El triunfo de Milei
La elección que le dio el triunfo a Milei es una muestra de hasta dónde puede llegar una ciudadanía desesperada y completamente presa de la desinformación. Es un hecho que el gobierno de Alberto Fernández no solamente no logró sacar de la crisis en que el equipo de demolición económica de Mauricio Macri la dejó, sino que tampoco logró siquiera estabilizar la economía para la población.
No hay que olvidar que Cristina Fernández entregó unas finanzas con un déficit controlado y una deuda pública principalmente en moneda local, aunque se logró instalar con mucha fuerza el relato de que el país pasaba por una especie de frágil sueño nacional, donde el Estado estaba cayéndose a pedazos para sostener un nivel de vida irreal para la población, sobre todo los quintiles más bajos en términos de ingresos, que a punta de subsidios estaban dándose una vida que no les correspondía gracias a un gobierno corrupto.
El relato ganó y Macri llegó a barrer con todo lo que pudo en cuanto a la presencia del Estado en las capas más vulnerables de la población, principalmente para poder exonerar de gravámenes a las grandes empresas, que pasaron a tener su propia primavera con un gobierno dirigido de forma casi exclusiva a generar condiciones propias para la acumulación. Cuando el modelo empezó a hacer agua por todos lados, llegó la frutilla del helado por medio de la asignación del mayor préstamo en la historia del Fondo Monetario Internacional, 45.000 millones de dólares en 2018, cuya destinación no está del todo clara, ya que de acuerdo con un informe publicado por Página 12 en 2023, la mayoría de estos recursos fueron utilizados para financiar la fuga de capitales que afectó fuertemente al sistema financiero privado, por lo tanto no fueron invertidos en infraestructura para movilizar la economía como había asegurado Macri inicialmente.
Milei surgió con un discurso rupturista y “antisistema”, prometiendo castigar las viejas costumbres de la política que no han resuelto las necesidades de la población argentina durante los últimos 8 años. Este esquema ya ha tenido representantes bien definidos de este lado del Atlántico, siendo Trump y Bolsonaro los más característicos. El discurso de la antipolítica ha encontrado asidero en la cabeza de la población poco a poco pero con mucha firmeza, se podría decir que llegó para quedarse, al menos un buen tiempo.
Este rupturismo dice lo que la gente quiere oír, que todos los que han gobernado son malos, corruptos y que la dura realidad que vive la gente es producto de la ineptitud o la perversidad de quienes sacan provecho particular del Estado. Claro, no es un discurso salido de la nada, ya que es indiscutible que varios sectores de la economía lograron convertir el Estado en su principal fuente de enriquecimiento, bien sea por apropiación de recursos o por el uso maniqueo de normas, leyes, decretos y decisiones de Estado que los han enriquecido.
En este mismo saco han ido empujando a los dirigentes de la izquierda a partir de grandes operaciones de lawfare sostenidas por enormes estructuras de la comunicación corporativa, que convierten cualquier narrativa en una noticia confirmada y al final construyen todo un imaginario que termina siendo repetido como un acto de fe.
Entonces, en medio de un momento particularmente crítico en la vida de la nación argentina, llega un candidato anunciando que va a romper con el modelo de la “vieja política” y que va a castigar a los causantes de esta crisis por medio de un gobierno radical, que va a eliminar las cargas de un Estado paquidérmico e innecesario por un lado, mientras por otro lleva al extremo las premisas del modelo neoliberal con una justificación clásica que lleva 200 años demostrando su equívoco, cuando afirma que al lograr el imparable avance económico de los sectores empresariales, de forma casi inevitable la prosperidad y la riqueza llegará para todo aquel que la merezca, ya que no va a haber Estado que subsidie a nadie y todos van a tener las mismas oportunidades de ser prósperos.
Para esto Milei anunció un plan de ajuste monumental, aunque no de forma clara. Nunca dijo de qué manera este shock afectaría a la población en general. Hizo propuestas macro donde lo que ocupó casi toda la agenda de medios fue el tema de la dolarización como solución a la devaluación e incluso a la inflación. Se generaron relatos inverosímiles que debían ser desmentidos casi uno a uno y Milei nunca llegó a desarrollar con claridad el cómo y durante cuánto tiempo podría darse un salto tan grande en la economía argentina, cuál podría ser el sistema de transición o cómo resolver los desafíos que presenta una economía débil con dos monedas oficiales sin que por la diferencia en el poder adquisitivo se terminara de profundizar el modelo de desigualdad.
Desde el balotaje, el nivel de cercanía de Milei con Macri fue alto, nada que no pudiera explicarse por cierta comunidad ideológica y el desprecio común a la izquierda en cualquiera de sus formas. Sin embargo, los acuerdos ideológico-electorales se volvieron políticos y el equipo cercano a Macri pasó a ser parte integrante del gabinete presidencial. Bullrich y Caputo, cabeza visible de la economía argentina durante la gestión del megapréstamo al FMI, fueron los primeros en ser nombrados, ya que, como se bien se sabe, el nombramiento del gabinete ministerial de cualquier nuevo presidente es un mensaje más político que administrativo. Definitivamente la casta que iba a ser castigada no incluía el macrismo.
Luego, en otro claro mensaje, Milei decidió tomar posesión de espaldas al Congreso, anunciando el brutal paquete de decisiones que le habilitaba el 12 % de diferencia en los votos respecto de Sergio Massa, y lo simbólico se volvió real: al flamante presidente el Congreso le hace estorbo. La premisa es clara, liberar cualquier control de mercado y que la toma de decisiones gruesas para la privatización y desmantelamiento del Estado no se vea entorpecida por los agotadores debates con la oposición, que no solo sigue siendo numerosa sino que está, por lejos, mejor formada en términos académicos e ideológicos. Una cosa es hacer notar su impericia en un debate entre candidatos y otra en un llamado a cuentas en el Congreso.
Casi a horas de tomar posesión anunció el Decreto de Necesidad y Urgencia que levanta las regulaciones a tópicos tan sensibles para la población como los alquileres o las farmacéuticas, y abre la posibilidad de privatizar las empresas del Estado convirtiéndolas en sociedades anónimas. Ahí fue claro cuál era la casta que iba a pagar el ajuste. Estar mal hoy para estar bien mañana, la eterna promesa del neoliberalismo.
Este “decretazo” generó la primera gran protesta espontánea de la población, que esa misma noche salió a la calle en un “cacerolazo” del que en todo el mundo se habló, reconociéndolo como el preludio de un gobierno con una altísima conflictividad social y las primeras manifestaciones de autoritarismo y represión empezaron a dejarse ver.
De otro lado, el andamiaje de Milei continuó construyéndose sacando del medio los posibles obstáculos que pudiera tener en su camino a lo que podría ser la mayor destrucción de un Estado en siglos. Para ello formuló la ley que se ha conocido como “Ley Ómnibus” que, en apretado resumen, le da facultades legislativas transitorias (hasta 2025, prorrogable a 2026) al Poder Ejecutivo, por lo que puede tomar decisiones de tipo legislativo sin necesidad de presentarlas al Congreso como proyectos de ley.
En principio, esta ley ómnibus de Milei ha estado dirigida de manera muy específica a sectores como el productivo, la seguridad, el sector laboral o el inmobiliario, es decir que tiene toda la fórmula de las privatizaciones por un lado y, por otro, toda la justificación legal para reprimir la protesta, limitando libertades colectivas e individuales. Este proyecto llamado Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos ya recibió “dictamen favorable” en Cámara de Diputados el mismo miércoles 24 de enero en la madrugada, y espera iniciar debates en Diputados la semana que viene.
Aunque la ley ómnibus hoy está orientada de manera específica, abre un enorme vacío en el ejercicio del control político por medio del Congreso, por lo que con el tiempo y con un proyecto mucho más consolidado podría permitir que, con el apoyo mediático que ya se asoma en el gobierno de Milei, se allane el camino estableciendo las bases para una reelección indefinida o permita legalizar escuadras de seguridad particular al amparo del Estado, que aún sin estar armadas pueden llegar a ser muy peligrosas, ya que la aparición de estos modelos neoliberales mesiánicos ha tenido como característica la aparición de una especie de seguidores con poca tolerancia a la opinión contraria y mucha iniciativa, y que han tomado por costumbre asaltar entidades del Estado a nombre de sus mesías en momentos críticos como los relevos de gobierno.
El pulso está vivo en Argentina. Los sectores organizados el pasado miércoles demostraron que la movilización en la calle puede tratar de deslegitimarse con los mismos argumentos parroquiales con que se eligió Milei, pero no la podrán ignorar. El temor a una ola de represión no es descabellado dados los antecedentes de la ministra Bullrich, sobre todo cuando se está preparando la estructura del Estado para la impunidad. La comunidad internacional debe estar atenta porque el descontento va a llegar a niveles muy intensos cuando el relato en los medios no concuerde con el del bolsillo y muchos de los que llevaron a la Casa Rosada a Javier Milei por desesperación, y que hoy afirman que no le han dado tiempo de proceder, se den cuenta que fueron utilizados por esa casta que quisieron combatir a nombre de una palabra tan etérea como “libertad”.