Hace 19 años, la vida cambió en el país norteamericano cuando cuatro aviones secuestrados por miembros del grupo extremista Al-Qaeda se estrellaron en diferentes puntos: dos contra las Torres Gemelas del World Trade Center de la ciudad de Nueva York; uno en el Pentágono, en esta capital; y otro cerca de Shanksville, Pensilvania.
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Dentro de esta nación, son muchas las familias que todavía sufren los efectos del trágico atentado que dejó casi tres mil víctimas mortales y más de seis mil heridos, y a raíz del cual se estima que unas 18 mil personas se enfermaron como resultado de los desechos tóxicos resultantes del colapso de las torres.
Cada septiembre, cuando se aproxima un nuevo aniversario de los ataques, la frase Never Forget (Nunca olvidar) aparece con más frecuencia en medios de prensa y redes sociales para recordar las vidas inocentes perdidas, el sacrificio de socorristas y miembros de las fuerzas del orden y, en sentido general, un momento que muchos vieron como de gran unidad y patriotismo nacional.
En medio de las ceremonias y homenajes que suelen acompañar esta jornada, los cuales este año tendrán formatos diferentes debido al impacto de la pandemia de la Covid-19, a veces no se aborda del todo cómo el 11 de septiembre llevó al gobierno estadounidense adoptar controvertidas decisiones domésticas y de política exterior.
Consumido por el miedo, el dolor y la indignación, Estados Unidos se dirigió a sus líderes en busca de acción.
El Congreso y la Casa Blanca respondieron con una expansión sin precedentes de los poderes militares, policiales y de inteligencia destinados a erradicar y detener a los terroristas, en el país y en el extranjero, señaló al respecto un reciente artículo publicado en el sitio digital del canal de televisión History.
El analista David Sterman, quien estudia el terrorismo y el extremismo violento, recordó a ese medio que la combinación de miedo y el reconocimiento de varias fallas de inteligencia llevaron a una serie de cambios de política que incluyeron restricciones a la inmigración, la creación del Departamento de Seguridad Nacional y la expansión de la lista de personas prohibidas en los vuelos.
Solo seis semanas después del atentado se aprobó en el país la llamada Ley Patriota, que dio al gobierno el poder de aumentar la vigilancia sobre los ciudadanos, y que fue duramente criticada por diversas organizaciones al considerar que violaba las libertades y garantías constitucionales.
A nivel internacional, en tanto, el mayor impacto comenzó a partir del 20 de septiembre de ese año, cuando el entonces presidente George W. Bush (2001-2009) propuso lo que describió como una guerra global de amplio alcance contra el terrorismo.
De ese modo, Estados Unidos, con el apoyo de aliados occidentales, invadió Afganistán menos de un mes después de los ataques, emprendió en 2003 la guerra en Iraq, y luego llevó las operaciones militares y el uso de drones a otros países.
El proyecto Costos de Guerra de la Universidad de Brown estima que las guerras emprendidas por Washington desde el 11 de septiembre de 2001 provocaron unas 800 mil muertes por violencia directa, y en un reporte difundido esta semana el centro añadió que, a causa de esos conflictos, fueron desplazadas al menos 37 millones de personas.
De acuerdo con los autores del estudio, esa cifra supera a los desplazados por otras conflagraciones desde 1990, con la única excepción de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
El informe da cuenta del número de personas, en su mayoría civiles, desplazadas en y desde Afganistán, Iraq, Pakistán, Yemen, Somalia, Filipinas, Libia y Siria, donde los combates han sido más significativos.
Según los investigadores, la cifra mencionada es una estimación conservadora y el número real puede oscilar entre 48 millones y 59 millones, ya que el cálculo no incluye a los desplazados en países con operaciones antiterroristas estadounidenses más pequeñas, como Burkina Faso, Camerún, República Centroafricana y Chad.
La publicación de ese reporte, el primero que se enfoca en calcular el número de desplazados debido a las operaciones militares estadounidenses, evidencia que todavía queda mucho por abordar en torno a un hecho que dejó heridas aún abiertas casi dos décadas después.