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Mundo Alemania | Israel | De la crítica al filosemitismo

Otra historia

Cómo la Alemania de la posguerra se enamoró de Israel

Cuando los tanques israelíes entraron en el Sinaí en la guerra de 1967, Alemania Occidental se vio a sí misma marchando junto a ellos. Incluso los antiguos nazis podían identificarse con el expansionismo israelí y utilizaron este apoyo para absolver su propio pasado. Por Felix Helberg (Jacobin).

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El nuevo Estado de Alemania Occidental fue el mayor apoyo financiero israelí, ayudando al país en su transición de una economía agraria a una industrial y proporcionándole cruciales asesoramientos y envíos militares.

Con la fundación del Estado de Alemania Occidental en 1949, con capital en Bonn, el Gobierno liderado por Konrad Adenauer, del partido conservador CDU (Unión Demócrata Cristiana), buscó unirse al bloque occidental emergente. La remilitarización fue crucial en este sentido, ya que rompió con la posición unánime anterior de los líderes estadounidenses, franceses, soviéticos y británicos de que Alemania debía mantenerse pacificada de manera similar a Japón.

Con el aumento de las confrontaciones de la Guerra Fría, sobre todo la Guerra de Corea en 1950, Alemania Occidental y el bloque liderado por EE. UU. acordaron la remilitarización del país dentro de una alianza militar del Atlántico Norte. Con ese compromiso, Estados Unidos y otras potencias de la OTAN abandonaron su apoyo a una desnazificación significativa de Alemania y, en su lugar, aceptaron la reintegración de muchos nazis no arrepentidos.

El comandante supremo aliado en Europa en 1951, Dwight D. Eisenhower, reconoció que se había equivocado al equiparar a la Wehrmacht con los nazis, afirmando que «el soldado alemán luchó con valentía y honor por su patria». Su sucesor ordenó en 1953 que se indultara a todos los oficiales alemanes acusados de crímenes de guerra en Europa del Este, con el fin de crear un mejor baluarte antisoviético.

Israel también quería formar parte del bloque occidental. Sin embargo, sus dirigentes seguían manteniendo una postura de oposición a Alemania Occidental, cuyo orden posnazi protegía a muchos perpetradores de la Shoah de cualquier persecución, así como a la sociedad en general de sentir culpa por las acciones de la Alemania nazi. En 1951, una encuesta reveló que solo el 5 % de los alemanes occidentales admitía sentir «culpa» por los judíos. No obstante, para que Alemania Occidental se uniera a la OTAN, era necesaria una reconciliación entre los dos aliados occidentales. Como explica Daniel Marwecki en su libro Germany and Israel: Whitewashing and State Building (Alemania e Israel: Blanqueo y construcción del Estado), «Para Jerusalén, el camino a Washington pasaba por Bonn; para Bonn, el camino a Washington pasaba por Jerusalén».

La reconciliación se lograría mediante reparaciones, lo que le permitiría a Alemania blanquearse con el apoyo del Gobierno israelí, creando un mito nacional en el que había muchas víctimas judías, pero ningún perpetrador alemán. En Israel, esto suscitó cierta controversia, ya que muchos reconocieron que este acuerdo contribuía a afianzar la continuidad de las élites nazis en Alemania y a impedir una lucha significativa contra el legado del nazismo. Sin embargo, el acuerdo de reparaciones firmado en 1952 entre Israel y Alemania también tenía un segundo objetivo: otorgarle a Alemania un papel de protagonismo en la construcción de Israel como baluarte militar de Occidente en Oriente Medio y en la expansión de la influencia alemana en la región.

Cuando se votó el acuerdo de reparaciones en el Bundestag alemán, el Partido Comunista Alemán (KPD) señaló esta realidad. Oskar Müller, superviviente del Holocausto, señaló que a menudo eran los perpetradores de la Shoah —como Robert Lehr (CDU), que como alcalde de Düsseldorf en 1933 ordenó la confiscación de las propiedades judías— quienes votaban a favor del acuerdo. El objetivo era evitar cualquier desnazificación significativa, pero compensarla con un apoyo a Israel, que a su vez garantizaba un puesto avanzado occidental en Oriente Medio.

Vínculos industriales

Cuando se firmó el acuerdo de reparaciones, Israel se encontraba en una situación de crisis, con racionamiento de los productos básicos y falta de la mayoría de los servicios normales. La inmigración se detuvo a principios de 1952 debido a la creciente crisis económica, ya que Israel seguía dependiendo de la entrada de capital extranjero para mantener su economía. Seguía dominada por la agricultura y la producción artesanal, y solo el 19 % de todas las inversiones entre 1950 y 1954 se destinó al sector manufacturero.

En un intento por acoger a las oleadas de inmigrantes judíos, Israel pidió préstamos con tipos de interés amenazantes, mostrándose incapaz de compensar el aumento de las importaciones necesarias para su creciente población debido a la falta de industrias exportadoras bien desarrolladas. En 1952, la estrategia de Israel de financiar a su ejército y a su creciente población de refugiados mediante el déficit público había llegado a sus límites, ya que su débil producción económica hacía improbable que pudiera afrontar el pago de su creciente deuda.

El acuerdo de reparaciones entre Israel y Alemania, firmado en 1952, resultaría crucial para evitar una crisis israelí, ya que proporcionó los recursos necesarios para la transformación de Israel en una sociedad industrializada. Las reparaciones no se pagaron en efectivo sino, en gran parte, mediante la financiación de industrias intensivas en capital, materias primas para fábricas y la creación de una industria de construcción de buques mercantes.

Entre el 80 y el 100 % del acero y el hierro para la creciente industria de maquinaria israelí procedía de los pagos de recursos alemanes al país, sin los cuales Israel no habría podido desarrollar su base industrial. Esto contribuyó a que el crecimiento del PIB pasara del 1,8 % antes del acuerdo al 17 % entre 1954 y 1955. La ayuda alemana a Israel superó en tres veces a la estadounidense. Las empresas de Alemania Occidental, algunas de las cuales habían participado anteriormente del Holocausto, pudieron beneficiarse generosamente de las reparaciones, ya que crearon un mercado de exportación alemán, mientras que muchas empresas alemanas se convirtieron en subcontratistas de empresas israelíes.

En 1954, alrededor del 20 % de las importaciones de Israel procedían de Alemania Occidental, lo que la convertía en el segundo socio importador de Israel. Como señaló Müller en su mencionado discurso ante el Bundestag, «los ganadores de este acuerdo no son solo los gigantes industriales israelíes y estadounidenses, sino también los gigantes industriales de Alemania Occidental, a quienes se les garantizan mercados y enormes beneficios durante los próximos años».

La Blitzkrieg de Israel

La ayuda de Alemania Occidental a Israel no se limitó al plano económico; Bonn también desempeñaría un papel crucial en la profesionalización de las fuerzas armadas israelíes. Israel pudo comprar armamento y equipo a Alemania Occidental, entre el que se incluían ametralladoras, equipo de transporte, armas pesadas, helicópteros, submarinos e incluso tanques del tipo «M48 Patton».

Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) obtuvieron acceso a un arsenal de mayor calidad. También se enviaron oficiales alemanes a Israel para capacitar a las FDI, mientras que oficiales israelíes fueron enviados a Alemania para ser entrenados por la Bundeswehr, entre ellos futuros jefes de las FDI como Haim Laskov. Alemania Occidental también ayudaría a Israel a crear su agencia de inteligencia, el Mossad, además de coordinar sus actividades en África y Asia, e incluso participar de los primeros intentos de Israel por convertirse en potencia nuclear. En la década de 1960, Bonn se había convertido en el principal apoyo y defensor de Israel, por delante incluso de las grandes potencias.

Equipados con armas y dinero alemanes, los tanques israelíes pudieron entrar en el Sinaí, los Altos del Golán y Cisjordania tras la victoria de Israel en la guerra de 1967 contra Egipto, Jordania y Siria, y los alemanes se vieron a sí mismos ganando las batallas que Adolf Hitler había perdido. Ese fue el momento en el que se consolidó el consenso de la élite en torno al apoyo a Israel. Este consenso se expresó en forma de «filosemitismo», una identificación excesiva con Israel y sus victorias militares.

Israel era visto como un poder militarista inspirador, que Alemania debía emular. Más de mil alemanes occidentales preguntaron en la embajada israelí si podían convertirse en soldados israelíes, incluido el escritor Günter Grass, anteriormente miembro de las Waffen-SS. El vocero de la «Asociación de Ayuda Mutua de Antiguos Miembros de las Waffen-SS» (HIAG), Karl Cerff, descubrió a sus camaradas en Israel, consideró que los israelíes eran «asombrosos» y declaró positivamente que «los kibutz son similares al servicio laboral [del Reich]». Un veterano de las SS donó 1.500 marcos a la embajada israelí para demostrar que «no todos los miembros de las SS fueron criminales».

Los medios de comunicación también se sumaron al coro, y el ministro de Asuntos Exteriores israelí agradeció a la «prensa, la radio y la televisión alemanas por haberse puesto de nuestro lado en cada fase del conflicto». Der Spiegel habló de la «guerra relámpago de Israel» y describió con entusiasmo a los soldados de las FDI sosteniendo que eran «vencedores como Rommel». El Rheinische Post descubrió en Moshe Dayan al «alumno» de Erwin Rommel ya que, en su opinión, las victorias israelíes reforzaban la conciencia alemana. El Berliner Zeitung habló de la «victoria total» de Israel.

Los medios de comunicación de derecha se mostraron aún más entusiastas: para Die Welt, la ofensiva israelí fue un «trueno purificador», cuyo éxito debería inspirar a Alemania Occidental a recurrir también a la confrontación militar en Alemania Oriental: «Se desmiente la tesis de moda de que la guerra ya no es un “medio político”. Nadie puede aprender más del comportamiento de Israel que Alemania». Bild superó a todos los demás al descubrir a los «árabes» de la República Federal que debían ser conquistados: los alemanes orientales, los polacos y los checos. Der Spiegel publicó una carta de un lector de Sudáfrica, firmada nada menos que por «Congo Müller», un veterano de la Wehrmacht que se convertió en un infame mercenario y responsable de múltiples crímenes de guerra en el país centroafricano. En ella elogiaba la existencia de Israel y describía la amenaza del cerco israelí por parte de los Estados árabes respaldados por la Unión Soviética como la «amenazal número uno» para el «mundo libre».

De la crítica al filosemitismo

Esta identificación no estuvo exenta de críticas. Después de 1968, gran parte de la izquierda alemana se opuso a la persistencia de las élites nazis y vio con ojos críticos la nueva apreciación de Israel por parte de las élites. Ulrike Meinhof describiría esta identificación de los alemanes con Israel como un caso de nacionalistas alemanes «ganando finalmente en el Sinaí, después de veinticinco años, la batalla de Stalingrado» y viendo a la derrota árabe como una señal prometedora que podría repetirse contra la Unión Soviética.

El éxito de Israel se consideraba un motivo de esperanza para derrocar el orden internacional e imponer los intereses imperialistas mediante la fuerza bruta. Esto resultaría crucial, ya que el consenso en torno al filosemitismo fue desde el principio un medio para justificar ideológicamente una Alemania revisionista, al tiempo que permitía aprovechar las crecientes críticas al statu quo posnazi para sus propios fines. En lugar de desafiar a las élites capitalistas que alimentaron el auge inicial del nazismo y siguen dominando la política alemana hasta hoy, la memoria se reorientó hacia la justificación del apoyo continuo a Israel. Además, se convirtió en el pretexto para presentar cualquier acción que pudiera emprender una Alemania en ascenso en el extranjero como impulsada por el deber de «luchar contra el fascismo».

Durante la década de 1980 se desarrolló una conciencia crítica creciente sobre el fracaso de la desnazificación, a medida que activistas fundaban asociaciones civiles con el objetivo de difundir el conocimiento sobre los crímenes nazis y cuestionar a los poderes establecidos. Sin embargo, incluso ese impulso sería absorbido por el Estado alemán, al incorporar una dimensión moral a su filosemitismo. El recuerdo emergente del Holocausto pasó a utilizarse como una forma de justificar la participación militar de Alemania en el extranjero, como cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Los Verdes, Joschka Fischer, invocó el «Nunca más Auschwitz» para justificar la ruptura del derecho internacional por parte de Alemania al participar en los bombardeos de la OTAN contra las fuerzas serbias. El caso de los antideutsche (antialemanes) se volvió un ejemplo infame de este fenómeno: el enfoque legítimo en la complicidad alemana en la Shoá terminó siendo utilizado para defender las intervenciones militares de Alemania en el exterior, así como para apoyar todas y cada una de las acciones del gobierno israelí en nombre de la lucha contra el antisemitismo.

Por lo tanto, debemos evitar ver en el antisemitismo de Alemania un «fracaso» en la consecución de «su supuesto objetivo», que sin querer acabó defendiendo el nacionalismo israelí. Desde el principio, el filosemitismo de la República Federal se basó en la idea de un retorno de Alemania a su rol de potencia imperialista segura de sí misma, que veía a Israel como un brillante ejemplo a imitar. A partir de la década de 1980, esto se complementó con una justificación moral de tales acciones como «recuerdo» de la Shoah, lo que al mismo tiempo sirvió para evitar las peligrosas consecuencias que podría acarrear un recuerdo activo de la misma.

La extrema derecha por Israel

La ofensiva israelí en Gaza desde el 7 de octubre de 2023 puso de manifiesto todo el impacto de este enfoque. Mientras que Israel destruye hospitales, infraestructuras públicas y universidades, y provoca una hambruna al bloquear cualquier acceso significativo de las organizaciones internacionales, Alemania se sostuvo en primera línea de apoyo. Las exportaciones militares alemanas a Israel se duplicaron, el Gobierno participó en el intento de Israel de disolver la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) retirándole temporalmente la financiación, y se unió al rechazo del Gobierno israelí al derecho internacional.

La antigua ministra de Asuntos Exteriores alemana, Annalena Baerbock, del partido Los Verdes, llegó incluso a defender los ataques de Israel contra hospitales y escuelas. Cuando el redactor jefe de WELT escribió que «Netanyahu es la vanguardia de Occidente», identificó correctamente los ataques israelíes en Gaza como el comienzo de la demolición del statu quo creado por Occidente. Ahora que Occidente ve cómo otras potencias se alían contra sus instituciones internacionales, el genocidio palestino puede servir de inspiración para prescindir por completo del humanitarismo. Alemania parece dispuesta a resistirse a ejecutar las órdenes de detención contra Benjamin Netanyahu dictadas por la Corte Penal Internacional, la misma corte que Alemania ayudó a crear para hacer cumplir su «orden basado en normas».

No debería sorprender que la extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) haya sido la más firme defensora de Israel, encontrando una causa común en la eliminación del anterior modelo de hegemonía en favor del dominio de las grandes potencias. Al igual que los israelíes de Sderot, que observaban y vitoreaban mientras se lanzaban bombas sobre Gaza, la extrema derecha observa con entusiasmo cómo Israel está legitimando internacionalmente la limpieza étnica y la doctrina de la ley del más fuerte.

El agresivo imperialismo alemán ahora apunta hacia dentro, ya que las protestas que exigen el cese de las exportaciones militares a Israel y un compromiso real para apoyar la creación de un Estado palestino, son reprimidas mediante restricciones a la libertad de expresión, mientras que los inmigrantes son sometidos a una vigilancia general. A los nuevos inmigrantes se les exige cada vez más que juren lealtad al derecho de Israel a existir, mientras que, tras el 7 de octubre, la policía alemana prohibió casi todas las protestas en apoyo al pueblo palestino por temor a posibles «incidentes antisemitas».

Dado que el apoyo de Alemania a la guerra genocida de Israel es impopular entre gran parte de la población, los medios de comunicación y los políticos no tuvieron más remedio que responder deslegitimando las protestas como un signo del creciente «islamismo» que hay que combatir. La AfD aprovechó este momento para popularizar su llamamiento a la limpieza de Alemania de gran parte de su población inmigrante, tratando de emular el Estado étnico de Israel, al que admira desde hace mucho tiempo. Esto tuvo un gran éxito, ya que el racismo político y mediático abierto le permitió a la AfD aprovechar la situación y difundir su mensaje de que los inmigrantes son una amenaza interna, lo que los ayudó a alcanzar el segundo lugar en las elecciones federales del 23 de febrero.

Como era de esperar, el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz (CDU), que a principios de este año presidió la primera cooperación parlamentaria entre su partido y la extrema derecha AfD, incluso invitó públicamente a Benjamin Netanyahu a asistir a su toma de posesión, a pesar de la orden de detención internacional que pesa sobre él. Parece que el fervor de Alemania por Israel hoy llegó a su conclusión lógica.

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Felix Helberg vive en el este de Alemania y participa activamente en el trabajo antifascista y solidario.

FUENTE: Jacobin.

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