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Arte y cultura | Atardecer naranja | arte | música

Juego y compromiso

Atardecer naranja #1, con Patuco López: "El arte es lo sagrado"

"El arte como herramienta de vida", dice Patuco López en el episodio #1 de Atardecer naranja. Conversamos con el músico sobre sus procesos creativos.

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Caras y Caretas Diario

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Este viernes estrena su tercer disco, “Cubo del sur”. Además, compuso la cortina musical del programa, una canción homónima compuesta y cantada por él junto a Emilia Benia y con arreglos de guitarra de Ney Peraza.

Compartimos en esta nota algunos extractos de la conversación, e invitamos a todos los lectores a ver la entrevista completa en el canal de YouTube de Caras y Caretas TV, y a seguir las nuevas emisiones de este programa de conversaciones contemplativas y sin apuro por llegar a ningún lugar.

El próximo disco se llama “Cubo del Sur”, ¿Qué te pasa en el cuerpo cuando caminas por esa parte de la rambla? ¿Por qué estás tan conectada tu música a ese paisaje?

Y en el cuerpo depende el clima, ¿no? Porque depende el momento, de noche, de mañana. Depende al momento de ir por ahí caminando. Estás a la intemperie y el cuerpo cambia dependiendo la temperatura. Creo que terminé definiendo el nombre del disco por eso. Porque era una cosa magnética de ir hacia ahí, es un lugar que me encanta. Y después fui descubriendo toda la historia que tiene por detrás, y hubo una fascinación también ahí por esa parte de la historia. Mirar una piedra y decir, “pah, esta piedra está puesta acá desde andá a saber cuándo. Y nadie más la tocó”. Es un lugar que está totalmente expuesto ahí al mar, al Río de la Plata.

A mí lo que me pasa con los discos o las canciones, es que la mayoría tienen algún lugar de donde transcurre. Entonces, bueno, sentí un poco que el disco transcurría en ese entorno. Entonces terminé amigándome con la idea de que se llame así, “Cubo del Sur”, como ese lugar, hacerle una especie de homenaje también. Mismo con la canción “Candombe Azul”. Es un lugar donde me gusta mucho ir con la guitarra a escribir. Mi vieja vive ahí cerca, entonces siempre fue un lugar ahí de achique. Y cuando me puse a investigar un poco más, en una de las lecturas veo que, entre otras cosas, es uno de los lugares donde se dice que puede haber nacido el candombe y el tango. Resulta que, claro, a los negros esclavos les tenían prohibido hacer sus bailes adentro de la Ciudadela. Entonces empiezan a hacerlo afuera y van pegados a la muralla y al mar. O sea, ahí al costado del Cubo del Sur.

En tu presentación de Spotify hay algo que es lindo, decís que la música te tuvo a su merced desde que tenés uso de razón. Te quería preguntar ¿qué es estar a merced de la música? ¿y cuál sería la diferencia con poner a la música a merced tuya?

Es interesante la pregunta porque creo que es difícil. La música como trabajo es difícil en este entorno y en este medio. Entonces es difícil el equilibrio entre una cosa y otra. Lo importante es estar a merced de la música, a la merced del arte y que sea ella. Trabajar para eso.

El arte es lo sagrado, entonces si yo me considero artista, porque me nace en realidad, voy a estar siempre trabajando en pro de que eso siempre sea lo mejor, ¿viste? Intentarme salir yo de mí. Intentar ser la mejor versión de mí con el arte.

¿Cómo equilibrás en tu trabajo la complejidad técnica que te caracteriza con la honestidad poética y musical por la que también se te reconoce?

Es difícil porque siempre a la hora de crear estás en la mezcla, entre no entender nada y una cosa totalmente onírica, o estás muy arriba de la parte técnica, de decir “estoy utilizando esta metáfora”, o en la música “estoy usando esta armonía, entonces tendría que pasar por acá y por allá”, o ya anticipándote a un arreglo, esto lo voy a tocar con una guitarra eléctrica, esto con un piano, esto con una batería. Y a veces de repente te olvidás de todo y me parece que ahí es cuando sale lo mejor, cuando sale así medio por un tubo y estás como muy enfocado, muy concentrado en esa creación, para mí ahí es lo mejor. Y a veces sale rápido, a veces es una construcción re lenta.

Había algo muy lindo en Salandrú que era la horizontalidad, no había un frontman claro. En los toques, se iban turnando incluso quien iba al centro del escenario en diferentes momentos. ¿Cómo fue tu experiencia en esos procesos creativos tan colectivos?, ¿qué fue lo que te llevó a querer encarar una etapa solista?

Con Salandrú empezamos en 2010, hace un montón. Tampoco es que la banda se separó, es que estamos como en una especie de pausa. Se fue dando naturalmente, ¿no? No fue que nos peleamos. Es un grupo donde todo era muy democrático y éramos varios que componíamos también, entonces iba cambiando siempre esa voz líder. Crecimos juntos, entramos en el mundo profesional del arte a través de la música con esa banda. Son grandes compañeros de camino. Llegó un momento donde empezó a haber una necesidad no solamente mía, sino de varios, de experimentar un poco por fuera del grupo. Y también porque ya no podíamos darle el respeto absoluto y la dedicación que el grupo se merecía, lo que siempre habíamos hecho para que el proyecto funcionara. No significa que no que no vayamos a volver, seguramente en algún momento lo hagamos.

Tu primer disco, “Mario”, tiene un sonido híbrido entre el blues, el western y la música rioplatense. El primer tema, “Rayo mi piel” es casi una carta de presentación, pero la letra habla de renacer, de reinventarse, de destruir el disfraz, desnudar la voz. Proponés un juego que implica cierto riesgo, para renacer hay que morir de alguna forma.

Cuando entré en la escuela de música, de alguna manera me sequé creativamente. Le empecé a poner nombre a las cosas, ¿viste? A hablar de música y de armonía y de rítmica y métrica y yo qué sé. Cuando empezaba a hacer una canción, ya la estaba analizando con las nuevas herramientas y entonces me parecía pobre, y la coartaba. Y fue pasando el tiempo y bueno, salieron por suerte algunas canciones algunas de las del segundo disco de Salandrú. Pero en un momento descubrí que me estaba faltando el don del juego. Y darme cuenta de eso fue importante para mí.

En la sala de ensayo donde yo iba a estudiar, es en un sótano, y arriba hay un jardín de infantes. Mis días pasaban así. Estudiaba un poco ahí en el sótano, tomaba unos mates y de repente cuando me cansaba quería salir a mirar un poco el sol y salía al patio y estaban todos los niños jugando. Y entonces yo empecé a ver eso como una especie de espejo de algo que me estaba faltando en realidad.

Me di cuenta de que me estaba faltando eso, el juego, que era fundamental para para la creación, para la para la improvisación, para poder ser libre jugando con la música.

Y la canción “Rayo mi piel” habla de eso, justamente es como esa liberación. Se me ocurrió hacerme un tatuaje. Le pedí a mi a mi viejo que me inventara un símbolo que representara el juego y me lo tatué. Y la canción esa, es como para romper un poco con esa con esa etapa anterior y animarme a volver al juego. En ese momento yo estaba muy fanático con el cine western. Lo estaba descubriendo, me parecía increíble ese mundo. Y me propuse jugar un poco a eso con el disco. Jugué a dejarme influenciar por esa estética. También para ponerle ciertos límites al juego. Y además venía investigando mucho el blus a través de mi abuelo, que es el que le da nombre al disco. Mi abuelo falleció cuando yo tenía 10, pero mi abuela se quedó con la con la discografía en una discoteca de vinilos tremenda, y sobre todo los discos de blues estaban espectaculares.

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Se dice que sos un músico de la canción popular uruguaya. ¿Cómo te vinculas con la tradición cuando componés?

Escucho naturalmente, a veces me impongo escuchar algo más contemporáneo, algo más nuevo, pero por lo general prefiero escuchar música vieja, me gusta mucho más. Y música folclórica también, el folclore es lo que más me gusta. Entonces, bueno, ahí voy investigando, depende de la época, con lo que estoy colgado. Con el tango tengo algo cíclico, siempre vuelvo. Creo que me sale desde la pasión y desde el deseo de lo que me gusta. Me cuesta, sin embargo, ver para adelante, imaginar qué va a pasar con la música o con mi música, no tengo ni idea. Me gusta un poco también que me sorprenda.

Tu segundo disco se llama “Hunde”. Me dijiste que te fue necesario y que también te cansó. ¿Cómo pensás el vínculo entre el dolor y la belleza en los procesos creativos, cómo vas y venís de una cosa a la otra?

Sí, es que es como un disco medio resiliente, sale de una necesidad de purgar, una cuestión interna, profunda, muy personal.

El arte acompañando como herramienta de vida.

En un momento estuve muy peleado con la idea de hacer un disco que tratara de una separación y en un momento me amigué con esa idea. Fueron canciones de esas que salen espontáneamente.

También hacés música para teatro, ¿cómo se contagia de teatralidad tu música cuando componés para la escena?

Depende de cada proyecto. Me encanta trabajar con teatro, para una obra de teatro, siento que aprendo muchísimo, se aprende mucho de ver cómo se trabaja en otras áreas. La música ahí pasa a un segundo lugar, está trabajando para el todo, lo que importa es la obra en sí, y trabajar para la obra.

Trabajás con amigos y te vinculas con referentes desde un lugar de mucha generosidad y mucho goce. ¿Cómo sentís tu forma de hacer música desde una perspectiva ética?

Creo que siempre tiene que ver con la libertad que te aporta.

Son momentos de libertad, lográs olvidarte de todo y está sucediendo. Son los momentos más lindos. Y es a donde siempre apunto. Creo que se contagia. A mí me lo han contagiado otros artistas también.

Son sensaciones, son cosas que son súper efímeras. Incluso dentro de un toque a veces no pasa. A veces sí, a veces pasa una vez y dura 30 segundos. Es como un destello ahí. Para mí ahí es donde está la magia. No sé qué es. Es una conexión con algo que no se explica.

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