El Día de los Derechos Humanos se celebra internacionalmente todos los años el 10 de diciembre, en conmemoración de la jornada de 1948 en que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
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En 2017, el Día fue dedicado al lanzamiento de una campaña para conmemorar el 50 aniversario de dos acuerdos internacionales: el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que fueron adoptados por la Asamblea General el 16 de diciembre de 1996.
Este año se conmemora el 70º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por eso se ha lanzado una campaña que quiere destacar la trascendencia de este pronunciamiento que proclamó los derechos inalienables inherentes a todos los seres humanos, sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, riqueza, lugar de nacimiento, ni ninguna otra condición.
La Declaración exalta valores universales y un ideal común para todos los pueblos y naciones. Además, establece que todas las personas tienen la misma dignidad y el mismo valor, y que sus derechos son inalienables.
Gracias a este pronunciamiento tenemos, sin duda, un mundo más justo.
Nadie se ha atrevido a cuestionarlo, ni a los valores que consagra que son los de la equidad, la justicia y la dignidad humanas.
Hasta algunos de sus más feroces enemigos en la práctica, como lo fueron los dictadores Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, proclamaron su respeto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cumpliendo aquello de que la «hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud».
Un recuerdo para los luchadores
Pero una cosa son las Declaraciones y otra cosa los hombres que han luchado, arriesgado sus vidas, y aún sufrido tortura y muerte por la dignidad de los Derechos Humanos de sus semejantes.
En tal sentido es oportuno recordar que este 10 de diciembre se cumplen 35 años de la asunción presidencial en la República Argentina del Dr. Raúl Ricardo Alfonsín (1927 – 2009), abogado, dirigente de la Unión Cívica Radical, estadista y promotor de los Derechos Humanos en su país y en el continente.
Esa asunción, el 10 de diciembre de 1983, fue vista en toda América Latina como el principio del fin de las dictaduras que martirizaron el continente en la década de los ´70. En 1984 finalizó, con sus bemoles, la nuestra, en 1985 la de Brasil, y en 1990 la de Chile.
La toma del mando por parte de Alfonsín fue una gigantesca fiesta que representó un «amanecer de la democracia» para América Latina.
Alfonsín pasó a la historia, entre otras muchas cosas, por haber encargado la elaboración y redacción del informe conocido como «Nunca Más», y haber sometido a juicio a los integrantes de las Juntas Militares que presidieron la dictadura más sangrienta de la historia argentina, con miles de presos y torturados, y no menos de 30.000 desaparecidos.
Más allá de sus muchos aciertos, Alfonsín debió abandonar el poder seis meses antes de lo previsto debido a un «golpe de estado económico» provocado por las fuerzas que apoyaban a Carlos Saúl Menem, pero esa es otra historia.
Lo que me interesa rescatar es que Alfonsín fue un gran amigo del pueblo uruguayo en sus horas más difíciles. Como joven abogado radical, especializado en la defensa de los Derechos Humanos, se acercó a nuestros ilustres exiliados, los senadores Zelmar Michelini y Wilson Ferreira Aldunate, y al presidente de la Cámara de Diputados, Héctor «Toba» Gutiérrez Ruiz, que desde el 27 de junio habían buscado el amparo de la República Argentina, ante concretas amenazas de prisión y muerte en nuestro país.
Este cronista, que por ese entonces era un exiliado económico, recuerda haber visto al Dr. Alfonsín una vez, compartiendo la célebre «mesa del Café Tortoni», en la que se reunían todas las tardes Wilson y El Toba, y donde recalaban innumerables exiliados, entre los que estuvieron Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa, Oscar Bottinelli y otras numerosas personalidades.
Esa feliz tardecita estaba también el inolvidable Zelmar Michelini.
El abogado radical estuvo varias veces en esa mesa, trabajando con sus amigos orientales, pero no se quedó en conversaciones y tratativas políticas.
Alfonsín acompañó valientemente, poniendo en riesgo cierto su vida y su libertad, a las esposas e hijos de Zelmar y el Toba, y al propio Wilson, en la desesperada y terrible búsqueda de nuestros ilustres compatriotas, por juzgados, despachos, comisarías y hasta cuarteles, cuando fueron secuestrados por comandos paramilitares argentino – uruguayos el 18 de mayo de 1976.
Y estuvo con ellos hasta el final, cuando se velaron en Buenos Aires los cuerpos de nuestros mártires, que deberían tener monumentos en nuestro país y no los tienen, mientras que muchísimas calles y larguísimas avenidas llevan los nombres de traidores a José Artigas y al Uruguay.
Pero refugiémonos en la gratitud de los recuerdos.
En uno de los primeros artículos que publiqué en Caras y Caretas relaté que en esa mesa del Café Tortoni -donde una vez el Toba se cansó de un «tira» que venía siempre y lo echó con unas pocas frases- eran memorables los «duelos» verbales entre Zelmar, Wilson y el Toba, en los que la picardía del primero (que sin embargo era el más realista sobre la terrible situación, y que estaba torturado interiormente por el destino de su hija), le jugaba malas pasadas a la grandielocuencia de Wilson (siempre diciendo que volvíamos a fin de año), y a los dictámenes del Toba (el más optimista de todos), que expresaba con su bíblica voz profunda de bajo – barítono.
Escribí entonces que muchas veces he tenido la dicha de soñar con aquellas conversaciones entre gigantes de nuestra historia (que tanto hicieron por los exiliados y los pobres «sin preguntarles siquiera si eran uruguayos»), y que nos fueron arrebatados por asesinos «que sabían muy bien lo que hacían».
Por eso, en esta conmemoración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, recordemos y honremos a nuestros muertos, nuestros desaparecidos, nuestros torturados y nuestros presos políticos, considerando que ni ellos ni los Derechos Humanos tienen color político, sino que hacen a la dignidad de la condición humana.
Y pido un recuerdo especial para nuestro compatriota en la Patria Grande, el Presidente argentino doctor Raúl Ricardo Alfonsín, que recorrió sin descanso los caminos del infierno en Buenos Aires en esos días y noches terribles de mayo de 1976, buscando a nuestros inolvidables Zelmar, Toba, Rosario Barredo, William Whitelaw y Manuel Liberoff.
Que su recuerdo no se borre nunca de nuestras memorias.