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Jueces de fútbol: los espectadores peor ubicados

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Los aficionados al fútbol vieron, el pasado 21 de octubre, cómo Barcelona abría el tanteador en forma ilegítima luego de un centro en el que la pelota había salido claramente por la línea de fondo. Pese a que se vio diáfanamente, y más aun en las repeticiones de la jugada, el error inicial de los jueces de línea y principal no fue reparado a pesar de la múltiple reiteración del error por la televisión. La incidencia, tan común hoy, debería llevar al urgente debate sobre la necesidad de integrar las reiteraciones filmadas al arbitraje para que los partidos y torneos no dependan tanto de los errores arbitrales. No hay dudas de que estamos asistiendo al irónico hecho de que los jueces han pasado de ser observadores privilegiados a tornarse los espectadores peor ubicados del mundo; tal vez en el futuro debería pensarse en ubicarlos fuera de la cancha.   Más tecnología para ayudar a los jueces La tecnología, como se ve, es la razón primera de esta novedosa situación en el fútbol y es también la que puede brindar las herramientas para facilitar la precisión y adecuación de fallos arbitrales cada vez más difíciles. Hay medios técnicos cada vez más seguros, tanto para filmar las incidencias del juego como para ampliar o detener las imágenes originadoras de las decisiones, que, de lo contrario, dan origen a tan folclóricas como inconducentes discusiones acerca de las incidencias por parte de espectadores, periodistas, dirigentes, cuerpos técnicos y jugadores. Pero hay otras razones que hacen más que necesaria la aplicación de tecnología en los fallos arbitrales. El aumento de la velocidad del juego, por ejemplo, hace cada vez más difícil la apreciación de las incidencias de fricción corporal, de furtivo contacto con manos y brazos, y las jugadas sobre las líneas de fondo, laterales y áreas a nivel de cancha; los medios electrónicos podrían compensar por esas crecientes velocidades y falta de visión espacialmente adecuada de las incidencias. En incidencias sobre las líneas, en especial las líneas de fondo, no hay ningún espectador moderno del juego que esté peor ubicado que los árbitros para apreciar los detalles que serían necesarios para decidir sobre la legalidad o no de la incidencia y de la conducta de los actores en ella. En efecto, en jugadas como la del sábado en el Camp Nou, cuando un jugador se acerca a la línea de fondo por la izquierda, perseguido o marcado por otro, el juez de línea está del otro lado de la cancha y con su visión obstruida por los dos postes del arco. El juez principal también tiene una perspectiva desfavorecida porque ve la jugada de atrás, obstaculizado al menos por los jugadores más próximos a la jugada, de  modo que no puede ver con claridad ni la pelota ni la línea de fondo; y tiene que fallar con esas desventajas, frente a gente que lo ve mejor. Paradójicamente, desde que hay filmaciones técnicamente enriquecidas con cámaras lentas y múltiples, zoom, grandes angulares y repeticiones con imágenes congeladas y señalables con recursos gráficos y colores, los jueces, encargados de decidir sobre infracciones y jugadas dudosas técnica y espacialmente son, de entre aquellos que están viendo o pueden ver los partidos, las personas que están en peores condiciones visuales y psíquicas para hacerlo. Agreguemos que los jueces están psíquicamente mal equipados, porque saben todo lo anterior, y sufren complejo de culpa y de inferioridad progresivos, y porque sus insuficiencias quedan en evidencia todo el tiempo ya que los espectadores presenciales como los no presenciales ven mejor que ellos -y cada vez mejor- los detalles de los partidos. Nadie contempla esa inferioridad absurda que hoy deben sufrir los encargados de decidir incidencias en caso de duda; todos les reclaman airadamente como si sus errores se debieran a imbecilidad, ceguera o animadversión contra los suyos. Añadamos también que los jugadores muchas veces protestan con razón por errores arbitrales; pero esa misma razón puntual, más la posibilidad de otros errores, vuelven las protestas más admisibles. Se llega al extremo de que cualquier protesta de jugadores, técnicos o público debe ser soportada por los árbitros. Sumemos, lector, el hecho del menor respeto que las generaciones actuales tienen por sus mayores y por la autoridad en sí, y completaremos un panorama indudablemente tan oscuro como poco auspicioso para las decisiones arbitrales en el fútbol.   Algunas sugerencias Se impone la posibilidad de permitir, no sólo la consulta arbitral, sino también poder revertir un fallo, a iniciativa propia, de algún veedor autorizado, o de los actores del juego, como sucede en tenis. Es cierto que puede extender indefinidamente la duración de los partidos y que podría prestarse para hacer tiempo por quienes lo necesitaran; pero, bien reglamentado, el recurso a la repetición electrónica, que es mejorable a la luz de la experiencia también, sería un comienzo de solución para atemperar la animosidad de las tribunas y el comportamiento de los jugadores y cuerpos técnicos durante los juegos, ya bastante desagradable por las continuas y agresivas protestas de público y actores contra los jueces, que pierden autoridad y legitimidad para arbitrar, generándose así un círculo vicioso difícil de cortar. Habría que ir considerando también la posibilidad de que los árbitros no estuvieran más en la cancha: a nivel de cancha y en contacto cada vez más áspero con los jugadores y los públicos. En efecto, los jueces estaban originalmente a nivel de cancha en los deportes por dos razones: porque no se podían observar los deportes desde otro lugar más ventajoso que el nivel de cancha y porque era el lugar ideal para fallar e influir en la normalidad del espectáculo. Y decimos ‘influir en el espectáculo’ porque parte del rol del árbitro era el de imponer disciplina a los enfervorizados jugadores, asegurar el juego limpio, la imparcialidad en decisiones difíciles que podrían ser conflictivas, pero todo sobre la base de la legitimidad de su rol y de su autoridad, en parte delegada y en parte adquirida. La acumulación de errores creada por su inferioridad como espectadores del juego mina tanto su legitimidad como árbitro como su autoridad para conducir partidos que pueden verse mucho mejor de los que ellos los ven. Quizás ha llegado la hora de considerar el fin de los arbitrajes a nivel de cancha, sustituibles por árbitros que fallen desde una cabina donde tengan todos los elementos técnicos más modernos para decidir en el momento y retrospectivamente. Se debería seguir el ejemplo de los deportes que primero usaron los prismáticos militares para ver y fallar (yachting y carreras de caballos); o la experiencia del atletismo, que sustituyó a los jueces a nivel de pista por jueces elevados respecto de ella, luego a los jueces humanos por fotos definidoras (photo finish); o la del tenis para regular el recurso a la repetición y a la corrección mediata de un fallo inmediato. Los jueces dentro y a nivel de cancha son una vetusta modalidad de decisión y de mantención de la limpieza del juego, y cada vez más propensa a errores fáciles de ver. Hasta la conducta de los jugadores sería mejor si estuviera sometida a cámaras implacables que barren toda la cancha todo el tiempo y no a la inconstante e imperfecta visión de los jueces en la cancha; los jueces, viendo mal y cuestionados, son hoy más provocadores de inconducta y conflictos en la cancha que la fuente de la disciplina y deportividad buscada por reglamentos originados en el siglo XIX. ¿Cuánto mejor sería que tarjetas amarillas o rojas aparecieran en un plasma gigante y no, como ahora, que árbitros y jugadores pasen el mal y riesgoso momento de la tarjeta refregada en la cara del ídolo, ante una audiencia de millones? Hoy, siglo XXI, tenemos al fútbol como un deporte global, rey del entretenimiento televisivo; tenemos canchas, estadios, registro de los partidos, deportistas y parece urgente que nos aggiornemos y usemos la tecnología que se ha desarrollado en los últimos años. No nos quedemos aferrados a la tecnología y los reglamentos de tiempos ya idos.

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