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Buenas nuevas para miserables (segunda entrega)

Las bacanales de los poderosos

Despojos de pobres contra pobres; algunos funcionarios públicos que transforman la gestión del Estado en una telaraña burocrática en vez de escudo de los pobres; entidades financieras que rapiñan con premeditación y alevosía a plena luz del día a mano entarjetada; empresas que evaden impuestos y obligaciones, cotizando en negro la complicidad de sus empleados; los más infelices que siguen esperando ser los primeros privilegiados en medio del histeriqueo de algunos sectores de clases medias; la ilusión de recibir del gobierno lo que nunca dará el poder.

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Por Ricardo Pose

En la entrega anterior, desarrollábamos el concepto de cómo la omisión a la función tenía un impacto social que se puede sintetizar políticamente, que es funcional a cierta metodología política que intenta sembrar una sensación de caos, de una suma cotidiana de irresponsabilidades, incapacidades, poniendo en la misma bolsa las responsabilidades institucionales y las individuales.

Como en el final del corral, donde el marrón espera la frente del vacuno en los viejos mataderos, los agoreros de la derrota esperan el golpe seco y certero que desplome al gobierno popular.

Los que adhieren a esos agoreros desconocen que ellos están en el mismo túnel, que de nada sirve el esfuerzo de hacerse el distinto y que se cumplirá la máxima de que ningún cordero se salvó balando.

Contaban los rehenes que en los cuarteles era muy común la expresión “jodete”. La usaban entre los milicos para aquellas situaciones en que otros ofrecían un gesto solidario o una palabra de aliento; no sólo de los milicos a los presos o pichis por su condición, también entre ellos, también con los civiles.

Una actitud de “que se joda” la víctima del omiso, del burócrata, sea un trámite, la sala de espera de una emergencia, un transeúnte.

La fatalidad de no poder torcer un destino marcado; jodete por pichi, por ni-ni, por comunista, por milico; pero, al decir del popular tango, allá en el fango nos vamos a encontrar.

 

El emporio de los grises

Si hay algo de lo que no podrá acusar la gente sensata al gobierno de izquierda desde su instalación, es de haber realizado una cacería de brujas de opositores políticos. Los casos de remociones y sumarios han sido ajustados a derecho y a todas luces tenían que ver con la comprobación de poder tipificar delitos y no  de juzgar ante algunas comprobadas acciones de “sabotaje” político, en las que la omisión a la función es el método más recurrente.

Las carreras administrativas siguieron su natural curso y así varios funcionarios fueron ocupando distintos cargos inherentes a la escala administrativa de su función, incluso ocupando lugares jerárquicos.

Algunos exjerarcas ya jubilados se perdieron en una nebulosa gris, dejando detrás un sinfín de acciones y resoluciones que provocaron daños a terceros, designando “herederos” de la gestión pública en algunos ámbitos en los que los recursos humanos eran utilizados como recursos personales.

Una sociedad enferma de impunidad no podía más que absorber, desde distintos lugares, legiones y camadas de funcionarios incapaces, autoritarios, deshonestos, que ahora disfrutan su jubilación a sus anchas o sobreviven agazapados en la telaraña institucional.

Muchos de ellos estaban colgados con los dedos del pretil de la clase media. Las políticas públicas del progresismo les dieron el envión necesario para pisar el techo de la clase con los dos pies, y es desde esa azotea, esa altura conquistada, que vociferan y auguran la caída del gobierno popular.

Un sello que no estampa, una tinta que no firma, un teléfono que no se atiende, una respuesta que da evasivas, una puerta cerrada, una sirena apagada.

 

Los prusianos de Lacalle

El militarismo, el tono varonil y la sobriedad prusiana encajaron durante años con ciertas concepciones de formación militar; de a poco se irían académicamente asumiendo otros métodos marciales como los de la escuela de Francia, España y luego la estadounidense, pero los que pasaron por la aprehensión del método prusiano quedaron con un disco duro difícil de resetear.

Las anécdotas de los estudiantes de los  liceos militares de los métodos para forjar el espíritu de obediencia, de beligerancias y de respeto a la cadena de mando generaban cierto espanto para un mundo civil que no podía concebir aquella formación en un país sin guerras.

El homicidio de un recluta en el cuartel del Batallón de Paracaídas número 14 en Toledo en la primera década del actual siglo habla de cómo sobreviven en cierto personal instructor algunos conceptos.

El concepto de cadena de mando se puede resumir en el palo del gallinero; las gallinas que duermen en el palo más bajo reciben de los más altos las deyecciones de los otros animales; dormir en el palo más alto es un objetivo fundamental. Y este sentimiento fue lo que sintió la generación que pasó por la Escuela Nacional de Policía en el período 1989-1994. Una generación formada para tareas policiales, pero con instrucción militar o, en realidad, ni siquiera eso; una generación de instructores que formaron imponiendo una lógica a contramano del curso del proceso político que se venía desarrollando o, quizás, por ese mismo proceso visto como una amenaza.

Acuartelados semanalmente, uno de los principales castigos (verdugueo) era dejarlos sin volver a sus hogares los fines de semana, sobre todo con los del interior; verdugueo en la alimentación, en el descanso, el sobreesfuerzo físico y mental, en definitiva, la vieja receta de doblegar la voluntad, domesticar la razón.

Para una formación policial, a algunos llamaba poderosamente la atención aquellos simulacros en plena madrugada de defensa militar de un cuartel que iba a ser atacado por los tupamaros; el  ensalzamiento del enemigo interno como pendón de la instrucción.

Este método de utilizar la figura del exmovimiento guerrillero como una amenaza se tiene que haber coordinado entre algunos o en algún lado.

Esta anécdota (¿denuncia?) del zafarrancho a combate de aquella escuela de policía nos recuerda el canto con eco en los coros de los reclutas de la escuela de la marina de Santa Catalina, que en horas tempranas cantaban a viva voz las alabanzas a los charrúas, que eran ellos, contra los tupamaros. Al menos, había una fuerte reivindicación de lo indígena.

¿Por dónde anda toda esa camada de prusianos instructores, escalando carreras administrativas?

 

La feria de la pobreza

Pobres que aspiran a un uniforme y siguen siendo pobres; pobres de uniforme que sueltan la mano de otros pobres como ellos, porque ellos, los ahora uniformados, sobrevivieron sin esa mano que ahora podrían dar.

Docentes pobres que son enviados con sus iguales en pobrísimas condiciones para que logren el milagro de sortear la pobreza intelectual, verduras y frutas casi de descarte, que son las que llenan y se ofrecen en los puestos de las ferias de la gente pobre, servicios públicos, en caso de existir, con lo indispensable para que pueda acceder la gente pobre.

Los avances del gobierno popular, avances palpables y notorios que transformaron ciudadanos excluidos e indigentes en al menos menos pobres, y pobres en media tripa llena, no han podido, sin embargo, con la lógica perversa del poder.

Y no pudo, ni puede ni podrá porque del poder precisamente se trata; es el poder económico, que hay que arrebatar para una distribución más justa del ingreso y la riqueza; es el poder judicial, para que la justicia sea más justicia y menos derecho; es el poder militar, para que la fuerza armada se trasforme en defensa pública; es la lucha por la abolición de las pequeñas parcelas de poder, la de algunos funcionarios públicos que se resisten a ser servidores públicos, las de sellos, signos y firmas notariales, las del primer palo del gallinero y la del último trámite burocrático, las que arman titulares para los grandes medios de comunicación.

Al ritmo de leña para el carbón, las bacanales del poder están en pleno goce regional.

Suenan tambores de guerra contra el pueblo venezolano, Bolsonaro arrasa las conquistas de los gobiernos petistas a ritmo de samba, mientras a ritmo de otra zamba, el neoliberalismo de Macri viene por la segunda oleada devastadora.

Los sobrevivientes del neoliberalismo en Uruguay, los colgados del índice, pulgar y meñique de Gini, tienen la peripecia cotidiana de una sociedad por la que parece que pasó la guerra.

Es necesario, otra vez, llegar y parar con esta diversión.

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