Por Marco Teruggi Tal vez deberíamos empezar por ahí, por preguntarle a los jugadores qué piensan de un debate que tiene al menos 20 años en el caso de Francia, desde el Mundial de 1998. Esa selección tenía entre sus mejores jugadores a varios hijos de inmigrantes, a Zidane como estrella, nacido en la ciudad de Marsella, hijo de argelinos. Si le preguntan qué piensa de sí mismo, creo que respondería que es francés hijo de kabyles, o francés y kabyl. Otras preguntas serían qué piensan de Zidane los franceses de largas ascendencias francesas o qué piensan los argelinos de él. Se puede cambiar su apellido por el de cualquiera de los que visten la camiseta de la selección francesa y tienen raíces en otros países o nacieron fuera y decidieron jugar en Francia. El debate sobre la selección de Francia, de Bélgica o Inglaterra es complejo y en esa complejidad también tiene evidencias. El caso francés es paradigmático por la profundidad del asunto. ¿Cuál asunto? El de la inmigración, la transformación del tejido social desde hace 50 años, evidenciado en el plantel de la selección; tres o cuatro generaciones: hijos, nietos, ya bisnietos de inmigrantes, en su mayoría de países que fueron colonizados por Francia. Con marcas de masacres, exclusiones y con la fuerza de la fundación que trae un proceso inmigratorio masivo. Francia se parece más a su selección de fútbol que a una fotografía de mayo del 68. Es un asunto de clase: cuanto más rico, más blanco, cuanto más popular, más mezclado, salvo en el país rural y semirrural, donde quedó una sociedad desocupada y tradicional y avanza el partido de extrema derecha de la familia Le Pen (cierto paralelismo con el país que votó a Trump). Si Umtiti no fuera jugador de fútbol, seguramente sería detenido por la Policía día por medio para pedirle sus papeles. Igual Mbappé. Peor Benzema, que por el apellido y los rasgos sería un potencial terrorista para la Policía, los servicios secretos y una parte de la sociedad que acepta el estado de excepción luego de los atentados recientes. Los profesores en los colegios deben “detectar a los jóvenes en vía de radicalización islamista” y avisarle a la Policía. Umtiti, Mbappé, Benzema, son la excepción. La regla son los millones que desde hace años y años son detenidos por las fuerzas del orden, desplazados a los bordes geográficos y laborales. Los sospechosos de siempre. El Estado, los clubes, se aprovechan de la potencialidad de la inmigración para ganar títulos y millones de euros. ¿Qué causa la inmigración? El hambre, la guerra, la necesidad. En esas causas está la política extranjera de Francia, de Inglaterra, entre otros gobiernos. Dentro de unos años habrá jugadores hijos de sirios y serán aplaudidos por quienes hoy los miran en silencio en París, Bruselas, Londres. Traerán gloria a las federaciones de fútbol, la alegría que dan las victorias. Se pueden nombrar otras hipocresías y crueldades del sistema que reproduce la pobreza nacional, internacional, la utiliza cuando le sirve, la descarta cuando no le interesa. ¿Cuántos chicos de nuestros países gastan lo que no tienen para intentar jugar en un club de fútbol europeo? ¿Cuánto dinero mueven las agencias internacionales como Aspire Academy para reclutar jugadores de 11, 12, 13 y más años en África para ganar millones? Si no sirven, los desechan. ¿Cuántos miles de niños son abandonados en capitales europeas por sus representantes porque no llegarán a la promesa que les habían dicho? Ya sabemos lo que le espera a un chico africano en una calle de París, Madrid o Turín. ¿Por qué entonces Umtiti decidió jugar para Francia? Besó el escudo nacional luego del gol contra Bélgica. Trezeguet, hijo de argentinos, nacido en Francia, criado parte de su vida en Argentina -donde empezó a jugar fútbol- decidió ponerse la francesa y el día de la Copa de 1998 salió a festejar con un gorro con los colores argentinos. ¿Hubiera jugado Zidane en la selección de Argelia si significaba gloria y dinero? No lo sé. No dudo de lo francés que es y se siente Zidane, aun con toda la historia de muerte, saqueo y exclusión que carga la historia de Argelia. Existe una dimensión de la decisión personal -condicionada como toda decisión- en cada caso. Decir que no son franceses -bajo una intención de izquierda- es repetir el argumento de la derecha más rancia. Tal vez una mayoría de los hijos y nietos de inmigrantes han decidido pelear por un país que ya es suyo, que nadie, a pesar de todos los intentos, puede quitarles: son Francia y no hay vuelta atrás. Tal vez en eso esté la posibilidad de futuro que tiene una Europa que se ve enfrentada entre una pulsión de muerte que rechaza, escupe y cierra puertas a los inmigrantes y sus hijos y una pulsión de vida que busca darles techo, comida, oportunidades, un lugar en un sistema que también es injusto. No toda Europa es colonial, racista; eso también es una evidencia que se ve en asociaciones, iniciativas civiles, barrios, libros, música, amistades, parejas, opciones políticas que proponen síntesis y no caminos retrógrados hacia sociedades que son el pasado. Ya no existe el fútbol europeo sin los Zidane, Mbappé, Umtiti, Lukaku, Company, Sterling. Ya no existe Francia, ni Bélgica ni Inglaterra ni Europa sin ellos, sin quienes nacimos en su tierra siendo hijos de extranjeros -argentinos en mi caso-. Ya es indivisible. Su imagen es la del presente y el futuro que llegó. El fútbol, Francia, Europa, son mejores con ellos.
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