Lo que diferencia este episodio de otros es la profundidad de los ataques: algunos objetivos se ubicaron tan al interior del territorio pakistaní como Ahmadpur East y Muridke, lugares no alcanzados desde la guerra de 1971. Para muchos analistas, esto no sólo desafía el statu quo, sino que pone a prueba los límites de contención de Islamabad.
¿Contención o provocación? La ambigüedad de la estrategia india
Las declaraciones oficiales de Nueva Delhi insisten en que la ofensiva fue “no escalatoria”. Pero esa afirmación resulta difícil de sostener cuando, al mismo tiempo, el espacio aéreo ha sido cerrado, las embajadas han expulsado diplomáticos y los cruces fronterizos están clausurados. Si el objetivo era contener la violencia, el resultado ha sido el contrario: la narrativa pakistaní se ha encendido, y su Ejército ha prometido represalias “en el momento y lugar que elijan”.
La presencia de Rafales, MiG-29 y SU-30 indios en la operación, algunos de los cuales Pakistán asegura haber derribado —aunque sin pruebas concluyentes—, revela un despliegue de poder que no puede pasar desapercibido. No se trata solo de “infraestructura terrorista”, sino de un mensaje político: la India está dispuesta a golpear primero, incluso cruzando fronteras.
El ataque también ha expuesto la fragilidad del equilibrio internacional en la región. Mientras el Departamento de Estado de EE UU afirma que “monitorea de cerca” la situación, el presidente Donald Trump se limitó a calificar el episodio como “una vergüenza” y mostró su desconexión con un “espero que termine muy rápido”.
Al igual que Washington, Rusia, el Reino Unido, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han sido informados por India, pero las reacciones oficiales han sido tibias. El mundo parece dispuesto a ver cómo los dos vecinos se aproximan peligrosamente al borde del abismo, como si se tratara de una disputa regional sin repercusiones globales. Pero cuando dos potencias nucleares juegan con fuego, el riesgo no tiene fronteras.
Cachemira: una bomba de relojería geoestratégica
Cachemira no es solo una herida histórica; es una bomba de relojería con múltiples detonadores: religión, nacionalismo, terrorismo transfronterizo, influencia china y rivalidades internas. La creciente presión del nacionalismo hindú en la India y del sentimiento antiindio en Pakistán convierte cada atentado en una excusa para rearmarse políticamente.
Con la Operación Sindoor, Nueva Dehli ha ganado el respaldo interno que buscaba, pero al precio de una estabilidad regional aún más frágil. Mientras tanto, Pakistán ha reforzado su relato de victimización ante la comunidad internacional, prometiendo una respuesta que, de producirse, reactivaría la espiral de represalias.
La ofensiva india es un recordatorio brutal de que Cachemira sigue siendo uno de los puntos más volátiles del planeta. La ausencia de mecanismos multilaterales efectivos para resolver el conflicto, sumada a la debilidad de las potencias mediadoras, ha dejado el campo libre a la lógica militar.
La India y Pakistán están hoy más cerca del conflicto abierto que en cualquier otro momento desde 2019. Si la diplomacia no se reactiva con urgencia, y si la comunidad internacional sigue tolerando este juego peligroso, la próxima operación podría no ser “mesurada”, y el precio a pagar será mucho más alto que el actual.
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ANDRÉS TUDARES: colaborador de MUNDIARIO, es licenciado en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, egresado de la Universidad Dr. Rafael Belloso Chacín (URBE).