principal compositor, que no pocas veces se mostró reacio a la idea del regreso) y también colectivas (en la relación público-banda, por ejemplo, se advertía una explícita expresión de deseo del público en cada presentación de los proyectos pos La Trampa del propio Garo y del cantante Alejandro Spuntone). Escribir de un regreso es aburrido, inocuo, si se evade la fractura anterior, si no se indaga a fondo. Y esto obliga, para entender en este caso el propio sentido de un grupo musical, a repensar de dónde vienen estas canciones y esta comunión que provocó que en pocas semanas se agotaran cinco aforos del Teatro de Verano. Para contar la historia del regreso es necesario, más que otras veces, contar la historia desde su principio, desde las contradicciones y utopías que fueron motor de La Trampa. Y, para eso, hay que remontarse a finales de los años 80, cuando el rock posdictadura perdía a varias de sus mejores bandas, por lo menos a las de mayor cercanía de una definición de pospunk uruguayo: Los Estómagos, Los Traidores, Neoh 23 y ADN. El tango, la milonga, el rock Tango que me hiciste mal, de Los Estómagos, y Montevideo agoniza, de Los Traidores, tienen una cierta pátina tanguera, más superficial en los pandenses, pero claramente explícita (y acaso intuitiva) en las primeras canciones compuestas por Nattero para Traidores, en el tono de ‘Flores en mi tumba’, en ‘Solo fotografías’, en ‘La lluvia cae sobre Montevideo’. El tango, sin embargo, era negado por esa generación, aunque un poco menos que el blues, como expresión de parricidio. Recién en el tercer disco de Traidores, y en algunas insinuaciones del único álbum de ADN, Cerca del fuego, empiezan búsquedas y conexiones que intentan un diálogo con el tango y el pospunk. En Buenos Aires ocurrían algunos movimientos similares, como se dio con el grupo Clap, que supo presentarse en Montevideo en un show en el Velódromo. El final de la primera época de Traidores y la separación de ADN parecen clausurar esas vías de escape de una generación que se había mostrado excesivamente epigonal con el punk, el pospunk, la new wave y el metal, más que nada de línea británica. Pero, como señala Sergio Schellemberg –tecladista de ADN y luego uno de los fundadores de La Trampa– en una entrevista, hubo un pacto más o menos secreto con Víctor Nattero de formar dos nuevos grupos de tango-rock, con un decidido tono de búsqueda en una orientación de fusión entre la melancolía tanguera y la del pospunk. Esa vendría a ser la semilla conceptual de La Trampa (no parece casual el “Tra-Tra” de Traidores y Trampa) y de La Mala Sangre, banda que llegó a tocar en boliches, en el año 1992, con Nattero en la guitarra, acompañado por un cantante que no era su primo Juan Casanova. Schellemberg y Arakelian, junto con otros compañeros de Facultad de Arquitectura –entre ellos el primer cantante Martín Rozas–, terminarían armando un proyecto de banda que conectaba con esa utopía y con el acierto de acercarse a un eslabón (casi) perdido, nada más y nada menos que Dino, a través de las versiones de ‘Vientos del sur’ y ‘Arma de doble filo’. Ese camino los vendría a conectar con Níquel (banda que había ensayado vasos comunicantes con los pioneros de los 60, y con Dino, en el disco De memoria) y con Eduardo Darnauchans, con quien años después compartirían algunos shows y oficiarían de banda soporte de la legendaria versión del tema de Estómagos ‘Ídolos’, tosida por el Darno y con el acompañamiento sónico de Arakelian, Schellemberg y los restantes tramposos. La primera Trampa Hablar de la primera Trampa es instalarse en un tiempo fugaz que se esbozó en los primeros shows, en las primeras maquetas y en varios de los temas del álbum debut Toca y obliga, editado en el año 1994, cuando ya se había alejado Rozas y Spuntone se encarga de los vocales. A ese cambio se agrega la inclusión de Carlos Rafols (excolega de Schellemberg), que se une a la banda como bajista. Se mantienen temas de la primera hornada, de las primeras experimentaciones, como los casos de ‘Dulces tormentos’, ‘Besos y silencios’ y ‘El grito del diamante’, no así ‘Vals’, que quedará inédita, junto a versiones de Dino, otras milongas, y la rockera (en excesivo plan The Cult) ‘Nada pasa y todo queda’, que es la que abre el disco y de alguna manera es la que oficia de enganche con lo que vendrá en los siguientes discos: temas más hard rockeros, de más riffs y con melodías adecuadas a la potencia y expresividad de Spuntone, más cercano a Ian Astbury o a cualquiera de los vocalistas de Deep Purple que de líneas más oscuras del palo de The Damned o The Sisters of Mercy. Toda la intención de vanguardia de ese primer tiempo queda clausurada en pos de un giro que Arakelian, Schellemberg y Spuntone le dan al grupo en los siguientes discos. Aparece la influencia del grunge, por un lado, la intención de seguir indagando en la milonga, pero sobre todo la insistencia por un rock orgánico, visceral, a contramano de las tendencias, en cierta medida poniéndose a tono con lo que venían haciendo los Buitres o La Tabaré, acercándose al hard rock de Chopper, y bien pero bien lejos de cualquier asunto con la electrónica, con el hip hop, con el funk o con otras sonoridades de la época. El rock popular Calaveras (1997), Resurrección (1999) y Caída libre (2002) se alejan radicalmente de los tópicos iniciales, pero son los discos que construyen el sonido de La Trampa, el que supo calar en el desencanto de un par de generaciones que vieron en ellos por lo menos dos elementos particulares y de una evidente honestidad: por un lado empezaron a consolidarse como el grupo de rock uruguayo por excelencia (y esto podría ser motivo de un ensayo, siendo de alguna manera La Trampa una evolución de actitud musical que reúne elementos de Estómagos, de Traidores, de La Tabaré), y al mismo tiempo como un grupo de rock no trompetero (dato esencial para los que no comulgaban en un principio con la veta latina de Notevagustar y La Vela Puerca). La explosión del rock popular de la generación Pilsen Rock tiene que ver con diversos factores extramusicales, entre otros, la necesidad de encontrar referencias e identidades colectivas ante los estragos de la crisis de 2002 y el final del sueño neoliberal de los 90. La Trampa se benefició de esta situación por el oportunismo de Caída libre y canciones como ‘Santa Rosa’, y por el hecho de mantener una coherencia antisistema, creíble y honesta, que la banda mantuvo desde siempre, sobre todo en la capacidad y necesidad de Garo de articular conceptos críticos y contraculturales. Pero el germen de la crisis en la banda empezó a hacerse presente en la contradicción arte-popularidad, difícil de resolver para la dupla tramposa pos-2002, al haberse alejado el fundador Schellemberg. Por un lado, Arakelian buscaba zonas más experimentales y mostraba el deseo de bajarse de la máquina, aprovechando incluso para apuestas más cercanas al folklore (en algunos shows invitó a Toto Méndez y a Dino para bajar la electricidad). Spuntone era el que se mostraba más cómodo con estos tiempos de rock popular, y haciéndose cargo de un cancionero cada vez más metálico y adecuado al rock de estadio. Todo fue más o menos agridulce en los tiempos de Laberinto (2005), con el posterior alejamiento de Rafols, y El mísero espiral de encanto (2008). La Trampa llena estadios, recibe premios, hasta que se conoce la noticia del final del grupo. Los pecados originales Lo que pasó después de La Trampa evidencia la sensatez de la decisión de terminar con la banda. Seguro que no fue fácil, pero Spuntone y Arakelian abrieron, con titubeos, caminos alternativos que de otra manera no hubieran sido posibles. Y en ambos casos no sólo exitosos, sino de quizás mayor riqueza que la obra de La Trampa. El cantante debió sufrir, además de una tragedia familiar irreparable, el quedarse sin guitarrista y compositor. El rock uruguayo no es nada fácil para intérpretes, pero la fidelidad del público lo animó a lanzarse a un proyecto íntimo y pequeño que terminó llenando teatros y grandes auditorios. La dupla que armó con Guzmán Mendaro y el concepto de Estado natural lo confirmaron como cantante de rock y él se puso a prueba y riesgo con un cancionero que mostró su inteligencia para dialogar con un público fan de ese mismo rock uruguayo del que La Trampa llegó a ser su máximo y más irreductible exponente (en un espacio subjetivo similar al que ocupan bandas como Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y La Renga en Argentina). Spuntone-Mendaro no es precisamente una máquina de hacer canciones, sino de versionar. No le alcanzó a Spuntone, que encontró en la amistad con Nattero la posibilidad de armar un nuevo grupo, El Resto de Nosotros, en un extraño punto de des/equilibrio entre Los Traidores y La Trampa. Vaya ironía del destino, más de veinte años después vuelven a confluir en esos mismos puntos de una melancolía, marca de fábrica de la guitarra roja de Nattero. Si bien la banda no obtuvo un golpe popular como el del dúo, el disco debut dejó algunas buenas canciones y la sensación de que es un proyecto mucho más serio que los incansables retornos, sin novedades, de Los Traidores. Garo, después de La Trampa, se enfrentó al reto de encontrar su propia voz. Ya no tenía cantante, tenía que encarar él, y no le fue una decisión precisamente cómoda. Se tomó su tiempo para encontrar el tono justo entre composición e interpretación, pero sobre todo ajustó un nuevo cancionero con el que dio un salto cualitativo como compositor. Los textos del disco Un mundo sin gloria son maduros y pelean en las grandes ligas, enhebrándose en el linaje Darno-Dino, en lo local, y sobre todo con deudas a su gran maestro Springsteen. El cuidado en lo musical lo llevó a encontrarse con músicos del indie, como es el caso de Ernesto Tabárez, que es una pieza fundamental en el sonido del disco de Garo. Para terminar de combinar las cosas, las posibilidades, Garo sorprendió al integrarse al proyecto acústico El Astillero junto a sus amigos musicales Gonzalo Deniz (Franny Glass) y Diego Presa (Buceo Invisible). Las canciones peladas, a guitarra y voz, versiones de temas propios y también de otros, en una línea similar al Spuntone-Mendaro, pero profundizando esos pecados originales que tanto tienen que ver otra vez con Dino, con el Darno y también con Cabrera. La última sorpresa, la que nadie se esperaba, era que se reuniera La Trampa. Después del camino recorrido sin la banda, las cosas se vuelven acaso más fáciles. Sólo se trata de subir otra vez al escenario. De cumplir con la liturgia, con una escena rockera que no había quedado del todo cerrada. Vuelven después de otra andanada de cumbia cheta, de alguna manera similar a la frenética movida del pop latino pre-2002. Vuelven con el desencanto de una situación política más o menos estancada en cuanto a ideales o expectativas optimistas. Vuelven cuando los grandes grupos populares de rock, Notevagustar y El Cuarteto de Nos, parecen haber descarrilado o perdido el control. Eso lo tiene, más que claro, el público que los siguió y se enganchó con sus canciones desde los primeros años 2000. Por eso agotaron las localidades tan rápido y hay tanta avidez por verlos en acción.

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