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Editorial gobierno | ocultamiento |

Bajo sospecha

Todos los hombres del presidente

Por suerte la Justicia comienza a poner las cosas en su lugar y lo que Ache mantuvo en un discreto silencio hoy quedó expuesto.

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El Gobierno sumó un nuevo episodio que pone, otra vez, a la Torre Ejecutiva en medio de graves sospechas de ocultamiento y destrucción de pruebas para tapar actos de corrupción.

Cada cosa que salta es peor que la anterior.

Ya no hay margen para sustos en esta serie interminable de escándalos políticos que ensucian una de las instituciones más importantes del Estado y la someten a una de sus mayores crisis desde que comenzó la gestión de Luis Lacalle Pou.

Si creíamos que con el pasaporte exprés otorgado al mayor narco de la historia de Uruguay, o con la venta de pasaportes a ciudadanos rusos que el jefe de la custodia presidencial hacía desde un “quiosco” ubicado en la misma Torre Ejecutiva se había terminado todo, estábamos equivocados.

Tampoco alcanzó con el seguimiento y espionaje ordenado contra senadores o el apoyo directo con investigaciones paralelas a un senador formalizado por múltiples delitos sexuales.

Todo eso quedará en la historia como eslabones de un gobierno marcado por una interminable cadena de escándalos de un Ejecutivo que vive bajo sospecha.

Y paradójicamente no es a causa de denuncias de la oposición, de los adversarios políticos de la coalición o de investigaciones parlamentarias, sino de revelaciones que nacen de su propio vientre.

Por suerte la Justicia comienza a poner las cosas en su lugar y lo que Ache mantuvo en un discreto silencio hoy quedó expuesto ante la sociedad para dejar en evidencia una nueva jugada sucia que pretendía esconder evidencia y tapar uno de los más graves errores de este gobierno. Por suerte la Justicia comienza a poner las cosas en su lugar y lo que Ache mantuvo en un discreto silencio hoy quedó expuesto ante la sociedad para dejar en evidencia una nueva jugada sucia que pretendía esconder evidencia y tapar uno de los más graves errores de este gobierno.

Antes fue el secretario privado del presidente, Nicolás Martínez, que ordenó a Astesiano hacer el seguimiento del presidente del Pit-Cnt, Marcelo Abdala, “que se lo había pedido Luis”.

Otra vez fue el asesor de Presidencia Juan Seré, despachando toneladas de pescado y dátiles enviados por valija diplomática, regalados por un jeque al presidente. Otra fue Álvaro Delgado, el secretario de la Presidencia, autorizando a tres ciudadanos rusos a ingresar al Uruguay en plena pandemia.

Otra fue el prosecretario de la Presidencia Rodrigo Ferrés, mintiendo sobre la condición del jefe de seguridad de Presidencia Alejandro Astesiano en el plenario de la Cámara de Senadores.

Nicolás Martínez, Alejandro Astesiano, Rodrigo Ferrés, Juan Seré, Álvaro Delgado, Roberto Lafluf, Luis Alberto Heber y Francisco Bustillo, todos los hombres del presidente agarrados con las manos en la masa una vez tras otras en imponentes escándalos que han conmovido a la opinión pública y han dejado al Gobierno en falsa escuadra.

Esta vez fue una documentación presentada en la Justicia por una exvicecanciller de este mismo gobierno, que deja en evidencia que el ministro Francisco Bustillo le pidió que “perdiera” su teléfono para evitar brindar a Fiscalía la conversación que mantuvo con Guillermo Maciel, subsecretario del Interior, sobre el pasaporte otorgado al narcotraficante más buscado de la región.

Esa llamada le costó la renuncia a su cargo a Carolina Ache que dejó el gobierno como “chivo expiatorio” para tapar un hecho de profunda gravedad institucional.

Pero la basura no puede simplemente barrerse bajo la alfombra porque algún día emerge y muestra toda la suciedad.

Y emergió porque Carolina Ache hizo lo que debía hacer una profesional injustamente bastardeada por referentes de su propio sector político, que dejó el gobierno tragándose un sapo y se fue sin revolear la media, comiéndose un garrón que ahora terminó por desnudar ante la Justicia para hacer lo que todo ciudadano de bien, que no tiene nada que ocultar, debe hacer: decir la verdad.

Hace cuatro meses, cuando la vicecanciller renunció a su cargo, escribí un editorial titulado: “La confesión de Ache: ¿qué he hecho yo para merecer esto?”.

Decía en ese artículo, que hoy toma gran relevancia por los últimos acontecimientos, que las declaraciones de Ache me resultaron creíbles. Y hoy confirmo que no me equivoqué. Porque si en su momento no dio a conocer este audio que hoy incrimina al canciller Bustillo es porque sólo iba a hacerlo si se lo pedía la Justicia, como finalmente ocurrió. Y aunque políticamente me siento muy lejos de ella -dije en ese momento-, nobleza obliga a admitir que hizo lo correcto.

Era claro, para mí, que le habían tendido una trampa urdida por machos con mucha experiencia, astutos, duchos en estas lides y ocasionalmente oscuros, como Luis Alberto Heber, Francisco Bustillo y Alejandro Balbi.

Como dije en aquella editorial, en medio de semejantes leones, Carolina Ache es poco menos que un bambi con tapado Armani, cartera Versace y zapatos Gucci con taco aguja que cayó ingenuamente en una jugada ajena.

Ella es parte del sector más de derecha del Partido Colorado e integra una de las familias más poderosas de Uruguay. Su esposo es potencial beneficiario de una inmensa herencia, aún esquiva, que tarde o temprano recibirá.

No obstante, de alguna manera me solidarizo con su valiente actitud de defenderse cuando la quieren hacer chivo expiatorio de una trama oscura en donde su participación, si la hubo, fue marginal.

Respeté, además, su autoimpuesto silencio desde su sorpresiva renuncia porque no recuerdo ninguna declaración suya en la prensa desde ese momento hasta ahora, pese a que se había construido un relato que la penalizaba y exoneraba de responsabilidad a quienes eran los verdaderos responsables.

Por suerte, la Justicia comienza a poner las cosas en su lugar y lo que Ache mantuvo en un discreto silencio hoy quedó expuesto ante la sociedad para dejar en evidencia una nueva jugada sucia que pretendía esconder evidencia y tapar uno de los más graves errores de este Gobierno.

Por supuesto que no es solo Francisco Bustillo el responsable de lo que sucedió. Es más grave lo del asesor presidencial Roberto Lafluf que obviamente no tomó solo y por su cuenta la decisión de citar a Ache en la Torre Ejecutiva para decirle que debía eliminar los mensajes de WhatsApp en los que el subsecretario del Ministerio del Interior, Guillermo Maciel, le había confirmado que Sebastián Marset, a quien se le estaba tramitando un pasaporte uruguayo, era un narco “peligroso”.

Será la Justicia la que deberá ahora garantizar a la ciudadanía que puede llegar al fondo de este asunto y no dejar nada sin investigar para que no queden cabos sueltos, que lo único que logran es sembrar más dudas y poner en riesgo la institucionalidad del país. Será la Justicia la que deberá ahora garantizar a la ciudadanía que puede llegar al fondo de este asunto y no dejar nada sin investigar para que no queden cabos sueltos, que lo único que logran es sembrar más dudas y poner en riesgo la institucionalidad del país.

Lafluf es el dueño de AVISA, una agencia de publicidad que tiene importantes empresas como clientes, incluyendo cuentas del Banco República obtenidas sin licitación.

Es, junto a Nicolás Martínez, una persona del riñón familiar de la familia Lacalle, tal vez el más allegado y el que ha adquirido un rol principal en el manejo de las crisis y en la operativa comunicacional de este Gobierno.

Ha sido premiado con importante cargo en la CONMEBOL por la que hoy está viajando a Río de Janeiro al partido que disputarán el sábado próximo Boca y Fluminense.

En Paraguay tendría una larga historia en el área publicitaria, casi siempre ligada a las empresas del expresidente Horacio Cartes, quien es objeto de investigaciones en Estado Unidos por actividades relacionadas con el tráfico de Drogas.

Será la Justicia la que deberá ahora garantizar a la ciudadanía que puede llegar al fondo de este asunto y no dejar nada sin investigar para que no queden cabos sueltos, que lo único que logran es sembrar más dudas y poner en riesgo la institucionalidad del país.

Todavía la justicia tiene deudas, porque aún queda mucho para investigar de las distintas líneas de investigación que abriera el caso Astesiano.

Habrá que esclarecer, además, las líneas que se abren a partir de las declaraciones de Carolina Ache que involucran a Lafluf, al menos en la posible destrucción de un documento público, y que comprometen al presidente de la República que, según dijera Lafluf, fue el inspirador de la reunión que se realizó a pocos metros de su despacho.

Me imagino que Ache todavía tendrá otras cosas para decir sobre la participación que Lacalle tuvo, si la tuvo, en ese episodio.

También sobre la reunión que se habría hecho en la residencia que el Ministerio del Interior tiene en el Prado donde se planificó la estrategia que tendrían los ministros Heber y Bustillo en la interpelación del Senado, en donde hoy está claro que se planificó cómo faltar a la verdad.

En esa reunión estuvieron, entre otros, Luis Alberto Heber, Francisco Bustillo, Carolina Ache, Guillermo Maciel, subsecretario del Interior, López Fabregat, jefe de Gabinete del Ministerio de Relaciones Exteriores y enlace del MinREx con la Agencia Nacional de Inteligencia. Estaban también Luis Calabria, entonces director general del Ministerio del Interior, varios integrantes de la cúpula policial y Horacio Abadie, director de Comunicaciones de Relaciones Exteriores. Como una curiosidad, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores y exdirector nacional de Secretaría, Diego Escuder, también estuvo entre los que planificaron la mentira.

El que planificó, diseñó la estrategia y condujo la reunión en que se urdió esta mentira que se defendió en el Parlamento fue nada menos que Roberto Lafluf y hasta el más despistado sabe que donde está Lafluf está el presidente.

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