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"Decir que no, no está mal"

Natalia Oreiro y el descargo que no tendría que hacer

Es cierto que las figuras públicas son parte del paisaje afectivo de millones y que cada gesto puede estar bajo la lupa. Esta vez le tocó a Natalia Oreiro.

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La actriz y cantante fue captada por una cámara durante un paseo familiar por San Telmo junto a su pareja, Ricardo Mollo, y su hijo. El video se viralizó rápidamente. Natalia Oreiro aparece pidiendo, con firmeza pero sin agresividad, que no los molesten.

Y como sucede en el ciclo constante de las redes, la escena bastó para encender una discusión nacional que, entre la idolatría y la condena, terminó por ponerla en el centro del escándalo. Lo curioso es que no hubo escándalo, hubo una madre cuidando a su hijo. Hubo una mujer poniendo un límite. Hubo, simplemente, alguien diciendo que no.

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Natalia Oreiro hizo un descargo público a través de un video donde explicó lo que cualquier persona en su lugar hubiese sentido, incomodidad. Incomodidad porque alguien filmaba a su hijo menor de edad sin su consentimiento, incomodidad porque lo privado es un bien cada vez más escaso cuando se es una figura pública. Y sin embargo, sintió la necesidad de explicar, de disculparse, de justificar un acto tan básico como el de proteger a su familia.

“Decir que no, no está mal”

“Decir que no, no está mal”, reflexionó Oreiro. Y no solo tiene razón, es urgente recordarlo. El problema no es el límite que se pone, sino la expectativa de disponibilidad permanente que recae sobre quienes habitan la esfera pública. Como si la fama quitara humanidad, como si el cariño del público fuera una licencia para invadir.

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¿Por qué una mujer, una madre, debe rendir cuentas por ejercer su derecho a la intimidad? ¿Por qué el cariño hacia un artista se transforma, a veces, en una demanda que no admite pausa? Natalia Oreiro no agredió, no despreció, no reaccionó con violencia. Simplemente pidió respeto. Y eso, en el contexto actual, parece ser motivo de debate.

Vivimos tiempos donde la viralidad manda más que el sentido común, donde una imagen recortada puede pesar más que una trayectoria de décadas. Pero también vivimos una era en la que figuras como Oreiro pueden –y deben– alzar la voz para defender sus límites, aunque no tendrían por qué hacerlo.

Su descargo, necesario en lo social, no lo es en lo moral. Porque no hizo nada que deba ser explicado. Y sin embargo, lo hizo con la empatía y la claridad que la caracterizan. No para justificarse, sino para educar.

Natalia Oreiro no tenía que hacer ningún descargo. Lo hizo, quizás, porque todavía hay quienes no entienden que las figuras públicas también tienen derecho a la privacidad, a la incomodidad y a decir que no.

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