En una columna de opinión publicada por la revista brasileña Istoé, Mario Vitor Rodrigues expresó textualmente: «Por el bien del país, Lula debe morir. Es una verdad incontestable. Digo, si Luis Inácio es encarado por buena parte de la sociedad como el prócer a ser seguido, si sigue siendo capaz de liderar investigaciones y de inspirar a militantes afuera de Brasil, entonces Lula necesita morir», afirma Rodrigues. Se trata, explícita y descaradamente, de una incitación al asesinato. En este caso del candidato popular que reúne el 40% de las intenciones de voto realizadas por las consultoras en todo Brasil. Pero ese argumento, que precisamente debería llamar a la moderación al autor del libelo, es el que precisamente esgrime para justificar su llamado al magnicidio. Respecto a eso, Rodríguez dice: «si la gente respeta al presidente Lula, entonces es justamente por eso que él debe morir». Mientras el Partido de los Trabajadores (PT) estudia las medidas a tomar contra el articulista y la revista Istoé, la prestigiosa periodista Tereza Cruvinel, sugirió que existe una «clara semejanza» entre el asesinato político de Juscelino Kubitschek, uno de los principales impugnadores de la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1976, muerto en un sospechoso accidente automovilístico el 22 de agosto de 1976, luego de una campaña mediática en su contra sumamente similar a la que se está llevando a cabo en contra de Luis Inácio Lula de Silva. A esto se agrega otro antecedente tenebroso, como la muerte del ex presidente Joao Goulart, presuntamente asesinado por la dictadura militar argentina en Corrientes, el 6 de diciembre de 1976. Si a eso se suma la presión mediática que forzó el suicidio de Getulio Vargas el 24 de agosto de 1954, hay sobrados motivos para sospechar del escriba de Istoé como continuador y anticipador de prácticas habituales de las dictaduras brasileñas.
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