“Decir que no, no está mal”
“Decir que no, no está mal”, reflexionó Oreiro. Y no solo tiene razón, es urgente recordarlo. El problema no es el límite que se pone, sino la expectativa de disponibilidad permanente que recae sobre quienes habitan la esfera pública. Como si la fama quitara humanidad, como si el cariño del público fuera una licencia para invadir.
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¿Por qué una mujer, una madre, debe rendir cuentas por ejercer su derecho a la intimidad? ¿Por qué el cariño hacia un artista se transforma, a veces, en una demanda que no admite pausa? Natalia Oreiro no agredió, no despreció, no reaccionó con violencia. Simplemente pidió respeto. Y eso, en el contexto actual, parece ser motivo de debate.
Vivimos tiempos donde la viralidad manda más que el sentido común, donde una imagen recortada puede pesar más que una trayectoria de décadas. Pero también vivimos una era en la que figuras como Oreiro pueden –y deben– alzar la voz para defender sus límites, aunque no tendrían por qué hacerlo.
Su descargo, necesario en lo social, no lo es en lo moral. Porque no hizo nada que deba ser explicado. Y sin embargo, lo hizo con la empatía y la claridad que la caracterizan. No para justificarse, sino para educar.
Natalia Oreiro no tenía que hacer ningún descargo. Lo hizo, quizás, porque todavía hay quienes no entienden que las figuras públicas también tienen derecho a la privacidad, a la incomodidad y a decir que no.