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El caso Sendic: el porqué del cómo

Por Federico Fasano Mertens.

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Consumatum est. La cabeza del vicepresidente de la República, pedida a gritos por los fariseos de la política, los adversarios del partido del cambio social y sus mercenarios mediáticos, fue exhibida sin pudor, ante la algarabía de los enemigos de la justicia y la igualdad. Es la primera vez en América Latina que un vicepresidente renuncia por reconocer que en nueve años de gestión se olvidó, sin intención alguna, de rendir cuentas por 14 dólares mensuales. Basta ver los titulares de la prensa monopólica de la oligarquía latinoamericana -‘renunció el vicepresidente de Uruguay por actos de corrupción’- para que nos demos cuenta de los estragos de esta desmesura, avalada por propios y extraños. Pero la historia ha demostrado que hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria. El renunciamiento de Sendic; la definición del presidente Tabaré Vázquez afirmando que Sendic “ha cumplido a cabalidad, con seriedad y responsabilidad, la función que le dio el pueblo uruguayo”; y la solidaridad de millares de frenteamplistas en las redes, indignados por el linchamiento del que fue objeto un compañero, que no actuó con dolo, que fue condenado sin pruebas y al que no se le permitió una defensa auditada, permiten intuir que las horas futuras que marcará el sol de la izquierda pueden llegar a transformar la derrota en triunfo. Para ello es necesario descifrar el porqué del cómo. El orden del día, la instalación de la demolición de imagen, el fiscal, el jurado, el magistrado, todo, todo, lo puso con inteligencia el adversario histórico. La izquierda, casi groggy en el cuadrilátero mediático, sólo apeló al clinch y perdió toda iniciativa. No atinó a percibir que el enemigo primero eligió el blanco y después buscó los motivos. Y como los premios van a parar casi siempre a manos de los que husmean el viento de lo políticamente correcto, hubo compañeros que dejaron de serlo y se aprovecharon de la situación, recibiendo las migajas del lugar que quedaría vacío. Debo destacar, en este caso, la dignidad de Mujica, que, siendo el principal beneficiario de la renuncia de Sendic, lo defendió sin titubeos, una y otra vez. Pero qué le pasó a nuestra máquina. Hay que saber distinguir entre la máquina y los maquinistas. Qué virus ingresó en las venas de nuestros maquinistas. Se trataba nada más ni nada menos que de ética. El valor intocable de la izquierda en el mundo, desde la Revolución francesa hasta nuestros días. Entre la ética de los valores absolutos de Kant y la ética de la responsabilidad de Max Weber, nuestra izquierda optó por el fundamentalismo kantiano. Nuestro compañero era acusado de falta de ética. Y hubo muchos que, apelando a los favores de esas dos señoras indecentes que se hacen llamar realpolitik y razón de Estado, decidieron que era una oportunidad histórica de ingresar al Guinnes de la política mundial, transformándose la izquierda uruguaya en el dechado máximo de la virtud universal, exhibiendo el cadáver de su vicepresidente, sacrificado por 14 dólares mensuales, llámese un short de baño o un colchón inexistente o un escarbadientes usado. La izquierda es la política que apela a la ética y rechaza la injusticia, según definición de Giovanni Sartori. En este caso apeló a la ética para consagrar la injusticia. Pero volvamos a Sartori: “La izquierda es altruismo, es virtuosa, es hacer el bien a los demás; la derecha es egoísmo, no se ocupa de virtudes, es atender al bien de uno mismo”. Y el fermental intelectual italiano da un paso más y exhibe el talón de Aquiles de la izquierda, precisamente el que desembocó en el injusto caso Sendic: “Puesto que la derecha no apela a ninguna moralidad, no está expuesta a la quiebra moral. Por el contrario, la izquierda, que alardea de moralidad, perece de inmoralidad. Las credenciales éticas de la izquierda son también su talón de Aquiles. Robespierre practicaba una virtud en la que creía”. De ahí al terror, un solo paso. Esa tesis llevó al Tribunal de Conducta Política del Frente Amplio a levantar la vara de la ética a alturas que ningún campeón olímpico podrá superar. Porque entre los principios fundacionales intocables de la izquierda está el medir con la misma vara a ciudadanos iguales. El error estoico de basar la vida en el axioma de que tanto se ahoga quien se sumerge a un metro de profundidad como quien lo hace a 20 centímetros ha llevado al despropósito de esta histórica seudoeutanasia de la izquierda uruguaya. En estos días he estado leyendo la repercusión de este crimen en las redes uruguayas. Un entrañable ser humano me alcanzó un excelente análisis, surgido de la Red de Género del Frente Amplio, firmado por Sylvia Rotuno, que quiero compartirlo en esta nota. Rotuno, ante la tesis del todo o nada, se es o no se es corrupto, sin términos relativos, todo es absoluto, explica con lucidez: “Todo lo humano es un continuus, como la vida misma, gradual y relativo. Quienes se oponen a la interrupción del embarazo, porque defienden la vida, no tienen reparos en la famosa pastilla del día después. Sin embargo, la nueva vida ya comenzó hace unas horas. Ejemplos de la relatividad de la ética sobran. Mentir es una falta ética directamente condicionada a la entidad de la mentira y a los efectos que produce en los demás. ¿O vamos a condenar a nuestros padres por habernos hecho creer en el Ratón Pérez? Corrupción, según la concepción dogmática, sería entonces toda apropiación indebida de los bienes públicos. Cualquiera sea su monto. No importa. Eso nos pone en la obligación de condenar a todas las maestras que se llevan un pedazo de tiza en el bolsillo de la túnica. O a todos los que usan hojas de su oficina para la lista del supermercado, o la fotocopiadora de su lugar de trabajo para los deberes de su hijo. Si no fuera tan tiste, todo esto sería para reírse. Obviamente que no es lo mismo el enfermero que toma un medicamento de la farmacia del hospital porque lo necesita, que el que revende en la feria de 8 de Octubre. En las faltas éticas, como en los delitos, todo es relativo. Es relativo al monto, a la intensidad, a los efectos que produce y a las intenciones que se persiguen al hacerlo. No es lo mismo la apropiación indebida con la intención de obtener un beneficio personal que cuando es la resultante del descuido, la negligencia o la desprolijidad. O cuando es la resultante, como en este caso, de haberse plegado a una cultura institucional propia de todas las dependencias de la administración pública, de descuido y falta de control sobre los gastos menores”. Meditemos un instante sobre estas reflexiones para comprobar la hondura de nuestro error. Yo creo que aún estamos a tiempo de enmendarlo. Error no reconocido, error que vuelve a cometerse. Aún es posible dar la espalda al pesimismo. Me atrevo a decir que es inevitable. Y necesario volver a ponerse de pie, otear el horizonte y transformar el vicio en virtud, con voluntad, inteligencia y dignidad. Toda sociedad, grupo humano, formación política, inventa de vez en cuando su Minotauro para construir su leyenda épica. Esta vez nos equivocamos de Minotauro. Y quedamos atrapados en un laberinto. Busquemos el hilo político de Ariadna para encontrar la salida. Sin demora.

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