Es muy difícil opinar cuándo se precipitan situaciones que ponen en peligro la vida de las personas en una epidemia y se enfrenta un enemigo ubicuo, casi desconocido y de una agresividad mayor como es el coronavirus, covid-19.
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¿Son o no suficientes las medidas adoptadas por el gobierno y comunicadas por el presidente de la República?
¿Por qué no se tuvieron en cuenta algunas de las medidas recomendadas por los Comités de científicos que lo asesoran, particularmente las que se refieren al fortalecimiento de la cantidad de camas en los CTI en las zonas fronterizas, ampliación de la capacidad de testeo, cambios en los criterios de calificación de contactos, adjudicación de incentivos a las empresas privadas para alentar las licencias adelantadas y el teletrabajo y ayudas estatales a los hogares más vulnerables?
¿Pesó más lo sanitario o lo económico en las deliberaciones del Poder Ejecutivo? ¿La anunciada limitación del derecho de reunión pacífica y sin armas que garantiza el artículo 38 de la Constitución obedece a un propósito político o sanitario o ambas cosas?
¿Le podemos creer al presidente Lacalle Pou después de que nos dice que nada de lo que ha hecho ha sido motivado por la política?
En verdad, estoy seguro de que habrá gente que confía en el gobierno y espera que las medidas adoptadas sean las mejores y suficientes.
También habrá uruguayos que no le creen nada al presidente y está seguros de que las medidas son pompitas de jabón que no cambiarán sustancialmente el curso de las cosas, que agravarán la situación económica en muchísimos hogares uruguayos y que están más inspiradas en mantener los motores de la economía prendidos que en cortar drásticamente el avance de la epidemia.
No hay cómo no apoyar que el presidente adopte medidas más o menos enérgicas cuando sus propios asesores señalan el agotamiento de sus políticas públicas para la contención de la pandemia y el crecimiento exponencial de los casos positivos en la zona Metropolitana.
Sin embargo. me parecen insuficientes y tal vez tardías, máxime que en sus anuncios estuvo ausente cualquier mención a disposiciones económicas tendientes a apoyar a los trabajadores, desocupados, jubilados, empresas unipersonales, pequeñas y medianas empresas y especialmente a los más más vulnerables, niños en situación de pobreza, trabajadores irregulares, mujeres a cargo de hogares, en la ciudad y el campo. Ahora sabemos, luego de lo declarado por el senador Guido Manini Ríos, que el ministro de Salud, Daniel Salinas, querría medidas más enérgicas que las que adopta el presidente. El propio Salinas, muy prudente, dijo que cuando el presidente habla, el ministro calla.
Me cuesta creer que no hay otros ministros preocupados por los 200.000 desocupados y las casi 3.000 pymes cerradas, por la pérdida de salario real de trabajadores y jubilados y de los centenares de comedores desabastecidos.
Me gustaría escuchar lo que opinan los de la “mesa chica”.
Voy a dar mi opinión, respetando las otras. Estamos de acuerdo en que se adopten medidas restrictivas de la movilidad, no podía ser de otra manera cuando lo hemos pedido reiteradamente.
Las medidas nos parecen insuficientes y muy inclinadas a mantener la economía en movimiento sin asimilar totalmente la advertencia fortísima de la comunidad científica que pronostica un crecimiento exponencial de la epidemia y un riesgo inminente de colapso del sistema sanitario si no cambia el comportamiento de la sociedad que contribuya a detener la evolución crítica a la que estamos asistiendo.
El gobierno ha decidido obcecadamente no alterar las políticas de ajuste y renuncia a cualquier iniciativa tendiente a incrementar el gasto social y ampliar las medidas que mitiguen las consecuencias que sobre los sectores más vulnerables tiene la pandemia.
Aprovecha además la pandemia para restringir libertades y derechos como el de reunión, incluyendo aquellos que constituyan protestas sociales o expresiones públicas como pueden ser las acciones referidas a la recolección de firmas contra la LUC que promueven la Intersocial y algunos partidos políticos como el Frente Amplio.
Esto incluye las reuniones de más de diez personas como pueden ser las de comités políticos, asambleas o directivas sindicales y suponemos que reuniones parlamentarias, Congreso de Intendentes, Juntas Departamentales, casamientos familiares, cumpleaños y velorios. Naturalmente también fiestas de fin de año.
Hay otras medidas que no se comprenden muy bien, sino como respuesta a reclamos empresariales como alentar el turismo y promover los viajes al interior, ampliar el horario de supermercados y shoppings, ampliar las ferias navideñas.
En fin, nadie puede decir hoy si tales medidas son o serán eficaces; el presidente dice que tal vez él sea demasiado iluso y alguno de los voceros de la oposición considera que son como el mate, “bueno pero poco”.
Todo el mundo tiene derecho a creer. Hay quien cree en Dios y hay quin no, hay quien cree que el único dios es Mahoma, hay quien afirma que Jesucristo resucitó de entre los muertos. Uno de mis nietos está muy preocupado porque su perrito Rocky le morderá los talones a Papá Noel y habrá que advertirle al viejo que tenga cuidado con el cusquito.
En fin, supongo que habrá quien siga creyendo que Luis Lacalle Pou es un gran estadista dotado de una gran inteligencia y una inmensa cultura, que no hizo política con la pandemia, que lo que más le importa es la salud de sus compatriotas, que se desvela por nosotros y nunca dijo que estábamos lejos del crecimiento exponencial.
Mientras tanto, me anoto en la lista de los escépticos, creo que se perdió tiempo en el fortalecimiento del sistema de CTI, que es una expresión de ignorancia supina creer que se preparan intensivistas en 30 días, que el presidente ha sido mezquino en negarle participación y diálogo a la oposición, que no ha sido generoso con los que más sufren las privaciones, que se ha preocupado más y lo sigue haciendo, con los “malla oro” que con los sufridos obreros del pelotón.
El final está por verse y por suerte el “presi” nos sigue advirtiendo que se hará cargo.
Pero no es eso lo que queremos, eso es lo obvio, al final, todos nos hacemos cargo. Lo que preocupa es lo que pasa “mientras”. El riesgo de fracasar lo tenemos todos los que nos proponemos hacer cosas, pero cuando el que fracasa es el presidente de un país, el riesgo es mayor, máxime si uno no sabe si el fracaso se mide por el número de muertos o quiénes serán las víctimas de ese fracaso, los ricos o los pobres, los más débiles o los más fuertes.
Todos, incluso el más odiado tiene conciencia, pero de noche, cuando no duerme, estará pensando en los que comen en el merendero o en el que no pudo vender las vacas al frigorífico, en el que no sabe plantar la soja porque el precio no le resulta rentable o el que no tiene ni arroz para llevar a la mesa de su casa, el que cerró la pequeña empresa o en el riesgo país que nos adjudican las agencias calificadoras de crédito. Sinceramente, preferiríamos que cuando Lacalle tenga que hacerse cargo, lo haga de un país más próspero, más feliz, más justo, igualitario y sustentable.
Pero me cuesta creer que es por este camino.