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Economía

La Nueva Ruta de la Seda

Avanza el Nuevo Orden Mundial chino

Italia es el primer país del G7 que se integró a la llamada Nueva Ruta de la Seda, el más ambicioso proyecto político y económico global de China en el mandato de Xi Jinping. Los gobiernos de Alemania, Gran Bretaña y Francia también participaron del Segundo Foro, que concluyó el domingo pasado. Esto abre otra grieta entre Europa y Estados Unidos, ya que Donald Trump boicotea el proyecto chino y amenaza a quienes se integren. Ya lo hicieron 19 países latinoamericanos, entre ellos Chile y Uruguay.

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Como puede leerse en el monumental libro On China, de Henry Kissinger (publicado entre nosotros por Debate, 621 páginas, 2011): «A lo largo de muchos milenios de su civilización, China no tuvo que tratar con otros países o civilizaciones que pudieran comparársele en magnitud y complejidad». El «Imperio del Centro» (como siempre se llamó la actual República Popular China a sí misma) fue por siglos el mayor centro económico, social y cultural del mundo, sin estridencias.

Vivió por sí y para sí, porque «(…) China es singular (prosigue el libro). No existe otro país que pueda reivindicar una civilización tan continuada en el tiempo, ni un vínculo tan estrecho con su pasado y con los principios clásicos de la estrategia y la habilidad política (mientras) otras naciones, entre las que se encuentra Estados Unidos, han reivindicado la pertinencia universal de sus valores e instituciones», lo que luego llamará «sentido misional». El exasesor de Seguridad Nacional y exsecretario de Estado Henry Kissinger (95 años) expresa también que «los chinos han sido siempre hábiles practicantes de la realpolitik, estudiosos de una doctrina estratégica claramente distinta de la estrategia y la diplomacia predominante en Occidente».

Todo indica que la larga etapa del «crecimiento hacia adentro» (aún cuando China pasó a formar desde 1974 con Estados Unidos una alianza que a partir de la Gran Recesión, en 2009, pasó a ser el sostén y garante de la estabilidad  económica, política y militar del mundo) ha pasado -al parecer- a buscar una instancia de predominio mundial, seguramente estimulada por el retiro de los Estados Unidos del juego geoestratrégico de dominio global debido a las políticas del presidente Donald Trump.

Con una superficie de 9.596.960 km2, una población estimada de 1.385 millones de personas y un Producto Interno Bruto (PIB) estimado de US$ 24.500 billones (no obstante lo cual conviven en ella centros de punta tecnológicos e industriales de última generación junto con muchas características de una sociedad subdesarrollada), China es la segunda potencia política y la tercera militar del mundo. En 2018, el gasto militar de China (US$ 250.000 millones) sumado al de Estados Unidos (US$ 649.000 millones) representó el 50% del gasto militar total mundial.

Su lugar en el ranking económico es discutible, ya que tanto Estados Unidos, como Europa, la Federación Rusa y la propia China deben analizarse en el contexto de los bloques multinacionales que integran o encabezan. Así alguien puede decir que Estados Unidos forma un bloque virtual con el Nafta, los países de la Alianza del Pacífico, Israel, Europa y aún los países del Commonwealth, como Australia y Nueva Zelanda.

Por eso adquiere especial relevancia el proyecto que llamamos genéricamente Nueva Ruta de la Seda, y cuyo nombre oficial es la Iniciativa de la Franja y la Ruta, o Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, o Belt and Road Initiative,  lanzada en 2013 por el presidente de China, secretario general del Partido Comunista y titular del Comité Militar Central, Xi Jinping, el mandatario con mayor poder desde el fundador Mao Zedong, aunque Deng Xiao Ping, desde las sombras, haya trazado las vigas maestras de China como potencia global en la era de la globalización asimétrica capitalista.

 

La iniciativa del cinturón y la Ruta de la Seda, según Xi

Impulsada por su formidable económico durante más de 30 años y su arrollador avance comercial (China es el principal socio económico de Uruguay y de América Latina desde hace años, por poner un ejemplo), crediticio y en materia de inversiones, el proyecto político-económico expuesto por Xi Jinping en octubre de 2013 aparece en el mapa mundial como un gigantesco cinturón de rutas económicas que se apoyan «en cinco pilares: comunicación política, circulación monetaria, entendimiento entre los pueblos, conectividad vital y fluidez». A ello se deben agregar los mensajes de Xi proponiendo a China como garante de la paz mundial, del libre comercio (así quedó expresado en el Foro de Davos de enero de 2017, luego de la deserción de  los Estados Unidos de Trump), de la lucha contra el cambio climático, y generoso dispensador de créditos a la vez que incansable promotor de inversiones, sobre todo en materia de infraestructura.

Xi Jinping afirma que el megaproyecto parte de la reconstrucción de la antigua Ruta de la Seda y la creación de una ruta marítima paralela (de ahí el nombre de «Franja y Ruta») al señalar: «Hace más de dos milenios, las personas diligentes y valientes de Eurasia exploraron y abrieron nuevas vías de intercambio comercial y cultural que unían las principales civilizaciones de Asia, Europa y África, llamadas Ruta de la Seda». El nuevo proyecto quiere conectar Europa, Asia del Sur-Oriental, Asia Central y Oriente Medio, pero se extiende implícitamente a África y América Latina, donde China vine realizando cuantiosas inversiones y alianzas comerciales. ​La «Franja y la Ruta»  implican hoy a más de 60 países con el 70% de la población mundial, que poseen el 75% de las reservas energéticas y general el 55% del PIB global.

De acuerdo a las comunicaciones del segundo Foro (realizado el pasado fin de semana en Beijing), China proyecta la «Franja y la Ruta» por 30 años (de forma que concluya en 2049 cuando se cumplan 100 años de la fundación de la República Popular) con una inversión de US$ 1,4 billones (apenas el 42% de sus reservas totales de US$ 3, 236 billones). Desde 2013, fecha de su lanzamiento, habría invertido US$ 89.000 millones, y sus bancos prestaron US$ 295.000 millones. Sin embargo, la principal vía de expansión y acuerdos es el comercio, sobre el que no se conocen cifras.

Al megaproyecto no le faltan adversarios que destacan que ha reavivado antiguas tensiones y suspicacias del siglo XIX en India, Japón, a los que se agregan Estados Unidos y la siempre singular Federación Rusa de Vladimir Putin. También señalan que China no es una democracia, que practica intensamente el dumping y formas ocultas de proteccionismo, que tiene regímenes de  trabajo abusivo, y que está acusada de violación  de los derechos humanos y de la propiedad intelectual.

Como se inició a través de inversiones y planes de ayuda para empresas chinas (cuya propiedad siempre termina siendo mixta) interesadas en los mercados internacionales, algunos observadores afirmaron que es un Plan Marshall del siglo XXI, lo cual es negado por China, que sostiene que dicho Plan impuso condiciones políticas e ideológicas a la destruida Europa que salió de la Segunda Guerra Mundial.

Otros observadores, en cambio, señalan directamente que el megaproyecto apunta a crear un nuevo orden mundial chino, que desplace al orden mundial estadounidense establecido en 1945.

 

 

 

Estados Unidos en contra, Europa dividida

Uno de los primeros anuncios de Donald Trump (consistentes con su campaña electoral) fue declarar la «guerra comercial» a China, política que fue bien recibida por los mandatarios conservadores de la Unión Europea, que siguen los lineamientos de Ángela Merkel.

Esto se expuso con claridad meridiana en el editorial «Socio y rival/La UE reacciona ante la emergencia de China como superpotencia» de El País de Madrid, que recoge los puntos centrales de un Comunicado de la Comisión Europea (liderada por Jean-Claude Juncker, fiel servidor de Merkel), donde expresa: «China ha sido hasta ahora un socio fiable, también un competidor temible y ahora, según una comunicación de la Comisión Europea (…), se está convirtiendo en “un rival sistémico”. (…) Con la consolidación del liderazgo de Xi Jinping, el dirigente comunista más personalista desde Mao Zedong, ya no es posible esconder la ambición china de adquirir el estatuto de primera superpotencia, tal como reconoce el documento, especialmente a la vista del repliegue, la inhibición y el unilateralismo de Donald Trump».

El ataque es directo: «Sin dejar de participar en las actuales instituciones internacionales, China ha empezado a levantar instituciones alternativas. Desde un banco de inversiones para Asia (el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infrastructure Investment Bank, o AIIB, con 87 países asociados y un monto inicial de US$ 100.000 millones, N.de R.), y una institución de cooperación asiática multilateral, como la Organización de Shanghái, hasta una iniciativa global de infraestructuras e inversiones como la llamada Belt and Road Initiative (BRI), con la que Pekín pretende organizar las inversiones, las comunicaciones y el comercio global según una inspiración imperial tradicional inscrita en el propio nombre del país como centro del mundo».

Señala sin ambages que «las relaciones entre Europa y China, positivas en tantos aspectos, se caracterizan por su asimetría y falta de reciprocidad», y que «todavía más preocupantes son los avances tecnológicos en los que China empieza a destacarse, en ocasiones fruto de discutibles y preocupantes transferencias de tecnología y de derechos de propiedad intelectual. En la telefonía móvil 5G y en la inteligencia artificial, en los que Pekín ha demostrado sus enormes capacidades, no están en juego tan solo mercados apetitosos sino también cuestiones que afectan directamente a la seguridad y a las libertades civiles. La UE quedará muy corta si se limita a denunciar las ambiciones de China como superpotencia y sigue en cambio estancada en sus deficiencias políticas como tímido actor global».

Alemania, a través de su ministro de Economía, Peter Altmaier, ha afirmado que si la gran mayoría de los 28 integrantes de la Unión Europea, en especial Alemania, Francia y España, actúan conjuntamente, podrían aparecer como «una tercera voz que compita con dos superpotencias como Estados Unidos y China», aunque señala como principal competidor a China por su modalidad de firmar acuerdos bilaterales.

En Europa, la segunda superpotencia firmó con catorce naciones: Austria, Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Portugal y Polonia. Pero el gran golpe fue la firma del acuerdo con Italia, el primer país integrante del G7, que se concretó el 23 de marzo.

Italia es una de las cinco mayores economías de la UE (la tercera, luego de Alemania y apenas superada por Francia), socio fundador del G7 y miembro de la OTAN, y tiene una inmensa significación histórica y cultural mundial.

El majestuoso Xi Jinping (cuya estruendosa visita conmovió Roma, según los diarios italianos) firmó con el primer ministro italiano Giuseppe Conte el memorándum de entendimiento, 19 acuerdos institucionales y diez comerciales, que sin duda refrescan la economía italiana, castigada por la recesión y la deuda heredadas del anterior gobierno.

La integración de Italia a la «Franja y la Ruta» provocó un profundo malestar en las autoridades proalemanas de la UE. Algunos medios señalaron que la firma fue tomada por Bruselas como la introducción de «un caballo de Troya», pero hay varias naciones, como el Reino Unido, que no vacilaron en asistir al segundo Foro, y que miran con atención los beneficios, sobre todo ante el abandono por parte del gobierno de Donald Trump.

Las elecciones europeas de mayo prometen dar una Unión Europea con mucha mayor presencia de la extrema derecha, la cual tratará con otra perspectiva a China y sus ofertas.

Mientras tanto, Xi Jinping avanza raudo, expandiendo su «Imperio del Centro» por el resto del mundo.

 

El segundo foro sobre la Nueva Ruta de la Seda

Entre el 25 y el 27 de abril se realizó en Beijing el segundo Foro de las Nuevas Rutas de la Seda (el primero se celebró en mayo de 2017, con la presencia de líderes de 28 estados y de representantes de un centenar de países), del que participaron los jefes de Estado o gobierno de 37 países y representantes de unos 150 países y organizaciones internacionales. Estuvieron presentes el secretario general de la ONU, António Gutierres, y la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde.

La actividad se tituló «Dando forma a un futuro compartido más brillante», y se centró en «potenciar la conectividad, explorar nuevas fuentes de crecimiento, crear nuevas sinergias y cooperaciones, y promover el desarrollo verde y sostenible».

Asistieron los presidentes o primeros ministros de Rusia, Italia, Portugal, Grecia, Chile, Austria, Suiza, Singapur, Filipinas, Kenia, Pakistán, Egipto, Vietnam y Tailandia.

No asistieron primeros mandatarios de países occidentales como EEUU, Alemania, Australia, Canadá, Francia, Gran Bretaña y España, aunque enviaron representantes de alto nivel, como sus cancilleres o ministros de economía.

Los discursos más esperados fueron los de Xi Jinping, que fue seguido por Vladimir Putin. Xi, además de destacar los valores intrínsecos del megaproyecto, trató de despejar las dudas que se plantean sobre sus «ambiciones», fines políticos, viabilidad y peligro de sobreendeudamiento para los países receptores mediante promesas de más transparencia y sostenibilidad.

 

América Latina, Pepe Mujica y el avance chino

Como ocurre desde hace varios años, China fue nuestro principal cliente comercial de bienes, con el 26% de las exportaciones y nuestra principal fuente de importación, con 22% del total.

Uruguay fue el primer país en adherir a la Nueva Ruta de la Seda, a comienzos de 2018. Actualmente son 20 los países de América Latina y el Caribe que adhieren al megaproyecto, entre los que figuran: Chile, Ecuador, Panamá, Bolivia, Venezuela, Cuba, El Salvador, República Dominicana y Perú.

El acercamiento económico a China de nuestra región es seguramente el fenómeno más relevante de América Latina en los últimos 10 años. Como en tiempos de la Pax Britannica, la región se inserta en el comercio mundial de la misma forma que en el siglo XIX: suministrando materias primas a quienes lideran una nueva revolución tecnológica, y profundizando la primarización de nuestras economías. Antes fueron los europeos, luego los estadounidenses, ahora, los chinos. Las opiniones son muy dispares y, a veces, inesperadas. Hace diez años, según publicó Carlos Pagni, el presidente del BID, Luis Alberto Moreno, le preguntó al expresidente uruguayo José Mujica qué opinaba del avance chino. El exguerrillero respondió: «Esos sí son bravos… En quince años vamos a estar extrañando a los gringos».

 

 

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