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África, la desconocida

por Gustavo González

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Caras y Caretas Diario

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Llegar a este continente implica efectivamente venir a tierra desconocida. Cuando hace algunos meses me enteré que vendría a Zambia y Malaui, intenté leer todo lo que pudiera acerca de ambos países antes del viaje. Si bien esto de instruirme sobre los lugares que voy a visitar siempre me dio buenos resultados, este no fue el caso. Quizás hacer esto pueda dar buenos resultados a las personas que viajan como turistas, pero no mi caso.   Lo primero que debemos saber es que la mayoría de los países africanos se independizó en la década del 60. Con esto, uno no puede evitar preguntarse si, en la actualidad, realmente han logrado independizarse, ya que todo indica que siguen siendo países donde las compañías transnacionales de todo tipo hacen y deshacen sin mayor oposición. Al menos en Zambia, con el discurso de los gobiernos de turno de abrir las puertas de par en par a la inversión privada es lo mejor que le puede pasar al país, estos capitales voraces recurren a prebendas de toda índole a los efectos de seguir esquilmando a la gente y el territorio de todo este continente.   Y es que África es sumamente rica en bienes naturales y minerales: desde cobre hasta la piedra preciosa más rara, una fauna única y amplias extensiones de sabana; esta tierra tiene todo eso y en abundancia. Así es como la minería a cielo abierto ha venido destrozando todo lo que encuentra a su paso, causando estragos profundos en el medioambiente y extrayendo cuantiosas ganancias del bajísimo costo de la mano de obra africana. Desde China, Estados Unidos y Canadá, e incluso desde la vecina África del Sur, provienen grandes inversionistas que, tanto en Zambia como en Malaui, se han dado a la tarea de consumir los recursos de ambos países para vivir. Lo único que sobrevive (y muy convenientemente) en esta guerra negociada, por veces fraticida, es el territorio “santuario”, diseñado cuidadosamente para el consumo del turista, especialmente el blanco, que puede pagarse una exótica aventura entre leones, jirafas y elefantes. Porque, para el resto del mundo, África no es más que un gran reservorio de bestias peligrosas y millones de personas al borde de la miseria, a la espera de las migajas de salvación que la ayuda humanitaria les pueda dar, nada más.   ¿Qué están haciendo los Estados, entonces?, se preguntará el lector. Pues facilitándolo todo, así de sencillo. Los gobiernos de turno se han dado a la tarea de convertirse a la fe de la privatización con una serie de sectores económicos considerados estratégicos, y por ende nacionalizados, por el reformismo nacionalista post-independencia. Ahora, de toda la lucha por la liberación africana, quedan las remembranzas, la memoria complaciente, los nombres de libertadores en los museos, libros y aeropuertos. De aquí a la conquista de una democracia y descolonización revolucionarias, todavía falta buen trecho que recorrer. No hay duda de que existe ahora una burguesía nacional entregada totalmente a la inversión extranjera que, a través de los diferentes canales de poder existentes, siguen entregando a sus países diariamente.   Podría esto deberse a que el sistema político de Occidente no tiene el mismo peso que las estructuras tradicionales de poder, me pregunto constantemente. Y es que acá hay que preguntar muchas veces qué implica y qué tanto se extiende el poder de las culturas ancestrales en numerosos ámbitos de decisión de la vida cotidiana de la gente, principalmente de la que habita en los pueblos y aldeas que conforman los “reinados” de los Liderazgos tradicionales. Solo en Zambia hay al menos 73 “Jefaturas de tribu”: la máxima autoridad de estos pueblos en varios aspectos, inclusive en determinar cómo disponer y usar la tierra bajo su mandato. Se considera que estos Liderazgos o Jefaturas, en su gran mayoría hombres, tienen siempre la última palabra por mandato de “Dios”: así de claro y contundente lo dijeron frente a mí mientras uno de ellos, en el distrito de Solwezi, en Zambia, dirigía un discurso a una comunidad de campesinos y campesinas. En Zambia, se estima que un 90 % del territorio está sujeta a este régimen de tenencia. El 10 por ciento restante se encuentra en manos del Estado.   Ahora bien, cuando pude ganar un poco de confianza con los compañeros zambianos y comencé a indagar más información acerca de este sistema de poder, la gente me aclaró que a estos Liderazgos se les rinden tributos dignos de reyes; de hecho, las regalías con las que las transnacionales compran sus voluntades y lograr la disposición irrestricta sobre el territorio es parte de la corrupción en la que muchos liderazgos han caído. Todo esto solo redunda en una situación de tremendo empobrecimiento para la gente. De esta forma, nadie tiene la tenencia segura de la tierra donde habita. Si el líder o jefe decide vender la tierra de su reinado, hay que irse o irse; de lo contrario, será desalojado. Terminan oficiando de mandaderos del gran capital y con ello delineando el futuro de muchos. El sistema democrático convive paralelamente con estos poderes incluso les han reconocido a nivel institucional: en Zambia, existe un Ministerio de Jefaturas y Asuntos Tradicionales que ya tiene desarrollado todo el andamiaje necesario para mantener los conflictos de poder en paz.   Para cualquier uruguayo, le resultará muy difícil comprender que el destino de toda una comunidad esté controlada por un poder de este tipo; algo completamente inconcebible. La situación es tal que, en muchas de las reuniones importantes que tenían las organizaciones populares, tanto a nivel rural como urbano, siempre estaba presente el Jefe, o bien sus “oídos”, para enterarse de las discusiones. Y ni siquiera lo ocultaban. Puedo evidenciar por ratos que muchas organizaciones populares, como cooperativas, sindicatos y otras asociaciones, se encuentran cooptadas por estos poderes.   Como mencioné anteriormente, el sistema tradicional de poder tiene una presencia predominante en las áreas rurales sobre todo. El asunto es que esta ruralidad es inmensa, es la generalidad. Por acá, los procesos de rápida urbanización que sufrieron casi todos los países de América Latina, incluso los menos urbanizados, brillan por su ausencia. Los servicios más elementales como el agua potable, la energía eléctrica y el saneamiento son, para la inmensa mayoría de la población, lujos considerados inalcanzables.   Finalmente, lo último que me hace cuestionarme la tan afamada independencia africana es el aplastante proceso de penetración y aculturación puesto de manifiesto en, por ejemplo, que el idioma considerado “oficial” de los países colonizados por británicos sea el inglés, un idioma que solo hablan las clases medias o altas en verdad, mientras que los sectores populares se comunican en lenguas tan ancestrales como el bemba o el nyanja.   Es evidente: el mundo dominado por los grandes medios de comunicación vive a espaldas de toda esta realidad: conocen solo la África de los animales y las sabanas, una en la que su gente cuenta poco menos que nada. África sigue estando aislada, desprotegida, desnuda ante la mirada lujuriosa y perversa de la explotación capitalista.

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