Otra vez Alemania sorprende venciendo a los favoritos de la opinión pública mundial, liderada por los generalmente tan poco sabios periodistas deportivos. Para esa ‘cátedra’, Chile era el más probable ganador de la Copa de las Confederaciones, y España el del Mundial sub 21. Como lo eran la aplanadora húngara en 1954, la naranja mecánica holandesa en 1974 y el local Brasil en 2014. Pero el campeón, en todas esas ocasiones, fue Alemania. Se suele olvidar, a la hora de los análisis previos y las predicciones, que Alemania, junto a Italia, son los países que mejor han clasificado a lo largo de todos los campeonatos mundiales de la historia. Y, sin embargo, muy pocos jugadores alemanes son considerados los mejores del mundo en sus ‘puestos’ a lo largo de esa misma historia. Todo esto es un claro síntoma de que lo principal de Alemania es su juego colectivo, no sus estrellas mediáticas ni el tiempo que manosean la pelota engañando a incautos con esa masturbación estadística tan actual de “tenencia de pelota”. Lo suyo es rendimiento, eficacia, eficiencia, concentración, fundamentos físico atléticos, un plan de juego generalmente adaptable a casi todos los rivales y partidos. Y la organización nacional de su fútbol: en todo el país y a nivel de selección. ¿Cómo mirar un deporte colectivo? El fútbol es sabiamente definido –entre los deportes más populares– como un ‘juego deportivo asociado’, lo que implica que lo colectivo será tanto o más determinante de resultados que las destrezas individuales, aunque estas lucen más y coleccionan más entusiasmos que las habilidades colectivas. Esto lo tienen más que claro quienes saben ver, los que saben realmente de fútbol, que no son ni 5% de los que lo ven presencialmente o a través de pantallas de diverso porte. En realidad, sólo los que lo ven en la cancha pueden interpretar adecuadamente el funcionamiento colectivo de un equipo; para los que lo ven a través de pantallas es casi imposible hacerlo. Habría que tener la visión de lo que sucede cerca de la pelota, y en parte usar la visión periférica, panorámica, para poder entender lo que sucede y la responsabilidad de cada uno y del movimiento del equipo; sólo así se podría opinar y valorar quiénes fueron los mejores jugadores en cada partido. Viendo a los técnicos mirar los partidos, por ejemplo, podremos tener un buen criterio sobre su sabiduría: los que miran fijo a la pelota y los que barren la cancha con la vista. Obsérvese que, mientras al filmar, relatar y comentar un gol producto de una ‘cortada’ genial, se le atribuye casi todo el mérito a quien ‘asistió’ al autor del gol; pero, para quien sabe de fútbol, tan importante o más que el pase es el momento en que el goleador pica o marca el pase, o el pique ‘falso’ del que arrastra marcadores para permitir la secuencia focalizada. También, tan importantes como el pase, el pique y el eventual pique falso, son la articulación en profundidad de los defensores, que facilitan o dificultan relevos, coberturas y contrapiques, o el perfil con el que enfrentan la jugada, que les va a permitir acompañar o no el pique frontal o diagonal de los delanteros. Todo eso no se ve siguiendo la cámara o con cámaras mezcladas que componen lo que los espectadores ‘ven’. Es imposible desde esta mirada entender a fondo un partido y juzgar las actuaciones individuales, porque juegan ‘en la pelota’ (en el campo visual narrado por las cámaras y por los comentaristas) menos de la mitad de sus tiempos de juego, y juegan ‘sin la pelota’ más de la mitad de su tiempo útil (fuera del campo visual narrado por las cámaras y comentaristas). Hay varios trucos para poder entender bien un partido y las actuaciones individuales. Uno: Vaya a la cancha y siéntese en algún ángulo de las tribunas desde el que pueda ver toda la cancha sin tener que mover la cabeza, para que la visión focal casi coincida con la periférica o panorámica. Los mejores lugares son las conjunciones de las tribunas centrales con las laterales. Pero bastante arriba y no en los anillos inferiores. Los peores lugares para ver los partidos son los de las tribunas más caras (plateas) y los de las más baratas (taludes) y bien cerca de la cancha, desde donde disfrutará el calor de la inmediatez, pero no se entenderá el partido porque no lo podrá ‘ver’ panorámicamente. Se va allí por estatus y si no se sabe de fútbol o, en el caso de las taludes, por restricciones económicas. Dos: Si no puede ir a la cancha y lo ve a través de pantallas, antes que nada elimine el volumen para que ni el relator ni el comentarista ayuden a las cámaras a apartar su vista de la conjunción de la vista focal. Esto le permitirá entender la responsabilidad que les cabe a los más o menos lejanos a la pelota en la creación/permisión de las jugadas. No tiene mayor importancia si fue Rodríguez o Pérez el que hizo tal o cual movimiento. Porque convengamos que muchas veces los relatores se equivocan y usted lo da por bueno, ni sabiendo el nombre del que golpeó la pelota sabrá usted cuáles fueron los factores causales profundos del desenlace de la jugada. Eso sí, utilice las repeticiones con la misma u otras cámaras para completar el panorama de lo que no vio por la focalización ‘en la pelota’ de las cámaras, del relato y comentarios. En las repeticiones, más allá del mejor detalle técnico, sin duda útil, usted podrá ver lo que hicieron o dejaron de hacer actores centrales de jugadas y de partidos que fueron ignorados por cámaras originales, relatores y comentaristas. Alemania, el mejor sin la pelota Alemania es quien mejor juega fuera de cámaras, relatos y comentarios. Es la selección que mejor juega, tradicionalmente, ‘sin pelota’. Usted normalmente no ‘ve’ qué es lo que hacen los alemanes para ganar: porque será colectivo y no lo podrá abarcar con su visión focal, con la de cámaras, relatores y comentaristas; lo podrá abarcar con esa erudita alternancia de la focal con la panorámica, la única que le puede hacer entender un colectivo, no a un mero diestro manejador de la pelota en cámaras. Es evidente que la inmensa mayoría de los espectadores de fútbol no querrían la visión panorámica que necesitarían para entender y juzgar a fondo un partido y sus actores: en primer lugar, porque no sabrían qué ver con la panorámica para enriquecer a la focal y le faltarían criterios técnicos para usarla; en segundo lugar, la excitación y la emoción están ‘en la pelota’ y no ‘sin la pelota’. Usted, lector, se divertirá y emocionará mucho. Tiene derecho a hacerlo. Pero no pretenda que entendió a fondo el partido ni que puede juzgar en profundidad a los jugadores; porque usted vio otro partido, diferente al que observó una mirada técnica, profunda, que le permitiría intervenir táctica o estratégicamente. Vio el partido emocionante, el divertido, el de la adrenalina chorreante, el de la uñas carcomidas, el de la afonía probable; pero no pretenda explicar el juego, acusar al técnico, pretender que pudo evaluar con justicia a un jugador que jugó la mayor parte del partido fuera de lo que usted vio y de acuerdo a criterios de contribución colectiva que las cámaras, relatores y comentaristas no focalizan. No se puede todo. Si ve el partido de la emoción y la adrenalina se perderá el de la comprensión del juego y de los jugadores en el colectivo; los dos no se pueden disfrutar en la misma medida. A Alemania, en general, como hincha o como espectador emocional, se la pierde. Sus jugadores no son los más malabaristas ‘en la pelota’, pero serán siempre de los mejores ‘sin la pelota’. El resultado es: pocos alemanes figuran entre los más paladeados jugadores de la historia, pero más que otras naciones están entre los países mejor ubicados en la historia de los mundiales. Italia sería el segundo país según esos criterios, probablemente. El fútbol, como dijimos, es un juego deportivo asociado, un hecho colectivo, que aparenta ser el de las individualidades geniales y ‘desequilibrantes’. Esa es apenas la superficie, brillante, disfrutable con facilidad, constructora de ídolos, héroes y millonarios. Pero en la profundidad están los colectivos, los equipos, los que juegan ‘sin pelota’ tanto tiempo más que el que los individuos juegan ‘en la pelota’, ‘con la pelota’; en las cámaras que hipnotizan, en las voces y gestos de relatores y comentaristas que construyen la sociedad del espectáculo, que es la del consumo, de los ídolos, superhéroes, modelos de rol y jet-set funcional. Pero ese mundo no es el de Joachim Loew y el de los 650 centros de alta competencia que calladamente construyen en Alemania los miles de fundamentados atletas con técnica específica que pueden, sorpresivamente para los neófitos, anular a las estrellas que parecían refulgir sin opacidades en la favorita sub 21 española: Ceballos, Saúl, Asensio, etcétera; o la ‘intensidad’ emocional chilena. El colectivo se tragó a las individualidades. El fútbol le ganó este fin de semana a la pelota. La lógica profunda es esa.
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