Hace un poquito más de 100 años, el polémico Tristán Tzará -creador del dadaísmo, uno de los ismos de la vanguardia artística del siglo XX- puso en juego su afán rupturista, brindando instrucciones para hacer un poema. “Toma un periódico./Toma unas tijeras./Elige en el periódico un artículo de la longitud que quieras darle al poema./Recorta el artículo./Recorta en seguida y con cuidado cada una de las palabras que forman el artículo y mételas en una bolsa./Agítala suavemente./Ahora saca las palabras, una tras otra./Cópialas meticulosamente/en el orden en que las has ido sacando./El poema está listo./ Se te parece”. El lector preguntará por qué me remito a renovar el juego rupturista de este creador de origen rumano que se declaró antiliterario, antipoético y todo lo anti que fuera posible en su tiempo. Su propósito, con la fundación del dadaísmo, fue burlarse de la burguesía de su época, escandalizándola al evocar con ese vocablo, “dadá”, que dio origen al nombre del movimiento, las sílabas iniciales que de niños comenzamos a balbucear cuando nos encaminamos a intentar adquirir el lenguaje. Yo misma estoy sorprendida de este recuerdo espontáneo después de tanto tiempo. Lo conocí hace más de 30 años, cuando era una estudiante de Literatura del Instituto de Profesores Artigas y vuelve repentinamente a mi memoria, justito hoy sin que voluntariamente lo hubiera planificado. Ocurre que esta mañana de lunes, de feriado forzado aunque siempre disfrutable, estuve recorriendo con mayor calma que habitualmente la prensa escrita por lo que el recuerdo resultó inevitable. En contacto con los discursos políticos de uno y otro lado, observé cómo se repiten y combinan vocablos de significado dudoso, si es que existe un significado. Lo que quiero decir con preocupación es que los discursos se visten de consignas sin contenido. Entonces, las palabras pasan a ser ineludiblemente convocadas o endemoniadamente eliminadas, de acuerdo a lo que dicte la moda. Así que, al igual que Tristán Tzará, podríamos poner en una bolsa -o mejor en una galera para que tenga un toque un poquito más mágico- algunos términos políticamente correctos que se configuran como consignas para la tribuna, lamentablemente, sospecho que huecas, sin contenido.
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Y trataré de hacer el esfuerzo más difícil que se le pida a un humano: ser objetiva y analizar los diversos lugares políticos. Porque según el lugar de la tribuna que se elija ocupar, la sucesión de términos vendrá por el lado de repetir, incansablemente y con todas las combinaciones posibles, género, diversidad, derechos humanos, trabajadores, igualdad, oportunidades, educación; y del otro lado de la tribuna será justicia, seguridad, inseguridad, gente, desempleo, corrupción, educación y honestidad asegurada.
Sin lugar a dudas, apelan a nuestra capacidad de simbolización, al conjunto de encadenamientos representacionales que cada uno puede hacer en función del nivel de su desarrollo intelectual.
¿Y cuáles son los marcos referenciales de este conjunto de palabras huecas? ¿Qué significan? ¿A qué aluden? Porque más allá de las operaciones mentales que desencadenan estos sonidos retumbantes que se manifiestan en aplausos o abucheos de acuerdo al lugar de la tribuna y al emisor de los mismos, es fundamental no perder de vista nunca el significado real y la necesidad de establecer rutas claras en relación a acciones posibles para concretar propuestas. El emisor sabe cómo cada palabra remite a anudar, desanudar y articular representaciones y de ese modo establece su juego para llegar a su objetivo.
La palabra -hermosa y clave en nuestro proceso de humanización- no tiene poderes milagrosos. Para decir y salir de supuestos deseados, hay que concretar acciones, porque, de lo contrario, el discurso es un conjunto de vocablos que sólo expresan deseos de dudosa condición genuina y significación con la intención de conmover para llevarse el voto cuando llegue el momento de las urnas.
Lo bueno es que hay un sector de la tribuna que lleva más de una década haciendo lo que se dice aunque haya tenido fallos, porque el esfuerzo de “decir lo que se piensa y hacer lo que se dice”, como pregonó el general Seregni, está siempre presente. Del otro lado, los recuerdos que porto son de inconsistencia rotunda entre lo dicho y lo hecho. Simona, una de las “Diez mujeres” de la escritora chilena Marcela Serrano, dice que “el lenguaje es maldito y bendito a la vez, el que nunca descansa, el que desenmascara todo, el que te sitúa en un espacio de mundo, el que te da identidad. También el que te hace mostrar la hilacha”. Así que te pido, estimado lector, que aceptes esta invitación a no quedarte con “los titulares” e investigar el cómo y el cuándo y el qué se hará, para que no te quedes preso del poema dadaísta.