Hoy vamos a reflexionar sobre la política, la economía y la pandemia al comienzo del nuevo año.
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Hay que empezar por decir que no me sorprende que se enojen los que aplauden a Lacalle Pou porque poco o nada de lo que hace este gobierno me parece bien.
Es verdad que me parece un gobierno para deplorar y una verdadera lástima que hayan ganado en las pasadas elecciones.
No vamos a seguir adelante sin hacer constar que es una consecuencia esperable en una democracia que exista la alternancia en el gobierno.
Cualquiera podía prever que más temprano que tarde el Frente Amplio iba a ser derrotado en las urnas, por lo que fuera, por sus errores, por los aciertos de sus adversarios, por el hartazgo de los sufrientes, por la ansiedad, la desilusión o el desencanto.
Así sucede siempre en las democracias representativas, un sistema institucional de partidos en el que el gobierno se elige por medio del sufragio.
Si bien no me sorprende el mal humor para conmigo, no lo comprendo. No entiendo que se enojen porque criticamos al gobierno e ironizamos sobre el presidente. Lo hemos hecho siempre. A veces me da bronca, a veces me enoja, a veces me da lástima. Nunca lo escucho. No me hace ni siquiera sonreír y más bien me dan ganas de llorar. Yo no soy más ni menos que nadie y mis opiniones no son más que afirmaciones de quien las hace y no comprometen nada más que a mí. Pienso que el herrerismo, y particularmente el herrero-lacallismo, expresa en política casi todo lo que yo detesto.
Pero la nueva derecha que encarna Lacalle Pou es aún más detestable que el herrerismo histórico, es neoliberal en lo económico, conservadora en la político, sin códigos de convivencia, ortodoxa, tozuda, cipaya, fundamentalista y pituca.
De verdad no siento lo mismo por otros integrantes de la coalición, ni siquiera por otras fracciones del Partido Nacional.
Dicho esto, a manera de declaración de principios, no debe haber sorpresa por lo que digo porque no hay traición.
Las elecciones las ganó Luis Lacalle Pou y para nosotros, los adversarios, solo queda ir a llorar al cuartito.
Las elecciones confrontaron dos opciones políticas y dos modelos de país y ganó el que yo creo que es peor.
Mal que pese, había que optar entre la opción de la oligarquía o la del pueblo y la gente por unos pocos miles de votos eligió la primera.
Supongo que muchos de los que lo votaron creyeron que seríamos más libres, que las pequeñas y medianas empresas aumentarían su rentabilidad, que los combustibles y los impuestos bajarían, que no aumentarían las tarifas, que no se rebajarían los sueldos y jubilaciones y que caería la desocupación. En fin, los que lo votaron creían que tendrían más felicidad, menos privaciones, más seguridad, más tranquilidad y mejores oportunidades.
También esto, como la permanencia infinita, es una creencia efímera, porque la alternancia vale para unos y para otros. Por lo tanto nadie debería soñar con que la felicidad es torrencial, ni la coalición va a durar una eternidad ni el gobierno blanco será para siempre.
Algunos todavía creen que están peor que antes por culpa de la pandemia y que el comportamiento de la epidemia en los primeros meses fue consecuencia de lo inteligente y astuto que fue el presidente; también creen que se quedaron sin trabajo porque el Frente Amplio fue un desastre, que los combustibles suben por el déficit fiscal, que la pérdida del salario es responsabilidad de los desaguisados del gobierno anterior y no de este.
Las encuestas, según afirman los que las hacen, siguen mostrando que el presidente es muy bien evaluado por la opinión pública.
¿Qué tendría que hacer yo para que no me inviten a irme de Uruguay, para que no me amenacen, me critiquen o me insulten? ¿Cambiar de opinión, adular al presidente y a su secretario, Álvaro Delgado, como hace La República, agacharse, ofrecer neutralidad a cambio de menosprecio, esperar una recompensa más o menos generosa?
¿Alguno de los que me critican me aplaudiría? Ninguno me perdonaría o justificaría mi voltereta.
Nadie me elogiaría. Muchos reconocerían que está muy bien que si uno no está de acuerdo, lo diga sin mirar que es lo que le conviene, sin pedir misericordia, sin reclamar dádivas. Debería merecer respeto por esto y hay muchos que no aplauden lo que digo, pero respetan lo que pienso.
Pero a ley de juego, todo dicho. Todavía tenemos tiempo de reflexionar.
¿Al gobierno le ha ido bien en 2020?
Algunos creen que sí y yo creo que no. A un gobierno le va bien cuando a la gente le va bien y basta caminar por la calle, hablar con el taxista, dialogar con el muchacho que despacha la nafta, la cajera del supermercado o el almacenero del minimercadito de mi barrio para percibir descontento, sensación de frustración, percepción de sentirse estafado.
Es verdad que aprobaron la LUC y el Presupuesto, pero esto es solo consecuencia de haber activado mayorías parlamentarias que ya estaban juramentadas antes de la elección y que necesitaban de esto para mantener una coalición, sus componendas, sus cargos, sus sueldos y sus parcelas de poder.
Si hablamos de la coalición, a esta no le ha ido nada bien. No han logrado sacarse de arriba la tutela del sector más débil, más conservador y más voraz, el grupo de amigos que representa el presidente, el que ha acaparado más del 60 por ciento de los cargos, conduce en forma unipersonal la alianza, ha herido de muerte al grupo mayoritario del Partido Colorado provocando la renuncia de Talvi y ha extorsionado a Cabildo Abierto votando en contra del desafuero a cambio de obtener su apoyo para algunos artículos de la LUC y otros del Presupuesto a los cuales Cabildo era muy renuente.
En los otros rubros le ha ido muy mal. Cayó el PIB, aumentó la deuda externa, se incrementaron la desocupación, la pobreza y la desigualdad, descendió la recaudación impositiva y el consumo, se devaluó la moneda, aumentó la inflación, descendieron las exportaciones y la actividad industrial, cayeron el salario real y las jubilaciones.
Algunos sectores de la economía han sufrido un desastre que tardará años en componerse, hay miles de empresas que han cerrado su actividad, hay miles de personas que comen en cientos de merenderos y ollas populares.
El gobierno sigue culpando a la pandemia y al gobierno anterior, pero eso es un cuento que la gente no se tragará por mucho tiempo.
La tarea del gobierno es gobernar y, en situación de crisis, mitigar el sufrimiento de los más débiles, reducir los daños y mantener el rumbo.
Aquí, hasta ahora, se ha hecho todo lo contrario, se benefició a los más fuertes en perjuicio de los más débiles. Ganaron los grandes terratenientes, los que lograron exportar con un dólar sobrevaluado y salarios deprimidos, los que arriendan tierras, los grandes supermercados, los formadores de precios. Siguen cada vez más complicados los pequeños productores rurales, los empresarios pequeños y medianos, los trabajadores, los informales, los cuentapropistas, los jubilados y pensionistas.
El gobierno cree que con propaganda se puede mantener adormecida a la gente y controla a los medios de comunicación hegemónicos, bloquea los mensajes de la oposición y trata de dominar la agenda mediática.
Así lo ha hecho con la pandemia, aprovechando un lapso de crecimiento lento de los contagios para crear la imagen de que era resultado del talento y la personalidad del presidente.
Sin embargo, hoy resulta evidente que ese relato era falso, malintencionado y extemporáneo porque la realidad muestra un crecimiento exponencial de los contagios y de los fallecimientos que, al menos por ahora, no se han logrado revertir con las precarias acciones del gobierno, que ha menospreciado la ayuda y la solidaridad con los más desposeídos y ha priorizado la marcha de la economía sobre la salud de la población con mensajes confusos que en lugar de alertar sobre el peligro, se esfuerzan por mostrar que el reyezuelo le gana a las gráficas y a las previsiones de los científicos.
En un mes las cifras de contagios se han multiplicado por cinco y las de muertes por tres. Solo cuando se dio cuenta de que se había creído sus propias mentiras, salió apresurado a buscar una vacuna y ahora tal vez presente su pequeño logro como una hazaña.
Recién han pasado 10 meses de este gobierno y me temo que van a ser los peores años de mi vida, al menos de la vida de mis nietos. Habrá que resistir y no rendirse porque siempre después de la noche sale el sol. Ojalá me alcance el tiempo para ver un nuevo amanecer. Mientras tanto, mientras me den las fuerzas, prometo decir lo que pienso y alentar a los que sienten lo mismo que yo a ser francos, valientes, tenaces, radicales e intransigentes.
Está bueno tener adversarios que no se callen.