Sí, nací en Córdoba Capital. Vivo en Uruguay desde 2019. Había venido varias veces como turista, los veranos en Rocha para mí son un ritual que está buenísimo. También por algunos amigos que me hice estudiando y haciendo teatro, empecé a venir más a Montevideo, y siempre me sentí muy bien. Cultivaba desde chico cierto gusto y cariño por la cultura uruguaya, la literatura, la música. Artistas como Fernando Cabrera, Felisberto Hernández, Idea Vilariño, Jaime Ross, fueron muy significativos para mí desde la adolescencia. Y después fui encontrando referentes teatrales que me enseñaron muchísimo. Gabriel Calderón es un dramaturgo que admiro desde chico, él fue varias veces a Córdoba y tenemos amigos en común, entonces cuando llegué ya lo conocía. Acá pude formarme también con Roberto Suárez, Jimena Márquez, Santiago Sanguinetti, María Dodera y otros docentes que me enseñaron mucho y con los que estoy muy agradecido.
Me vine a vivir porque en 2019 tuve la posibilidad de aplicar para ser parte de la segunda generación de la TUD, la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia. Fue divertido, porque estaba de vacaciones en Uruguay, me enteré de que podía aplicar, apliqué y quedé, entonces me volví a Córdoba, busqué una mochila, y a los 15 días estaba de vuelta viviendo acá. En principio la idea era estudiar y después ver qué hacía pero me dieron ganas de quedarme.
En Córdoba había estudiado la Licenciatura en Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba y algunas materias de Letras. No las terminé a las carreras pero aprendí mucho. Cuando llegué, además de cursar la TUD, empecé a trabajar en proyectos teatrales independientes.
Encuentro en Uruguay una calma, un contacto con la cultura y el trabajo independiente que me hace muy bien. Hay algo de la vida cultural, el pensamiento en torno al arte y la reflexión política, que me resulta muy diferente a las maneras en que lo hacemos en Argentina. Allá está buenísimo también, pero quedás pegado en una rosca infinita. Acá hay otra manera de vivir el tiempo, y por lo tanto, también otra manera de sentir y de pensar. Me encanta habitar eso y poder ser parte.
Sigo con ganas de quedarme, y Uruguay ha sido muy generoso conmigo en cuanto a oportunidades, entonces después de seis años también empiezo a sentir como las ganas o cierta responsabilidad de devolver algo, en el mejor de los sentidos. De que no sea solamente hacer usufructo de lo bueno que tiene, sino poder vincularse de una manera ecológica con el medio, devolver algo de eso que recibís también, hacer algún aporte. La idea de Atardecer naranja y mi trabajo como periodista cultural viene un poco desde ahí, de esa necesidad de dialogar con el medio de una manera recíproca y no solamente estar pensando en qué proyectos quiero hacer yo, porque siento que desde la conversación y desde el periodismo también podés generar contenidos y materiales que le pueden venir bien a otros, materiales muy distintos a las posibilidades de diálogo que te da el teatro, la poesía, la literatura o el arte plástico.
¿Cómo fue tu adaptación a la ciudad?, ¿te resulta muy distinta a Córdoba?
Montevideo tiene mar y se ve el horizonte, eso te hace respirar diferente. Córdoba Capital es un pozo rodeado por las sierras. Si te vas a las sierras es hermoso, pero el centro de la ciudad está bravo, es bonito, pero a veces el aire te puede faltar. Buenos Aires es pura abundancia de propuestas gastronómicas y culturales, pero le da la espalda al Río y tiene un nivel de manija en la que es muy difícil no quedarse pegado.
Creo que Córdoba tiene mucho más que ver con Montevideo. En Córdoba son tres millones y pico de personas y un millón y medio en la capital, medio como Montevideo y Uruguay. Ahora, hay una diferencia muy grande que es que Montevideo es una capital metropolitana, con contacto muy diferente con el resto del mundo. En Córdoba se siente que es el interior. Si bien es una ciudad grande y potente desde su tradición cultural y política, hay un dicho allá que es gracioso porque es cierto, que dice que "Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires", un poco como pasa acá con Montevideo y los otros departamentos. Entonces ahí sí sentí una diferencia, en las posibilidades de estudio, de inserción, de aplicar a fondos, a becas, que en Córdoba era un poco más complejo ya cuando yo vivía y ahora ni te digo.
Hay algo de la idiosincrasia uruguaya que tiene mucho que ver con la calma y la humildad que permitió que me sienta muy bien desde que llegué. Tuve la posibilidad de estar cerca de referentes que admiro mucho, y que eran verdaderamente accesibles, que te podés juntar a tomar un café o un whisky y aprender de ellos y compartir de una manera más cercana, más de vecino, distinta. Allá hay mucha generosidad y tremendos referentes también pero andamos siempre más apurados y enojados entonces a veces se tranca.
Después sí tuve que hacer ciertas adaptaciones. A mí Uruguay me pega bien y agradezco, pero hay algunas cosas en las que sí me resulta apenas un poco más protocolar o más formal. Tiene sus pros y contras, como todo, pero al principio no me fue tan fácil acostumbrarme a no decir tanto ‘culo’ en voz alta.
Los argentinos somos intensos y vulgares en el habla coloquial, pero es parte de la forma apasionada de hablar y vivir las cosas, y cuando llegué me di cuenta de que acá eso no era tan bien recibido. Y me parece que eso es sintomático de una forma de ser, que no tiene solamente que ver con las malas palabras. Creo que también tiene que ver con ciertas hipocresías que hay acá, como de hablar bonito pero barrer todo debajo de la alfombra, o saludar con tremenda simpatía y hablar mal cuando la persona se va. Allá es más probable que no esperemos a que se vaya para hablar mal del otro, que lo hagamos al frente suyo, pero cuando trascendés eso después te podés hacer tremendamente amigo.
Me parece que la adaptación fue muy orgánica y, como te decía, tuvo que ver con una generosidad tremenda de este lugar, y también de las instituciones que me acogieron. La TUD depende de UdelaR, del INAE, de la EMAD y de AGADU, es educación pública gratuita y laica a la que pude acceder siendo argentino, y para mí es importante eso. También la generosidad de muchos amigos, referentes, teatreros, periodistas, gente que me dio laburo y confió en mí y que además de estar agradecido admiro, entonces trato de imitarla y de estar a la altura. Todo eso ayudó mucho a que la adaptación sea llevadera.
Sos dramaturgo, director, actor, das clases, y también estás trabajando como periodista. ¿Cómo te acercaste al periodismo? ¿Qué fue lo que te interesó de trabajar desde ese lenguaje?, ¿qué vínculos encontrás con tu práctica artística?
Todavía me siento habitando cierto síndrome del impostor, en verdad. Estoy empezando y aprendiendo de mucha gente, de colegas, trato de leerlos, de ver cómo laburan y de estudiar cómo hacen lo que hacen. También es cierto que ya lo hacía en Córdoba, empecé a hacer algunas prácticas periodísticas, bastante más joven, a los 20 y pico, en una revista cultural de Córdoba que se llamaba Desterradxs, donde también hacía entrevistas a distintos artistas de la escena cordobesa, y después en un programa de TV, Punto Córdoba Punto Ar, en el que hacía móviles, iba a las obras, filmábamos un poquito y después charlaba con los hacedores. Ahí tuve mis primeras incursiones en esto de entrevistar. Después, a partir de eso también trabajé para algunos medios de Buenos Aires, como Notas.org, revista Sonámbula, La Broken Face. Ahí hacía entrevistas y también reseñas cinematográficas. En esos años pude entrevistar a gente que admiro mucho como Camila Sosa Villada, Paco Giménez y Cipriano Argüello Pitt. Había algo que venía entrenando, ejercitando, pero con menor frecuencia.
Desde el año pasado empecé a hacerlo más seguido e intentando que sea con otro rigor técnico también. Soy colaborador en LatidoBEAT, que es un medio que está buenísimo, está lleno de gente que escribe bien y tienen una línea editorial re potente para mí. Me dieron espacio desde el año pasado para publicar entrevistas y notas y también estoy muy agradecido porque es tremenda posibilidad y está siendo tremendo aprendizaje. Ahí encaro cosas teatrales sobre todo, y me encanta conversar con colegas, pero también tuve la oportunidad de conversar con músicos de los que soy muy fan, como Santiago Motorizado, Facu Balta, Julieta Laso o las Niña Lobo.
A mí lo que me gusta del periodismo, o por lo menos del lugar en el que yo lo encaro, es que me da la oportunidad de conversar con gente que admiro. Básicamente eso. Me gusta investigar, el trabajo de archivo previo para preparar las notas. También me genera como un desafío interesante, porque son desafíos laborales nuevos, que me llevan a tener que estudiar, entrenar y me encanta. Estoy leyendo cosas que antes no leía, conversando con periodistas que capaz no hubiera conversado si no arrancaba a hacer esto.
Pensar las preguntas como un viaje para que la entrevista vaya armando paisaje es un desafío que está bueno para mí.
Preguntar con honestidad pero también con filo, con cierta contundencia, que sean preguntas que desautomaticen un poco, que no se puedan responder tan en automático o en base a cosas que el entrevistado ya ha dicho previamente. Me parece que lo lindo de las conversaciones es el ejercicio de pensar juntos dialogando.
Hay algo de eso que realmente disfruto, y es muy distinto a trabajar con la palabra hacia la materia de la ficción, como lo hacés cuando escribís dramaturgia o algo poético. Siento que cuando trabajás más en el territorio de la ficción, estás más en el orden del imaginario, vas hacia ese terreno, más narrativo del cuento.
En el periodismo siento que lo que hay que tratar de lograr es que la realidad se ponga buena, en el sentido de que sea una buena instancia con el entrevistado, generar una situación de comodidad, ver a dónde pones el ojo y el enfoque a partir de la investigación de archivo que haces, para que pueda devenir en un material periodístico que tenga valor.
Son procedimientos muy diferentes porque la materia de trabajo es re distinta. Creo que trafico algunas cosas de la actuación, de la dirección, algunas cosas que el teatro me enseñó se ponen un poco en práctica. En la manera de hablar, en la manera de contactar sensiblemente con el otro. Creo que lo haría peor si no tuviera las herramientas esas que me dio el trabajo más creativo. Pero estoy hablando bastante sin saber porque la verdad es que estoy arrancando, no tengo una formación académica específica en eso, entonces me siento aprendiendo y agradezco un montón la posibilidad de poder seguirlo ejercitando esta práctica de la conversación.
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¿Qué te interesa de la conversación?, ¿por qué ‘Atardecer naranja’ va a ser un programa de conversaciones?
Van a ser conversaciones con artistas, gestores culturales, críticos, filósofos. La idea es poder derivar, dar rodeos, sin tener que llegar a algo concreto ni pronto. No es nada nuevo, de hecho tomo de referencia las cosas que me gustan, pero sí vamos a tratar de demorarnos un rato y no tratar de generar algo tan inmediato así. Que no valga tanto por el recorte sino por el contexto, por los pliegues del habla, por cómo se llegó ahí además que por lo que se dice.
Hay algo en la manera en la que circulan la mayoría de los contenidos actualmente, por las redes sociales, que tienden a la inmediatez y al extracto. También entiendo que hay algo del oficio que tiene que ver con eso. Eso para mí tiene un valor en sí mismo y hablando con otra gente de la cual aprendo, es cierto que es un lenguaje que está sucediendo y creo que deberíamos aprenderlo y tenerlo en cuenta para poder hacerlo bien. Pero a mí me cuesta un poco eso y la verdad que tampoco es tan de mi gusto.
Las cosas que me gustan más son esos programas en donde la gente se junta a filosofar más que a llegar a los temas o a las conclusiones de manera lineal, se da rodeos en torno a las cosas, se parece más a la filosofía que a la emisión de una opinión. Desde esa deriva filosófica, desde los pliegues discursivos que puede llegar a tener una conversación, la información se va entramando más que explicitando. Eso lo que más disfruto de hacer, porque también es lo que más disfruto de oír. Si bien trato de entrenarme en poder hacer otras cosas más sintéticas, más concretas, es lo que me apasiona, oír los pliegues con que se va enarbolando el pensamiento. Como que no necesito ir al hueso en cada momento, incluso en la deriva, en ciertos divagues, siento que también hay una manera diagonal de construcción de sentido que también es muy interesante y que también es una manera de analizar la realidad.
Me doy cuenta de que tengo ciertos vicios de dramaturgo en el sentido de que me gusta mucho el lenguaje coloquial, encuentro que tiene una riqueza no solo expresiva sino también comunicativa.
La deriva que tiene el lenguaje coloquial también está dando un testimonio de la complejidad del mundo.
Desde la dramaturgia, a grandes rasgos, podríamos decir que la diferencia entre un diálogo y una conversación es que el diálogo tiene una voluntad de avanzar, tiene un objetivo, y por eso también a veces da lugar al conflicto o a la contraposición de opiniones, hay una voluntad que se opone a una voluntad opuesta de parte del otro lado. La conversación no tiene objetivos, no busca imponer una opinión o un argumento.
Cuando se habla del clima, por ejemplo, de si va a llover o no, es un lugar de habla que se habita también como medio quizá para llegar a otra cosa o para quedar en suspenso, pero en ese suspenso encontrar una manera de desautomatizar la percepción y ver la realidad de otra manera. Entonces cultivar la conversación es un poco ir en contra de la inmediatez y de la imposición de opinión, desde la intención sensible que a mí me gustaría pensarlo. Nos puede permitir conectar justamente con otra manera de pensarnos, de comunicarnos.
¿Cómo surge la idea del programa?, ¿por qué va a poner el foco en los procesos creativos?
Estoy muy agradecido con el equipo de Caras y Caretas que acogió la propuesta generosamente y la está haciendo posible. El proyecto surgió a partir de la voluntad del medio de generar más contenidos artísticos y culturales, y a partir del trabajo que venía haciendo con las entrevistas escritas, pensamos que podía estar bueno experimentar algo similar pero con un formato audiovisual.
Las imágenes de que se usan para la estética del programa salen de un videíto que filmé en la esquina de casa. Vivo cerca de la rambla, que es una de las cosas que más me gusta de Uruguay, tiene unos atardeceres increíbles. Una tarde, bastante antes de imaginar el programa me enfrenté con un atardecer naranja tremendo y saqué fotos y lo filmé. Cuando empezamos a conversar la idea de generar un programa periodístico cultural, que pueda tener esta impronta de charlas contemplativas con ciertos suspensos, con ciertas pausas como son las que se tienen quizá cuando te vas a tomar unos mates a la rambla con un amigo o con una persona que no conoces pero que pinta charlar, algo de esas imágenes se me vino enseguida.
Vamos a generar entrevistas con artistas y personas vinculadas a la cultura, gestores culturales, funcionarios políticos que incidan en la vida cultural de la ciudad. La idea es que la conversación permita hacer una revisión de la trayectoria artística o cultural de esa persona, que se ancle también en su trabajo, la práctica actual que esté realizando, y que ponga hincapié sobre todo en los procesos creativos o en los procesos políticos que esté atravesando, en el caso de un gestor.
Me parece interesante preguntarles a esas personas cosas como: “¿cómo creas? ¿desde dónde? ¿cómo te vinculás con los otros artistas del medio?” Poner el foco en las condiciones de producción, en las limitaciones y las posibilidades que tienen los diversos sistemas de producción artística independiente y oficial. También tenemos la idea de tener invitados internacionales, hay algunos con los que estamos conversando.
Siento que el arte es un modo de estar en vínculo con la tradición, de habitar el presente y también de arrojar algunas hipótesis sobre el futuro, porque creo que todo trabajo artístico de alguna manera se está haciendo una pregunta sobre el mañana.
Vamos a intentar en ese encuentro con cada entrevistado poder hacer ese recorrido, de dónde viene más o menos el laburo que esa persona viene haciendo, a dónde está actualmente y, quizá arrojar algunos imaginarios sobre el futuro.
Hablar sobre el arte es una manera de hablar sobre la realidad sociopolítica porque todo proceso creativo también es un proceso político que se inserta en una comunidad específica, en un territorio cultural y geográfico.
Por suerte también es algo que queda subido y las personas también pueden verlo en distintos momentos, entonces tiene esa doble función de anclaje en el presente, y también si el día de mañana o de acá a algunos años, viene otra persona que quiere estudiar sobre ese artista o que quiere reflexionar sobre la vida cultural de este momento de Montevideo o del resto del mundo, tiene una fuente posible de investigación, de análisis, un pequeño retrato. Como si fuéramos sacando fotos del momento de distintos artistas.
En los procesos creativos de alguien que hace arte o gestiona cultura, hay una mirada sobre el mundo y un vínculo no solo sensible si no también crítico sobre la realidad. A través de las redes y los encuentros que producen el arte y la cultura, a través de los procesos creativos que llevamos a cabo, construimos conocimiento.
Hay mucho escrito de cómo el arte a través de otros procedimientos, que quizás no son positivistas como los científicos o académicos, construye conocimientos que a la luz de la ciencia tiene muchas coincidencias. Estamos en un momento histórico en el cual hay mucha retroalimentación entre el arte y la ciencia, la ciencia social y a veces también la ciencia más dura, la ciencia más natural, física.
El arte como procedimiento de construcción de conocimiento para mí es justamente uno de los aspectos en los que más impacta positivamente en la vida de la comunidad. Llorar y reírnos juntos en una sala de cine o escuchando un toque en vivo o yendo a ver una obra es una experiencia muy distinta que llorar o reír solos. La reflexión colectiva en términos de asamblea tiene otro un ritmo. Es una forma de vivir la vida en comunidad, que sería muy difícil tenerla sin el arte.
Desde ahí hay una forma de encuentro y producción de conocimiento, de perspectivas sensibles, de lectura crítica, de diálogo, que es muy diferente a la que se da en otros ámbitos de la vida y al mismo tiempo aporta información sobre la realidad social y política. Entonces yo creo que hablar de procesos creativos, hablar de sistemas de producción, de condiciones de producción, de las diferentes posibilidades de hacer circular los productos artísticos en función de las diferencias de clase y las condiciones de producción que están dadas, es una manera diagonal de hablar de la realidad política, de la distribución de poder material y simbólico en el mundo.
Es una manera lateral, diagonal de pensar cómo estamos, cómo vivimos, y en el mejor de los casos llegar a la pregunta ética de cómo vivir juntos, cómo vivir juntos sin matarnos, sin matarnos a nosotros mismos y sin matar a los demás.
Poder hablar de eso creo que tiene cierta urgencia, en relación con todas las cosas que están sucediendo. En ese sentido también me parece muy valioso que un espacio como Caras y Caretas, que tiene una tradición editorial vastísima, en esta ciudad y también en Argentina, le dé lugar a un programa de estas características, en el que vamos a analizar la realidad pero a través de los procedimientos artísticos. Creo que realmente es una oportunidad linda e interesante, y me honra y agradezco poder ser parte.
Los artistas siempre han tenido mucho para decir del mundo, algunas cosas que están buenas, otras cosas que son cualquiera, pero como también dicen cualquiera a veces los políticos, los estadistas, los científicos sociales. Poner en valor el discurso artístico como un discurso de producción de conocimiento, de incidencia en la vida de la comunidad, me parece que es significativo y que es urgente.
El arte y la cultura, lo diagonal y lo contemplativo
¿Qué es para vos lo diagonal?, ¿qué es para vos lo contemplativo?
Lo diagonal tiene que ver con lo que quizá no es tan lineal en términos de causa-efecto, que no es tan directo, una manera oblicua de atravesar o abordar los temas y las cosas. Hay algo muy propio de los procedimientos creativos, que es como la diagonalidad del pensamiento lateral, incluso cuando te entrenás en escritura creativa te enseñan en eso, cómo llegar a pensar las cosas no de una manera directa, sino dando rodeos. A mí me gusta el concepto de lo oblicuo, una perspectiva que se entraman de manera tangencial, no tan rectilínea. Un trazo oblicuo que atraviesa, y en ese atravesar diagonal puede abrir una nueva veta, una nueva luz.
Para mí la función del arte es desautomatizar la percepción. Es lo que dicen los formalistas rusos de la función de la literatura. Una herramienta para volver a reconocer lo que tenemos naturalizado de una manera distinta. Y eso es un procedimiento diagonal, porque difícilmente podamos desautomatizar la percepción si la vemos siempre de la misma manera frontal.
Después lo contemplativo, lo entiendo desde lo que leí y estudié más que desde lo que pienso, tiene que ver con prácticas filosóficas y quizás también espirituales. Creo que está vinculado al elogio de la demora.
No sólo hablar de las cosas, sino también ser hablado por las cosas. No sólo ver la realidad, sino ser visto por ella. No sólo mirar, sino también ser mirado. La poesía, el trabajo artístico, tiene que ver con una actitud contemplativa que se demora, que se detiene en los detalles, los paisajes, y no todo el tiempo se está separando a través del lenguaje o de la enunciación más racional para describirlo, para analizarlo.
Creo que eso es un procedimiento posible para vincularse con la realidad que excede un poco la racionalidad lingüística. Más que con esa separación que se hace a través del lenguaje, tiene que ver con ser parte, con volverse parte del paisaje. Y una vez que te volvés parte del paisaje, vos también sos mirado por el paisaje, y desde ese lugar de ser parte del paisaje, las percepciones, las sensaciones que podés tener aparecen desde otra sensibilidad. Contemplar es distinto a observar analíticamente. Contemplar es detenerse, es dejarse afectar, involucra una permeabilidad distinta en la manera en la que te vinculás con el medio, con el otro, con las cosas.
Cuando mira la rambla no está todo el tiempo poniéndole nombre a lo que pasa con las olas del mar. De ratos las está mirando y sos más bien hablado por el sonido de esas olas, y esas olas levantan recuerdos, sensaciones, imágenes, ideas. Luego quizá vas, las escribís y las ordenás en un texto de manera lineal, quizá das una opinión crítica, pero en el momento en el que estás frente a las olas sos parte de las olas y esa contemplación te permite hacer un vínculo con la materia y con la realidad que pone en juego otra manera de habitar el cuerpo.
¿Cómo te vinculás con la incertidumbre?, ¿cuánto lugar puede tener el no saber en un trabajo periodístico?
Me parece que para trabajar de esto importantísimo saber, conocer, investigar construir procesos de conocimiento previos, pero también hay una sabiduría en el no saber, también hay una práctica de conocimiento en la duda, una manera de descubrir que tiene que ver con la incertidumbre, con habitar la incertidumbre y ser hablado por ella.
Quizás si nos entrenáramos más también en ese habitar provisoriamente el no saber, el devenir en cierta laguna, en lugar de entrenarnos solo para saber cómo salir de ella, no estaríamos intentando sacar conclusiones tan urgentes, porque a veces sacando conclusiones tan urgentes también lo que generamos son discusiones, opiniones, enfrentamientos dialécticos, pero que nos alejan de la cosa. Terminamos como más pendientes de esa discusión o de esa contraposición de ideas, pasa a ser más una cuestión de la dialéctica y de pelea por el estatus en la conversación en ese momento, pero ya estamos charlando entre nosotros, nos alejamos de la cosa. Contemplar quizás también es una manera de ese no saber, estar más cerca de esa cosa que queremos habitar y de la que podemos hablar.
¿Qué relaciones encontrás entre la realidad y la ficción?, ¿cómo te relacionás como creador con eso?
Yo creo que si hay algo que está demostrando el momento actual es que estamos en hay mucha hibridación entre la ficción y la realidad, no solo por voluntad o por proceso artístico, sino porque también la realidad está plagada de ficciones.
Siempre lo estuvo, pero hoy en día, con todo lo que es la manera en la que circula la información, la tecnología, la fake news y la forma que adquieren los discursos políticos, las narrativas institucionales sobre las cosas, muchas veces ya cae de maduro que son ficciones. A veces todos hacemos un pacto implícito por el cual le damos entidad a esas ficciones, pero a mí a veces me da la sensación de que en el fondo sabemos que en realidad estamos tratando de agarrar con las manos nubes ficcionales atadas con alambre. Entonces, eso relaciona con cómo funciona la comunicación y la política actual en muchos aspectos, para mí.
Además, estamos en un momento artístico en el que el yo volvió a tomar mucha importancia, el yo desde un aspecto más real, más biográfico. Eso hace que la realidad y la ficción estén particularmente entreveradas en este presente. El yo es una materia prima recurrente en los procedimientos estéticos, poéticos. Siempre de alguna manera lo fue, pero en distintos períodos históricos ha tomado más o menos fuerza, y en la actualidad está operando fuertísimo.
Creo la realidad es una cosa y la ficción es otra. Me parece que ahí hay que tener una precaución de cuidado, una cautela, sobre todo porque si te vas completamente de la realidad, si no podés distinguir qué es la realidad y qué es ficción, podes caer en situaciones de mucho dolor o aislamiento respecto a los demás, de imposibilidad de comunicarte con los otros. Hay un orden funcional en el sistema en el que vivimos, que en la mayoría de las cosas es espantoso, pero hay que poder responder a ese orden para sobrevivir. Para poder estar de alguna manera equilibrada o al menos amable, es mejor tener cierto manejo de la frontera entre una cosa y otra.
Pero después, yendo más a la cuestión concretamente artística, creo que muchas veces la ficción construye la realidad, no es al revés que la realidad construye la ficción. O sea, creo que gran parte de las realidades que vivimos hoy fueron ficciones que inventamos antes y que justamente las fuimos concretando.
Y ahí es también donde está la potencia emancipadora, transformadora, disruptiva de la ficción, en el sentido de que es posiblemente una fuente de imaginarios posibles, también de análisis, también de crítica. La ficción siempre es una crítica, es un análisis diagonal sobre el estado actual del mundo. Desde ese mismo procedimiento podemos enarbolar imaginarios posibles, y a mí me gusta pensar que no todos los imaginarios posibles que enarbolemos desde ahí tienen que ser necesariamente distópicos.
Creo que si somos capaces de analizar, de saber que somos un cúmulo de narrativas, saber que nuestra identidad, nuestra autopercepción de género, nuestra subjetividad es un cúmulo de narrativas -algunas elaboradas por nosotros mismos, la gran mayoría impuestas por la domesticación cultural y por la digitación de nuestra subjetividad que hace el sistema político y de comunicación-, tenemos más posibilidades de transmutar, de transicionar, de generar transformaciones. A esto Paul Preciado lo deja clarísimo con su escritura. Si advertimos que somos un cúmulo de narrativas tenemos una posibilidad también de elegir qué narrativas queremos contarnos nosotros mismos para ver en una de esas cómo queremos ser. Entonces la ficción también es una fuente inagotable de imaginarios posibles, que en el mejor de los casos pueden devenir en transformaciones culturales, políticas, prácticas concretas.
También me parece que construir y consumir ficción es una práctica ancestral y que en la pandemia quedó de manifiesto la necesidad visceral que tiene la gente de contactar con eso. Que la ficción es un territorio que necesitamos, como necesitamos la fantasía, la estética. Preguntarnos sobre la belleza es fundamental porque si no se nos hace mucho menos llevadera y mucho más agobiante la mundanidad de la vida. Necesitamos oxigenarnos de ficción, de fantasía, como para poder pensar en transformaciones y también ni siquiera para transformar, para poder tomar aire en otros estadíos, en situaciones imaginarias. Creo que lo que más me conmueve e interpela como creador tiene que ver con eso.
Creo que la ficción es un ejercicio de la libertad, que la práctica artística todavía puede mantenerse con cierta marginalidad en relación con algunas cuestiones sistémicas y del mercado, que en su aparente inutilidad, en su aparente disfuncionalidad, abre vías para hacer cosas alternativas.
Que desde lo inútil podemos encontrar cosas lindas, desde la pérdida de tiempo y de dinero también podemos encontrar prácticas de libertad diferentes a las que tenemos trabajando por un salario o votando. Por eso me parecen necesarias. Y al mismo tiempo estoy bastante convencido de que si cultiváramos un poco más ese lugar sensible que el arte permite, muchos de nuestros vínculos a la cortita, en la cotidianeidad serían diferentes. Si se educara a los niños más en eso y menos en ser sujetos de mercado, sin lugar a dudas serían más inteligentes, más sensibles y estarían menos tristes y llenando huecos comprando cosas.
Creo que si la educación a nivel sistémico, público, hiciera un hincapié un poco más profundo en el arte, en moverse, en danzar, en bailar, en pintar, en estar en contacto con la materia de los colores, en la musicalidad del lenguaje y no sólo en los significados, necesariamente iríamos otra generosidad, nos vincularíamos de otra manera. A mí me obsesiona eso, tanto cuando hago entrevistas, como cuando trato de hacer obras de teatro o escribir o pintar y otras cosas a las que intento dedicarme. Es como que me digo “bueno, acá hay una forma de hacer que no hace daño, y no sólo que no hace daño, sino que también puede producir belleza, puede producir encuentros, puede producir otros vínculos de empatía y otros canales de conexión, de comunicación que el resto de las actividades del mundo no suelen dar, o no suelen darlo de una manera tan barata”. Con una obra de teatro te juntás con cinco personas en un apartamento y dos actúan, y ya está pasando algo milagroso, maravillosamente intrascendente, y completamente diferente a todas las otras cosas que hacemos juntos habitando los espacios públicos o privados.
Por eso para mí es importante habitar y contagiar eso. Y también me gusta mucho la filosofía, si bien tampoco la estudié de manera académica, es una disciplina que me interesa mucho y que trato de cultivar. Para mí la filosofía no es un procedimiento para llegar a una conclusión correcta y calmarnos, sino justamente un ejercicio para seguir pensando, a veces incluso para incomodarte a vos mismo en ese seguir pensando y poder pensar a contrapelo de vos mismo, y hacer una revisión y un análisis que casi siempre me parece que es muy constructivo.
El arte está muy hermanado con eso, el arte es una práctica filosófica y la filosofía es una práctica artística, en el sentido de que son maneras de seguir pensando, seguir sintiendo, prácticas alternativas para sentir y pensar de una manera diferente a las que sentimos y pensamos en el resto de la actividad del mundo, y me parece que cultivar eso es necesario, es necesario porque si no le entregamos todo a la economía, a las estadísticas, cosas que son necesarias pero que está demostrado que no siempre nos hacen tan bien.
Retomando lo que decías de las utopías y las distopías, la mayoría de la ciencia ficción actual imagina escenarios distópicos cuando proyecta escenarios de futuro. ¿Desde dónde te parece que podrían imaginar otro tipo de escenarios? ¿Cómo te parece que pueden aportar en eso el arte y el periodismo?
A mí me gusta mucho un cantante, cantautor y guitarrista que es hijo de argentinos pero vive en Suecia, que se llama José González. Él tiene una canción hermosa que se llama El Invento, que también está muy vinculada al espíritu de Atardecer naranja, aunque esa canción habla del amanecer. Tiene unos versos en los que dice “y en el amanecer cuando todo va cambiando de color y vemos aparecer un mundo lleno de belleza y de dolor”. Me interpelan mucho esos versos porque siento que se asemeja mucho a una manera que tengo de sentir la vida, de sentir la existencia, en la que sí, las cosas van cambiando de color y el mundo está lleno de belleza y de dolor. Me parece que es parte inevitable de la experiencia y que cómo buscamos, encontramos y construimos la belleza y cómo habitamos y a veces evitamos el dolor.
Intentamos sobrevivir y estar juntos. Y el arte se vuelve también una pregunta sobre el dolor y la belleza en ese intento, en ese invento que hicimos con las formas que encontramos para vivir. Desde ahí el arte te conecta con el mundo y la realidad sociopolítica. Creo que las dos cosas van de la mano también, o sea que hay cierta belleza en el dolor y que hay cierto dolor en la belleza siempre también.
Me parece que sería demasiado pretencioso creer que el arte o los procedimientos artísticos pueden transformar el mundo en un sentido más sistémico.
Creo que el hecho de que la mayoría de los escenarios de futuro que se narran sean distópicos, también tiene que ver con las narrativas de las que estamos hechos y la información que nos llega. Me parece que si eso sucede también es un testimonio de la domesticación cultural en la que estamos inmersos. Nos vuelve mucho más funcionales al consumo y a la digitación perversa de nuestra subjetividad, porque nos lleva a actuar desde el pánico y el stress.
Probablemente si leyéramos otras cosas y si circularan otras narrativas y si produjéramos otras obras, otros contenidos en comunicación, otros procesos artísticos, si otras comunidades tuvieran más lugar también en la construcción de narrativas, otras disidencias, otros grupos menos binarios o menos occidentalizados, estaríamos más cerca de poder generar un acervo cultural que nos dé herramientas para vincularnos con la Tierra, con nuestros semejantes, con el cosmos o el mundo de una manera distinta.
Creo que la ficción es un punto de fuga en sí mismo. Más que un lugar a donde llegar es una vía de escape. Y esa vía de escape no tiene fin. Es justamente un puente hacia el abismo, un puente hacia lo desconocido. Lo desconocido no sé cómo es, yo tampoco lo conozco.
Me parece que tendemos a pensar en escenarios distópicos pero no porque estén por venir. Porque los estamos viviendo. Estamos en un escenario distópico. Seguimos viviendo y comprando cosas y más o menos pasándola bien y tomando vino en los bares de noche, pero como una manera de sobrellevar un escenario distópico que ya está acá, que ya está inmerso hace un montón de años. Somos parte de él y en un montón de sentidos fingimos demencia y evitamos hablarlo con profundidad entre nosotros como un mecanismo de defensa para poder sobrevivir.
La distopía no es el mañana, la distopía es la actualidad. El sistema en el que estamos, la gente que gobierna, los mecanismos discursivos a través de los cuales se transmite odio por las diferencias, las voluntades genocidas y de supresión de las minorías que están más vigentes que nunca. Las distopías que se narran no hacen futurología, hacen diagnóstico del presente. Lo hacen con operaciones estéticas pero en realidad están hablando del hoy, no del mañana.
Quizá leerlas hoy es lo que nos permite advertirlo y generar algunas modificaciones para mañana pero yo más que pensar en un correlato directo entre lo que la ficción le puede hacer a la realidad, creo que la realidad es muy compleja y como artista tampoco tengo ni las herramientas ni el conocimiento para augurar o proponer una vía, un procedimiento posible para hacer un mundo mejor en ese sentido. Lo que sí creo profundamente, y es lo que tengo ganas de abonar también con “Atardecer naranja”, es que poder imaginar, poder pensar en procedimientos artísticos, en las técnicas específicas que implica hacer arte, es una vía de escape en sí misma, es una manera de habitar un territorio alternativo hoy, y desde ahí en lo mejor de los casos pensarlo para mañana también.
Ahí hay algo también que me resuena mucho, de una filósofa que a mí me gusta mucho, que es Leonor Silvestri, que tiene una frase maravillosa que dice “En lugar de estar discutiendo significantes cuando ya se los llevó la marea, vayámonos con la música a otra parte”. Y a mí me gusta mucho esa frase porque me inspira esa sensación de diagonalidad y de libertad, de la que veníamos hablando.
Creo que a veces logran que lo urgente mate lo necesario, y cuando lo urgente mata lo necesario es cuando estamos más cerca de ser dominados. Que nos imprimen con carácter de urgencia las discusiones de significantes que ya están caducos, que ya están viejos, que quizás no está mal discutirlos pero que en realidad son significantes que no hacen a la cosa en sí. Que lo mejor que podemos hacer es encontrar gente piola con la que nos llevemos bien e irnos con la música a otra parte, a inventar otra isla en la que podamos poner en juego otras prácticas, otras formas vinculares, otras maneras de crear y de ser con el otro. Y yo creo que el arte, la cultura, se parece a esa isla donde podemos irnos con la música.