Hay frases que van más allá de la intención original de quien las dice. Tal es el caso de la aseveración que hizo nuestro vicepresidente de la República cuando afirmó que en la Enseñanza tenemos profesores del siglo XX enseñando a alumnos del siglo XXI, cosa que, pese a ser cierta, causó cierto revuelo, ya que los profesores se sintieron menospreciados. Pero las cosas son así. No tengo ninguna intención de tomar partido en un incidente que ya nadie recuerda; lo que quiero es reconocer que el alcance de la frase es mucho mayor que el circunscrito al ámbito de la Enseñanza. También tenemos políticos del siglo XX actuando en este tercer milenio. ¡Y votantes! Recién en las próximas elecciones votarán los de este siglo. Todos los que estamos en actividad, por ahora, somos del siglo pasado, lo cual no significaría demasiado de no estar inmersos en la más grande revolución productiva e intelectual que haya vivido la humanidad. Vaya, mi computadora es más moderna que la utilizada por la NASA para mandar hombres a la Luna, y sin embargo ya es una antigualla que demora media hora en habilitarme para enviar esta nota a la revista. Lo cual, afortunadamente, me tiene fuera del torrencial diluvio de “la Internet”. Quería tomarme unos días para pensar el asunto y actualizarme, revisar conceptos, redefinir categorías con las que uno se maneja, muchas veces ignorando la velocidad y la enorme profundidad de los cambios que la sociedad y las personas hemos experimentado, pero antes me siento obligado a decir algo acerca de un valor que no creo que deba cambiar: la responsabilidad por los dichos y los hechos. La lealtad y la verdad. Si el respeto por esos valores ha cambiado, es una verdadera desgracia. Yo moriré con los míos. La cuestión es que se está poniendo de moda el utilizar medias verdades y confiarlas a los medios, para que ellos las difundan hasta convertirlas en esa entelequia que llamamos “opinión pública”. ¿Cuál es esa tal “opinión pública”? ¿La del señor que viene distraído por la calle y de sopetón alguien con un micrófono en la mano y un camarógrafo detrás le pregunta su opinión sobre los más diversos asuntos? Puede ser acerca de si está bien o mal ponerle bozal a los perros o multar a los que no recogen su caca. Puede ser sobre si está bien o no que les concedan prisión domiciliaria a los torturadores. O si está bien condenar el ensayo nuclear de Corea del Norte. O la “opinión pública” es lo que surge de los sesudos resúmenes, con pizarrón y todo, que un solemne ignorante nos muestra en los informativos, mientras señala que x por ciento opina que sí (a cualquier cosa que se haya preguntado), que otro porcentaje opina que no y que una residual minoría tuvo el tino de no contestar. O el torrente de Facebook que se dice de izquierda y opina que hay que reventar a Adeom porque la basura está en la calle. O los que se alegran de que Macri haya derrotado a esa bruja peronista y restablecido el trasbordo en puertos uruguayos, y pasan por alto -deliberadamente pasan por alto, porque prefieren no ver- que ese simpático ángel está reprimiendo salvajemente las manifestaciones obreras y que, al quitar el cepo cambiario, disparó un proceso inflacionario que inevitablemente traerá hambre y desocupación. ¡Vamos, señores nacidos en el siglo XX como yo!, ¿se han olvidado de lo que nos pasaba con las devaluaciones? El asunto parece ser que todo aquello que me crea incomodidad es repudiable, y que hay que reventar a quienes me incomodan. Aunque tengan razón. O necesidad. Deliberadamente había evitado referirme a la lucha de Adeom (de todas las adeomes, porque es fecha de presupuesto) porque no me gusta opinar desde la tribuna. Pero entre las medidas tomadas por el sindicato de los municipales de Montevideo se evitó expresamente la paralización de la limpieza de la ciudad. En forma muy inteligente, lucharon de otra manera. Y si la basura se acumula fuera de los contenedores es por dos razones: la primera y decisiva es porque la Intendencia no vació los contenedores. La segunda, señor, señora, señorita, es porque nadie se quedó con la basura en la casa. Fueron al contenedor, lo encontraron colmado y dejaron su paquetito o paquetote al costado. Es razonable que la basura orgánica tenga que salir de la casa, pero también tiraron colchones, envases, botellas y todo lo que la Intendencia les pidió que no tiraran. Esa Intendencia que sugiere, que insinúa que es culpa de Adeom, y que oculta que no vacía los contenedores porque no dispone de los camiones necesarios, y calla que hace meses que el sindicato se lo viene advirtiendo. Así como pasa por alto que existen planes de contingencia para cuando se producen feriados largos. Así como pasa liviana y rápidamente cuando se le pregunta acerca del costo de la intervención militar y deja que el Ejército se bañe en agua de rosas. Haciéndose los sacrificados salvadores mientras levantaban la basura con herramientas y guantes nuevos. Y con tapabocas con los que nunca se proveyó a los municipales. A trescientos pesos por barba la hora, lo que hicieron fue limpiar los alrededores de los contenedores repletos. Cargarlos en sus camiones nuevecitos, justo lo que está faltando en Limpieza. Y pasa por alto que los contenedores siguieron repletos, porque lo que no alcanza es el número de camiones de levante lateral, imprescindibles para vaciarlos. O toma la “masa salarial” nominal (con acomodados inclusive) y la divide entre todos, para decir que ese es el “sueldo promedio”. O deja decir que los contenedores incendiados en Navidad fueron sabotaje, cuando Bomberos declaró que habían encontrado restos de pirotecnia. Pero se me fue la moto; no quería extenderme tanto en la problemática concreta, porque, de alguna manera, este año o el otro, o algún día, se resolverá el problema de la limpieza pública. Lo que no se puede es mentir. O mejor, insinuar, con verdades a medias que inducen a culpar a los trabajadores. Si la izquierda miente, ya no es izquierda, y esa es la tentación que debemos evitar. Que necesariamente debemos evitar, si no queremos negarnos a nosotros mismos. Mentimos en esto. Podrán decir “yo nunca dije”, y tendrán razón en cuanto a que no mintieron con toda la boca. Pero sí insinuaron. Dejaron creer, no desmintieron, no asumieron las responsabilidades de cada uno, y eso, en el siglo XX o en el XXI, no es el comportamiento que debemos tener si seguimos considerándonos izquierda. Y si la izquierda de a pie acepta la mentira complaciente, también deja de ser izquierda para ser masa manejable. Mentimos, disfrazamos, manipulamos, “dibujamos” (para reflotar un término de la época de Menem) el índice de precios al consumo (IPC) a fin de año con el UTE Premia, que baja el índice de diciembre para no llegar al 10%, a sabiendas de que es una falsificación, un “dibujo” de la realidad. Habrá razones de Estado. Las tantas veces aducidas “razones de Estado” que han encubierto desde pequeñeces hasta inmensos crímenes; no dudo de que las hay. Lo que digo es que mentir es mentir. ¿Cómo es posible confiar en aquel que sabemos que acomoda la realidad? No creo que estemos muy embarrados, pero estamos orillando el fangal y me parece que es necesario que frenemos. ¿O es que no tenemos confianza en la capacidad de la gente para comprender? ¿Es que ya no creemos en los compañeros y estamos dispuestos a manejarlos? ¿Será que ahora hay “gente” y “gobernantes”?
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